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El blues de los agujeros negros

El blues de los agujeros negros

Al igual que cualquier persona, los científicos no son ajenos al espíritu del tiempo en el que viven. Y una de las características de la presente época —que no creo que desaparezca en el futuro— es el protagonismo de los individuos. Auxiliado por las facilidades que proporcionan los medios tecnológicos, cualquiera puede ahora convertirse en centro emisor de noticias, en transmisor de cómo interpreta lo que sucede, independientemente de sus conocimientos de la historia. Las redes sociales son hoy el tribunal que juzga y describe el mundo.

Es el reino de la inmediatez, la era de la individualidad. Así entienden muchos actualmente lo que es “democracia”, que alían con el denominado posmodernismo (“mi verdad es tan buena como la tuya”, le puede decir el alumno —nótese el tuteo; hablo por experiencia— al profesor, no importa que los hechos no se ajusten a su interpretación), una ideología que pasa por ser filosofía. Lo que fue “trascendente”, y lo que acaso lo sea, no ha desaparecido, pero parece que su importancia es menor si no cede una gran parte de su protagonismo al individuo; no importa que las buenas y fructíferas ideas queden y las personas desaparezcamos.

"Tratan estas obras de dos episodios recientes de gran transcendencia en el estudio del Universo: la detección de ondas (radiación) gravitacionales"

A pesar de que se dedican a buscar lo trascendente, los científicos participan de semejante ethos, como bien muestran dos libros recientemente publicados: El blues de los agujeros y otras melodías del espacio exterior (Capitán Swing), de la cosmóloga estadunidense Janna Levin, y La luz en la oscuridad: Los agujeros negros, el universo y nosotros (Debate), del radioastrónomo alemán Heino Falcke, con la colaboración de Jörg Römer.

Tratan estas obras de dos episodios recientes de gran transcendencia en el estudio del Universo: la detección de ondas (radiación) gravitacionales en el observatorio LIGO, el de Levin, y el segundo de cómo se obtuvo la primera imagen de un agujero negro —una colaboración internacional dentro de proyecto denominado Event Horizon Telescope (EHT; “Telescopio de Horizonte de Sucesos”; este “horizonte” marca la frontera de un agujero negro, a partir de la cual nada puede escapar—, uno de cuyos principales responsables fue precisamente Falcke. En estas mismas páginas he destacado la importancia de ambos resultados, especialmente la detección de ondas gravitacionales, que ha abierto una nueva ventana a la observación del cosmos, comparable a lo que significó la radioastronomía a partir de la década de 1950 (luego llegaron astronomías que estudiaban otros rangos del espectro electromagnético: infrarrojo, microondas…).

Desde la observación inicial en 2015, anunciada en 2016, de la radiación gravitacional procedente de la fusión de dos agujeros negros, esta astronomía ha continuado detectando nuevas señales. Lo mismo sucede con el Event Horizon Telescope: en marzo de este año se presentó la imagen que se había obtenido (“compuesto” es más correcto decir) del mismo agujero negro supermasivo que se “fotografió” en 2019 (está situado en el corazón de la galaxia M87, alejada de nosotros 55 millones de años-luz); la novedad con respecto a la imagen divulgada en abril de 2019 es que en esta se observa que las ondas luminosas que emite el material que rodea el agujero negro tienen características que revelan la existencia de campos magnéticos, que, se piensa, pueden desempeñar un papel crucial en los chorros de plasma que se lanza al espacio desde esa zona. Y se espera que pronto se obtenga la imagen del agujero negro situado en el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, que aunque está muchísimo más cercano a nosotros que el de la M87 su visión está obstaculizada por todos los materiales y entidades astronómicas que nos separan del centro.

"Siempre es difícil encontrar un equilibro justo entre lo contingente —en este caso las personas— y lo trascendente, lo que permanecerá"

Estos dos libros explican cómo nacieron y se desarrollaron hasta su éxito final LIGO y EHT, pero el protagonismo, los detalles, pertenecen a los protagonistas, y son numerosos. Al leerlos conocemos sus personalidades, si congeniaban o no entre sí, las dificultades que encontraron, los viajes que realizaron… toda una pléyade de individuos, escenarios y situaciones. El fresco que se obtiene de esta manera hace justicia a los responsables de las investigaciones, y muestra cómo algunos proyectos científicos tardan décadas en poder concretarse (es el caso, especialmente, de LIGO). Permite, en definitiva, a los lectores hacerse una idea más cabal de lo que significa la práctica de la ciencia, especialmente la de los grandes proyectos científicos, la denominada Big Science (Levin necesita cinco apretadas páginas para dar los nombres de quienes participaron en LIGO y en el similar detector europeo, VIRGO).

Es cierto que al mismo tiempo se presenta la ciencia que subyace en esas investigaciones y lo que se busca, pero no infrecuentemente —especialmente en el caso del libro de Falcke— el lector general puede perderse con tantos detalles. Siempre es difícil encontrar un equilibro justo entre lo contingente —en este caso las personas— y lo trascendente, lo que permanecerá, pero para Falcke la receta está clara: “Una imagen científica no tiene ningún valor sin su historia, y nuestra imagen tan solo sería una mancha oscura sin la historia que tiene detrás”. No puedo disentir más. Recordamos con agradecimiento a Euclides, Descartes, Newton, Lavoisier, Darwin, Maxwell, Gauss, Pasteur, Einstein, Heisenberg y a tantos otros; nos interesan sus vidas, pero nada es comparable con los legados científicos que nos dejaron, que continuarán siendo celebrados cuando el recuerdo de sus biografías se haya desvanecido, porque más tarde o más temprano se desvanecerá.

Llevado al extremo, nuestra ciencia también desaparecerá al hacerlo la Tierra, pero no lo que expresa: las leyes que rigen el comportamiento de todo lo que existe en el Universo. Es apropiado en este sentido que termine citando las frases con las que Janna Levin finaliza su libro: “Nuestra estrella morirá. La Vía Láctea se fusionará con Andrómeda. Con el tiempo, todo testimonio de este descubrimiento, junto con lo que aún quede de nuestro sistema solar, caerá en agujeros negros, como el resto del cosmos entero. El espacio en expansión acabará quedándose en silencio y, hacia el fin de los tiempos, todos los agujeros negros se evaporarán en el olvido”. Igual que sucederá, mucho antes, con todos nosotros.

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Artículo publicado en El Cultural.

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