Critica que algo queda

Juan Ramón Jiménez aconsejaba a los críticos que fuesen generosos con los escritores jóvenes, severos con los maduros y consentidores con los veteranos”.

Cuando el crítico mide, analiza y, en definitiva, contextualiza una obra, genera desconfianza en el escritor que le otorga una categoría sospechosa de juez o de policía, de una persona que sanciona conductas mientras el autor trabaja.

Las revistas y suplementos han sido desde el siglo XIX el lugar tradicional de la crítica literaria, ejercida por especialistas o por neófitos de buena voluntad. Ya en 1927, Gómez Baquero hacía este comentario en El Sol, en su artículo “Un nuevo correo de las musas”:

“Los periódicos diarios dedican cada vez mayor atención y más espacio a la información y al juicio literarios y en algunos países, como España, suplen la escasez de las revistas y su corta difusión”.

En una visión necesariamente deductiva, la crítica se propone, por lo general, la exégesis del sentido de la obra y emite un juicio de valor sobre ella. Se propone, por lo tanto, una interpretación y una estimación. El único consejo razonable, en consideración de un crítico experimentado como Jaime Rest, es “aplicar a cada obra de arte el enfoque más adecuado para facilitar su entendimiento”. En este sentido no desdeñaba la colaboración de saberes muy diversos como la economía, la antropología o la política, sin subestimar otros factores difíciles de catalogar como la sensibilidad y la experiencia.

"El crítico se encuentra con más dificultades si tiene que hablar de sus contemporáneos porque hablar de los que ya no están puede resultar un ejercicio menos comprometido"

A la crítica literaria, habitual de las secciones de libros en los periódicos, más conocida como “reseña”, se le pide una idea sucinta del contenido con algún juicio breve sobre su valor, originalidad, etc. Lo esencial de la reseña, según algunos autores, sería precisamente su carácter informativo, por lo que no debería ser confundida con la crítica de una obra, ya que esta supone disponer de un aparato teórico y un ahondamiento más exigente. La reseña es un servicio cultural de gran responsabilidad, y en este sentido sería deseable que quienes la aborden regularmente lo hagan con cierto espíritu de lealtad para con los lectores y los autores.

Desde una óptica humorística, Florencio Escardó, que firmaba sus columnas como Piolín de Macramé, contabilizó una vez los vicios y complicidades en que suele caer el crítico, o por lo menos, cierta crítica. Decía:

“Se puede criticar un libro sin el libro. Tan solo hay que referirse al autor. Si es amigo lo elogiamos; si enemigo nos burlamos de él; si indiferente, le preguntamos al director qué hay que decir. Pero hay también críticos auténticos que dependen solo de sí mismos y de su amor a la literatura, pero de esos, los autores dicen que son unos amargados. En última instancia todo autor es un amargado contra los críticos que no elogian bastante. Todo escritor es un incomprendido cuando no lo premian en un concurso”. Y continúa: “Una forma constructiva de crítica es la de reprochar al autor todo lo que no puso y que el crítico cree que debió poner. De modo que se critica por un libro que no escribió, que es un modo sabio de no ocuparse del libro que sí escribió, sino del que el crítico creyó que debió haberse escrito”.

De la crítica se ha escrito mucho. Ha ido perdiendo pasión, compromiso, objetividad, distanciamiento, etc. Se ha discutido si debe abundar en la consagración del autor reseñado o si debe arriesgarse con lo desconocido para adivinar su cualidades. Se ha dicho que la crítica se ha equivocado por lo menos tantas veces como ha acertado. Grandes críticos del XIX apenas advirtieron las cualidades de escritores como Balzac, Dickens o Baudelaire, mientras elogiaban a autores desconocidos. El mismo Charles Baudelaire, a quien debemos espléndidas páginas sobre literatura, elogió a escritores y poetas que se ha tragado el olvido, como fue el caso de Augusto Barbier, de quien Baudelaire había dicho que su gloria estaba ya establecida y que la posteridad no iba a olvidarle. ¿Quién se acuerda hoy de Barbier, de Asselineau o de Pierre Dupont? Un tropel de príncipes de las letras que atestaban la Academia francesa, que sin duda se creyeron inmortales, y que debería servirnos como una lección de humildad.

Charles Baudelaire

El crítico se encuentra con más dificultades si tiene que hablar de sus contemporáneos, porque hablar de los que ya no están puede resultar un ejercicio menos comprometido y con escasas dotes reveladoras, a no ser que quien lo haga sea Nabokov con el Quijote, cuando a primeros de los años 50 del siglo XX (aún no había publicado Lolita), el escritor ruso dictó en Harvard seis lecciones sobre el Quijote. Allí, ante más de seiscientos alumnos, dijo que se trataba “del libro más amargo y bárbaro de todos los tiempos”. Nabokov no consideraba el Quijote como una gran novela. Claro que, como él mismo manifestó, “habría abandonado gustoso su lectura en el capítulo sexto, tras el escrutinio de la biblioteca del caballero”. La devoción que Nabokov sentía por Shakespeare hizo que se enfrentase a Cervantes desde una perspectiva distinta: “Del rey Lear, el Quijote sólo podría ser el escudero”, llegó a decir.

Vladimir Nabokov, 1958. Carl Mydans, the picture collections/Getty Images

Con todo, han sido los críticos los que construyeron la posteridad de los escritores, y aunque también se haya hablado mucho del carácter innecesario de la crítica (“lo que el autor quiere decir simplemente lo dice, y no hay ningún misterio que deba ser aclarado o parafraseado por la crítica”) la verdad es que se han llenado miles de páginas con estas cuestiones que no impiden que la crítica siga existiendo y llenando más y más páginas.

"El periodismo cultural debería tener una capacidad de orientar al lector perdido en la vorágine de mensajes"

El periodismo cultural debería tener una capacidad de orientar al lector perdido en la vorágine de mensajes; llevar la reseña por los caminos de la reflexión sin olvidar su función informativa y no limitarse a condenar o aplaudir. De ahí que se deban explotar las posibilidades del lenguaje y abandonar el tono erudito y el artificio. Que la reseña tenga un lenguaje directo y sugestivo que conquiste nuevos lectores y desterrar la imagen de una cultura de la solemnidad solo para iniciados. “Sugerir” es lo que propone Auden en su ensayo Cuál es la función de la crítica: hacer que la literatura entre por los sentidos y convencer al lector de sus descubrimientos. Eliot defendía como misión más urgente de la crítica la de rescatar las obras que generación tras generación van cayendo en el olvido. Su aspiración era la de conciliar tradición y novedad, que es la apuesta de Steiner: la lectura de los grandes como verdadero camino al conocimiento. He aquí un modesto ideario de la reseña periodística en cinco puntos:

  • Ha de ser una crítica creativa, que enriquezca el texto y potencie sus valores.
  • Ha de estar bien escrita, ser profunda, inteligente y amena.
  • Ha de servir de puente entre el autor y el lector con el fin de elevar el nivel cultural.
  • Ha de sustituir la voluntad destructiva por el afán de comprensión. Decía Juan de Mairena: “No conviene confundir la crítica con las malas tripas”.
  • Ha de ser insobornable y estar libre de todo compromiso para evitar presiones del medio y servidumbre del mercado.

Al final de todo nos quedará la suerte de seguir encontrando una nueva lectura arrolladora, un autor que nos reconcilie con la literatura, o que volvamos a leer aquellos libros que nos pedían paso hace tiempo. Y seguir adelante sin más expectativas que el placer: esa será nuestra ganancia.

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