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Borja y Borgia. Mentiras históricas y verdades literarias

Borja y Borgia. Mentiras históricas y verdades literarias

Me gusta decir que los escritores, en nuestras novelas, contamos mentiras para decir verdades. No obstante, algunos embustes literarios terminan por convertirse en monolíticos dogmas que son capaces de resistir los embates del tiempo y la ciencia de forma que la verdad se vuelve inverosímil. Hay docenas de ejemplos de este fenómeno, pero quizá muy pocos con la intensidad y virulencia con la que se ha tratado a mi paisano Rodrigo de Borja, que tal día como hoy, 11 de agosto, fue elegido papa con el nombre de Alejandro VI. Desde aquel martes del verano de 1492 hasta este viernes del de 2017 han pasado 525 años. Junto a su tío Alfonso —también papa Calixto III casi cuatro décadas antes— los Borja son los valencianos que más alto han llegado y si hiciéramos una lista de los españoles que mayores cotas de poder e influencia han alcanzado a lo largo de la Historia, ambos deberían estar entre los diez primeros. Sin embargo, los dos están enterrados, en el mejor de los casos, en el olvido y, más habitualmente, en el oprobio. La política, sin duda, ha tenido mucho que ver con la leyenda negra que rodea a los Borja pero la Literatura, esa máquina de contar mentiras que fabrica verdades, también ha tenido un papel decisivo para que los Borja —o Borgia— sean otra forma de decir asesinato, corrupción, incesto y, en general, casi cualquier forma de perversión que se nos ocurra.

Escudo de armas del Papa Alejandro VI fijado en un muro del Castel de Sant’Angelo de Roma.

A pesar de que Rodrigo de Borja llevaba 36 años en Roma en el momento de su elección y, como suele decir Joan Francesc Mira, era ya más italiano que los propios italianos, no fue bienvenido por las familias nobles indígenas que, desde tiempos de Gregorio XI, el último papa francés de la etapa de Aviñón (1370-1378), se repartían por turnos el solio pontificio. De hecho, tras Alejandro VI solo hubo otro papa no italiano, el holandés Adriano VI veinte años después, y ninguno más durante siglos hasta 1978 con el polaco Juan Pablo II. Así pues, ya en vida, Alejandro VI soportó todo tipo de ataques y calumnias pero, en aquel momento, la principal acusación fue la de simonía, o sea, de haber comprado el cargo de Sumo Pontífice. Sus otros pecados ensalzados por la propaganda de sus enemigos, o sea, la violación del celibato sacerdotal y el nepotismo no podían ser materia de acusación en aquellos tiempos porque todos los papas italianos habían hecho, hacían y harían lo mismo durante mucho tiempo. De hecho, tal y como le dijo San Ignacio de Loyola a San Francisco de Borja, duque de Gandía, general de los jesuitas y bisnieto de Alejandro VI, al menos treinta papas anteriores y unos cuantos posteriores al valenciano «merecían arder en el Infierno». Ahí es nada.

"Lo que sí intentó Alejandro VI fue crear una dinastía Borgia en la Italia central que unificara los antiguos principados, siempre en guerra entre sí. No lo consiguió."

La fuente primordial de la leyenda negra de los Borja viene de la mano de un tal Johannes Burchardus, el jefe de protocolo de la Santa Sede con Alejandro VI quien, se supone que para mantener el favor  (y sobretodo, el cargo) del archienemigo del valenciano, ya papa Julio II, incluyó en su diario todo tipo de historias sobre orgías, incestos e incluso pactos demoníacos. Otros autores más o menos contemporáneos de los Borja siguieron la estela de Burchardus bajo un denominador común: todos ellos trabajaban para los enemigos de la familia valenciana. La Reforma protestante, algunos años después, va extender el odio al Papado por todo el norte de Europa y aquel diario de Burchardus fue la inspiración para un drama escrito por el alemán Barnabe Barnes en 1607 que bajo el título Der Teufelspakt (El pacto con el Diablo) pinta a Alejandro VI como la encarnación de todo el mal y que autoriza el asesinato de su hijo Juan a manos de su otro vástago, César con el que comparte la cama de su propia hija, Lucrecia. A partir de ahí, la espantosa reputación de los Borja pasaría del ámbito de la política y su propaganda al de la Literatura e incluso al de la Filosofía y ahí está la aportación del mismísimo Friedrich Nietzsche quien en su obra El Anticristo lamentaba que Alejandro VI no hubiera tenido éxito en su intención de convertir el Papado en una institución hereditaria en la figura de su hijo César ya que «con eso el Cristianismo hubiera sido abolido». Lo cierto es que sólo en la imaginación del filósofo alemán existió tal posibilidad. Lo que sí intentó Alejandro VI fue crear una dinastía Borgia en la Italia central que unificara los antiguos principados, siempre en guerra entre sí. No lo consiguió.

En primer plano, retrato de un entonces joven cardenal Rodrigo de Borja realizado por Sandro Botticelli, quien aparece en segundo plano.

A partir del drama de Barnes, cada vez que la Literatura de la Europa protestante, quería atacar al Papado, los Borgia eran el blanco perfecto para encarnar en ellos el epítome del mal y la depravación. Aquí cabe reconocer que la familia valenciana no eran un grupo de hermanitas de la caridad, pero tampoco fueron distintos a otros príncipes del Renacimiento. Quizá la injusticia histórica se ve mejor en la figura de Julio II, Giuliano della Rovere, que fue un papa guerrero y cruel que alcanzó el solio pontificio tres años después de la muerte de Alejandro VI. Julio II no sólo reinó a caballo y con la armadura puesta, sino que su desastrosa gestión de las cuentas vaticanas llevó a la venta de bulas que provocarían la Reforma Protestante y las Guerras de Religión que ensangrentarían Europa durante dos siglos. No obstante, él ha pasado a la Historia como el gran mecenas que encargó a Miguel Angel la Capilla Sixtina y Alejandro VI como uno de los mayores criminales de la Humanidad.

"Sin embargo, junto al incesto, el envenenamiento es la tarjeta de presentación de los Borgia. Y esta mentira tiene un responsable principal que, para más inri, es uno de los nombres fundamentales de la Literatura Universal: Alejandro Dumas, padre."

«Borgia» y «veneno» son dos palabras que están unidas en el imaginario literario. Cualquiera que se haya acercado a los Borja con un mínimo de rigor histórico sabe que ni el papa valenciano ni su hijo César tuvieron jamás necesidad de utilizar la ponzoña para eliminar a sus adversarios políticos porque, entre otras cosas, no les hacía falta. Rodrigo de Borja, que fue un hombre de leyes, doctor en Derecho Canónico y Civil,  tenía a su disposición todo el poder jurídico de la Santa Sede tanto como vicecanciller de Roma que fue durante treinta años y cuatro papados, como cuando él mismo se calzó las sandalias del Pescador. Por su parte, César Borgia, fue un caudillo militar como gonfaloniero de los Ejércitos Pontificios, o sea, más amigo del tajo del verdugo y el nudo corredizo de la horca que del veneno.

Portada de la primera edición de la novela «A los pies de Venus. Los Borgia» de Vicente Blasco Ibáñez de 1926.

Sin embargo, junto al incesto, el envenenamiento es la tarjeta de presentación de los Borgia. Y esta mentira tiene un responsable principal que, para más inri, es uno de los nombres fundamentales de la Literatura Universal: Alejandro Dumas, padre. En la que para mí es su mejor novela, El conde de Montecristo, el tesoro cuyo mapa ha descifrado el abate Faria y que legará a su pupilo Edmond Dantès pertenecía, en realidad, a un cardenal de tiempos del papa Borja. El purpurado, ante la sospecha cierta de que va a ser envenenado por Alejandro VI y César para quedarse con su fortuna, la había ocultado en el islote para burlar los planes de los Borgia. Otro de los grandes de la Literatura Universal, Víctor Hugo, también lanzó su parte de estiércol sobre los Borgia gracias a su drama Lucrezia Borgia, que transcurre en la corte de Ferrara, donde la hija del papa era duquesa, y que es el palacio «del placer, el asesinato, el adulterio, la infamia y la sangre».

"Desde el punto de vista histórico, los Borja encarnan, en mi opinión, lo más significativo de lo valenciano y que se ve muy bien en la fiesta de las Fallas, o sea, grande, aparatoso, espectacular... y efímero."

Así, pues, los Borja se instalaron en los puestos principales de la ficción ya marcados como sinónimo de criminales. De poco o nada sirvieron algunos intentos como el de otro valenciano universal (y también injustamente tratado, aunque de eso hablaremos otro día) como Vicente Blasco Ibáñez que, en 1926, intentó con una novela sacar a la familia del interminable círculo vicioso de pornografía y maldad. Dejó escrito Blasco Ibáñez que en todo lo que había encontrado sobre los Borja a la hora de documentar su novela A los pies de Venus. Los Borgia se había encontrado con que «los historiadores imparciales encontraron más cómodo llegar hasta nuestros días copiándose unos a otros de un modo automático, sin examinar antes la autenticidad y veracidad de los relatos antiguos». Aún así, entre la inmensa producción de Blasco, esta novela está considerada, no sin  cierta razón, una obra menor ya que al escritor valenciano le venció cierto sentimiento patriótico que le llevó a defender a sus paisanos quizá un poco más de lo que era estrictamente defendible. A finales del siglo pasado, dos autores como Manuel Vazquez Montalbán y Manuel Vicent se acercaron a los Borja con una novela y una obra de teatro, respectivamente. La obra del barcelonés, O César o nada, es una novela más diálectica que histórica donde Vázquez Montalbán quiere hablar de otras cosas como el paso del feudalismo a las monarquías absolutas y aunque atribuyó a los enemigos la leyenda negra de esta familia valenciana, se mostraba partidario de dejar los mitos como estaban. De parecida opinión era Manuel Vicent que en su drama Borja-Borgia convirtió a Maquiavelo en psicoanalista de Alejandro VI en la Nueva York de los noventa porque, según dijo, «No tengo ningún interés en destruir el mito de los Borgia. Gracias al prestigio de sus crímenes, esta familia puede anunciar, en la actualidad, varias marcas de perfume, según la psicología de cada uno de sus miembros. Me he servido de este mito para elaborar algunas consideraciones sobre el origen del placer y de la ambición».

Representación virtual de Alejandro VI imaginado por los diseñadores del juego «Assassin’s Creed».

A lo largo de los últimos veinte años, la leyenda negra de los Borja ha encontrado acomodo en todo tipo de ficciones. Tenemos películas y series de televisión donde todos los tópicos son puestos en fila india. También fantasías más o menos perdonables como el cómic medio pornográfico de Milo Manara y Alejandro Jodorowsky (a los que tampoco se le puede pedir mucho más) e inclusos bodrios infumables como el firmado por Mario Puzo y publicado como obra póstuma del autor de El Padrino que los presentaba como “la primera familia del crimen”. Ya puestos a adulterar a los Borja, casi me parece más honesta la transformación digital que han experimentado tanto Alejandro VI como sus hijos César, Juan y Lucrecia en el videojuego Assassin’s Creed donde son prácticamente superhéroes.

Desde el punto de vista histórico, los Borja encarnan, en mi opinión, lo más significativo de lo valenciano y que se ve muy bien en la fiesta de las Fallas, o sea, grande, aparatoso, espectacular… y efímero. Desde el punto de vista literario, por nadar un poco contra la corriente actual que defiende que las Humanidades (y en especial, la Literatura y la Filosofía) no sirven para nada, el ejemplo de cómo las mentiras literarias se convierten en verdades tiene en Alejandro VI su mejor escaparate. Eso sí. A eso, los modernos le llaman «el relato». Aunque es así de viejo.

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