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Cuando nos jugábamos la vida

Cuando nos jugábamos la vida

“El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín: no puede cambiar de pasión”. Esta frase de El secreto de sus ojos (película de Juan José Campanella que adaptaba la novela homónima de Eduardo Sacheri) es citada casi todas las semanas para sobrellevar el último batacazo de nuestro equipo de fútbol. Y es citada, además, un par de veces al año, por gente como mi amigo Alfredo, alérgico al fútbol y adicto al cine y a la literatura por culpa de guionistas y escritores como Sacheri, de los que saben entretener y emocionar (la peli, recuerden, ganó el Oscar a la mejor película extranjera en 2010, en aquella época en la que solo competían pelis buenas).

Cuando Sacheri habla de pasión, habla también de lealtades. A tu equipo, a tus compañeros, a tus hijos… y a algún profesor. Por lealtad a una maestra extraordinaria, Federico arrastra a sus dos hijos adolescentes a un viaje larguísimo hacia el sur, un viaje lleno de obstáculos y perdido de inicio porque no hay manera de llegar a tiempo a un entierro. Por el camino, despistado, nostálgico y confuso, este padre separado irá recordando en qué momento conoció a esa profesora y cómo ella le ayudó a crecer, a atreverse, a romper, a liberarse, a ganar, a querer, a perder… A jugarse la vida, vaya, aunque solo fuera en un torneo escolar.

"Mientras sus hijos le escuchan sorprendidos y casi hipnotizados, Federico conduce y recuerda, y los niños descubren a su padre"

“Quién soy y quién quiero ser, qué quiero y con quién”. De eso va la adolescencia, de eso va casi todo. Así que, mientras sus hijos le escuchan sorprendidos y casi hipnotizados, Federico conduce y recuerda, y los niños descubren a su padre. Todo esto a lo largo de quinientas páginas que se hacen cortas y que se acaban deseando, ¡ya!, ver la película y leer una segunda parte, esa en la que (Sacheri, please) podamos asistir al reencuentro de Federico con Eugenia, el Sordo, Carucha… O de Federico, otra vez, con sus hijos. Porque —como muchos de nosotros— es un padre imperfecto, despistado y un poco avergonzado de sí mismo, a quien su profesora le enseñó que en la vida nunca se gana del todo, nunca se pierde del todo. Y es bueno que lo recuerde.

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Autor: Eduardo Sacheri. Título: El funcionamiento general del mundo. Editorial: Alfaguara. Venta: Todostuslibros 

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