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‘El poder del perro’: Creando su propio mito

‘El poder del perro’: Creando su propio mito

En 1993 Jane Campion revolucionó las convenciones sobre los relatos de frontera con El piano, una película que ya fue muy apreciada en su tiempo (tres Oscars, otras cinco nominaciones y la Palma de Oro del Festival de Cannes), pero que sigue creciendo en estima, dado el número de profesionales del cine (sobre todo mujeres) que la citan como inspiración para iniciar una carrera en el séptimo arte. En esa película estábamos en la Nueva Zelanda natal de Campion, no en América, la historia estaba protagonizada por mujeres y sus traumas, no por los hombres que se los causaron, y la temática y relaciones interpersonales y hasta sexuales estaban muy alejadas del extraordinario canon hollywoodiense del género, creado por nombres como John Ford, Howard Hawks, Raoul Walsh y otros, hasta desembocar en Sam Peckinpah, Sergio Leone, Clint Eastwood o Kevin Costner. Su nueva propuesta no era un desprecio a lo anterior, sino un mero dejar constancia de que, tras haberse agotado ya la mirada hecha desde el strong, silent type masculino, había espacio para algo más en el siglo XXI. De esa fuente también vendría más tarde Brokeback Mountain, con sus cowboys solitarios debatiéndose entre y a veces contra sus deseos homosexuales, y ahora, y cerrando círculo, cuando Campion ya casi había decidido retirarse (nueve años llevaba sin rodar cine, con las dos miniseries de Top of the Lake como trabajo principal en la última década), ha llegado la recuperación de esta novela escrita en 1967 por uno de los últimos vaqueros escritores (o escritores que antes fueron vaqueros) del siglo XX, Thomas Savage. En ella estamos en Montana en 1925 (cuando el propio Savage tendría diez años de edad), con dos hermanos de muy diferentes personalidades que llevan un rancho de vacas y que conciben su cometido también de una forma radicalmente distinta. La esposa y el hijo de uno de ellos sufrirá las consecuencias de la personalidad del otro, en un «western psicológico» de fotografía evocadora, miradas significativas y sensaciones sensuales que parece anunciar la llegada de, si no un mundo nuevo, sí de una forma diferente de verlo. Ya ha ganado el Globo de Oro a la mejor película dramática, y es una de las grandes favoritas para los Oscars de este año.

[Aviso de destripes y castraciones en todo el texto]

Phil y George Burbank llevan veinticinco años a cargo del rancho en el que crecieron con sus padres, criando ganado y llevándolo a pacer y a venderlo por los lugares cercanos. Cuando hablamos de películas «de vaqueros» normalmente nos imaginamos otra cosa, ya que, por alguna razón, en esas películas no paran de pegar tiros. Aquí no, aquí no son cowboys, son cowhands, gente que usa las manos, y no las armas de fuego, para trabajar con el ganado. Estamos ya en una época muy tardía, bien entrado en siglo XX, donde los automóviles empiezan a ser comunes incluso en la remota Montana, donde ya existe el cine (El cantor de jazz introducirá el sonoro dentro de solo un par de años, y otros dos más tarde se entregarán los primeros Oscars) y donde Peter Gordon, el hijo de Rose, la que lleva el restaurante del pueblo, viuda del doctor local, tiene ya un preciado álbum de recortes de fotos sacadas de revistas, con mansiones y celebridades de la pantalla. De hecho, Rose solía tocar el piano para acompañar las típicas sesiones de cine mudo hasta hace poco.

Además, Phil y George no son una pareja de paletos pioneros, sino que ambos han podido recibir estudios superiores en Yale (el gobernador Edward bromeará más tarde sobre si Phil echa juramentos a las vacas en latín o en griego), pero la gran diferencia entre los dos es que mientras George es un apacible cuarentón, sencillo y con cierto sobrepeso, Phil está obsesionado con la mística de los cowboys de antaño, sobre todo con la imagen de un tal Bronco Henry, el veterano que les enseñó todo lo que saben sobre su oficio. En la novela original, los dos hermanos visten de traje en sus viajes a caballo con el ganado, pero en la película la distinción entre ambos es visualmente notable desde el principio: nada de chaleco y cadenita para Phil, sino camiseta sudada y chaparreras de cuero sobre los pantalones. Su desdén por las comodidades modernas (entre ellas una bañera DENTRO de la casa) le ha debido de causar algún que otro roce, ya que durante la visita del mencionado gobernador (Keith Carradine) Phil rehúsa el consejo de su hermano de asearse un poco para satisfacer a sus padres, que han venido de visita poco frecuente. «Apesto y me encanta», le suelta. Cuando Phil recuerda a George el aniversario, le propone que deberían celebrarlo… yéndose a cazar un ciervo y comérselo asado a la piedra, como haría Bronco Henry. Esto no le impide, ese mismo día, brindar por el propio Henry, «por el lobo que nos crio», por «il lupo». Es una muestra clara de esa extraña mezcla que se ha hecho Phil, de joven de educación esmerada (por lo poco que vemos de ellos, sus padres además leían mucho), pero que luego elige rechazar todo eso y aparentar ser más agreste y cerril de lo que le corresponde. Benedict Cumberbatch fue el escogido para interpretar el papel precisamente porque pegaba como alguien que, siendo culto en su juventud, hubiera decidido darse a la vida salvaje por decisión propia y a la vez mostrar cierto conflicto latente por detrás de su mirada. Su interpretación es buena, aunque ya han trascendido ciertos cumberbatchismos en su escuela del «método» actoral, según los cuales se pasó tres semanas en un rancho real, aprendiendo a capar toros, y a tocar el banjo, y «envenenándose con nicotina dos veces» en busca de la autenticidad extrema. Quien haya visto la preparación que se montó para interpretar (no solo con la voz) al dragón Smaug en la trilogía El hobbit se podrá imaginar algo similar aquí (y ya que lo mencionamos, decir también que el director de fotografía aquí es el mismo que el de las adaptaciones de Tolkien, a pesar de lo cual filma Nueva Zelanda (como Montana) de una manera completamente diferente).

Ningún problema habría, sin embargo, con esta mezcla de cultura e incultura si no fuera por que, como parte de esa fantasía en la que Phil vive, se le ha colado el desprecio a todos los que no son como él: rudos currantes de manos encallecidas (ni siquiera se pone guantes para capar toros), de «suciedad honesta» y de gustos reducidos al alcohol y las mujeres fáciles. Incluso el poder sentarse a comer pollo frito con la cuadrilla al final de un largo camino le parece un lujo: «Con Bronco Henry nunca veníamos aquí, era simplemente arenques y alcohol en el saloon«. La esmerada decoración con flores de papel que hace Peter es fuente de su desprecio (las llama «purdy», con una pronunciación burlona de «pretty»), y luego habla del «pinano» que toca Rose, en otra deformación guasona de la palabra correcta, similar a cuando en español se dice «pero qué fisno hablas». Y el caso es que luego resulta que Phil es un as con el banjo y que los lazos de cuero trenzado que hace son una obra de arte también. ¿Por qué entonces este desprecio suyo contra padres, hermano, cuñada y sobrinastro, simplemente por aceptar ciertas comodidades del primer cuarto del siglo XX? Es aquí donde podríamos empezar a desarrollar el tema ese de la masculinidad tóxica y/o frágil.

La película en realidad se dedica a pelar las capas de esa cebolla que es Phil y su autoimagen, revelando, hasta cierto punto, por qué es como es. Es obvio que su fascinación con Bronco Henry es la fuente de todo, y lo más fácil es pensar que había ahí algo homoerótico, pero no está claro hasta qué punto. Las viejas historias de Phil sobre Henry se han ido haciendo tan exageradas que ya hasta sus fieles colegas, que claramente lo veneran, dudan de alguna de ellas, como la que cuenta de que fue capaz de hacer saltar un obstáculo a una yegua vieja. Por la lápida de Henry sabemos que nació en 1854, y eso, en términos del Far West, son palabras mayores. Es una de las épocas doradas, poco después de, precisamente, la fiebre del oro, y los Estados Unidos entonces solo tenían 31 estados. Henry tendría 35 años antes de que la propia Montana fuera anexionada al país. Es fácil, pues, idealizar a alguien así, sobre todo si de verdad era una persona capaz, hábil y buen maestro, y también es fácil comenzar desde entonces a ver a otras personas que no son capaces de valerse por sí mismas hasta ese punto como gente de menor valía, incluso odiosas, en especial si sus valores incluyen no admirar como a dioses a gente como él. Véase que uno de los momentos clave de la historia es cuando George, así, sin avisar ni nada, se casa con Rose, la del hijo raruno y afeminado que cecea un poco y que usa los trapos como servilletas de camarero de hotel caro. Es como si con ese mero gesto George, a quien Phil llama fatso (gordinflón) todo el tiempo, renunciara a cualquier posibilidad que le restara dentro de ser un frontiersman machote, solitario y autosuficiente y se viera domesticado por la ancestral trampa de la comodidad y el matrimonio. «Qué bonito es no estar solo», es el simple resumen de sus sentimientos que George le hace a Rose (Jessie Plemons y Kirsten Dunst, pareja también en la vida real). Desde entonces la hosquedad de Phil se acentúa, y su cometido en la vida parece ser hacerle la vida imposible a Rose a base de continuos desprecios (lo del piano y el gobernador, en reverso tenebroso de la importancia de este instrumento en la otra película de Campion) y lograr que se dé a la bebida, sobre todo cuando Phil empieza a tratar mejor a Peter.

Esa es la otra escena importante de la historia, en la que Peter ve a Phil en una de sus periódicas escapadas al lago local, donde se embadurna de barro, se baña en el agua y luego se pasa por el cuerpo, con lentitud y hasta sensualidad, una tela que hasta entonces ha llevado oculta entre las ropas (fue Cumberbatch quien decidió que la llevara metida en la bragueta en lugar de en el pecho). Descubierto en este gesto tan íntimo (y quizá tan peligroso si se supiera públicamente), Phil decide usar la miel en vez de la hiel y empieza a tratar a Peter como protegido y confidente al mismo tiempo. Es entonces cuando empezamos a ir sabiendo algo más de Phil, llegando al momento en el que le cuenta a Peter sobre aquella vez en que Henry le salvó la vida. ¿Cómo? Abrazándose los dos desnudos una gélida noche invernal, para hacer calor común y evitar morir congelados. Esta es claramente la experiencia clave en la vida de Phil, y no es fácil saber si le proporcionó certezas o dudas sobre sí mismo y su ídolo. Dado que solo sabemos lo que Phil nos cuenta de Henry (nunca hay flashbacks ni nada), ¿estaba el veterano comportándose como un experto superviviente o aprovechándose de un jovenzuelo impresionable? ¿Hubo algún tipo de sensualidad o sexualidad en aquella experiencia, o fue mero instinto de subsistencia? ¿Las revistas de fotos de desnudos «artísticos» masculinos significan algo, y por qué llevan escrito el nombre del admirado Henry? Cuando en una película una mujer vomita, ya sabemos que eso significa que está embarazada, y de la misma manera, cuando alguien se muestra especialmente homofóbico, la convención cinematográfica, la «homofobia de Chéjov», por así llamarla, dicta que ese personaje deberá ser él mismo un gay reprimido, pero al hablar de Le llaman Bodhi ya mencionamos que no siempre que dos personas del mismo sexo se lleven bien significa que tenga que haber nada erótico entre ellos (como tampoco entre cualquier otra combinación de personas sexualmente compatibles). Aquí Phil, la verdad, parece haber quedado más confundido que otra cosa, y sus nociones sobre lo que es la verdadera dureza de carácter probablemente quedaron solidificadas de una manera un tanto retorcida, hubiera algo más que abrazos salvavidas entre ellos o no. Desde luego, Phil no reacciona en absoluto cuando Peter le pregunta si Henry «le enseñó a montar».

Prueba de esto es cuando Peter a su vez le confiesa a Phil que su padre se preocupaba porque Peter «no era lo bastante amable, que yo era demasiado fuerte». «¿Demasiado fuerte?», le responde Phil, mostrando otra vez su viejo desprecio. «En eso se equivocó». Bueno, pues vamos a hablar de Peter, a ver si se equivoca o no. Presentado, en la fisicalidad del actor Kodi Smit-McPhee (que fuera hijo de Viggo Mortensen en La carretera) como un chaval superalto y superflaco, todo brazos y piernas como palillos, con tics nerviosos como pasar el dedo por las púas de un peine o bailar el hula-hoop, al principio nos parece claramente carne de cañón para abusones (o bullies, que se dice ahora), sobre todo con esos impecables zapatos blancos por medio de la pradera, pero después se le va descubriendo una fría solidez que resulta inquietante por lo inesperada. A pesar de que sabemos que se ha ido a estudiar medicina, no nos imaginábamos que fuera a diseccionar a ese conejito tan adorable que habían encontrado, para horror de la nueva asistenta, o le retorciera el cuello a otro sin alharacas en presencia del propio Phil. Además, la historia acaba con Peter provocando la muerte de Phil, de una forma sibilina (y otros dirían que femenina, por aquello de usar veneno), al hacer que se contamine de ántrax. Ahí es cuando la justicia, más o menos poética, cae sobre Phil. Lo de no usar guantes, lo de llevarse a Peter de cabalgada, lo de fabricar lazos de cuero… Si se vive bajo la ley del más fuerte, ¿quién es el más fuerte ahora? Quizá «Miss Nancy», como lo llamabas. Desde luego, lo que más descoloca a Phil sobre Peter es que haya sido capaz de ver esa forma de perro oculta entre las montañas que solo él y Henry distinguían, y nunca ninguno de los otros vaqueros. Phil parece asombrado de que dos personas tan diferentes como Henry y Peter (y una tercera en el propio Phil) puedan compartir esa visión que los une de alguna manera. Por cierto, que esa no es la razón del título de la película. Viene de una cita de un salmo de la Biblia en la que el orante pide ser liberado del «poder del perro», es decir, de aquellos con poder para usar la violencia en tu contra. Es exactamente lo que hace Peter.

Quizá queda todo más claro si se tiene en cuenta una parte de la novela que la película deja a un lado, sin tampoco ir en contra del original exactamente, simplemente se elide: en el libro el primer marido de Rose, el doctor, era un hombre un tanto mediocre, contemporáneo de Phil, amable como quería que su hijo fuera, del tipo de los que igual no te cobra por la visita, pero visto como un blandengue por el resto del pueblo. Cuando empiezan a abusar de Peter en el colegio, el doctor y Phil llegan a las manos y Phil le pega una paliza. De resultas, y más por razones mentales que físicas, el doctor se da a la bebida y acaba ahorcándose. Sabiendo esto, muchas cosas de la película cobran mucho más sentido: el desprecio de Phil por su viuda Rose, el disgusto cuando su mismísimo hermano, George, se casa con ella, la nerviosa desconfianza de Rose hacia Phil y la desesperación que le entra cuando George no evita que Phil y Peter intimen. También, sobre todo, cobran sentido las palabras de Peter con las que se abre la película («cuando mi padre falleció, yo no quería nada más que la felicidad de mi madre. Porque ¿qué clase de HOMBRE sería yo si no ayudara a mi madre?») y su plan para provocar la muerte de Phil: no solo está protegiendo a su madre sino también vengando a su padre. Smit-McPhee dice que para componer su personaje se imaginaba que era cierta una teoría según la cual fue el propio Peter quien condujo a su padre al suicidio, lo cual lo convertiría en un peligroso psicópata, experto en encontrar en sus víctimas debilidades clave en esa capa de masculinidad tan dura, y todo con el loable ánimo de proteger a su madre. No era la intención del novelista, pero en la pantalla funciona, a su modo. «Que tu madre no te vuelva mariquita», le decía Phil. Resultado: una venganza fría y despiadada y una historia de vaqueros con dos muertes sin pegar un solo tiro.

(La lista de todas las reseñas de este blog, por orden cronológico, puede encontrarse aquí)

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Elsa rodriguez
Elsa rodriguez
2 años hace

Me encanta zenda. Que placer leer las notas

Juanma
2 años hace

Excelente reseña. Una película muy interesante. Llena de matices y sutilezas.

Madrilia
Madrilia
2 años hace

Me pareció tan buena, que creo la volveré a ver.