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Elmer Modlin y su extraña familia

Elmer Modlin y su extraña familia

El de las casas encantadas es uno de los subgéneros más antiguos y arraigados del cuento de miedo. Ya en la imagen silente, el cine recogió esta tradición en algunos de los títulos más destacados del expresionismo alemán: El castillo Vogeloed (F. W. Murnau, 1921), El tesoro (Georg Wilhem Pabst, 1923), Sombras (Arthur Robinson, 1927)…

Sin embargo, no cabe duda de que ha sido en Hollywood, y en épocas más recientes, donde las casas encantadas —o estigmatizadas— han protagonizado algunas de las cintas favoritas del común de los espectadores de este inquietante y sugerente subgénero. Así, se impone dar noticia de Terror en Amityville (Stuart Rosenberg, 1979), Al final de la escalera (Peter Medak, 1980) o Poltergeist (Tobe Hooper, 1982). Aunque el argumento de las dos primeras versa sobre fenómenos sobrenaturales, acontecidos en casas verdaderas que ya forman parte del folclore estadounidense, algo tan prosaico, racional y verificable como los problemas derivados de los derechos de autor de las películas y novelas que han inspirado estos misterios ha hecho que los más escépticos duden del esoterismo que puedan guardar sus paredes.

En realidad, el cine había entrado en una casa sobre la que nadie duda que pese una maldición algunos años antes de que Rosenberg realizase su Terror en Amityville. Más que una casa propiamente dicha es todo un inmueble de Manhattan, y en diciembre de 1980, cuando John Lennon fue asesinado al disponerse a entrar en su portal, quedó claro para todo el mundo que aquel es un lugar sombrío. Sito en la esquina de la calle 72 y el oeste de Central Park, Roman Polanski, en 1967, fue el primero que rodó allí. Para ser exactos, filmó los exteriores del apartamento donde los adoradores del maligno llevan a cabo sus rituales en La semilla del diablo (1968).

"Hoy me ocupa un extraño sujeto que borda su papel, poco más que una figuración entre los que admiran al hijo de Satanás recién nacido"

Se trata de un edificio de apartamentos de lujo llamado Dakota. Construido por Edward Clark, éste encargó la obra al prestigioso arquitecto Henry Hardenbergen y la finca acogió a sus primeros vecinos en 1884. Entre sus inquilinos, además de escritoras como la gran Carson McCullers y diversos notables, han contado actrices como Lauren Bacall, Judy Garland o la propia Mia Farrow, protagonista de La semilla del diablo. Entre los actores destaca el gran Boris Karloff. Aunque la creación, por parte de este último, del monstruo de Frankenstein para el primer repertorio de la Universal le ha elevado a los altares del culto cinéfilo, la maldición que pesa sobre el Dakota tiene su origen en otro de sus inquilinos, el brujo Wicca Gerald Brossau Gardner, quien fue autor de textos —parece ser que claves— del neopaganismo. Fue en él precisamente en quien se inspiró Polański para el personaje de Guy Woodhouse, el infeliz diletante que, a cambio del éxito profesional, presta al diablo a su esposa, Rosemary (Mia Farrow), para la procreación.

Desde entonces, el cine ha vuelto en muchas ocasiones a retratar el Dakota, una de las últimas en Vanilla Sky (Cameron Crowe, 2001). Pero hoy me ocupa un extraño sujeto que borda su papel, poco más que una figuración entre los que admiran al hijo de Satanás recién nacido. Elmer Modlin, el actor en cuestión, llegado a nuestro país no mucho después, estaba llamado a escribir, junto a su extraña familia, una de las páginas más insólitas y alucinadas, casi esotéricas, de la historia del cine español.

Elmer Modlin en La semilla del diablo.

Nacido en Carolina del Norte en 1925, la primera noticia del joven Elmer lo sitúa sirviendo en un barco hospital durante la Segunda Guerra Mundial. Su pacifismo le impidió ir al frente, aunque no le libró de ser el primer marino estadounidense que pisó Nagasaki tras la bomba. De vuelta a casa, ya actor y poeta, en 1947, durante una representación teatral, conoció a Margaret Madley. La muchacha, perteneciente a una familia acomodada del lugar, quería abrirse camino como pintora surrealista. Sólo la muerte les habría de separar. El amor surgió de inmediato y permaneció incólume hasta que ella expiró en sus brazos en 1998 en un piso de la madrileña calle del Pez.

"Antes de instalarse en España, los telespectadores españoles supieron de Elmer merced a sus colaboraciones en teleseries de los años 60 tan populares como El fugitivo"

Se casaron en 1949, y en el 52, cuando nació su único hijo, Nelson, se trasladaron a Los Ángeles. Allí regentaron un restaurante vegetariano y dieron al pequeño una educación esmerada con miras a que fuera el mejor actor. Eso también se les negó. Demasiado a menudo, los trabajos interpretativos de los Modlin eran sin frase en los diálogos. Sus nombres raramente figuraban en los créditos, lo que no impidió que en Los Ángeles llegasen a codearse con escritores como Henry Miller y Anaïs Nin. De todo ello dieron buena cuenta en un diario que llevaron escrupulosamente durante años.

Antes de instalarse en España, los telespectadores españoles supieron de Elmer merced a sus colaboraciones en teleseries de los años 60 tan populares como El fugitivo, Alma de acero, Mannix o Hechizada. Bien en clave cómica, bien en dramática, el esoterismo siempre estuvo ligado a Modlin de un modo sorprendente.

A España llegaron siguiendo a Nelson, quien recaló en nuestro país en 1970, cuando iba a ser reclutado para ir a Vietnam. Aquí se hicieron franquistas. Margaret, que se aplicó en sus cuadros sobre el Apocalipsis, estuvo a punto de vender a Patrimonio Nacional un retrato del entonces jefe del estado. Aunque trabajó con Alan J. Pakula cuando rodó en España Love and Pain and the Whole Damn Thing (1973), Elmer estaba maldito de un modo irrevocable. El resto de su filmografía fueron personajes irrelevantes en las dos pantallas. En la grande intervino en cintas como Los nuevos españoles (Roberto Bodegas, 1974), Olvida los tambores (Rafael Gil, 1975) o El diputado (Eloy de la Iglesia, 1980); en la pequeña, pudo vérsele en series como Curro Jiménez (VV. AA., 1976).

En un momento dado, Margaret comenzó a fotografiarles sistemáticamente en poses insólitas y semidesnudos. Hay una foto de los Modlin que muestra de forma meridiana la jerarquía de esta extraña familia estadounidense afincada en Madrid. Elmer —el padre— mira a Nelson —el hijo—, quien a su vez baja la vista hacia Margaret —la madre—. Esta última, que aseguraba ser «la mejor pintora del Apocalipsis», ejerció un poder inquietante sobre los dos. En la foto en cuestión mira a cámara, como queriendo magnetizar al observador.

"Al éxito del libro, que conoció una segunda edición y en algunos países se puso a la venta por una editorial comercial, hay que sumar el del film Una historia para los Modlin"

El fotógrafo Paco Gómez, quien descubrió la enigmática instantánea junto a otros cientos de retratos de los Modlin en junio de 2003, tirado todo entre la basura del número 3 de la calle del Pez, está convencido de que los Modlin, que nunca dejaron de ser unos diletantes —como Guy Woodhouse— dispusieron su singular legado para que la posteridad les brindara esa gloria que su tiempo les negó. Y a tenor del éxito del libro que les dedicó Gómez, cuya primera edición (2013) fue financiada por 609 mecenas que en cuatro días aportaron por crowdfunding 21.170 € para su impresión, todo parece indicar que haya sido así.

Al éxito del libro, que conoció una segunda edición y en algunos países se puso a la venta por una editorial comercial, hay que sumar el de Una historia para los Modlin. Filme dirigido por Sergio Oksman en 2012, mereció el Goya al Mejor Cortometraje, y justo es reconocer que es uno de los granados de los que se recuerdan.

Es probable que dicha historia no hubiera existido si a la fijación con el Apocalipsis de Margaret no se hubiese sumado otro dato singular: que Elmer sea uno de los que miran fascinados al hijo de Satanás en La semilla del diablo. Su nombre ni siquiera figura en los títulos de crédito de la película. Pero, a las decenas de curiosos que de un tiempo a esta parte visitan el Palentino y otros establecimientos de Malasaña que frecuentaron los Modlin, les basta para dar al asunto un carácter satánico.

Cuando Nelson se fue de casa, sus padres apenas volvieron a salir. El Modlin hijo murió en 2002.

Ya sin nadie, Elmer solo sobrevivió un año a su querida Margaret. Se emborrachaba en casa con sus recuerdos. Su final fue muy semejante al del gran Tod Browning, bebiendo cerveza y viendo cine silente junto a su esposa. Tras varios días sin dar señales de vida, los vecinos de Elmer en la calle del Pez, alarmados, avisaron a la policía. Cuando los bomberos entraron en su casa le encontraron, casi deshidratado, junto a una botella de whisky. Murió delirando unos días después.

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