El deporte tiene quien le escriba, pero no solo los periodistas deportivos, sino los grandes nombres de la literatura, y no solo de la contemporánea, sino que en todo tiempo los literatos han descrito y sentido el deporte de formas y desde vertientes bien distintas.
En este making of Enrique Arnaldo cuenta de dónde surge El deporte es la literatura (Espasa) y cómo disfrutar del viaje al que invita.
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La palabra inspiración puede resultar pretenciosa, pero es indiscutible que las ideas no surgen de la nada, sino que se van gestando sin plena conciencia de lo que se cuece en nuestro interior. Pero de pronto, un día, se exteriorizan, “brotan después de un largo, subterráneo e inadvertido trayecto”, como escribió Alcalá-Zamora. Detrás de cualquier inspiración hay trabajo, pues solo el que trabaja es capaz de encontrar la luz. En mi caso, el trabajo fue muy llevadero, pues eran lecturas, muchas lecturas que me permitieron fundir dos de mis pasiones: la literatura y el deporte.
No soy novelista —¡qué grande es serlo! ¡qué envidia a los que lo son!— ni tampoco deportista, más allá de un ejerciente a tiempo parcial de deportes más tranquilos que el fútbol que practiqué otrora, y más allá de un espectador contemplativo que disfruta de jugadas, así como de carreras o saltos.
Soy, en fin, amante de la literatura —ese ángel misterioso que nace de la imaginación de la vida— y del deporte, y ensayo en este libro trazar la convivencia armónica entre ambos. El deporte ha sido tema literario de todos los tiempos. Lo encontramos en los juegos fúnebres de Patroclo en la Ilíada, el Gimnástico de Filostrato, los Epínicos en los que Píndaro canta a los vencedores de los Juegos Olímpicos o las referencias de Séneca a las termas como verdaderos centros deportivos, incluso para los juegos de pelota.
No faltan tampoco referencias en la Baja Edad Media, en concreto, en el Cantar del Mío Cid, en el que el torneo adquiere carácter de competición deportiva, persistiendo en la Edad Moderna, en especial en la demostración de fuerza o de velocidad, por ejemplo en Los trabajos de Persiles y Sigismunda, de Cervantes, o en Os Lusiadas, de Camões, en Calderón o en Góngora, pero también en Shakespeare, que ironiza en La comedia de los errores sobre el juego de pelota.
El mundo contemporáneo ve crecer paulatinamente una sociedad deportivizada, a partir de que Rousseau en Émile defienda la relevancia de la educación física para el aprendizaje de los jóvenes, que está también en Flaubert. Como escribe Richard Ford en su aclamada El periodista deportivo, “los deportes son el paradigma de la vida”, y es, probablemente, el sentido que expresó el Nobel Albert Camus cuando dijo aquello de que “lo que finalmente sé con mayor certeza respecto a la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol”.
El universo fútbol parece tan dominante que expulsa otras modalidades deportivas, hasta el punto de que Philip Kerr dice que “es, de hecho, lo más importante del mundo”. Por fortuna la literatura es plural, abierta y toca todas las teclas del piano, aunque fútbol y boxeo son las preferidas por la literatura. La pelota y el combate son dominantes, como en los juegos de la antigüedad. Pero hay tantas referencias… a correr en Murakami, a la natación en Soledad Puértolas, al surf en William Finnegan, al golf en Wodehouse o Updike, al ciclismo en Dino Buzzati, al tenis en la extraordinaria biografía de André Agassi Open, a las carreras de caballos en Fernando Savater o en Hemingway, al béisbol en Leonardo Padura, a la esgrima en Pérez-Reverte, al rugby en John Carlin o a la pelota vasca en Unamuno o Pío Baroja.
El deporte se siente o se plasma de muchas formas en la literatura: como afición, como ejercicio, como evasión o como entretenimiento, como pasión, como religión, como parte de la educación integral, como arte, como instrumento de superación, como símbolo o bandera de un país, como instrumento político, incluso como signo social distintivo.
El deporte tiene su cara A, que son los valores que se resumen en el concepto deportividad y juego limpio. Martínez de Pisón escribe que el deporte es “una escuela de valores morales”, quizás recordando a Ortega, que en La deshumanización del arte dijo que “el triunfo del deporte significa la victoria de los valores de la juventud sobre los valores de senectud”. Pero también tiene su cara B, en formas como fanatismo y violencia, de un lado, o deriva negocial.
El deporte —del que se han querido vacunar algunos intelectuales de la verdad (como Borges) y otros de pose o postureo— adquiere alto voltaje literario en las narraciones de Vargas Llosa, Sacheri, Galeano, Enrigue, Fontanarrosa, Jardiel Poncela, Paul Auster, Philip Roth, Somerset Maugham, Garcia Pavón, Fernández Flórez, J. L. Carr o Segurola… Pero también en la poesía de Alberti, Celaya, Miguel Hernández, Luis Alberto de Cuenca y tantos y tantos maestros. El deporte se ha hecho literatura.
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Autor: Enrique Arnaldo Alcubilla. Título: El deporte en la literatura. Editorial: Espasa. Venta: Todos tus libros.


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