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El contador de leyendas

El contador de leyendas

La palabra es la manifestación esplendorosa de la conciencia sagrada del mundo. Por eso se dice que en el principio era el verbo. Palabra universal cuya voz da origen a todo. Transformación de la luz del corazón en imagen poética. En el Panchavimsa Brahmana se puede leer: «En el principio solo existía el Señor universal. Su Palabra yacía en él. La Palabra era su compañía. Contempló sus adentros y luego dijo: Desplegaré esta Palabra para que pueda crear y dar existencia a todo este mundo».

En su nueva novela, Ciudad Victoria, Salman Rushdie (Bombay, 1947), como los poetas visionarios védicos, nos sitúa en el centro de la creación de un mundo con una estructura unificada y una dinámica esencial en la que no hay distancias que separen los planos divino, natural y humano. En esta obra, de marcado acento mito poético, el mundo ordinario se convierte en mundo sagrado, una totalidad incluyente en la que todas las cosas existen en un conjunto interconectado, universo sin fisuras cuya historia, la historia de la Ciudad Victoria, es como una rueda cósmica sobre la que giran todas las cosas del universo, el pilar que sostiene a todos sus seres, un cosmos divino, físico, social y moral.

Pero Ciudad Victoria es, sobre todo, un ejercicio y un esfuerzo notable, brillante y fabuloso de imaginación, donde el escritor de origen indio no se limita solo a la reproducción de una forma externa, sino que expresa lo que otra mente concibe internalizando el mundo exterior para externalizar el mundo interior, dotando a su relato de lo que en la India se conoce como māyā, un arte imaginativo que le permite desplegar un mundo objetivo y conferirle realidad y verosimilitud. En este sentido podemos decir que Rushdie también posee ese mismo māyā.

Como en las más antiguas literaturas sagradas indias, en Ciudad Victoria Rushdie pone en juego fuerzas en conflicto y relaciones de poder que llevarán el mundo al borde del colapso, y nos hace partícipes de un vínculo fundamental: el de la comunidad humana con el mundo divino, donde el gesto compasivo de una diosa permite a una niña huérfana la instauración de un nuevo mundo ordenado y pleno de sentido que se produce a partir de la insignificancia y el aparente absurdo inconexo. El autor, inferimos, sabe bien que la existencia misma se fundamenta en la no existencia y que el pilar sobre el que reposan todas las cosas de este mundo consiste tanto en aquello que es como en lo que no es, como sugiere el Atharvaveda. Es, en toda regla, un sacerdote que dispone un escenario ritual para reconciliarnos con la parte sagrada de nuestra propia naturaleza, gesto esencial que olvidamos y que Rushdie renueva mediante el poder de la imaginación y de la vida al hacernos reconocer la presencia de lo divino en el mundo.

El relato comienza el último día de la vida de la milagrera, profetisa y poetisa ciega Pampa Kampana, cuando cuenta 247 años de edad y pone fin a su inmenso poema narrativo sobre Bisnaga, la Ciudad Victoria del título de la novela, capital del Imperio Vijayanagara, y lo esconde en una cazuela de barro sellada con cera en el corazón del Recinto Real como men­saje para el futuro.

"Rushdie coloca al lector cuatro siglos y medio después, cuando se encuentra la cazuela donde Pampa Kampana dejó su manuscrito, la inmortal obra maestra titulada Jayaparajaya"

El Imperio Vijayanagara realmente existió. Crónicas como las de los viajeros de la época Duarte Barbosa, Niccolò Da Conti o Domingo Paes y Fernão Nunes nos han hablado de ella. Fundado en 1336 en la meseta del Decán, en el centro-sur de la India, por Harihara I y su hermano Bukka Raya I, en su momento de mayor esplendor llegó a poseer el tercio meridional del subcontinente. Dicho imperio recibió el nombre oficial que se le daba por entonces a su capital, Vijayanagara (en español: La Ciudad de la Victoria), cuyas ruinas, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, rodean la localidad hoy llamada Hampi en el estado de Karnataka. Las milenarias escuelas arquitectónicas de la India se combinaron ahí, creando un estilo nuevo, propio, que se volcaría en los templos hindúes que se construyeron durante la época. Su corte imperial incentivó las bellas artes, provocando el resurgir de la literatura en kannada, támil, télugu y sánscrito, mientras que la música carnática evolucionó desde posturas que durante siglos habían permanecido estáticas hasta adoptar las reglas que aun hoy se utilizan. Las enciclopedias señalan que el Imperio Vijayanagara fue un punto de inflexión en la historia del subcontinente que trascendió los regionalismos promoviendo el hinduismo como factor de unión. Y si bien su decadencia comenzó tras una aplastante derrota militar contra los sultanatos del Decán en 1565, de la que nunca se recuperó, existió hasta 1646.

Rushdie coloca al lector cuatro siglos y medio después, cuando se encuentra la cazuela donde Pampa Kampana dejó su manuscrito, la inmortal obra maestra titulada Jayaparajaya, que significa «Victoria y Derro­ta», escrita en sánscrito, tan larga como el Ramayana, com­puesta de 24.000 versos, y nos sumerge en el conocimiento de primera mano de «los secretos del imperio que ella había hurtado a la historia durante más de ciento sesenta mil días». Nosotros, puntualiza el autor, conocíamos únicamente las ruinas de ese imperio, pero «el recuerdo de su historia estaba también en ruinas debido al paso del tiempo, a las imperfecciones de la memoria y a las falsedades de quienes vinieron después». Así que la lectura de la novela de Rushdie, que es la transposición de la lectura del libro de Pampa Kampana, recon­quista el pasado y el Imperio Bisnaga renace «tal como había sido en verdad, con sus mujeres guerreras, sus montañas de oro, su generosidad de espíritu y sus momentos de vileza, sus puntos débiles y sus puntos fuertes», y asistimos, por primera vez, a «la historia completa del reino que empezó y terminó con una quema y una cabeza cortada». Lo que el lector encuentra a continua­ción, agrega Rushdie, «es esa misma historia contada en un lenguaje más llano por el presente autor, que no es ni un erudito ni un poeta sino un simple cuentacuentos que ofrece esta versión para el mero entretenimiento y posible instrucción del lector de hoy, sea joven o viejo, culto o menos culto, ya busque la sabiduría o le diviertan los disparates, gente del norte como del sur, seguidores de tal o cual dios o de ninguno, de miras amplias o de miras estrechas, hombres y mujeres y miembros de los géneros intermedios o de más allá, vástagos de la nobleza y plebeyos de carnet, gente buena y granujas, embaucadores y extranjeros, sabios humildes y tontos egoístas».

"Pampa Kampana visualiza en su mente una ciudad y pide a dos vaqueros que esparzan sus semillas, de las que surgen imponentes murallas y construcciones y avenidas"

Palabra de la que todas las palabras del relato son expresiones diferenciadas, la historia de la Bisnaga-Ciudad Victoria de Rushdie comienza con una tragedia, cuando la madre de Pampa Kampana, que tiene solo nueve años, se inmola en una pira de fuego y la niña ve cómo los últimos pedazos de carne asada se desprenden de la osamenta de Radha Kampana dejando al descubierto el cráneo mondo, y comprende que su in­fancia ha tocado a su fin. Pero en ese momento recibe la bendición celestial que va a cambiarlo todo, pues la voz de la diosa Pampa, tan antigua como el Tiempo, empieza a salir por su boca de niña de nueve años.

La diosa le vaticina, en medio de una calma que siente como una gran bondad, que «de la sangre y el fuego nacerá vida y na­cerá poder». Y la conmina a que funde, en el mismo punto exacto donde está, una gran ciudad, maravilla del mundo, cuyo imperio durará más de dos centu­rias, pidiéndole que luche para ase­gurarse de que ninguna otra mujer muera de la misma forma que su madre y de que los hombres empiecen a ver a la mujer con otros ojos. «Vivirás lo suficiente como para ser testigo de tu éxito y tam­bién de tu fracaso, para verlo todo y contar los hechos, aun cuando una vez que hayas terminado tu relato morirás al ins­tante y nadie te recordará hasta cuatrocientos cincuenta años después.»

Pampa Kampana visualiza en su mente una ciudad y pide a dos vaqueros que esparzan sus semillas, de las que surgen imponentes murallas y construcciones y avenidas y habitantes, a los que ella susurrará sus historias. Y como hicieran los poetas visionarios védicos, entra en el mundo que ha creado y lo habita, dando así vitalidad y movimiento al mundo objetivo. De esta forma, Rushdie trasciende el tiempo lineal para situarnos en un tiempo mítico, «en los primeros tiempos antes de que co­menzara el principio».

"Ciudad Victoria es una novela de grandes preguntas que se trasladan al lector de forma sutil, entre las bambalinas de una gran fábula histórica"

Dividida en cuatro partes: El nacimiento, El exilio, La gloria y La caída, Ciudad Victoria es una novela de grandes preguntas que se trasladan al lector de forma sutil, entre las bambalinas de una gran fábula histórica, preguntas relacionadas con la posibilidad de que no exista la sabiduría y todo sea locura, si existe realmente el verdadero saber o solo muchos tipos diferentes de ignorancia. Asimismo, nos hace reflexionar en la paz y para que nos preguntemos de qué forma garantizar el triunfo de la no violencia en una época tan violenta, porque los hombres, como piensa Pampa Kampana, filosofan sobre la paz, pero en su manera de tratar a las muchachas indefensas los actos no van parejos con su filosofía.

Despliegue de la creación dentro de otra creación, Pampa Kampana escribe y va componiendo su poema, cuyo tema, como se ha apuntado, es la historia de Bisnaga desde su creación hasta su destrucción. «El Preludio —acota Rushdie— versaba sobre la antigüedad mediante la historia de Kishkindha, el reino de los monos que había florecido tiempo atrás en aquella región durante el Tiempo de la Fábula, y contenía un vívido relato de la vida y los hechos de Hanuman, el rey mono, capaz de crecer como una montaña y de cruzar el mar de un salto. Tanto los eruditos como los lectores corrientes coinciden en que la calidad de la estrofa de Pampa Kampana rivaliza, cuan­do no lo supera incluso, con el lenguaje del mismísimo Ramayana».

Así, jugando a la mitología, Rushdie narra la creación de la ciudad mítica que centrará el relato de su epopeya. Recurriendo a la ficción inventa la vida, y dándole vida le da una historia. Pero con la memo­ria no basta, de modo que la imaginación toma las riendas en el punto en que la memoria no da más de sí. Y el arte de la novela en todo su esplendor, se yergue como motor.

Hay que destacar un eje sobre el que gira la narración: no solo se trata del mundo de una mujer, sino, como el narrador señala, del carác­ter de la ciudad. «Por todas partes las mujeres hacían cosas que, en el resto del país, se consideraban impropias para ellas. Sin ir más lejos, un bufete donde tanto abogados como pasantes eran mujeres; obreras descargando mercancías de las barcazas amarradas en el muelle de la ribera. También había mujeres patrullando las calles, mujeres escribientes, mujeres arrancan­do muelas o tocando el mridangam en una plaza mientras los hombres bailaban a su ritmo. A nadie le parecía raro nada de todo esto. La ciudad medraba en la riqueza de sus ficcio­nes, todo aquello que Pampa Kampana les había ido susu­rrando, historias cuya ficcionalidad quedó ahogada y perdida para siempre bajo el ritmo clamoroso del nuevo día».

La vida es un balón que sostene­mos entre las manos. Depende de nosotros decidir a qué jugamos con él. Rushdie se emplea a fondo y con maestría nos mete en el juego: La muerte del primer rey —escribe— es también el nacimiento de una dinastía, y otra palabra para definir la evolución de una dinastía es «historia». «En el día de hoy, Bisnaga sale del reino de lo fantástico para entrar en el de lo histórico, y el gran río de su relato desemboca en el mar de relatos que es la historia del mundo».

"Esta es la ciudad que Pampa Kampana edifica con semillas y susurros"

Cinco «Recriminaciones» sirven de cimiento al florecimiento del imperio: la primera corresponde al mundo de la fe, que debe ser independiente del poder temporal; la segunda suprime ceremonias masivas ajenas a la cultura local; la tTercera versa sobre la relación entre el ascetismo y la sodomía, no demostrada, como tampoco el vínculo entre el celibato y dicha práctica, pues son muchos en Bisnaga los que la disfrutan como una forma de placer, así que al poder político no le corresponde prescribir qué tipos de placer son aceptables y cuáles otros ilícitos; en cuanto a la cuarta recriminación, se pide abandonar todo tipo de aventura militar, pero se conviene que cuando los intereses del imperio así lo requieran, ha­brá que ir al campo de batalla. Por último, la quinta recrimina­ción se rechaza por completo, pues quiere prohibir el arte, lo cual, se dice, sería obra de un auténtico filisteo. Así que en Bisnaga habrá poesía y habrá música, y se construirán también grandes edificios. «Como bien saben los dioses, las artes no son ninguna frivolidad. Son vitales para la salud y el bienestar de la sociedad. En el Natya-Shastra el propio Indra declaró el teatro un espacio sagrado».

Esta es la ciudad que Pampa Kampana edifica con semillas y susurros. Pero su gente, cuyas historias son sus historias, cuyo estar en el mundo viene de ella, acaba dándole la espalda a su matriarcado. Y la expulsa. Aquí el relato de Rushdie reconoce abiertamente su tradición y la incluye: el Mahabharata de Vyasa, donde la reina Draupadi y sus cinco esposos, los hermanos Pandava, pasan trece años en el exilio y la mayor parte de ese tiempo transcurre en bosques. O el Ramayana de Valmiki, donde Sita y los hermanos Rama y Lakshman pasan exiliados catorce años, la mayoría de ellos en bosques. En el Jayaparajaya, Pampa Kampana narra su exilio y se adentra en la floresta, donde las reglas del mundo exterior que­dan atrás. «Aquí lo que era irreal era el mundo real, sus leyes habían sido barridas como el polvo, y si en el bosque regían otras leyes, ellos no sabían cuáles podían ser. Habían llegado a arajakta, el lugar sin reyes. Una corona, aquí, no era más que un tocado innecesario. Aquí la justicia no se impartía de arri­ba abajo, quien mandaba era la naturaleza».

Esta es la afirmación que Rushdie hace de su propio relato: «¿Podemos creer que la diosa que le había concedido el don de la longevidad, y la facultad de dar a unas semillas el poder de crear una ciudad, y el poder que le permitía susurrar a otros la biografía de cada cual, la dotó también de la capacidad de encantar al bosque encantado? ¿O acaso toda esta poesía, como tantas otras, era una fábula? La respuesta es: o bien es verdad todo, o todo es falso, y nosotros preferimos creer en la verdad del cuento bien contado».

"Con portentoso ingenio y sutileza, Rushdie empuja al lector a poner todo su ahínco en tratar de entender cómo la poesía nos dice verdades que la simple prosa no puede revelarnos"

Nosotros también. Y de esta forma, nos imaginamos a los personajes remolinean­do por doquier, conspirando, amando, reconociendo sus propias vidas rodeados de cortesanos, de ejércitos, de gigantescos árboles sin nombre, de mitos y leyendas, dando vida poco a poco a sus vidas y todo un mundo en un vertiginoso despliegue de imaginación y escritura, elevándose y extendiendo sobre su universo un amplio mundo tocado muy a menudo por un lenguaje de gran belleza poética, mientras el lector, invisible, hace una breve pausa para contemplar aquel extraordinario espectáculo y luego continúa, y la narración sigue cobrando vida «al compás de la música de los dioses escondidos». Es, como indica el escritor, un teatro en el que uno puede descubrirse a sí mismo, inventarse de nuevo o iluminarse, y que aporta un posible resumen de la historia humana como «la breve ilusión de unas victorias felices en el marco de un largo continuum de amargas y decepcionantes derrotas».

Con portentoso ingenio y sutileza, Rushdie empuja al lector a poner todo su ahínco en tratar de entender cómo la poesía nos dice verdades que la simple prosa que pretende contar la verdad no puede revelarnos, pues no está a la altura de ese objetivo. Por ejemplo, escribe que «la historia es la consecuencia no solo de los actos de las personas, sino también de su desmemoria»; o que «no es nada seguro que la gente prefiriera lo refina­do a lo bárbaro», o: «La política de partido respecto a miembros de otras confesiones —nosotros somos buenos, ellos son ma­los— era de una claridad contagiosa. Y otro tanto la idea de que toda disensión era antipatriótica. Si al pueblo se le daba a elegir entre pensar por sí mismo o seguir ciegamente a sus líderes, serían muchos los que optarían por la ceguera antes que por la visión clara, tanto más cuanto que el imperio estaba prosperando y había comida en la mesa y dinero en los bolsillos. No todo el mundo tenía ganas de pensar, si podía comer y gastar dinero. No todo el mundo quería amar a su prójimo. Algunos preferían el odio». «Cuando la gente empieza a hablar de edad de oro, suele pensar que ha nacido un mundo nuevo y que va a durar siempre. Pero lo cierto de eso que llaman edades doradas es que nunca duran mucho. Unos cuantos años, quizá. Siempre surgen problemas», o: «Así es como avanza la historia: la obsesión de un momento concreto se ve relegada al vertedero del olvido por el siguiente».

Lo que podemos aprender con esta bella novela es mucho. Igual que el personaje principal, podemos aprender «que el mundo es infinito en su belleza pero que también es despiadado, implacable, codicioso, indiferente y cruel», «que el amor brilla generalmente por su ausen­cia y que, cuando surge, suele ser fugaz e intermitente y en definitiva insatisfactorio, «que las comunidades que el hombre construye se basan en la opresión de unos pocos so­bre la mayoría, y no entendí, y sigo sin entenderlo, por qué esa mayoría acepta ser oprimida. Quizá sea porque, cuando no lo aceptan y se sublevan, lo que viene después es una opre­sión aún mayor de la que han soportado».

"A los 247 años Pampa Kampana pronuncia sus últimas palabras. Las palabras, dice, son las únicas vencedoras"

Rushdie nos lleva siempre un poco más lejos y, él también, nos susurra que cuando lo milagroso cruza la frontera del mundo de los dioses y penetra en lo cotidiano, se nos revela a mujeres y hombres «que dicha frontera no es algo impenetrable, que lo milagroso y lo cotidiano son dos mitades de un mismo todo y que los propios humanos somos los dioses que buscamos adorar, capaces además de grandes logros».

Sin embargo, al final la esperanza se esfuma y la ilusión se desvanece. Y Pampa Kampana se da cuenta de que nada dura y que la misma nada tampoco tiene senti­do. «Nos levantamos, caemos, volvemos a levantarnos, caemos otra vez. Seguimos adelante. Yo también he triunfado y asimismo he fracasado. La muerte está próxima. En la muerte, triunfo y fracaso se reúnen humildemente. Aprendemos mu­cho menos de la victoria que de la derrota».

A los 247 años Pampa Kampana pronuncia sus últimas palabras. Las palabras, dice, son las únicas vencedoras. Lo que hicieron, pensaron o sintieron sus personajes, dejará de existir, y solo quedarán las palabras que describen esas cosas. Serán recordadas tal como ella ha decidido que se les recuerde y sus actos solo serán conocidos de la forma en que han sido puestos por escrito. Significarán lo que nosotros, sus lectores, deseemos que signifiquen. Y Pampa Kampana parecerá desintegrarse con el final del libro. Pero la gran novela de Salman Rushdie le dará vida una y otra vez, una y otra vez por siempre. Porque ya es leyenda. Que así sea.

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Autor: Salman Rushdie. Título: Ciudad Victoria. Editorial: Random House. Venta: Todostuslibros

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