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Cultura, ¿primera necesidad?

Cultura, ¿primera necesidad?

Alegoría de la Cultura Española, de Luis García Sampedro. (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando)

A principios del siglo XX, se desató una polémica ruidosa entre un ya reconocido Miguel de Unamuno y un intelectual incipiente llamado Ortega. El primero, ilustre rector de la universidad de Salamanca, había pronunciado la famosa frase «¡Que inventen ellos!», haciendo alusión al papel marginal que la ciencia había tenido a lo largo de la historia de España. A la carencia de visión científica en el país opone don Miguel la cultura literaria y artística, punta de lanza de la riqueza intelectual española. A esta provocación saltó el joven Ortega como un novillo. Se había criado filosóficamente en Alemania, y el hecho de que un prócer como Unamuno renegara de la ciencia a Ortega le parecía aberrante. El madrileño definió su actitud como una «desviación africanista del maestro y morabito salmantino». Tras varios dimes y diretes, Unamuno cerró la polémica argumentando que ciencia y cultura se complementan, y que tan bien está la ciencia alemana como la literatura española, tan aceptable es la metafísica germana como la mística hispánica. Y una frase maravillosa: «La literatura es la puerta de atrás de la sabiduría».

"En esta vieja y absurda rencilla entre ciencia y cultura, la primera gana por goleada en este siglo XXI que nos recibe pandémicos y encerrados"

En esta vieja y absurda rencilla entre ciencia y cultura, la primera gana por goleada en este siglo XXI que nos recibe pandémicos y encerrados. El motivo es evidente: la ciencia es rentable en términos económicos; la cultura no. Sé que me dirán que la cultura aportó al PIB un 3,2% en 2019, que da trabajo a un millón de personas, y que el turismo, motor económico del país, bebe en gran parte de la riqueza cultural que ofrece nuestro patrimonio. Pero estos datos son sólo árboles que ocultan el bosque: el sistema educativo obvia las humanidades porque no encajan en el engranaje productivo de esta sociedad mercantilista, los papás animan a sus hijos a ser médicos o ingenieros porque ahí está la pasta, y la masa ya adulta adopta términos como «titiritero» para despreciar a quien osa defender este pequeño cortijo, ése que un día flanqueó con fiereza Unamuno.

"La cultura se aísla. En contraposición, continúan al pie del cañón las reformas del Bernabéu, el chico que reparte pizzas para Uber y el proveedor de Marlboro"

La cultura se aísla. Lo ocurrido durante este confinamiento es el efecto práctico de lo que ya sugería eliminar cada vez más horas de enseñanza en disciplinas como historia, filosofía o latín. Las librerías, pese a no ser un negocio donde precisamente proliferen aglomeraciones, permanecen cerradas. Eso sí, abren las copisterías, las entidades bancarias y, casi, las peluquerías. Los cines y los teatros, pese a ser lugares donde podrían controlarse las distancias perfectamente, siguen trancados. En contraposición, continúan al pie del cañón las reformas del Bernabéu, el chico que reparte pizzas para Uber y el proveedor de Marlboro. Quiero dejar claro que no estoy diciendo que sea conveniente abrir librerías o cines, —varios amigos libreros se han pronunciado en contra de abrir sus negocios en este momento, por ejemplo—. Lo que digo es que, en la escala de necesidad, la sociedad ha decidido que negocios con un nivel de aglomeración similar, como una oficina de seguros o una papelería, son para ella más necesarios que el triste y decadente negocio de vender libros. El oxígeno lo insufló el ministro de Cultura con unas cuantas palabras funestas: «Primero la vida y luego la cultura». La nada hecha frase. Pienso de nuevo en Unamuno, en cómo asoció esa cultura literaria a la base del conocimiento, en cómo identificaba el humanismo con el motor del individuo. «Creo en el sustantivo concreto: el hombre», dice el propio Unamuno en el primer párrafo de su «sentimiento trágico», en clara alusión al humanismo que defendía. Mucho me temo que hace tiempo que hemos dejado de creer, don Miguel.

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