La muerte amplía siempre su envergadura en los espacios laberínticos que ponen a prueba su eficacia. Disfruta resbalando en la piedra, alargando las sombras que opacan los muros de la ciudad, imponiendo extensión a los eriales que acumulan aislamiento y polvo en sus hectáreas. Es entonces cuando esta adquiere una dimensión insondable. Aunada en rostros, burocracia y accidentes que cuestionan las reglas de la causalidad. Firme en las muchas circunstancias que denigran la piedad y hacen del otro una mera realidad objetivable. La muerte, convertida en esa mano que ejecuta la voluntad terrenal, que se disfraza de contexto y análisis frente a la depravación, que desdice las reglas absolutas de cualquier divinidad, es el minotauro al que Teseo decide enfrentarse con inconsecuente voracidad.
Pero, a diferencia del héroe, la historia de Palestina subsiste gracias al sacrificio de quienes afrontan los dilemas del laberinto y la impasible avidez del minotauro, movidos solo por el deseo de sobrevivir. Son sus pasillos, sus carreteras cortadas, sus ciudades cementadas con caótico rigor, un escenario en el que la administración despliega tantísimos tentáculos. Los muchos deseos que porfían alrededor de los muros y puestos de control aspiran solo a la victoria que el destino concede a quienes solo pueden descender. Y aunque podríamos subjetivizar la violencia del minotauro del mismo modo en que Julio Cortázar desentrañó su fatal sufrimiento en un relato que lleva por título «La casa de Asterión», lo cierto es que el destino del protagonista de la crónica Un día en la vida de Abed Salama nos conduce al poema Laberinto, de Jorge Luis Borges:
No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.
Un día en la vida de Abed Salama es la desgarradora crónica, escrita por el periodista y escritor Nathan Thrall (Anagrama, 2024), y galardonada con el premio Pulitzer 2024 en la categoría de no ficción. Esta es la historia de Abed, un ciudadano palestino que, en febrero de 2012, ve truncada su vida con el accidente de un autobús escolar que trasladaba a un grupo de niños de excursión. El medio de las llamas, absorbidos todos por un océano de humo que agravó el anonimato de las víctimas, se condensó la historia de Palestina. El silencio, las insultantes pausas de control, la pasividad de quienes olían la carne, a solo un kilómetro de distancia, vertebran la obra del reportero norteamericano, para convertirla en un extraordinario ejemplo de pulcritud periodística y literatura.
Corresponsal en la zona, ya en su anterior ensayo El único lenguaje que entienden: forzando el compromiso en Israel y Palestina, Thrall analizó las múltiples aristas del conflicto y la especial relación entre el uso de la fuerza y las concesiones significativas que lo han agravado. Con esta nueva crónica, el periodista da un paso más, expandiendo su visión sociopolítica en un plano literario, no exento de personajes fascinantes, héroes abocados a la tragedia e historias que entremezclan el futuro de un pueblo y la malograda salud emocional de sus miembros. El elaborado fresco concebido por el autor es fiel a la mejor tradición periodística (En muchos pasajes, recuerda a la valiosa contención de las grandes obras de Ryszard Kapuściński); y leal con el dolor imponente de quienes aceptan la pérdida constante como un mal menor, como la inabordable imposición de la superioridad, como el motor que les permite subsistir un día más en el laberinto, aunque en él no haya ya secretos, aunque los muros externos de quién sabe qué ciudad agraven su vacío, aunque el minotauro haya delegado educadamente la ignominia en quienes callan ante el dolor y la imborrable negrura de sus víctimas.
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Autor: Nathan Thrall. Título: Un día en la vida de Abed Salama. Traducción: Antonio Ungar. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.
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