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El hombre que maldijo al viento

El hombre que maldijo al viento

La editorial Libros de las Malas Compañías ha hecho una selección de relatos tradicionales del Alto Karoo surafricano, región tradicionalmente conocida como “la tierra de los bosquimanos”. En 1870, dos estudiosos europeos reunieron a algunos representantes de esa cultura con el ánimo de documentar su lengua y sus tradiciones. El hecho de que los relatos contemporáneos entronquen con aquellos testimonios evidencia la resiliencia de un pueblo que se niega a perder sus raíces.

En Zenda ofrecemos las primeras páginas de El hombre que maldijo el viento y otros cuentos tradiciones del Karoo surafricano (Libros de las Malas Compañías), de José Manuel de Prada-Samper (ed.).

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1. El hombre que maldijo al viento

Klaas Priega, Vanwyksvlei

No muy lejos de aquí, en un lugar llamado Klein Paardeberg, hay una granja. La granja se llama Kareeboom, o algo así. Hace tiempo escuché a mi abuelo contar una historia.

Pues bien, este era un hombre que salió a recoger miel en las colmenas. [Lo que la gente del pasado bebía no es lo que bebemos ahora, que es veneno. No, ellos bebían hidromiel. Porque era medicinal, era saludable. Bien, pues el hombre fue, se sentó un rato allí e hizo humo, como acostumbra a hacerse, y metió humo allí para hacer salir a las abejas.]

Entonces se levantó el viento. El viento, un fuerte viento se levantó. [Y el viento empuja el humo del hombre y lo hace toser. No puede conseguir la miel. Y al cabo el hombre se impacienta mucho.] Y el hombre maldijo al viento. Y entonces el hombre fue transformado, se convirtió en roca.

Bien, mi abuelo me contó entonces, mi abuelo dijo que la roca está todavía en la granja, en el páramo. Todavía se levanta, convertido en estatua, aquel hombre. Allí sigue.

Eso contaba mi padre.

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2. Las dos mujeres y los Ojos-en-los-pies

Magdalena Beukes, Brandvlei

Sí, tenemos esa historia. Yo sé la historia de Ojos-en-los-pies.

Dos mujeres salieron a recoger agua. A por agua iban cuando vieron una enramada, y allí había gente. Una de ellas, que llevaba a su niño, no se dio cuenta de que aquellas personas no podían ver. La otra mujer sí que se dio cuenta. Y es que podía apreciarse que los ojos los tenían en los pulgares de los pies. [La que no reparó en aquello dejó al niño en la enramada para recogerlo después.]

Y al salir de la enramada camino del agua, una mujer le dice a la otra:

–Oye, ¿por qué has dejado al niño allí?

–Bah –dice la otra–, ¡pero si son personas!

–¿Es que no has visto dónde tenían los ojos?

Y entonces la mujer volvió corriendo para recoger al niño, y vio cómo lo estaban devorando. Boca tenían, sí, pero no tenían ojos [en la cara].

¡Es una historia terrible! Cuando se alejaba corriendo la mujer, claro, desfallecía. Pensad que era una madre. Tenía el corazón destrozado.

Y los Ojos-en-los-pies persiguieron a las mujeres porque querían comerse a sus hijos. Y como tenían los ojos ahí, no podían ver mientras corrían, porque usaban los pies, en los que estaban los ojos. Se paraban, se ponían boca abajo, con los pies en alto, y entonces miraban. Y cuando querían volver a correr se ponían del derecho, porque con la cabeza no podían correr, aunque se sostenían sobre ella. Sí, así funcionaba. De esa forma corrían.

(Decían que esa gente existió. Yo no sé si existió.)

Las mujeres corrieron y corrieron. Porque claro, habían tenido que ir bastante lejos a por agua. Y detrás iban los Ojos-en-los-pies, que las seguían. Lograron escapar, pero aquella mujer quedó tan débil al correr sobre la llanura arenosa que casi se queda parada.

Este es el cuento. Ahora suele decirse “Silbar, silbar, ha echado a volar”. Y es que ha echado a volar.

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3. Un cuento sobre suricatos

Jacoba Matroos, Beaufort West

Pues le decíamos a mi madre que por favor nos contara historias. Una vez nos contó un cuento sobre los suricatos. Nos dijo entonces que otro tío había estado con ellos, y les había contado el cuento a mi madre y a los demás.

Dijo nuestra madre que en cierta época los suricatos también celebraban. Como sabéis, tenían su hogar en un agujero y todos estaban allí dentro.

Dice que aquella noche allí estaban de celebración, y que el más mayor y más grande miraba así alrededor [imita la postura del suricato mirando alrededor]. Pregunta:

–¿Por qué esta noche los árboles tienen cabeza?

Pero no le hacen caso; ahí siguen a lo suyo. Y entonces miran alrededor, así, alrededor, alrededor, alrededor. Y después el grandote vuelve a quedarse quieto y dice:

–No lo entiendo, ¿esta noche los árboles tienen cabeza?

Pero los otros no quieren creerle. Chiri, chiri de chebe es lo que el suricato les dice en su lengua a sus otros hijos, por ejemplo, a los hijos mayores y a los otros: chiri, chiri de chebe.

Y entonces vuelven a mirar hacia arriba, y los otros dicen: chiri, chiri de chebe.

Claro, yo no sé lo que esto significa, así que le pregunto a mi madre:

–¿Qué lengua es esa?

Ella dice que tampoco lo sabe, pero que hasta ese día recuerda: chiri, chiri de chebe, Así pues, “¿por qué esta noche los árboles tienen cabeza?”.

Y esto mientras la gente espía a los suricatos. La respuesta era:

–Los árboles tienen esas cabezas.

Pero ellos no se lo quieren creer.

Y entonces siguen a lo suyo otra vez, siguen otra vez a lo suyo. Y pregunta el suricato por tercera vez: chiri, chiri de chebe, “los árboles tienen esas cabezas”.

Así bailaban cuando la gente se abalanzó sobre ellos, la gente salió y los persiguió hasta el montículo. Y entonces se metieron en sus madrigueras. Y allí se quedaron y se quedaron. No quieren salir. Tienen hambre. No pueden ir a por comida.

Ahora se tienen que quedar allí porque temen que la gente los atrape. Y también hay pequeñuelos y pueden matarlos, y todo eso. Bueno, pues más tarde van saliendo de uno en uno.

El suricato, como sabéis, es una criatura muy inquisitiva. No quiere más que curiosear, curiosear y curiosear, porque ellos buscan alimentos que comer y cosas así.

Entonces salieron otra vez, de uno en uno. Sí, y los otros, los que los habían cazado, simplemente los dejaron ahí.

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Autor: José Manuel de Prada-Samper (ed.) Título: El hombre que maldijo al viento y otros cuentos tradicionales del Karoo surafricano. Traducción: José Manuel de Prada-Samper. Editorial: Libros de las Malas Compañías. Venta: Todos tus librosAmazon.

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