El cofre del pirata

Todos los piratas tienen
un temible bergantín
con diez cañones por banda
y medio plano de un botín
que enterraron a la orilla
de una playa en las Antillas.

(Joan Manuel Serrat, Una de piratas)

La pasión por el cine ha devorado las vidas de gente como el inolvidable Guillermo Cabrera Infante [1], que ejerció como crítico de cine bajo el acróstico de Cain, Martin Scorsese, François Truffaut, Arturo Pérez-Reverte, Javier Marías, José Luis Guarner, Graham Greene, otro escritor metido a crítico de cine, José Luis Garci, Jean-Pierre Melville, Peter Bogdanovich, Juan Manuel de Prada, Fernando Trueba, filósofos como Eugenio Trías o Julián Marías y tantos otros. La cinefilia, esa controvertida enfermedad, fue detectada, probablemente con retraso, a comienzos de los años 50, cuando agrupados bajo el patronazgo de André Bazin, un culto, tolerante, intelectual católico de izquierdas, un grupo de jóvenes que parecían vivir solo con y para el cine, se convirtieron en críticos de cine, jóvenes turcos, temibles y desatados en sus gustos radicales, en las páginas de la revista Cahiers du Cinéma. Casi paralelamente otro intelectual francés —al final las cosas casi siempre pasaban en Francia, en París—, Henri Langlois, comenzaba una lucha titánica para montar un Museo del Cine, la célebre Cinémathèque, en la que se conservaran las películas. Buena parte del legado del cine mudo era ya invisible merced a la desidia de los productores y la voracidad con la que el tiempo, y sobre todo el fuego —los incendios de archivos de películas eran frecuentes—, atacaba los frágiles fotogramas de celuloide de ese mundo de sueños.

"Este Cofre del Pirata, que ahora ofrezco a quienes les apetezca abrirlo, contiene la recensión de películas que yo he apreciado por muy diversas razones"

Langlois paró pronto los pies a los exquisitos, a los eruditos a la violeta, que pretendían transformar la Cinémathèque en una suerte de galería de películas debidamente canonizadas. No. Su tarea principal era atesorar películas, todas, y conservarlas para la posteridad, y no solo exhibirlas [2], y para aquella tarea no había distinción entre películas artísticas y comerciales, una distinción discutible y banal, buenas o malas, de nuevo una distinción más que discutible [3]. Todas eran válidas para la Filmoteca. Y es que en las actividades artísticas el paso del tiempo es juez implacable, especialmente para los cánones de gustos académicos, las modas tan del momento, y caen prestigios, o se olvidan, de manera inapelable. Buena prueba de ello es el palmarés de Festivales como el de Cannes, que es, y los Oscar van camino de ello, de una fragilidad para el olvido muy notable. Henry Langlois es, sin duda, el santo patrón de todos los piratas que atesoramos películas en nuestro Cofre.

"Mi amigo Garci ha definido lapidariamente el cine como “una vida de repuesto”, y este Cofre del Pirata es una certificación de ese sentimiento y experiencia vital, personal e intransferible"

Este Cofre del Pirata, que ahora ofrezco a quienes les apetezca abrirlo, contiene la recensión de películas que yo he apreciado por muy diversas razones, y cuya apreciación, por lo general, no ha sido muy compartida, cayendo algunas en un cierto olvido o constituyendo otras un tesoro inapreciable y complicado de obtener. En el Cofre verán que hay de todo, como en todo Cofre pirata que se precie de tal: joyas indiscutibles, baratijas entrañables, piezas de a ocho que muchos tienen a poco, diamantes a medio pulir, objetos por identificar, algún mapa con enrevesadas instrucciones para alcanzar una isla que una y otra vez se pierde en el horizonte, memorias propias de cómo se produjeron ciertos abordajes… En fin, el bagaje de una larga vida de cinefilia que ha ido dando bordadas de épocas en épocas muy diversas en su tránsito. No busquen obras maestras de esas que todos atesoramos y comentamos, aunque alguna hay producto de un inevitable abordaje a un Correo de Indias, porque el pirata que suscribe ha guardado en el Cofre películas que sigue atesorando en la memoria por muy diversas razones que en cada crónica se procuran explicar. Las hay perseguidas por mil océanos de tiempo, pases televisivos fallidos, excursiones a filmotecas, festivales, colecciones particulares, cines de barrio o sesiones de programas dobles, ya tan desaparecidos como olvidados. En otras ocasiones la crónica se orienta indecisamente sobre vagos recuerdos de la singladura en la que se vio la película, y en estos casos la memoria puede ser traicionera, pero no deja de ser la emoción atrapada en el tiempo, y ahí debe quedar tal cual. Esta colección de películas y recuerdos es, lo advierto ya, variopinta en sus formulaciones y consecuencias, aunque me temo que si se me sienta en el diván del doctor Freud quedan claros mis gustos y algunas andaduras propias. Hay mucho cine clásico y mucho cine de género, pura y simplemente porque ese segmento del cine es al que he dedicado más tiempo y más admiración, y probablemente se aprecien enormes socavones en otros segmentos de la Historia o la actualidad del cine. Los piratas no se arrepienten de nada y menos de no coincidir con gustos elegantes de gente de orden y principal.

Mi amigo Garci ha definido lapidariamente el cine como “una vida de repuesto”, y este Cofre del Pirata es una certificación de ese sentimiento y experiencia vital, personal e intransferible .

Marchando una de piratas.
Nadie doblegó su espada
y bastó una mujer hermosa
para cortarles las alas.

(Joan Manuel Serrat, Una de piratas)

PD. Lo de dar publicidad al contenido de este Cofre del Pirata surgió con la ocasión de hablar de ello en Cowboys de medianoche, el programa radiofónico que se emite en esRadio y que este pirata comparte con José Luis Garci y Luis Alberto de Cuenca, bajo el férreo mando de Luis Herrero-Tejedor. Estas notas ahora publicadas explican lo que de palabra se dijo o sugirió en ese programa a lo largo de diversas singladuras semanales.

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[1] Cualquiera de sus libros son mapas del tesoro para piratas como el que suscribe, pero muy especialmente Un oficio del siglo XX (Aguilar, Madrid, 1973), Arcadia todas las noches (Seix Barral, Barcelona, 1978) y Cine o sardina (Alfaguara, Madrid, 1997)

[2] En su sede de la Rue de Bercy, y en los cineclubs del Barrio latino, a finales de los años 40, se conocieron Truffaut, Godard, Chabrol, Rohmer, Rivette, Doniol-Valcroze, el núcleo duro de los jóvenes turcos de la redacción de los Cahiers du Cinéma. En su posterior sede de la Rue d’Ulm, ya a mediados de los años 50 y hasta su entronización en el Palais Chaillot, hemos peregrinado y convivido generaciones de cinéfilos y piratas, observando con asombro cómo unas butacas más adelante, por lo general muy cerca de la pantalla, compartían sesión Truffaut o Godard.

[3] Mi amigo José Luis Garci ha dedicado un libro memorable, Películas malas e infravaloradas, Notorius, Madrid, 2021, en el que analiza, con magníficos apuntes personales, ese mundo, con frecuencia menos preciado de ciertas películas descanonizadas o que poseen un sello muy cercano a las experiencias subjetivamente biográficas. Garci, como en tantas otras ocasiones, abre el camino a los que venimos después.

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