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El asesino que hay en nosotros

El asesino que hay en nosotros

A principios de siglo, el psiquiatra forense de la Universidad de Columbia Michael Stone elaboró La escala de la maldad. Un sistema, que basándose en marcadores como la depravación del crimen, los métodos de selección de las víctimas, la escenificación del asesinato, las motivaciones o la tortura previa que sufrió la víctima, trata de establecer cuánto de asesino es una persona. Realizó entrevistas a criminales con el fin de analizar factores físicos, neurológicos, genéticos y sociales para explicar qué impulsa a una persona a terminar con la vida de otra (o de un montón), y establecer 22 niveles de maldad, divididos a su vez en tres grupos.

Del nivel 1 al 8 se trata de asesinos impulsivos responsables de un único acto criminal en un momento de rabia, del 9 al 15 se encuentran los asesinos con algunos rasgos psicopáticos o psicóticos, y del 16 al 22 aparecen los psicópatas puros.

"Pertenecer al sexo masculino multiplica la posibilidad de convertirse en homicida"

Podríamos aventurarnos a encajar, por ejemplo, que el médico forense que, presuntamente, asesinó al periodista Jamal Khashoggi en la embajada de Arabia Saudí estaría dentro del tercer grupo de la escala. Y probablemente, lo de poner música bonita para cortar en trozos a su víctima, aún con vida, le coloca muy cerca de la veintena en esta “escala de la maldad”.

En esta línea, Jim Fallon, neurólogo y profesor en la Universidad de California, estudió 70 cerebros de asesinos para buscar la casuística de sus dueños. De todos, el factor fundamental que descubrió es el de la exposición a la violencia desde una edad temprana. Un individuo que presencia un suceso violento, o esta relacionado con él, puede encontrar ahí el interruptor que le convierta en un homicida. Además, junto a este hecho, el pertenecer al sexo masculino multiplica la posibilidad de convertirse en homicida. Esto se explica porque el hombre tiene el gen MAOA, también llamado «gen de la violencia», bien sujeto a los dos cromosomas X, que es el cromosoma en el que habita el instinto criminal.

Aun así, todos estamos convencidos de que no seríamos capaces de matar ni a una mosca. Que asesinar es algo lejano a nuestra forma de vida, algo de dictadores y militares del desierto o de la jungla, o, excepcionalmente, si estamos fatal de la cabeza y nos domina una pulsión asesina insuperable, de seres primitivos que solucionan sus diferencias con sangre.

"Cuanto más lejanas están las personas de nuestra afectividad es mucho más fácil asumir el asesinato"

Pero no es cierto. Cuanto más lejanas están las personas de nuestra afectividad es mucho más fácil asumir el asesinato. Imagínese por ejemplo, querido lector, que tiene una caja con un gran botón rojo y que al apretarlo, un multimillonario de Bangladesh explotador de niños y niñas en una fábrica de ropa para marcas caras moriría sin que nadie sepa cómo. ¿Cuántos apretaríamos el botón?

El autor de cómics Antonio Altarriba (Zaragoza, 1952) señala que “El asesinato está en nuestras vidas: los occidentales con una guerra maquillada, con drones e imágenes de videojuego. Los islamistas, con primeros planos de decapitaciones, exhibiéndose. Y con la crisis, no solo con los desahuciados que se suicidan sino con asesinatos profesionales, cuando te dicen que te reinventes, anulando tu vocación y tus deseos, según las necesidades del mercado”.

"Podríamos asegurar que el de Altarriba se une a esos asesinos de ficción con una buena historia detrás, como el Patrick Bateman de American Psycho"

Bajo esta filosofía del asesinato como cotidianidad, Altarriba crea al personaje de Enrique Rodríguez en su libro Yo, Asesino, un maduro profesor de Historia del Arte que trabaja en una universidad vasca. Mientras su entorno discute sobre el terrorismo de ETA, él considera que matar no tiene por qué ser algo deleznable. Pero no con tiros en la nuca o bombas lapa, sino con sensibilidad artística, como un poeta del bisturí y la amputación. “Se apuñala, se envenena, se decapita… A traición o por decreto… A los extraños y a los de la propia estirpe… Todo para despertar el camino hacia el trono… Es lo que yo llamo la Vía Macbeth”, reflexiona el protagonista, que asegura que “el poder es siempre asesino… Se mata para conquistarlo y también para conservarlo”. Yo, Asesino es un cómic tremendo, en el que Altarriba trabaja de nuevo junto al dibujante Keko (Madrid, 1963) en una obra que arremete contra el mundo del arte contemporáneo y de la universidad.

Podríamos asegurar que el de Altarriba se une a esos asesinos de ficción con una buena historia detrás, como el Patrick Bateman de American Psycho escrito por Bret Easton Ellis, el Norman Bates de Psicosis escrito por Robert Bloch, o el famoso Hannibal Lecter de El silencio de los corderos escrito por Thomas Harris… y aun así, antes de todos estos mitos del destripe, estaba Lou Ford, de El asesino dentro de mí, de Jim Thompson.

Es tan mítico que la editorial Planeta Cómic ha publicado la adaptación gráfica en una edición cuidada hasta el más mínimo detalle con dibujos Vic Malhotra (Canadá), y el guión de Devin Faraci (EEUU). El asesino dentro de mí cuenta la historia de Lou Ford, un ayudante del sheriff de Central City, una localidad petrolera al oeste de Texas. Todos piensan (cómo no) que Lou es un hombre sencillo y algo bobo, pero en realidad es otra persona, alguien muy perturbado al que un suceso sin importancia aparente desencadenará al monstruo que lleva dentro. Lou siente alivio cuando lo libera, cuando deja volar la feroz y sangrienta violencia criminal que le hace sentirse pleno, vivo.

"El asesino dentro de mí es una historia narrada en primera persona desde el punto de vista del asesino, como ya lo había hecho casi treinta años antes Agatha Christie en El asesinato de Roger Ackroyd"

El asesino dentro de mí es una historia narrada en primera persona desde el punto de vista del asesino, como ya lo había hecho casi treinta años antes Agatha Christie en El asesinato de Roger Ackroyd, o  James M. Cain en Perdición, adaptada al cine por Billy Wilder. Pero el interés de la historia en esta obra es otro. Es establecer la descripción del pensamiento del psicópata y la lógica interna de sus actos, y que el lector comprenda por qué hace lo que hace y, de esta forma, se sienta identificado con sus actos aberrantes. Además, y esto es maravilloso, acercarnos la idea de que esa lógica del asesino es la que impera en la mente colectiva de la sociedad y hace que Lou se sienta cómodo en una sociedad que le pone en bandeja de plata que siga matando.

Si bien Jim Fallon, el neurólogo y profesor en la Universidad de California, asegura que ser hombre es una condición importante del asesino sanguinario, en la historia del destripe las mujeres con ganas de sangre también han sabido brillar con fuerza en el Olimpo de las chungas.

Enriqueta Martí, a la que el pueblo de Barcelona bautizó como la Vampira del Carrer Ponent o la Vampira de Barcelona, secuestraba, prostituía y asesinaba a niños para extraerles la sangre, las grasas y el tuétano de los huesos y elaborar pócimas que sus clientes de la burguesía de principios del siglo XX consideraban mágicas. Es cierto que es un personaje real, pero la imaginería del pueblo ha puesto a Enriqueta a disposición de la fantasía del monstruo para adornarla como un ser sobrenatural.

Con guión de Miguel Ángel Parra (Barcelona, 1978)  e Iván Ledesma (Barcelona, 1977), y los lápices de Jandro González (Valencia, 1985), profundizan en el personaje en La Vampira de Barcelona, publicada por Norma. El cómic huye de la ficción, de las historias de terror de vampiros y de las leyendas negras sobre el personaje. Los guionistas han buscado en la documentación de la época para acercarse lo más posible a la realidad.

"Pero lo que tiene de especial esta historia es cómo nos pone el espejo delante. Esa burguesía que ansiaba belleza como nosotros la ansiamos con zapatillas y ropa nueva, barata, cosida en tierras lejanas"

El relato comienza con el secuestro de la niña Teresa Guitart en febrero de 1912, y cómo una vecina de Enriqueta Martí, que vio a la niña trasquilada por el ventanuco del sótano de su edificio, dio la voz de alarma para que la detuviesen como secuestradora. Aparecen entonces centenares de pruebas incriminatorias por la desaparición de más pequeños, e indicios de que la alta sociedad barcelonesa de principios de siglo estaba en el ajo. Es entonces cuando el juez Fernando de Prat, que se encarga del caso, empieza a sorprenderse por la cantidad de obstáculos que surgen en la investigación, y cómo los encargados de la investigación van sufriendo desgracias o se apartan de ella en extrañas circunstancias. «Lo que hemos hecho es un retrato en cómic de la noticia de la época, y no entramos a decir si fue verdad o mentira, pero es evidente que alguna cosa extraña había detrás”, asegura el autor.

Este cómic es fascinante porque muestra cómo, si bien es Enriqueta la que apretaba el gaznate de los pequeños, los apoyos le llegaban de esa alta sociedad intocable que buscaba el privilegio de la belleza a través de la grasa y el tuétano triturado de los niños y niñas con los que la Vampira de Barcelona fabricaba sus cremas.

Asesinos sin conciencia de serlo.

Pero lo que tiene de especial esta historia es cómo nos pone el espejo delante. Esa burguesía que ansiaba belleza como nosotros la ansiamos con zapatillas y ropa nueva, barata, cosida en tierras lejanas donde los derechos humanos brillan por su ausencia, donde el salario mínimo es un insulto a la supervivencia, donde el trabajo infantil no es perseguido y donde se hacen recortes en seguridad para abaratar la producción.

De hecho, tenemos siempre esa caja con el enorme botón rojo en nuestras manos y la apretamos una y otra vez, pero no precisamente para acabar con el explotador.

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