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El robot Manolo

Ilustración de portada: David Bastos

A continuación reproducimos la novena entrega de la serie de relatos Crónicas desde El Cabo, de Patricia García Varela.

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Nunca fui demasiado aficionada a las lecturas de fantasía, salvo honrosas excepciones. Como casi todos los pertenecientes a mi generación —y antes de que Peter Jackson lo llevara al cine— disfruté de las aventuras de los hobbits y me enamoré perdidamente de Aragorn, hijo de Arathorn, heredero de Isildur, en una edición de letra microscópica y tamaño inmanejable del extinto Círculo de Lectores.

También soy fiel seguidora del Mundodisco y admiradora de la obra de Terry Pratchett, especialmente fan de las brujas de Lancre, que tienen más sentido común que todo el Ministerio de Magia junto. Y lectora de siempre de infinidad de novelas gráficas de Neil Gaiman, Alan Moore, Mike Mignola y otros muchos autores más centrados en mundos esotéricos que en realidades futuras y robóticas.

Incluso cuando he leído a Asimov, ha sido para caer en los brazos del pequeño y cínico demonio Azazel. Como bien decía Don Álvaro en El diablo enamorado: “No sé nada de sombras, ni siquiera de la mía, excepto que está ahí”. Y en reconocer esa sombra ando.

"La amenaza de quedarme sin trabajo en un plazo relativamente corto, —¿semanas, meses, un par de años?— es cada día más tangible"

Sin embargo, en estos tiempos cambiantes, no me ha quedado otra que asomarme cada vez más a una realidad que, no hace tanto, parecía pura ciencia ficción. Y, sin embargo —ironías del destino— ya lleva un tiempo instalándose cómodamente en nuestras vidas. Hablo de la IA, esa Inteligencia Artificial que hace un par de años empezó a hacer estragos en el sector que me da de comer, y que me augura un futuro más negro que la tinta de los chocos.

La amenaza de quedarme sin trabajo en un plazo relativamente corto,  —¿semanas, meses, un par de años?— es cada día más tangible. Algunos compañeros del gremio periodístico ya han caído, como soldados en una guerra no declarada. Escucho a Bill Gates hablar de cómo, en apenas una década, los humanos seremos reemplazados en la mayoría de las tareas. Y a un optimista Demis Hassabis prometer que la IA encontrará la cura para la mayoría de las enfermedades.

Una de cal y otra de arena pienso yo: igual me quedo en la calle pero al menos estaré sana por primera vez en mi existencia.
Sin embargo Mustafa Suleyman, CEO de IA en Microsoft, no es tan optimista como ese par de vaticinadores de futuros posibles. Él predice un escenario más bien caótico, en el que las desigualdades se dispararían como los cohetes en las verbenas. Lo único claro es que estamos viviendo un momento histórico tan importante como lo fue la introducción de la máquina de vapor en su momento. Quien crea que esto no le va a afectar, —ni en su profesión ni en su vida diaria— es que está muy ciego. O muy entretenido viendo vídeos de gatitos.

Vamos a recurrir a lo que Yaya Ceravieja, una de las brujas de Lancre que mencionaba antes, llama la “Cabezología”. Es decir, el arte de usar la cabeza. Y como Sir Terry Pratchett nos enseñaba en sus libros, algo mucho más poderoso que la magia.

"¿Debemos creer que si la Inteligencia Artificial se implanta en casi todos los ámbitos en un plazo tan corto como una década no traerá consigo consecuencias sociales inimaginables?"

Cuando se introdujo la máquina de vapor en el siglo XIX, los empleos industriales no convirtieron a los trabajadores inmediatamente en una clase acomodada. Más bien al contrario: se construyeron grandes guetos para alojar a quienes servían a los nuevos engranajes mecanizados, y esos trabajadores desempeñaron sus funciones en condiciones que hoy nos parecerían inhumanas.

Por eso surgió el movimiento ludita contra las máquinas y, con el tiempo, las políticas sindicales que lucharon —y en algunos lugares siguen luchando aunque en otros sólo pelen gambas— por los derechos de los trabajadores. Nada de eso se consiguió en un día. Ni siquiera en una década. Muchas taras del XIX se arrastraron a lo largo del siglo XX y nos alcanzaron de lleno en el siglo XXI.

Entonces, ¿debemos creer que si la Inteligencia Artificial se implanta en casi todos los ámbitos en un plazo tan corto como una década no traerá consigo consecuencias sociales inimaginables? ¿Debemos confiar en la tan cacareada Renta Básica Universal? ¿Será viable, será suficiente, será deseable?

De momento, y para sorpresa de nadie, leo que los programas de la Renta Básica Universal en España se desarrollarán en Cataluña y en Euskadi. Parece ser que ya estaba previsto que arrancaran en 2023, pero el bloqueo de los presupuestos de la Generalitat lo ha demorado hasta este 2025. Este año, se cree que por fin se entregará una paga mensual de 800 euros a 5.000 personas durante dos años. La mitad, elegidas por sorteo; el resto, habitantes de los municipios agraciados, seleccionados a dedo. Vamos, como que te toque el sueldo Nescafé, pero todavía mejor: si tu vivienda es “bendecida por el azar”, lo cobrará toda la familia —800 euros por cabeza adulta y 300 euros por cada menor de 18 años.

"Ya puestos a imaginar, incluso sueño con la posibilidad de la creación de un robot rural. ¿Por qué no? Un robot humanoide que se llame Manolo"

¿El pequeño defecto de todo esto? Que en realidad ese dinero sale de las arcas públicas, y por tanto lo pagamos todos. De momento, que yo sepa, no hay ninguna IA que lo produzca por nosotros. ¿Y en el futuro? Ay, amigos… “El futuro se oculta tras los hombres y mujeres que lo hacen hoy”, que decía Anatole France, así que mejor estar atentos al cambio. No vaya a ser que nos lo programen sin preguntar.

Dicho esto, pensarán ustedes que a mi la Inteligencia Artificial no me gusta, que soy una ludita convencida. Pues les voy a defraudar: la verdad es que estoy resignada a su existencia. Incluso me parece ilusionante su uso en ciertos ámbitos, como en el campo de la medicina.

Ya puestos a imaginar, incluso sueño con la posibilidad de la creación de un robot rural. ¿Por qué no? Un robot humanoide que se llame Manolo, mida 1,60 metros y maneje con soltura un sacho para preparar la tierra sin esfuerzo. Yo firmaría por tener uno para sembrar las patatas.

No me atraen lo más mínimo esos robots despersonalizados que no son más que cuatro piezas metálicas creadas para recolectar las cosechas a velocidad de vértigo —véase el robot Virgo, capaz de acabar con cualquier cosechadora porque “ve” dónde están las piezas a recolectar y decide las mejores rutas— o el Swagbot, ese robot autónomo australiano que quiere sustituir a los perros en las labores de pastoreo del ganado. Pero sí puedo imaginar la versión 4.0 de un Manolo de toda la vida.

Un robot humanoide con inteligencia artificial que no sólo sea capaz de sachar manejando la azada con soltura, sino que también sepa sentarse a escuchar a los mayores de la aldea, en una silla al fresco, junto a la puerta de casa. Que pueda conducir un coche compartido para llevar a los vecinos al centro de salud más cercano, al banco o al ayuntamiento, porque en su pueblo ya no pasa el tren ni el autobús. Que incluso se ocupe de llevarles las compras más pesadas a casa o vigilar si están todos los que son o son todos los que están.

"Quizás cerrarse en banda ante la inteligencia artificial en todos los ámbitos sea un error"

La integración de un ente cibernético de esas características en un pequeño núcleo rural de población envejecida no sólo sería sencilla, sino muy beneficiosa. Evitaría que esos habitantes tuvieran que abandonar sus casas para pasar a vivir en residencias geriátricas compartidas en entornos desconocidos.

Quizás haciendo un esfuerzo imaginativo, un robot Manolo sería la solución para evitar el goteo constante de desapariciones de personas con Alzheimer y demencias seniles en zonas rurales, sin tener que dejar el entorno que fue siempre su casa.

En España nos enfrentamos a un grave problema de desatención médica en las zonas rurales. Los nuevos residentes de medicina de familia no ven atractivas las plazas que dejan los médicos que se jubilan. Las causas son múltiples, las soluciones pocas.

Quizás cerrarse en banda ante la inteligencia artificial en todos los ámbitos sea un error. Está claro que el diagnóstico asistido por IA o la monitorización remota de pacientes puede ser tremendamente útil aplicada al rural. Una auténtica revolución. ¿Pero cuántas revoluciones conocemos que hayan terminado bien?

Ponerle límites a su uso y reconocer cuáles son las verdaderas utilidades que nos interesan como ciudadanos, —en todos los ámbitos— es la única manera de evitar el abuso de esta nueva herramienta, tanto por parte de los gobiernos como de los magnates tecnológicos. Sé que tengo los días contados en mi profesión, pero quizás se presenten nuevos horizontes. Soplan no vientos, sino huracanes de cambio. Me pillan algo mayor, pero no dormida. Habrá que estar al tanto.

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Entregas anteriores:

La Casita, mi casa

El fuego

Los vecinos

El agua, la piscinita y la madre que los parió

No hay turista para tanta cultura

La tormenta

No son molinos, amigo Sancho, que son gigantes

De tejones, infancias y pies rotos

Próximas entregas:

Las gallinas, la duquesa y el pintor

Mujeres, rural y soledad

Los jabalíes, el pulpo y las velutinas

Mi gato

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