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Crónicas de Danvers (XVII): El Milford II

Crónicas de Danvers (XVII): El Milford II

Álvaro ha escapado de casa de su tía Mer: se había acercado en un descanso del despacho con unas moscovitas de Rialto, y se ha encontrado con que Nelly y Lito celebran sus veinticinco años al servicio de la casa; le ha abierto la puerta su propia tía, que pizpireta le ha contado que hay una merienda de filipinos “atrás”, en la cocina, con farolitos y de todo, y él ha reaccionado rápido, le ha dejado las moscovitas “para Nelly” y ha huido despavorido. La única tarde que ha conseguido salir del despacho a una hora decente. Lleva el portátil en la cartera, así que se deja caer en el Milford de camino a casa, entre divertido y enternecido con su tía, como siempre. Es un torrente de actividad y su matrimonio parece tan sereno, tan sólido… Mejor no pensar en eso, porque las comparaciones son odiosas. A veces se pregunta cómo habría sido su tía de joven, teniendo en cuenta que empezó a salir con su tío Alfonso a los diecisiete, igual que él con María.

Se sienta, mira a su alrededor y le suenan las caras; están el limpiabotas, las viejas glorias de amigos de su tío y los tres de siempre con pinta de periodistas: la morena, la rubia y el dandy, con sus inseparables bloodymarys, que Santiago les sirve siempre antes de que los pidan. No puede evitar sonreír cuando una segunda rubia se une al plan y a los bloodys entre carcajadas y abrazos que alteran brevemente a la tranquila concurrencia.

"Natalia sólo interrumpe para preguntar sobre alguno de sus antiguos amigos con los que Bárbara lleva cenando todo el verano"

Con una cerveza en la mesa enciende el ordenador y trata de no distraerse con asuntos que no le incumben, como la merienda filipina con tintes surrealistas, el pasado de su tía, o en qué momento se atrevió a dejarle una nota a aquella mujer a la que claramente no le interesaba nada. Sacude la cabeza y se concentra en sus papeles.

En la mesa de al lado, un grupo de señoras se marcha y cede al sitio a un par de amigas que se ponen al día. Bárbara parlotea sin parar de sus cenas non stop en Sotogrande este verano, y Álvaro, sin mirar, se pone los air pods para no tener que escuchar la cháchara incesante. Ella se gira condescendiente, y continúa. Natalia sólo interrumpe para preguntar sobre alguno de sus antiguos amigos con los que Bárbara lleva cenando todo el verano, y cuando por fin le toca el turno de palabra, dos godellos más tarde, tiene poco que contar. Los niños tienen sus planes, su ex está muy ausente, y ella ha pasado un verano muy tranquilo leyendo, estudiando y dándole vueltas a la idea de volver a Roma. No, no ha conocido a nadie. Un cretino que la dejó plantada aquí mismo y un señor que le dejó una nota con su teléfono, pero al que no piensa llamar. Por vergüenza, pudor o por lo que sea. Y no, no estaba mal.

—¿Cómo que no llamas? Ahora mismo grabas ese teléfono en el móvil, dime que no lo has tirado. A ver, apunta, … … … ¿Qué foto tiene en el perfil? Show me.

"Álvaro paga y se levanta. El móvil se ilumina, lo mira, y sin hacer caso pasa al lado de la mesa de las chicas"

Natalia, que ni había pensado en lo de la foto, lo busca, pero no hay nada, es un perfil vacío. Y tampoco tiene un nombre que buscar en redes sociales como dice Bárbara —que está entretenidísima con el tema—, porque no tiene ni idea del apellido del de la notita.

Álvaro pone el móvil en silencio, quiere enviar este e-mail y marcharse a casa, porque mañana empieza pronto en el despacho.

Bárbara, infantil, le quita el móvil a Natalia, y marca el número de la nota.

Álvaro paga y se levanta. El móvil se ilumina, lo mira, y sin hacer caso pasa al lado de la mesa de las chicas. Cuando está casi en la puerta, una nueva carcajada de los periodistas le llama la atención, los mira y ellos alzan sus bloodys en señal de reconocimiento. Sonríe divertido y sale a la calle.

Natalia recupera su móvil, abochornada, y muy molesta con Bárbara, mira por la ventana del Milford. Y de qué le suena ese hombre que acaba de salir y sube por Juan Bravo…

Ay. No.

No puede ser. Deja a Bárbara con la cuenta, un cuenco de anacardos a medias y un cuarto godello, y sale disparada detrás.

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