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De críticos y blogueros

De críticos y blogueros

Las nuevas tecnologías han traído cambios sustanciales en el equilibrio de poderes del proceloso mundo literario. Uno de ellos ha sido la pérdida de influencia, o eso dicen —tengo mis dudas—, de los prescriptores profesionales de la prensa especializada.

Hasta hace unos años, la ilusión de todo autor, sobre todo de los noveles, era sacar de la invisibilidad la novela recién nacida gracias a la crítica —siempre se espera buena— de algún gurú de la cultura patria. La de crítico literario era, además, una profesión respetada; también temida. Y profesional.  Estaba reservada a profesores, escritores, periodistas adscritos a suplementos culturales y eruditos en general.

Como digo, esto ha cambiado. Hoy en día existe un nuevo mundo de opinión, más variopinto y colorido, más democrático, incluso, gracias a la Red.

Hasta que no escribí mi primera novela nunca me pregunté cómo había llegado este o aquel libro a aparecer en  ese suplemento o columna. Daba por sentado que cualquiera podía enviar su libro y, si valía la pena, aparecía. Ya está. Me di cuenta de mi error cuando, tras varios ilusionados e ilusorios intentos, no conseguí que ningún medio se interesara en leerme. Ni mi «ganadería» era la adecuada ni tenía los contactos necesarios y, ante la avalancha de escritores —sospecho que ya somos casi tantos como lectores—, los agobiados columnistas se ven obligados a seleccionar aquellos títulos en los que tienen algún interés, ya sea por el propio libro, ya sea por algún compromiso editorial, ya sea por amistad con el autor. No hace mucho leía a Pérez-Reverte en Twitter afirmar que él solo recomienda libros de autores muertos, de muy amigos ―y no siempre― o de quien lo necesita. Esto último es difícil porque necesitarlo lo necesita un ejército.

"Han pasado los años y sigo intrigada por ese proceso de tría en las redacciones de los medios. Hay listas semanales de novedades sobre las que se podría hacer una tesis doctoral sobre los criterios de selección."

Recuerdo un artículo de hace muchos años (2011), de Winston Manrique (Babelia), donde hablaba con fervor de lo que él denominaba  Autores en penumbra. El artículo, poético y hermoso, me golpeó fuerte, por eso me acuerdo. Mencionaba un montón de nombres alabados por la crítica especializada  e incluso por el público, que no habían obtenido todo el reconocimiento que merecían. Por entonces yo seguía estampándome de pared en pared como un auto de choque para intentar que alguien en un medio especializado se leyera mi primera novela, o la sinopsis al menos, e hiciera alguna mención, reseña, crítica o comentario por breve que fuera. Por entonces había cambiado de editorial y albergaba esperanzas de que esa nueva andadura fuera menos árida y solitaria que la anterior. ¿Cómo podía quejarse nadie de no aparecer «lo suficiente», cuando la mayoría no aparecía absolutamente nada? Pensé entonces que hasta en la  penumbra, como Manrique lo llamaba, hay clases, y cada uno ve la situación con una perspectiva distinta en función del lugar que le haya tocado en la amplia sombra, sin darse cuenta de cuántos están en la oscuridad más absoluta.

Citaba nombres no muy conocidos algunos, sobradamente otros ―recuerdo a Aramburu, por ejemplo―, pero todos ellos publicados en editoriales de cierto prestigio, de esas que cuando envían una novedad a la redacción de un periódico o de un suplemento cultural  son tratadas ―no he escrito «leídas» a conciencia― con diligencia y de las que se publica sin dificultad una prolija reseña por parte de algún gurú para alabar sus virtudes ―no sin apuntar algún leve fallo, nada insoslayable, por aquello de que no parezca los Juegos Florales―. Eran autores que tenían asegurado su minuto de gloria y la incierta posibilidad de que la semilla plantada en esas páginas arraigue en los lectores. Y para mí, en aquel entonces, eso era equivalente a estar a plena luz, aunque el resultado no fuera tan brillante como deseaban.

Han pasado los años y sigo intrigada por ese proceso de tría en las redacciones de los medios. Hay listas semanales de novedades sobre las que se podría hacer una tesis doctoral sobre los criterios de selección y  también sobre lo que dicen de los libros seleccionados. Se ha creado incluso un nuevo deporte, el de destripador de listas de recomendación semanal, porque algunas dan para traducción simultánea y explicaciones al margen.

La figura del prescriptor literario sigue y seguirá vigente, pero se ha vuelto más heterogénea. Hoy en día, gracias a las nuevas tecnologías, este ecosistema ha cambiado. Tanto por la aparición de nuevas especies como por la adaptación de las existentes. Esta semana veía cómo en un conocido periódico de mi ciudad se acuñaba un nuevo término: «los recomendistas». No necesita de más explicación. El término limpia de polvo y canas el oficio, le resta rimbombancia y lo acerca al público, como un guiño en plan «yo te entiendo», a medio camino entre los críticos de toda la vida y los modernos blogueros.

"Al igual que entre los críticos de distintos grupos editoriales los dardos vuelan de unas columnas a otras, muchos blogueros se mueven en grupo, se forman bandos, filias, odios, apoyos, rencillas personales y categorías."

Porque estos últimos son en la actualidad los reyes de la pista. Internet ha abierto un amplísimo abanico de lectores con vocación de crítico literario que pueden poner ese foco, a veces de neón,  a veces de candil, a veces de led, en obras de todo tipo, y otorgar esas gotas de atención que todo libro y autor necesita para sobrevivir. Incluso los autopublicados, antaño proscritos, invisibles completamente a las páginas de cultura, tienen hoy su momento de gloria en los blogs. Aunque tampoco ese es un mundo tan receptivo y sencillo como puede parecer, ni mucho menos la panacea.

Al igual que entre los críticos de distintos grupos editoriales los dardos vuelan de unas columnas a otras, muchos blogueros se mueven en grupo, se forman bandos, filias, odios, apoyos, rencillas personales y categorías. Decía al principio que los críticos, aunque debería presumírseles independencia, con frecuencia funcionan según grupos editoriales. Los blogueros no tienen esa filiación, pero tampoco son asépticos. Nadie lo somos.

Algunos blogueros «viven» de los libros que les regalan las editoriales y, haciendo bueno el dicho, no muerden la mano que les da de leer. Otros opinan, caiga quien caiga.

Los hay que presumen y ejercen de independientes. Se compran lo que quieren leer y, si les gusta, se vuelcan con una generosidad y fe dignas de admiración. Si no les gusta, también puede distinguirse dos facciones: los blogueros constructivos ―caritativos, incluso― que intentan explicar de forma argumentada y sin acritud aquello que les ha defraudado; y los furibundos, que desollan con la piedad de un Bolton en Juego de Tronos ya sea la obra, los personajes y, si media algo personal, al autor. Porque con las redes sociales todos estamos interconectados y quién más, quién menos, ha podido conversar o pelear con el bloguero en cuestión. O ni siquiera directamente el autor: a veces basta con que un bloguero apoye a un escritor para que otro, enfrentado, decida cargárselo. Esa es otra diferencia con los críticos de antaño que, encerrados en su tarro de las esencias, solo permitían acercárseles a unos pocos privilegiados. En nuestros días, todos hablamos con todos en la plaza pública que es la Red, blogueros, editores, autores, lectores, aspirantes a escritor, curiosos, perturbados ―que disfrazados de lector buscan otras cosas―, e incluso, si hay suerte, escritores consagrados bajados desde el Parnaso de las letras para darse un baño de realidad y fervor.  Todo se vuelve más emocional, más cercano, más visceral. Y también más ruidoso.

"Yo he ido haciendo un inventario mental de esos comentarios, que, como en el día de la marmota, pueden leerse una y otra vez, da igual la novela, da igual el blog, da igual el autor."

Es mucho el trabajo de difusión de la lectura que hacen los blogueros. No solo son lectores ávidos, también se lo curran ―unos con más arte que otros― y dedican un tiempo tremendo a dejar sus impresiones sobre aquello que leen. Si tienes la suerte de que tu obra caiga en manos de uno de ellos pueden abrirse nuevas perspectivas de futuro para un autor poco conocido. Pero también se producen espejismos ante los que quien pone allí sus ilusiones debe estar prevenido. Cuando se publica una reseña en un blog son muchos los que acuden a comentarla y se genera movimiento, ruido, parece que aquello marcha y que la obra puede verse reforzada. Alaban la reseña y la obra, la leerán, la comprarán, la añaden a su lista de pendientes. Pero luego lees otra reseña del mismo libro o autor en otro blog y vuelves a leer los mismos comentarios por parte de los mismos ―que suelen ser también blogueros―, y te das cuenta de que hay una nube de, llamémosle, amigos de los libros, que tienen una serie de muletillas para, sin leer siquiera la reseña, comentarla. Como quienes presentan libros sin haberlos leído, que también los hay. Yo he ido haciendo un inventario mental de esos comentarios, que, como en el día de la marmota, pueden leerse una y otra vez, da igual la novela, da igual el blog, da igual el autor.

«Tiene buena pinta. Me lo anoto.»

«No conocía este autor, buena reseña»

«Había oído hablar de él. Muy interesante, pero creo que no es para mí.»

«Me apunto esta novela y este  autor para leerla en un futuro.»

«Me has intrigado, me la anoto».

«Hace tiempo que llevo en mente leerla, una más a la lista»

Hasta aquí, todo normal. Salvo cuando dos años después compruebas que los comentarios ―o sus variantes cercanas― se repiten con idénticos protagonistas ―obra, autor, comentarista―, como si el tiempo no pasara. Tuvo que explicármelo un bloguero. Entre ellos se hacen sorteos, concursos, retos, competiciones, y comentar en otros blogs da puntos. Así de simple. Pero él mismo me reconocía que casi nadie lee las reseñas. Me dio mucha pena, porque muchas son muy profesionales y bien armadas.

Booktubers, Fly Like a Butterfly

Booktubers, Fly Like a Butterfly

Y ahí estamos, en un bucle sin fin en el que parece que algo se mueve cuando siempre está en el mismo sitio.

Los últimos que se han abierto paso son los booktubers, una figura que con el tiempo estoy segura de que va a incrementar su protagonismo. Algunos ya son tan influyentes como para ser mencionados por los autores incluso en los agradecimientos de los libros, pero de estos hablaré otro día.

En cualquier caso, teniendo en cuenta lo poco que se lee en este país y la falta de acceso a medios de promoción tradicionales del autor medio, es muy de agradecer que quienes tienen esta afición dediquen su tiempo no solo a disfrutar de ella sino a compartirla con otros y poner su pequeño ―o gran― foco sobre los libros, los escriba quien los escriba.

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