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El nuevo proceso: risa y mueca en Roberto Lanza

El nuevo proceso: risa y mueca en Roberto Lanza

Ronaldo Menéndez (La Habana, 1970) se asienta ya sobre cerca de tres décadas de una sólida creación narrativa. Premio Internacional Casa de las Américas en 1997, con el conjunto de relatos El derecho al pataleo de los ahorcados, y Premio Sésamo de Novela dos años más tarde, con La piel de Inesa, durante tiempo destacó en los géneros del relato y la novela de corto-medio metraje donde, además de los citados, dio a la luz alguno de los libros de mayor interés publicados en los años del cambio de siglo, entre los que cabe destacar Las bestias, Rio Quibú o De modo que esto es la muerte. En 2016, salta ya a la novela extensa con La casa y la isla, libro donde nos dibuja un cuadro devastador de la Cuba castrista, con momentos verdaderamente antológicos en los que se detiene sobre los rigores del sistema educativo castrista, o los estragos físicos y morales causados por la guerra de Angola en una población entregada ya irremediablemente al desencanto revolucionario.

"Calificar El proceso de Roberto Lanza de novela kafkiana no constituye ningún hallazgo. El propio autor nos lo insinúa ya en el título. Pero tan legítimo como ese calificativo sería el de novela orwelliana o, incluso, novela camusiana"

Ahora nos presenta su segunda novela larga, El proceso de Roberto Lanza, y su primer texto en el que deja atrás su pasado cubano (Ronaldo Menéndez lleva ya asentado 20 años en España), elige personajes españoles y los sitúa en el Madrid de nuestros días, referencia a Filomena incluida. El giro se podría calificar de copernicano, pero, en realidad, no es ni siquiera propiamente un giro, porque, en definitiva, Menéndez nos lleva a concluir que, entre el control que ejerce sobre su población un régimen autoritario y la sutil domesticación a que nos somete una, por así llamarla, democracia liberal, las diferencias son solo de matiz. Si las dictaduras tienen evidentemente garras, nos viene a decir el autor, las democracias posmodernas en que vivimos en países como el nuestro tienen tentáculos. Y, haríamos mal en engañarnos, la función de unas y otros es la misma, estrangular la individualidad.

Calificar El proceso de Roberto Lanza de novela kafkiana no constituye ningún hallazgo. El propio autor nos lo insinúa ya en el título. Pero tan legítimo como ese calificativo sería el de novela orwelliana o, incluso, novela camusiana, si reparamos en ciertas similitudes entre el comportamiento de Lanza y el Jan del Malentendido. Y aún se podrían ponerle otros muchos calificativos y buscarle, sin necesidad de retorcer demasiado la historia de la literatura, otros muchos compañeros de viaje. Hasta el Áyax de Sófocles me ha venido en algún momento a la mente siguiendo el hilo de las peripecias y, especialmente, las singularidades de la psicología del protagonista de esta segunda novela larga de Menéndez, que no tengo dudas en situar entre las mejores que he leído en los últimos diez años.

"Es absurdo, pero no cabe duda de que, de un comentario sin ningún sentido del niño, se ha alargado hasta el padre la sombra de una sospecha de pederastia"

Menéndez arranca su narración situándonos a un padre, Lanza, en el patio de un colegio público “progre”. Su intención, como tantas otras tardes, es la de recoger a su hijo de cinco años para llevárselo a casa. Una profesora, sin embargo, lo detiene. Debe comentarle algo. Nada grave, no haya motivo para preocuparse. Pero, el colegio, evidentemente, tiene ciertas responsabilidades que sería negligente eludir. Cuestión de dos minutos. Sin duda, Lanza podrá aclarar el asunto a satisfacción de todos.

¿De qué se trata? ¿A qué viene este preámbulo? Lanza lo comprende, como prometido, al cabo de un par de minutos, aunque en realidad no llegará a comprenderlo nunca. Es absurdo, pero no cabe duda de que, de un comentario sin ningún sentido del niño, se ha alargado hasta el padre la sombra de una sospecha de pederastia. No hay prueba alguna. No hay siquiera un mínimo indicio que pueda dar consistencia a una acusación. Y ninguna acusación, en consecuencia, llega a sustanciarse. ¿En qué consiste, pues, “el proceso” que se le abre a Roberto Lanza y justifica el título de la novela? El lector lo descubrirá muy pronto.

Lanza es un “rarito”. Ni siquiera un “raro”, simplemente un “rarito”. Un ser que “cae pesado” al “Entorno” (Menéndez lo escribe siempre, acertadamente, con mayúscula, como en sus novelas anteriores podría escribirse Revolución o Sistema). Un ser que ironiza sobre la “estética y sustancia ecológica” de un restaurante donde una amiga duda entre elegir “un taco de salmón noruego a la plancha sobre un mar de rúcula de la huerta de la abuela” y un “foie gras sobre puré de peras y piñones al oporto”. O se permite no comulgar con el entusiasmo que suscitan en la Asociación de Padres y Madres de Alumnos del colegio determinas extravagancias de la nueva pedagogía. No hay mucho más; pero en un tiempo y ambiente en el que “ser agradable es una categoría darwiniana”, ese muy poco, ese casi nada que en realidad no hay pero hay, justifica, por sí solo, la imputación social.

"Quizás lo más sensato sea recordar, como en un momento hace un amigo del propio Lanza, que, en la vida, como en las matemáticas, hay problemas que una vez planteados no tienen solución"

El lector podrá decir que Lanza tampoco reacciona del modo más adecuado para resolver, o al menos minimizar, el problema. Y ahí es donde me vienen a la cabeza el Áyax de Sófocles y el Jan del Malentendido. Podrá argumentarse también que el alcohol acaba por nublarle la razón. Podrá, en fin, admitirse que, como dice el autor, “hay gente que nace condenada no porque sobre su vida penda la desgracia, sino porque su vida busca la desgracia”. Sin duda. Pero quizás lo más sensato sea recordar, como en un momento hace un amigo del propio Lanza, que, en la vida, como en las matemáticas, hay problemas que una vez planteados no tienen solución. O que, cuando una bola de nieve comienza a rodar pendiente abajo, es irremediable que se vaya haciendo más grande y alcance, a velocidad de vértigo, el abismo.

Pero en ese vértigo y abismo final ya le corresponde al lector adentrarse sin otra guía que su propia curiosidad. Constituye quizás, no obstante, un imperativo moral advertirle de que el viaje no va a ser plácido: El proceso de Roberto Lanza es un libro tan magníficamente escrito como desasosegante. Si en el tercio inicial de la novela el lector puede encontrar en la acidez de alguna crítica rasgos no exentos de humor, haría bien en no confiarse: la sonrisa, poco a poco, se le va a transformar en mueca. Es el riesgo de leer buena literatura.

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Autor: Ronaldo Menéndez. Título: El proceso de Roberto Lanza. Editorial: AdN. VentaTodos tus libros, Amazon, FnacCasa del Libro.

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