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Dos cabalgan juntos (XXIV)

Secretos propios y ajenos. Vivir y morir en el secreto… En esta nueva entrega los escritores Pérez Zúñiga y García Ortega cumplen dos años de colaboración y continúan su marcha, como Stewart y Widmark en el filme de John Ford, cabalgando juntos en pos de un único destino: la literatura.

Ernesto Pérez Zúñiga, El secreto

El secreto está a la vista de todos pero nadie lo ve.

Al oído de todos, pero pocos lo escuchan.

En el sabor del té y de las cerezas, aunque lo paladeamos con prisa.

En el hecho de tocar y ser tocados.

En el olfato dirigido al viento. Porque, aunque nadie lo huele, muchos se lo huelen. Pero con esa intuición basta.

Del secreto están hechas las aguas del Leteo.

Fue necesario así, desde el principio.

En el Leteo íbamos a beber el secreto antes de desembarcar en el puerto de la carne. Para qué vivir si el secreto ya había sido desvelado. Qué podríamos aprender si el secreto no nos rodeara por todas partes, en cada brizna de hierba, en capa partícula de polvo, en la tela de nuestros zapatos, en el iris del ser amado que no podemos dejar de contemplar.

"El secreto está en boca de los astrónomos que afirman que solo conocemos el cinco por ciento del universo, y que el resto es una materia oscura"

El secreto nos constituye por completo y nos rehúye también por completo. Desvelarlo nos lleva y nos llevará todas las generaciones humanas.

El secreto nos atraviesa con los neutrinos que viajan por el universo y, después de visitar nuestros órganos y funciones, prosiguen su trayectoria interestelar.

El secreto está en boca de los astrónomos que afirman que solo conocemos el cinco por ciento del universo, y que el resto es una materia oscura y una energía oscura que interpenetran la arquitectura del infinito.

Pero podemos vivir con ello. Vamos al trabajo con el secreto a cuestas, en alguna parte. Ejercemos nuestro derecho al voto gracias al secreto. Accionamos manivelas con total libertad. Gracias a la libertad que el secreto otorga. Manifestamos que la vida nos pertenece gracias al secreto, aunque el secreto sabe que la vida no nos pertenece al cien por cien, más bien pertenece al secreto mismo. Así señalamos lo que nos parece políticamente correcto y también que estamos hartos de lo políticamente correcto, puesto que el secreto no nos ha puesto aquí para arrastrar grilletes, sino para liberarnos de ellos uno por uno.

Oír estallar grilletes uno por uno es uno de los secretos mejor guardados que forman parte del secreto nutriente.

Hay multitudes dentro del secreto.

Muchedumbres ciegas se encaminan al Capitolio mientras otras abrimos los ojos como platos para comprenderlas desde nuestra pantallas.

El secreto es vertical, horizontal y diagonal.

"El secreto se comprime en nuestro tubo digestivo"

Constituye las almohadillas de los gatos y las uñas de mi perra que me ha arañado en la media noche cuando pedía ayuda para subir a la cama. El secreto forma parte de la caligrafía de sangre seca que me he encontrado en la mañana, al despertar, escrita sobre el brazo.

Se ondula en los cardúmenes de sardinas que celebran la trasparencia del mar, al amanecer, destellando con sus lomos de plata.

El secreto se comprime en nuestro tubo digestivo, que clasifica y distribuye las esencias de esas mismas sardinas que se concentran en cardúmenes de glóbulos rojos, que celebran la corriente de la sangre.

Nacemos en el secreto.

Vivimos en el secreto.

Morimos en el secreto.

Es un secreto a voces.

Y, sin embargo, un secreto hecho de silencio. Pactado como silencio, mejor dicho o quizás.

Damos vueltas alrededor de él, pero el secreto nos da mil vueltas.

Se lee en todos los libros: tanto en El origen de las especies como en los sellos del Apocalipsis.

Los alfabetos son las formas que adopta el secreto por el gusto de expresarse. Los idiomas son las esporas del secreto. El lenguaje es el velo del secreto. La poesía, el telescopio del secreto.

El secreto nos espera y nos hace andar.

El secreto que tú eres, Adolfo García Ortega

Probablemente no seamos conscientes de lo abrumadora que es la presencia de los secretos en nuestras vidas. Secretos de todo tipo, minúsculos o mayúsculos, honrosos o vergonzantes, justificados o ridículos, propios o ajenos, cómicos o trágicos, lamentables o admirables.

Secretos íntimos, que se vuelven un poco menos íntimos cuando pasan a un estrecho círculo.

Secretos ajenos, que nos llegan por la indiscreción de un estrecho círculo de otra persona.

Secretos que nos avergüenzan y que siempre tememos que salgan a la luz.

Secretos privados de acciones encomiables que dejamos en la sombra por modestia o grandeza personal.

Secretos a voces, que tan solo creen a salvo quienes tontamente los han referido a sus allegados y estos, movidos por el impulso de la revelación, los cacarean con murmullo de exclusividad al oído de un vocero mayor.

Secretos dolorosos, aquellos que han modificado vidas, fortunas, familias, que han causado suicidios, frustraciones, malentendidos.

"Lo apasionante de los secretos es revelarlos"

Secretos criminales, que vuelven cómplices a quienes se les revela su delito, o permanecen encerrados en la mente del criminal durante años, tal vez toda su vida, sin que afloren a la sociedad, y cuyo destino póstumo, tarde o temprano, causa estupor.

Secretos de Estado, aquellos que se ocultan a los ciudadanos para mantener el equilibrio del statu quo de la política, de las guerras, de los intereses nacionales y de la razón jurídica superior.

Secretos de estratagemas, de contextos falsos, de mentiras con causa, de servicio a la nación, de información privilegiada, preferencial, ventajista, secretos, en fin, de espionaje, que es el más sublime y ansiado sentido de los secretos: tener, en suma, el conocimiento de lo que el otro posee, bien ocultándolo, bien faroleando de que se posee sin poseerlo. El secreto del espía es la más alta representación del juego de la mentira valorada como verdad. Precisamente esto es lo que une al escritor y al espía: ambos son administradores del secreto.

Secretos, por último, que han de permanecer siempre secretos, salvo que haya una razón poderosa para que dejen de serlo.

Lo apasionante de los secretos es revelarlos. No sé qué mecanismo combinatorio entre la vanidad, el poder y la traición mueve a las personas a verse expuestas a la irrefrenable pulsión de contarlos. De contarlos a quien sea, en realidad, el caso es sacárnoslos de la caja fuerte que somos nosotros para el dueño del secreto. ¿No nos ha ocurrido que, en lugares totalmente ajenos, una cena en casa de amigos, por ejemplo, alguien capta la atención del resto contando, de manera misteriosa, determinado secreto que esa persona sabe, incluso del que es depositaria, pero a cuyos protagonistas no conocemos y, por tanto, la revelación no va a causar en nosotros más que algo de envidia, de rechazo, de asombro o de piedad, según sea la naturaleza del secreto?

"La complicidad del secreto ennoblece, siempre y cuando no suponga la ocultación de algo ominoso"

Ese doble juego, excitante, de contar un secreto y de escucharlo, tiene el preciado valor de la posesión. Poseemos algo único de otra persona -podríamos hasta chantajearla en nuestro beneficio, de querer hacerlo-, y, a su vez, ese algo único nos suministra la sustancia de la que están hechos los cuentos, que es el placer de narrarlos. ¿No son, acaso, todos los cuentos, todas las novelas, revelaciones de un secreto, de una sorpresa? ¿No parten los cuentos de algo que el lector o el espectador desconocen y que solo vale la pena conocer por ser extremadamente insólito, inusual, privado o, en fin, propio de una vida que no es la nuestra?

La complicidad del secreto ennoblece, siempre y cuando no suponga la ocultación de algo ominoso, en cuyo caso la complicidad del poseedor del secreto se torna una carga pesada de la que es difícil liberarse. Guardar el secreto no es nada sencillo. Hay que luchar contra la propia inconsciencia, contra la propia traición. No hay mayor fracaso que el de quien, por error, revela un secreto que le fue confiado, como no hay mayor virtud que revelar voluntariamente un secreto vil, y entonces el traidor pasa a ser un héroe. Por eso, avisado lector o no menos avisada lectora, si te confían un secreto, córtate la lengua. Y si tienes en ti un secreto inconfesable (¿no lo son todos, a priori?), entiérralo en el olvido y jamás, jamás, lo cuentes. Eso sí: sé tú mismo un secreto y házselo creer a todo el mundo. Oculta tu vida y serás un foco irresistible de atracción.

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