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El Café Varela se viste de gala

El Café Varela se viste de gala

El periodista y poeta Antonio Lucas recibió la pasada semana uno de los galardones más entrañables de las letras españolas: el Premio Café Varela.

“A Madrid no se le puede decir que no”, reconoce Melquíades, artífice del Café Varela. Y lo dice con la resignación fascinada del que no termina de entender los misterios de la alquimia de la seducción. Se encoge de hombros el gran Melquíades y sentencia: “Es que Madrid es la mejor ciudad del mundo”. El público que llenaba el salón, variopinto y numeroso, procedente de cualquiera de los innumerables rincones de este país singular, aplaudía entusiasmado pareciendo entender el sentido acogedor, universal de aquellas palabras, o a lo mejor aplaudía porque en este Café Varela que es la casa de Melquíades hay que aplaudir constantemente a su generosidad de mesa abundante, conversación inteligente y grandeza de anfitrión grecorromano.

Y es que a estas alturas de nuestra historia en que el Café Gijón es un museo, el Comercial ya no recuerda los pasos de Galdós y los demás se han ido transformado en confortables Starbucks wifi free, el Café Varela se alza como último reducto de los huérfanos y los inmortales; por eso lo que no es varelable no es periodismo. Ni literatura. Si Solana viviese pintaría el Café Varela con Melquíades en el centro y los escritores aspirantes a la eternidad a su alrededor, porque, ¿qué sería del talento creador, las conspiraciones políticas, las tramas novelescas, los sonetos cojos, los existencialistas de cuello vuelto, los progres, los cantautores, los genios o los sablistas sin los cafés de Madrid?

"Habló el maestro Raúl del Pozo, corsario mayor del nido de piratas, zanjando la cuestión con un ¡viva el vino y viva Antonio Lucas, príncipe de los poetas!"

“Madrid es una ciudad pobre, no como las otras ciudades centroeuropeas de cafés fastuosos —continúa Melquíades—. Por eso decidí fundar en el corazón viejo de este Madrid primero el Hotel Preciados y después el Café Varela, con la esperanza de recuperar su memoria literaria”. Pero un café vacío es solo un lugar más. “Vosotros —concluye Melquíades emocionado, abriendo los brazos frente a sus comensales— habéis hecho posible ese sueño”.

Luego le tocó el turno de palabra al homenajeado Antonio Lucas que, con su borbotón de voz de actor de doblaje, recitó con naturalidad agradecimientos y metáforas demostrando una vez más que efectivamente era digno de este premio Café Varela.

Por entre la intermitencia sonora del micrófono habló el maestro Raúl del Pozo, corsario mayor del nido de piratas, zanjando la cuestión con un ¡viva el vino y viva Antonio Lucas, príncipe de los poetas!

Antonio Lucas con Raúl del Pozo

Manuel Jabois y Antonio Lucas

Jabois lo tenía difícil, pues preceder o anteceder al maestro Raúl es una prueba de sangre, pero como a Jabois nunca le ha importado desangrarse (debe de ser cosa de los buenos periodistas), deleitó a su amigo y a su público con unas décimas posmodernas cuya estructura de rima, según sus propias declaraciones, había documentado previamente en Google. También provocó el silencio emocionado de la sala al recordar a David Gistau y su vacío de periódico y amistad con Negronis, al que nadie se acostumbra.

Pérez-Reverte apareció por las mesas saludando como el boss que es, y a la nuestra arribó sonriente con el Colt 45 desenfundado, elogiando a las señoras presentes y proclamando lo mucho que quería y admiraba a sus chicos, Lucas y Jabois, “a pesar de que éste haya perpetrado una décima infame”. Mientras se alejaba haciendo una nueva muesca en la navaja, nos pareció oírle murmurar con un punto de admiración que “la carne del menú estaba exquisita”.

"En la alta madrugada, como diría algún poeta muerto del Varela, continuarían los actos callejeros de alcohol y nocturnidad"

En el revuelo de los postres, los comensales, definidos por Antonio como “fenotipos extraños unidos en las mesas del Varela”, rompieron filas mezclando, ya de pie, vinos y conversaciones. Por allí estaban Luz Casal con sus labios rojos, Conde Pumpido sonriente, a quien Alfonso Ussía al saludarle le espetó un “vaya semanita que lleva usted”, y ambos se quedaron en silencio, melancólicos, agarrados a la copa como perdidos en pensamientos legales. Alfonso Ussía junior, por cierto, se encuentra a punto de publicar novelaza con la magnífica editorial Circulo de Tiza, de la que me ha prometido en primicia una entrevista para Zenda. También andaba cerca Jesús Úbeda, con su gastroenteritis de poeta todoterreno, que nos tiene a todos expectantes con su nuevo libro (el próximo éxito editorial, seguro); Jeosm enseñando muslo y tatuajes, fotografiando a diestro y siniestro como un ninja del encuadre; la bella Patri con su pelo de sirena de Disney y la siempre elegante Lara Siscar, coprotagonista del acto, atenta y sonriente; Juan Manuel de Prada, heredero abundante y en línea directa de la bohemia del Varela, y en las proximidades de esta servidora otros futuros premiados: Jesús Calero, próximo Premio Nacional de Periodismo Cultural, estoy segura (si no, me va a tocar perder el dineral que he apostado a su favor); Guillermo Garabito, aristocracia del columnismo, joven Premio Cavia y /o Premio Romero Murube; y el gran Paco, camarero insigne del Varela, hombre definitivo de nuestras veladas, anfitrión exquisito y discreto depositario de los secretos de sobremesas y reservados del Varela, al que todos tratamos de chantajear para que nos deje escribir su biografía autorizada.

Invitados a la cena del Premio Varela

Alfonso Ussía, Patricia, Guillermo Garabito, María José Solano y Arturo Pérez-Reverte.

Camarero del Varela con Jesús Fernández Úbeda

En la distancia corta, Ángel Antonio Herrera, poeta irredento del Varela y de todos los cafés de Madrid; Juanma Lamet, que me dicen que se ha hecho con la política de El Mundo, y Joaquín Manso, con su aspecto imponente de Quevedo moderno. Por el resto de la sala, y ya en alegre charla de despedida, mucha gente importante a la que no conozco, y desde luego las ausencias, que en todos los banquetes que se precien, desde el de Platón, han de suceder: la de la gran Karina Sainz Borgo y la del único periodista que es a la vez el mejor de todos y el peor de todos, pues en él viene a ser lo mismo, con resultados de confluencia milagrosa en un periodismo de Sawa cósmico: Jesús Nieto Jurado.

En la alta madrugada, como diría algún poeta muerto del Varela, continuarían los actos callejeros de alcohol y nocturnidad: besos etílicos, cantos estridentes y memorables desmayos de borrachera kafkiana y feliz de quienes todavía son dignos de encarnar, aunque solo sea por unas horas, aquella bohemia maldita, madrileña e inmortal.

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