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En el nombre del poder: La novela de los Borgia

En el nombre del poder: La novela de los Borgia

Fotografía de portada: Juanjo Braulio en el Castillo de Sant’Angelo de Roma

Fue en una de esas tardes eternas y oscuras de otoño de finales de los ochenta en un instituto de Valencia. La última hora de clase correspondía a la asignatura de valenciano, y el profesor se esforzaba en mantener la atención de cuarenta adolescentes cansados y hartos de estar allí. Explicaba la evolución del uso de la lengua a lo largo de tiempo y, de pasada, comentó cómo, hacia el final del siglo de oro de su Literatura —que fue, a grandes rasgos, el XV, con Ausiàs March, Joanot Martorell, Jaume Roig o Sor Isabel de Villena— había llegado a ser usada en Roma por los dos únicos pontífices españoles de la Historia: Calixto III y Alejandro VI, los papas Borja.

Fue la primera vez que oí hablar de ellos.

Y durante muchos años, también la última.

Que nadie piense que tuve una especie de epifanía ni que me invadió un irrefrenable deseo de saber más sobre quiénes eran aquellos dos personajes. Entenderán que, a mis dieciséis años, tenía otras inutilidades más importantes en las que pensar. Sin embargo, pasado el tiempo, supongo que fue entonces cuando se plantó la semilla que, treinta y cinco años después, ha germinado en En el nombre del poder, mi tercera novela, con la que se inicia una bilogía sobre la familia Borgia.

"Los Borja/Borgia merecen un lugar en nuestro imaginario colectivo similar al que tienen los Tudor en Inglaterra, con sus luces y sus sombras"

Decía que, tras aquella tarde de otoño, pasó toda mi formación —en Humanidades y Periodismo y en Valencia— sin que nadie me enseñara nada más sobre Alfons de Borja i Cavanilles (papa Calixto III entre 1455 y 1458) y Roderic de Borja i Borja (Alejandro VI entre 1492 y 1503). Por entonces, ayuntamientos como el de Xàtiva —donde nacieron— y Gandía —donde prosperó una de las ramas de la familia— empezaban a recuperar su nombre y su legado, pero eran intentos un tanto modestos. Ni siquiera cuando en 1992 se celebraba el V Centenario del descubrimiento de América hubo gesto alguno que recordara que el propio Alejandro VI fue elegido pontífice justo dos meses menos un día antes de que Colón tocara tierra. Y eso a pesar de que fue el mismo papa que, en sus tiempos de cardenal, arregló el embrollo legal que legitimó el matrimonio entre Fernando de Aragón e Isabel de Castilla en 1472 y que, ya desde la Silla de San Pedro, les dio el título de “Católicos” y que merced a cuatro bulas de 1493 les concedió la posesión de casi toda América.

Aunque sólo fuera por eso, los Borja/Borgia merecerían un lugar en nuestro imaginario colectivo similar al que tienen los Tudor en Inglaterra, con sus luces y sus sombras. Sin embargo, la familia valenciana pasó de la infamia al olvido para caer en la calumnia y acabar en el tópico falso del veneno, el incesto y la depravación.

"En el nombre del poder no es un libro de historia ni un ensayo; es una novela y, como tal, es una ficción basada en hechos reales que, en ocasiones, han sido modificados"

Aunque historiadores como Miquel Batllori, María Bellonci, William H. Woodward, Marion Hermann-Röttgen, Óscar Villarroel o Álvaro Fernández de Córdoba han desbrozado el territorio borgiano de tópicos truculentos, la literatura parece anclada en la reiteración de las mismas coordenadas de la leyenda negra, tal y como ya conté aquí mismo en Zenda hace cinco años. Y eso a pesar de que autores como Vicente Blasco Ibáñez, Pío Baroja, Manuel Vázquez Montalbán, Manuel Vicent o Joan Francesc Mira —por citar a los más notables— convirtieron en literatura la huella que dejaron en la Historia los papas Calixto III y, sobre todo, Alejandro VI y César Borgia. Por todo ello, pensé que había margen para una novela en la que la emoción no estuviera reñida con el rigor y aportar algo más para que la extraordinaria epopeya de aquellos valencianos que conquistaron el mundo de su época fuera mejor conocida; con sus aciertos y errores, pero sin los añadidos morbosos que, por otra parte, no hacen falta para mantener su fascinante leyenda.

Ese fue el espíritu que me animó, después de años de lecturas y viajes sobre los Borgia, a embarcarme en un proyecto literario que, en ocasiones, he pensado que superaba mis límites como narrador y que no habría conseguido llevar a cabo de no haber sido por el programa de Fomento de la Movilidad Internacional de Autores Literarios del Ministerio de Cultura y Deporte financiado con los fondos Next Generation de la Unión Europea y que me permitió vivir en Italia durante dos meses para documentar la novela.

Debo hacer hincapié en esta última cuestión porque En el nombre del poder no es un libro de historia ni un ensayo; es una novela y, como tal, es una ficción basada en hechos reales que, en ocasiones, han sido modificados en aras de la tensión dramática. O dicho de otra manera, lo que se cuenta en la novela pasó o pudo pasar, pero no se hace pasar por verdad científica, porque ni ese es su cometido ni era mi pretensión. Y además, como toda novela histórica, la primera parte de la bilogía, en realidad, de lo que habla es del presente.

"Son estos paralelismos los que provocan que el Renacimiento nos siga fascinando como ningún otro periodo histórico, porque fue un tiempo, como el nuestro, en el que todo estaba cambiando"

Esta novela, a la vez que cuenta el pasado, ayuda a entender el presente porque la época de los Borgia tiene inquietantes parecidos con la nuestra pese al océano de tiempo que las separa. Entonces, si el mundo medieval configurado alrededor de las ciudades-Estado o los señoríos agonizaba ante el empuje del Estado-nación, hoy es esta concepción la que retrocede ante fenómenos como la globalización o la todavía incipiente pujanza de las corporaciones-Estado. El ordenador y la fibra óptica han provocado cambios tan intensos en nuestros días como los que provocaron la imprenta y la brújula; y si la Europa del siglo XVI fue un inmenso campo de batalla, el mundo del siglo XXI también lo es, aunque ya no se lucha con picas y falconetes sino con finanzas y redes sociales mientras la cultura —entonces y ahora— florece como no lo había hecho en su pasado inmediato, si bien este florecimiento no es inocente ni espontáneo, sino fruto de intereses bien definidos, tan legítimos como ilegítimos.

Son estos paralelismos los que provocan que el Renacimiento nos siga fascinando como ningún otro periodo histórico, porque fue un tiempo, como el nuestro, en el que todo estaba cambiando. Que un clan de la baja nobleza valenciana llegara al papado era tan inconcebible como lo era hace solo unos pocos años que un empresario metido a estrafalario personaje de televisión fuera presidente de los Estados Unidos. El Humanismo hizo creer a la sociedad de la época que podía acometer cualquier empresa —como dar la vuelta al mundo en busca de las especias y descubrir un continente en el camino— del mismo modo que la tecnología nos hace confiar hoy en un progreso ilimitado. Y en ambos casos, ciertas realidades —la sífilis entonces y el coronavirus ahora— disipó el sueño de ser dioses.

"Don Micheletto me ha servido de máscara tras la que ocultarme para contar la epopeya de los Borgia sin ponerme de su parte ni ponerme de perfil para ponerlos en contexto"

Una constante en mi obra narrativa —yo diría que una obsesión— son los mecanismos del poder. De ahí que escribir una novela sobre los Borgia fuera para mí un destino ineluctable. Sin embargo, necesitaba una voz narrativa potente, y fue la misma Historia la que la puso al alcance de mi pluma. La epopeya borgiana está contada a través de los ojos de Miquel de Corella —al que toda Italia aprendió a temer bajo el nombre de Don Micheletto— y que fue uno de los capitanes de confianza de César Borgia. Fue una persona real, cuya existencia está documentada, pero oscurecida por la leyenda negra más aún incluso que el resto de los Borgia, a cuyo servicio estuvo toda la vida y para quienes se convirtió en un feroz asesino pese a que quería ser un poeta.

Don Micheletto me ha servido de máscara tras la que ocultarme para contar la epopeya de los Borgia sin ponerme de su parte ni ponerme de perfil para ponerlos en contexto, porque el Renacimiento fue una época —como la de hoy en día— en que lo imposible empezó a hacerse posible. Solo así se explica que esa familia de la pequeña nobleza de Xàtiva alcanzara las más altas cimas del poder en poco menos de los cincuenta años que van desde la elección de Calixto III en 1455 a la muerte de su sobrino Alejandro VI en 1503. Por el camino, los Borgia se impusieron a las poderosas familias italianas, emparentaron con las casas reales de Francia, Castilla, Aragón y Navarra y estuvieron muy cerca de crear un principado propio en Italia. Para lograrlo no tuvieron más remedio que ser lobos entre lobos, y de ahí que mintieran, sobornaran, robaran y asesinaran como hicieron otras familias poderosas de la época como los Orsini, los Médici, los Della Rovere, los Sforza o los Trastámara. Sin embargo, todas ellas han pasado a la Historia como mecenas y protectores de las artes y las ciencias, mientras que los Borgia lo han hecho como criminales. Y eso que, en realidad, fueron políticos de un tiempo en el que las mismas manos se cubrían con hierro y con seda; en el que en los mismos salones adornados con estatuas de Donatello y frescos de Rafael se cometían crueles venganzas. Una época, en definitiva, que sirve de espejo que nos devuelve nuestra propia imagen.

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Autor: Juanjo Braulio. Título: En el nombre del poder. Editorial: Ediciones B. Venta: Todostuslibros

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Byron Aguayo
Byron Aguayo
6 meses hace

Favor en Katy,TX.EE.UU donde puedo conseguir este libro: En el nombre del poder.gracias,saludos.