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Crónica sentimental en negro

Crónica sentimental en negro

Francisco González Ledesma contaba que una noche, víspera de la entrega de una novela de Silver Kane, se marchó la luz de su pequeño piso de Barcelona. Lo primero que hizo fue buscar velas, pero no encontró ninguna. Entonces se percató de que había luna llena y, sin pensarlo dos veces, se marchó a la azotea a seguir tecleando con su Olivetti. Cualquier otro escritor, ante esas circunstancias, habría persistido. Pero él estaba hecho de otra pasta. Iba a entregar al día siguiente y no se planteó otra cosa.

"En esos años ganó su primer premio literario con la obra Sombras viejas, pero la censura franquista prohibió su publicación por roja y pornográfica"

Esta anécdota me ha perseguido desde que se la escuché en una charla. Por aquel entonces yo era un proyecto de escritor y me encontraba no sólo ante un autor que admiraba, sino ante una auténtica leyenda. Con esa simple historia había removido algo en mí: si eres escritor, lo eres en cualquier circunstancia. Si había que tomar ejemplo de alguien inspirador, ese era González Ledesma.

Los plazos cortos ya estaban en su vida antes de dedicarse a los bolsilibros. Una tía suya le pagó los estudios de derecho bajo una condición: no podía repetir ni una asignatura. Si eso sucedía, dejaba de pagarle. González Ledesma tomó nota y lo aprobó todo en tiempo récord, licenciándose con 21 años.

Entró en la Editorial Bruguera como abogado, pero no estaba de acuerdo con el trato que dispensaban a los autores. Entendía los abusos de la dirección hacia ellos, dado que también hacía guiones para Bruguera. En la obra El invierno del dibujante, de Paco Roca, aparece bajo el nombre de González, y es sorprendentemente el personaje que mejor parado queda de toda la editorial. En esos años ganó su primer premio literario con la obra Sombras viejas, pero la censura franquista prohibió su publicación por “roja y pornográfica”.

"El oficio de abogado no le gustaba. Defender a criminales era algo que le iba minando poco a poco, por lo que, casado y con hijos, decidió dejarlo todo y estudiar periodismo"

El oficio de abogado no le gustaba. Defender a criminales era algo que le iba minando poco a poco, por lo que, casado y con hijos, decidió dejarlo todo y estudiar periodismo. De nuevo, una decisión arriesgada. Fue entonces cuando su producción literaria se dispara creando novelas “de a duro” firmadas con seudónimos como el archiconocido Silver Kane. En esos años de locura consiguió aprobar periodismo, siendo uno de los primeros de su promoción a nivel estatal. Desde entonces trabajó en La Vanguardia, periódico que llegó a dirigir. De aquellos años contaba que se levantaba a las doce para ir a la redacción, al cerrar la edición a medianoche volvía a casa y escribía las novelas de Silver Kane hasta las 3 de la madrugada, pero de 3 a 6 se dedicaba a sus libros más personales. Decía, con ese sentido del humor que lo caracterizaba, que se consolaba pensando que era afortunado por ser el único español que se levantaba a las 12 de la mañana para ir a la oficina.

De Silver Kane guardaba buenos recuerdos. Tras la prohibición de publicar con su nombre, el seudónimo era lo único que le quedaba para poder contar sus historias. Si uno las observa por encima, puede pensar que eran historias del oeste sin fuste, pero ahí estaba toda la crítica social a la dictadura: los malos eran los terratenientes, los sheriffs se vendían al mejor postor y sólo los justicieros podían devolver el orden en ese mundo de caos. Solía destacar una de ellas. Trataba de un asesino que enviaban a matar a un tipo a su rancho. El mercenario vigilaba la casa, pero sólo veía a su esposa, nunca a su objetivo. Al final decidía hacer un acercamiento para descubrir que el hombre se había marchado a la guerra, dejando a su mujer e hijos al cuidado del rancho. El asesino acababa ayudando a la familia, realizando labores de vaquero, enfrentándose a bandidos y siendo una especie de marido sustituto. Al final de la historia, el esposo regresaba y el asesino, en lugar de matarlo, le saludaba con el sombrero y se marchaba cabalgando hacia el ocaso. “Eran novelas de consumo rápido”, decía, “pero ahí había una historia”.

La producción literaria bajo su verdadero nombre, lejos de seudónimos, comenzó con Los Napoleones, novela escrita en 1964 pero publicada en 1977. Desde entonces, nos regaló obras maravillosas y un personaje inolvidable: el inspector Méndez.

"Méndez es un policía dispuesto a usar los puños o tirar de revólver, pero al mismo tiempo piadoso con aquellos castigados por la vida, por los que siente una gran ternura"

Es imposible hablar de González Ledesma sin citar a Méndez. Apareció por primera vez en 1983 en Expediente Barcelona como un secundario, pero hacia el final del libro ya tomaba casi todo el protagonismo. Al año siguiente lo pudimos ver en todo su esplendor en el clásico Las calles de nuestros padres y se consagró definitivamente con Crónica sentimental en rojo, Premio Planeta de 1984.

Méndez es un policía dispuesto a usar los puños o tirar de revólver, pero al mismo tiempo piadoso con aquellos castigados por la vida, por los que siente una gran ternura. Ahí quedan las prostitutas del Barrio Chino, actual Raval de Barcelona, a las que trata como dignas madres de familia que hacen grandes sacrificios para sacar a sus hijos adelante. Méndez siempre camina con los bolsillos llenos de libros, conoce a la gente del barrio por su nombre, se muestra implacable cuando toca y suele ignorar a sus jefes. Protagonista de una decena de novelas y un libro de relatos, el personaje regresó en Llámame Méndez (Planeta, 2017), escrita por Victoria González Torralba, hija del autor original, quien ya le ayudó en sus últimas obras.

Lo conocí durante las jornadas de Mayo Negro en Alicante. Nunca le podré agradecer lo suficiente a Mariano Sánchez Soler el haberlo invitado. Leerle era (es) una maravilla, pero escucharle podía ser muy motivador para otro juntaletras. Ahora están de moda las charlas TED, pero parecen vacías ante la sabiduría acumulada de aquel hombre de gestos tranquilos y mirada serena. Tuve el honor de almorzar junto a él y su esposa al día siguiente, y os aseguro que en las distancias cortas se mostraba aún más cercano y perspicaz.

"Si comparamos el lanzamiento de Llámame Méndez con el nuevo Carvalho de Zanón, las diferencias en cuanto al trato recibido son abismales"

Hacia el final de su vida González Ledesma retomó los seudónimos de Enrique Moriel y de Silver Kane para escribir El candidato de Dios y La dama y el recuerdo, respectivamente. Tras sufrir un ictus, se despidió de Méndez con Peores maneras de morir y finalmente nos llegó la triste noticia de su fallecimiento el 2 de marzo de 2015. No sólo perdimos un autor impresionante, sino que se nos marchó un auténtico maestro de maestros.

En vida era el mejor, unánimemente reconocido tanto por críticos como por colegas de profesión. No sólo ganó el Planeta, sino también el RBA (que actualmente obtienen sólo escritores extranjeros), el Hammett o el Mystère. González Ledesma fue muy querido en Francia. En mi viaje de bodas a París encontré a la casera del apartamento que alquilamos leyendo la versión traducida de Cinco mujeres y media.

Los autores de Barcelona lo llamaban cariñosamente “el jefe de la banda”. En esa “banda” se englobaban los escritores de novela negra españoles y, curiosamente, me parece el mejor adjetivo para describirnos. Porque, tras los homenajes lógicos tras su muerte, González Ledesma ha desaparecido del mapa. No veo a nadie reivindicándolo, y cualquier iniciativa parece que queda en lo anecdótico. A destacar el premio del mismo nombre que otorga cada año Valencia Negra, más que necesario, o la exposición sobre los bolsilibros en la última BCNegra, iniciativas en pos de su recuerdo, pero no basta. No para mí. El hueco que dejó fue inmenso, imposible de ocultar, pero a muchos les bastó con mirar para otro lado. La obra de González Ledesma se va reeditando de tanto en cuando, siempre hay entusiastas que rescatan algún viejo libro de Silver Kane, pero sus memorias Historias de mis calles es inencontrable. Incluso si comparamos el lanzamiento de Llámame Méndez con el nuevo Carvalho de Zanón, las diferencias en cuanto al trato recibido son abismales.

"El cuarto aniversario de la muerte de un autor no es un número redondo, así que supongo que no habrá grandes firmas recordando a González Ledesma a día de hoy. Ojalá me equivoque"

¿Qué ha pasado? Hablamos de un autor que nos dejó hace sólo cuatro años y ahora parece desaparecido. ¿Tan desagradecidos somos? ¿Las obras maestras pierden su categoría cuando muere su autor? Imagino que hubo quien se dio prisa para ocupar ese hueco que dejó, o que alguien bajó el telón para que nadie más mirase en su dirección, o que para el mercado editorial esos libros ya estaban amortizados. No lo sé. Quizá es el ciclo normal de la vida de un escritor. De lo único que estoy seguro es de que hemos perdido a un referente y nadie parece darse cuenta.

El cuarto aniversario de la muerte de un autor no es un número redondo, así que supongo que no habrá grandes firmas recordando a González Ledesma a día de hoy. Ojalá me equivoque. Me encantaría comerme mis palabras, sería muy feliz de hacerlo. Pero si no ocurrió el año pasado, ni el anterior… supongo que seguirá la misma dinámica. En 2020 hará 5 años que nos dejó, y tal vez entonces sí haya más movimiento para recuperar su figura. Mientras tanto, el mejor homenaje que se le puede hacer es leer sus novelas, aquellas que tecleaba a la luz de la luna.

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