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Derecho a la pertenencia

Derecho a la pertenencia

Hay libros en los que basta asomarse a sus primeras líneas para intuir que están escritas desde el conocimiento íntimo de la realidad que nos narran. Este es el caso de Nadie salva a las rosas, una historia construida de acuerdo con los cánones de la novela negra y en la que su autor, Youssef El Maimouni, aprovecha todos los resortes del género para dibujar un retrato social en el que da voz, sin caer en la condescendencia ni el paternalismo, a quienes no suelen tenerla en una sociedad donde lacras como la transfobia o la xenofobia —ambas presentes en esta historia— son todavía demasiado frecuentes.

Narrada en tres partes y a tres voces —la de Yusuf, la de Marina y la del narrador omnisciente que se adentra en el pasado de Rihanna, la verdadera protagonista—, arranca con el asesinato cruel y despiadado de esta última, para el que tanto Yusuf como Marina buscarán una explicación que, por supuesto, solo lograremos hallar en un desenlace donde se nos permite sumar las piezas que se nos han ido ofreciendo a lo largo de la lectura.

"A pesar de los riesgos intrínsecos de construir una novela a varias voces, en las que no siempre es fácil ocultar la voz del autor tras cada una de ellas, resulta notable el esfuerzo por dotar de personalidad propia a la de Yusuf y a la de Marina"

Sin embargo, el verdadero interés de la novela no radica tanto en ese final ni en la investigación del crimen, sino en la construcción del triángulo de personajes que son el eje de la narración —Yusuf, Marina y Rihanna— y en el dibujo del mundo que los rodea, especialmente, el de los menores no acompañados con quienes trabaja Yusuf y que, a través de Rihanna, son el centro de esta historia. La experiencia de su autor como educador social encuentra el modo de ir incluyendo diferentes micronarraciones en la que conocemos otras vidas de jóvenes migrantes que, como ella, han tenido que solventar un sinfín de dificultades y que pelean, día a día, en una sociedad hipócrita y clasista en la que hasta el lenguaje («menas») los deshumaniza. Se va componiendo así un mosaico en el que podemos reconocer las contradicciones de un mundo desigual y lleno de fracturas, en este caso ubicado en una Barcelona que, en el fondo, podría ser cualquier otra ciudad de rasgos dimensiones similares.

A pesar de los riesgos intrínsecos de construir una novela a varias voces, en las que no siempre es fácil ocultar la voz del autor tras cada una de ellas, resulta notable el esfuerzo por dotar de personalidad propia a la de Yusuf y a la de Marina. El primero tiende a un monólogo introspectivo, con el que da rienda suelta a su crisis profesional como responsable de un casal y a las dudas y miedos que le provoca su reciente paternidad (la vida como reverso necesario e inevitable de la muerte). Marina, por su parte, nos adentra en una narración en segunda persona en la que Rihanna es su principal interlocutora. Quizá se echa en falta una mayor profundización en la relación entre Marina y Yusuf, que se resuelve de manera algo apresurada, pero —a cambio— el dibujo individual de cada uno de ellos se hace con un mimo que se agradece y que los aleja de los clichés esperables en el género policíaco.

"El relato busca no caer en maniqueísmos y, por el contrario, sí reivindica la importancia de dar voz a la alteridad, pero desde un lugar en el que esa voz no sea prestada, sino propia"

Entre las virtudes de Nadie salva a las rosas destacan su buen sentido del ritmo, su aguda mirada social y, sobre todo, la construcción de Rihanna, una mujer trans de origen marroquí a la que su autor se acerca con cuidado y cariño, ofreciéndole el espacio que no tuvo en la vida que habría merecido tener y presentando con crudeza los obstáculos a los que tuvo que enfrentarse en cada etapa. La homotransfobia está, por desgracia, tan presente en su biografía como la explotación sexual y la violencia machista a las que se ve arrastrada desde su primera adolescencia en una lucha para la que cuenta con alianzas como la de Yusuf o Marina, esenciales en dos momentos muy concretos de su vida. La mirada del autor no rehúye ni la violencia que sufre cuando logra llegar a España, ni tampoco el rechazo que vive en su entorno familiar:

«Para su padre suponía una vergüenza. Un shaitán. Un desperdicio humano que no descendía de Dios sino de los malignos que optaron por vivir en eterno pecado».

Camuflándose en la voz de sus narradores, Youssef El Maimouni también nos ofrece numerosas pinceladas y digresiones, a veces más cercanas a la crónica periodística que a la novela policíaca, pero no disuenan en un libro que no camufla su interés por viajar a través de una vida, la de Rihanna, para convertirlo en símbolo de tantas otras. El relato busca no caer en maniqueísmos —ninguno de los dos mundos acoge a Rihanna, del mismo modo que ella no logra ser parte de ninguno de ellos— y, por el contrario, sí reivindica la importancia de dar voz a la alteridad, pero desde un lugar en el que esa voz no sea prestada, sino propia, preocupación que se hace explícita a través de Marina en su viaje a Marruecos:

«De repente, la ropa que llevo me resulta ofensiva, obscena. Soy una intrusa, una impostora».

"De esa pertenencia o, más bien, del derecho a alcanzarla, habla también esta novela. De que nuestros nombres nos pertenecen. Como nuestra identidad de género"

Ese es, seguramente, uno de los puntos fuertes de esta novela: la sensación de que su autor no es, en ningún caso, un impostor, sino alguien con la experiencia y la sensibilidad social necesaria para contar con verdad y acierto una historia dura, a ratos truculenta —el género obliga—, pero donde se buscan resortes sociales que expliquen esos giros, de modo que la resolución no dependa tanto del quién —que también lo hay— sino de los porqués, en los que el número de responsables resulta mucho más abultado. Y aunque las escenas más duras sean los pasajes sobre los que gira la trama policíaca, sobresalen los momentos aparentemente pequeños donde Yusuf reflexiona, a veces con amargura y otras con ironía, sobre su nueva situación personal, sobre su desencanto profesional —cómo salvar a los jóvenes con quienes trabaja de las garras de un sistema que aplasta tanto sus esfuerzos como su expectativas— o sobre situaciones de esas que se denominan «microrracistas» y en las que el prefijo solo sirve para expresar eufemísticamente lo lejos que estamos de una sociedad realmente plural, diversa e inclusiva:

«Yusuf, Youssef, Youssefy, Youcef, Yusef, Youseff, Yosef, Yosuef, Josef, Jusef, José, Josep, Joseph… Mi nombre no me pertenece, me bautizan a diario sin yo pedirlo».

De esa pertenencia o, más bien, del derecho a alcanzarla, habla también esta novela. De que nuestros nombres nos pertenecen. Como nuestra identidad de género. Como nuestro presente. Como nuestro lugar en el mundo. O como el camino que queramos recorrer aunque ni siquiera tengamos claro el destino al que queramos llegar. Pertenencias que deberían ser sencillas y universales y que, sin embargo, encuentran tantas barreras como las que alejan a Rihanna —y a los jóvenes del casal de Yusuf— del final feliz que nos gustaría que hubiera tenido.

Solo nos queda esperar que Yusuf no se rinda. Que Marina no olvide. Y que cuando cerremos este libro pensemos en todas las vidas que están esperando a que seamos capaces de mirar, de empatizar y, sobre todo, de escuchar. Porque dar voz no es robarles el discurso, sino escuchar su voz. Y aprender de ella.

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Autor: Youssef El Maimouni. Título: Nadie salva a las rosas. Editorial: Roca. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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