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El ruiseñor en la pila de bautismo

El ruiseñor en la pila de bautismo

El otro día me llegué hasta Rutherford Hill y en el camino oí al ruiseñor. Aunque bien entrado el verano, ni aun así es fácil por estos pagos; en España, por ejemplo, se puede oír ya en primavera. “Que por mayo era, por mayo”, para ser exactos. “Cuando canta la calandria y responde el ruiseñor”. Se me han olvidado versos, pero aún puedo soltar tres o cuatro de corrido (con alguna morcilla). Es el Romance del prisionero, que nos enseñaba de chiquitos doña Rosario Cienfuegos en La Bombi, allá en Madrid.

El ruiseñor es un pájaro con prestigio literario. Imposible no rememorar el cernudiano “ruiseñor sobre la piedra”, metáfora de los veraneos de una infancia que el poeta, corroído por la nostalgia, evocaba en su exilio. Y es que el ruiseñor es símbolo de tiempos felices. Por ejemplo, para Antonio Machado en sus Nuevas canciones.

Tardecita alegre.

¡Canta, ruiseñor!

Es la misma hora

de mi corazón.

El simpático pajarito goza de especial predicamento entre cantantes:

Joselito —“ay, campanera, por qué será”—, ejerció de Ruiseñor de las cumbres y, en general, de Pequeño ruiseñor. Y la conocida prima donna del bel canto, Bianca Castafiore, recibió el cariñoso apelativo de Ruiseñor milanés.

En Cataluña hay un ruiseñor muy popular que un buen día se va a Francia por causas poco claras. “Rossinyol, que vas a França, rossinyol…”. Se trata de una vieja tonada que parece expresar el dolor que trajo la Paz de Westfalia cuando rompió de la noche a la mañana familias, amistades y relaciones de siglos entre los dos lados del Pirineo; nadie se acordaría hoy de ello si no fuera por la pena enganchada a una canción que no muere. “Encomana’m a la mare, rossinyol…”. Me dicen que el primero en fijarse en este melancólico canto que las niñas entonaban saltando a la comba fue el sabio polígrafo y egregio folklorista don Manuel Milá i Fontanals, que lo puso negro sobre blanco a mediados del siglo XIX. 

En el orbe anglosajón, el ruiseñor, el nightingale, también tiene tradición literaria, y eso que sólo alegra la mitad meridional de Gran Bretaña (y de Irlanda), aunque mi encuentro del otro día lo ponga en entredicho. Mi vecino Rogers lo atribuye al tan pregonado cambio climático: este año las temperaturas baten records. El hecho es que Keats, inglés, dedicó al ruiseñor celebrada oda, y Oscar Wilde, dublinés, un relato, The Nightingale and the Rose, que tradujera al español un hermano de Gómez de la Serna, Julio, hombre de vasta cultura y talante generoso al que España debe precisas translations y yo gratitud eterna, por diferentes razones.

Me pregunto qué pensarán de todo esto en USA, donde carecen de nightingale, y me digo que lo mismo que nosotros del mockingbird, pájaro cantor americano que en español sigue recibiendo su viejo nombre precolombino, “zenzontle”, y también “cenzontle” o, ya más ahormada la palabra, “sinsonte”. Es el pájaro al que se refería Harper Lee en el título de su novela To Kill a Mockingbird, que su traductor español, inolvidable Baldomero Porta, tituló Matar un ruiseñor. Supongo que por exigencia comercial: hace setenta años, Matar un sinsonte no se hubiera entendido a este lado del charco. El pájaro americano, en todo caso, parece haber tenido más fortuna en inglés: en las dos orillas se canta con entusiasmo «Listen to the Mockingbird», que ustedes habrán oído mil veces en las películas. “Listen to the mockingbird, still singing where the weeping willow waves…”.

En México, en cambio, triunfa el pájaro europeo, el ruiseñor. Y no en cualquier parte: en la pila bautismal de las bellas. Cosas de las mañanitas que cantaba el rey David.

En fin, ruiseñor o sinsonte, nightingale o mockingbird, el caso es que cante. Y si lo hace en sitios raros, pues qué le vamos a hacer.

Darle la bienvenida.

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