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Epifanía en palabras

Epifanía en palabras

Reyes Navas Montalvo ha escrito una novela, De tres a cinco minutos, inspirada en el acontecimiento más traumático de su vida: la muerte de su hijo. Nunca imaginó que pudiera afrontar un proyecto tan íntimo como éste, hasta que una profesora de una escuela de escritura creativa le ayudó a desbloquearse.

En este making of, Reyes Navas Montalvo cuenta el origen de De tres a cinco minutos (Barbarie).

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¿Cuándo le surge a uno la necesidad de liberar el peso que le aplasta el alma y la memoria?, ¿cuándo el aire que se respira se vuelve tan absolutamente viciado que se necesita abrir las ventanas de todo el cuerpo y dejar que supuren las letras? A algunos les pasará de manera inmediata, a algunos nunca, a algunos cuando pasen muchos, muchos años. En mi caso fueron veintiocho.

Llega ese día en que necesitas darle un vuelco a tu vida, dedicarte a algo que de verdad te llene, romper un camino que ves no te lleva a ningún lugar en el que quisieras estar por siempre. Y entonces, se produce el milagro. Aparece la literatura.

Me inscribí en la EdE de Madrid en el año 2016. En un primer momento hice cursos de aproximación a la escritura, para acabar embarcándome en un máster de narrativa de dos años. Había llegado a mi casa.

"Al final del máster tocaba escribir el gran proyecto. Aquel que resumiera todo lo que habíamos aprendido durante esos dos maravillosos e intensos años"

En todos mis trabajos durante el máster, al buscar temas sobre los que contar, escribía fundamentalmente sobre eventos de mi niñez. Esa voz era la que me fluía más auténtica y natural, esa niña me proporcionaba un refugio en el que me sentía a salvo y segura, a pesar de contar a veces cosas tremendas. De hecho, el proyecto final del primer año fue Mascaritos, una historia donde una niña, Morocha, acaba matando (quizás, jeje) por celos a su hermanita. Por el contrario, ninguna de las historias que escribía sobre vivencias de mis años de madurez me parecía contada de manera interesante, a pesar de que a lo largo de mi vida había asistido a acontecimientos extraordinarios, habitado países diferentes y conocido a personas de lo más variopinto. Todo lo que narraba sobre ello me sonaba falso. Y una y otra vez acababa de nuevo ahí, en la niñez. Es hasta hoy, que escribo estas líneas, que no he visto tan claro el porqué.

Al final del máster tocaba escribir el gran proyecto. Aquel que resumiera todo lo que habíamos aprendido durante esos dos maravillosos e intensos años. Y ahí apareció LA HISTORIA. Hugo, mi hijo muerto, la historia de las historias, la que hasta ese momento había estado soslayando. Di muchas vueltas a cómo encarar la novela. No sabía cómo afrontarla. Se vestía de tantas historias ajenas que se me volvía desconocida. La intenté disfrazar de mil disfraces (como esos Mascaritos de Morocha), elegí personajes protagonistas que nunca eran yo ni eran Hugo, personajes secundarios que en nada se parecían a aquellos con los que compartí aquellos días, narré sucesos que hablaban, pero nunca contaban. Siempre dando vueltas, mareada, como si llevara en el corazón y en la pluma el pañuelo de la gallinita ciega. Y así pasé semanas. Dando vueltas sin sentido en torno a palabras vacías.

"Ni siquiera me dio tiempo a autointerrogarme sobre cuál personaje quería poner a hablar de entre tantos intentados. Simplemente surgió. Habló María, madre de Hugo"

Hasta que iniciamos una asignatura nueva con la profesora de escritura autobiográfica, Magdalena Tirado. Se trataba de una técnica de desbloqueo basada en el método Gestalt. Estábamos expectantes. Muchos de nosotros nunca habíamos hecho algo así. Llegó la profesora al aula aquella mañana y colocó, ante nuestra mirada atónita, dos sillas enfrentadas delante de la pizarra para, a continuación, pedir un voluntario. No sé por qué me ofrecí sin dudarlo, no sé por qué salté como un resorte y casi corrí hacia aquellas sillas para evitar que alguien se me adelantara. En realidad, yo no creía estar “bloqueada”, simplemente no encontraba el modo de contar una historia. Nada nuevo para un escritor.

Dos sillas, una frente a otra. Cuál elegir. Lo hice al azar, después de buscar el asentimiento de Magdalena. La pizarra, a mi lado derecho, exhibía el lema de la clase en letras blancas sobre verde: “Supera el desbloqueo”. Al otro lado, mis doce compañeros, curiosos, expectantes por ver un resultado que les ayudara a ellos tras de mí. Entonces pregunté a Magdalena qué debía hacer. Me dijo: habla como lo haría tu personaje. Ni siquiera me dio tiempo a autointerrogarme sobre cuál personaje quería poner a hablar de entre tantos intentados. Simplemente surgió. Habló María, madre de Hugo. De un modo incontenible, catártico. Desgarrador. En la clase se quebraba el silencio por los llantos ahogados de algunos de mis compañeros. Magdalena me hacía preguntas y yo respondía como un autómata, ahogada también en llanto. Esos interrogantes dirigidos a mi personaje los solventaba yo, mi yo duplicado, mi yo adulto después de veintiocho años, mi yo de ese día en que todo se quebró, mi yo que salía de su escondite, mi yo que no era más una niña, mi yo-mujer-develado que se sentía volver al vientre de la vida. Y entonces Magdalena me pidió que cambiara de silla y hablara por Hugo, por ese otro niño muerto. ¿Cómo que hable por Hugo?, ¿cómo se supone que voy a hacer una cosa así?, casi grité. Haz que Hugo se dirija a ti, haz que tu hijo hable, que lo haga con ese yo que ha estado sentado en esa otra silla y del que solo queda la presencia de un fantasma. Y ahí explotó todo. Lo que tenía que ser, fue. Y surgió De tres a cinco minutos, esta historia que, como me dijo Marta Sanz, “sí o sí tenía que escribir”.

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Autora: Reyes Navas Montalvo. Título: De tres a cinco minutos. Editorial: Barbarie. Venta: Todos tus libros, Amazon y Casa del Libro.

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