De la escritura y sus consecuencias: El vuelo del hombre, de Benjamín G. Rosado

Con El vuelo del hombre, Benjamín G. Rosado (Ávila, 1985) parece prevenir al lector del poder que la literatura tiene sobre la realidad, así como la capacidad que el lector posee de cambiar el mundo con la “acción pasiva” —aparente contradicción— que conlleva sumergirse en un libro. Su misterio sobrevuela las casi cuatrocientas páginas de esta ópera prima que se ha alzado este 2025 con el prestigioso Premio Biblioteca Breve de Seix Barral. La valía de este trabajo queda demostrada en el perfecto engranaje que compone su mecanismo interior. O tal vez sea más adecuado describirlo como un palacio de espejos donde el lector ve multiplicarse una imagen en distintas variantes hasta conformar una barroca ciudadela habitada por personajes y situaciones insospechadas, cuando no sobrenaturales.

Hay un claro halo de realismo mágico renovado a través de sus mejores fuentes. En El vuelo del hombre no sólo encontramos las esencias más puras de Roberto Bolaño en la capacidad de hacer único lo aparentemente cotidiano, sino también las de Julio Cortázar en el tratamiento de temas como el amor —imposible no pensar en el París de Rayuela leyendo el noviazgo de Diego y Sara en Nueva York, confeccionando la ciudad a la medida de sus sentimientos—; también encontramos ecos del mejor Jorge Luis Borges en ese juego donde se funden los datos reales e inventados: el descubrimiento del gen FOXP2 y su relación con el desarrollo del lenguaje y el habla en los humanos, la epopeya del pionero de la aviación Alberto Santos Dumont, la historia de los hermanos Homer y Langley Collyer, los hitos de los hermanos e inventores Wilbur y Orville Wright, la servilleta ideada por Leonardo o la ópera La ciudad muerta, de Korngold, se entremezclan con la biografía como creador de Henry Strauss, las interesantes teorías evolutivas y del origen del lenguaje del profesor Néstor Castro, la excéntrica personalidad del millonario Richard Fulton, los planes del ambicioso editor Ernesto Vallvey o la saga familiar iniciada por Guido Driutti y concluida por Lucho Ortega. También puede apreciarse la estela del autor de Ficciones en la reescritura de lo existente —Pierre Menard, autor del Quijote—. Referencias que a buen seguro  conforman el universo personal del autor y con cuyos recursos juega, añadiéndolos junto con otros guiños culturales desde los que construye la trama y la enriquece.

Por supuesto, de esta fórmula de docere et delectare —con la que el público aprende mientras devora páginas— destacará sobre todo el segundo elemento, pues leer El vuelo del hombre supone sumergirse en una trama adictiva que no da tregua al lector, superando en cada capítulo a su imaginación en el desarrollo de la historia. A ello hay que añadir que la acción se encuentra descrita mediante un uso preciosista del lenguaje, dando valor a cada frase, línea y página. De la literatura se hace arte en contenido y continente, algo que no siempre se logra en ambas partes debido a la dificultad que conlleva. El narrador va guiando en su clásico oficio al lector para que éste no se pierda y, a la vez, juega a desorientarle poniendo a prueba su intelecto. Así, viajamos a Chile —Valparaíso—, pasando por Madrid y por los edificios neoyorquinos y espacios de Manhattan, para llegar hasta el municipio de Moon —Pensilvania— y finalmente a Mitú —Colombia—. Nos conduce en el vuelo la historia de un piloto, sí, pero también volamos literariamente a través de Rosado. El devenir del relato depende no solo del viaje físico sino también del interior de los personajes. Además, hay en la historia una relación entre el vuelo y la propia evolución del primer humano. Así se lo da a entender el citado profesor Castro a nuestro protagonista, el filólogo español Diego Marín, tras su encuentro en el cerro más alto de Valparaíso. La escritura como forma de investigación antropológica o histórica acaba igualmente derivando en creación ficticia cuando Marín publica la novela que le dará fama mundial y que cambiará para siempre su vida y la de otros.

Podríamos decir, por tanto, que la acción creadora de un escritor tendrá las consecuencias del aleteo de aquella mariposa referida por Edward Lorenz, creando un tornado en el otro extremo del mapa. Se iniciará entonces una auténtica odisea protagonizada por dicho creador, durante la cual será consciente de lo que ha desencadenado.

El vuelo del hombre es un relato apasionante, una mina de oro literaria en constante metamorfosis que nos demuestra que la literatura está más viva que nunca. Todavía el ser humano tiene mucho que contar y mucho de lo que sorprenderse.

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Autor: Benjamín G. Rosado. Título: El vuelo del hombre. Editorial: Seix Barral. Venta: Todostuslibros