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Ermonela Jaho: «Una parte de mí muere cada noche en el escenario»

Ermonela Jaho: «Una parte de mí muere cada noche en el escenario»

Para quien no la haya escuchado jamás, es difícil explicar que Ermonela Jaho (Albania, 1974) existe. Ha sido la Cio-Cio San, la Suor Angelica y la Mimí de Puccini; la Thaïs de Massenet; Desdemona, en Otello; la Anna Bolena de Donizetti o Blanche en Dialogues des carmelites. Ha sido todas las mujeres y plenamente ella misma. Ha cantado en la Royal Opera House, Covent Garden, la Bayerische Staatsoper, Gran Teatre del Liceu, Teatro alla Scala en Milán, Opéra National de París, Wiener Staatsoper y el Teatro Real en Madrid.

Pero no es eso lo que la hace inverosímil. Ermonela Jaho es dueña de una voz que se desborda y de una capacidad asombrosa para vaciarse de sí misma y convertirse en el personaje que interpreta. Si canta el dolor, se convierte en dolor. Si canta pasión, ella misma es la encarnación del frenesí. Cada noche muere un poco de ella sobre el escenario. Así lo demostró una vez más en el Real en su interpretación del monólogo La voix humaine – La voz humana, compuesto por Francis Poulenc sobre un texto de Jean Cocteau. Apenas con un teléfono y su voz la soprano albanesa consiguió meterse en el corazón del público y hacerlo pedazos. La de Ermonela es una historia potente y sobrecogedora.

A los seis años supo que cantar la hacía sentir libre, distinta, en una sociedad donde todos estaban condenados a ser iguales. La víspera de su examen de ingreso en la academia acudió con su hermano al Teatro de la Ópera de Tirana. Tenía 14 años, nunca había escuchado un aria y necesitaba cantar algo ante los profesores que la examinarían. Esa noche escuchó por primera vez La Traviata, de Verdi. La cantó al día siguiente. Desde entonces, Ermonela ha interpretado a Violeta en casi trescientas ocasiones. Aunque aquella noche, claro, la escuchó en albanés. Hoy no es capaz de recordarla en aquella lengua. O dice no ser capaz.

Ermonela Jaho salió de su país a comienzos de los años noventa. Tenía 18 años. Recién se habían celebrado las primeras elecciones democráticas en la historia de Albania, un país en el que, hasta hacía poco, cruzar la frontera era un delito contra el Estado. Su primer destino fue la Academia de Mantua, donde consiguió una beca tras ganar un concurso organizado por la soprano italiana Katia Ricciarelli. Tras completar sus estudios allí, fue aceptada en la Accademia Nazionale di Santa Cecilia, en Roma, donde estudió canto y piano durante cinco años. En ese tiempo luchó a brazo partido por abrirse camino. Acaso porque ha sido mucho, Ermonela no quiere significarse en el sacrificio, sino en la pasión que lo justificó.

Hija de un militar y de una profesora que amaba la música, Ermonela Jaho parece haber heredado la fuerza y la melancolía de la tierra en la que nació, ese arrebato que ella lleva puesto en la voz y que le recorre el cuerpo como una electricidad. «La mujer mediterránea, la mujer albanesa, cuando está feliz, es algo inmenso, y cuando sufre también», explica la soprano, extendiendo los brazos y entornando sus ojos oscuros. Toda ella voz, incluso cuando no canta. Así es Ermonela Jaho.

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—Usted ha sido la Chio-Chio, Violeta, Thaís. Ahora interpreta a una mujer que mantiene con su amante la última conversación teléfonica. ¿Ha perdido peso la voz en nuestra vida?

"Somos incapaces de sentarnos alrededor de una mesa a conversar sin mirar el teléfono. Ya no nos comunicamos de ser humano a ser humano"

—Durante los meses del Covid vivimos separados unos de otros. Incluso ahora, cuando la tecnología y los medios nos permiten llegar a todas partes, somos incapaces de sentarnos alrededor de una mesa a conversar sin mirar el teléfono. Ya no nos comunicamos de ser humano a ser humano. Lo hacemos a través del mensaje de texto. En La voz humana el teléfono es el centro. Es el lugar de la voz.

—Y el centro de una tragedia.

—La mujer a la que interpreto ama tanto a este hombre… Su situación es desesperada. No puede dejar de ser su amante, pero tampoco puede esperar a que él se divorcie, porque no va a ocurrir. ¿Te imaginas si estás solo, imaginas este tipo de soledad solo con mensajes de texto? La voz humana expresa esa necesidad de amor que esta mujer tiene. Y que conste que es una mujer plena. Se dedica a los negocios, lo tiene todo, pero no puede tener el afecto y la compañía de ese hombre que ama. La única conexión que puede tener es a través del teléfono, porque al menos tiene su voz. Se mezclan tantos sentimientos… Ella quiere renunciar a su propia vida porque no puede vivir sin este amor. Quiere hacerlo por teléfono, escuchando la voz del hombre al que ama.

—Ha interpretado heroínas imponentes. ¿Cuál cree que es la más fuerte?

"Madame Butterfly renuncia a su vida porque quiere ver a su hijo con un futuro mejor. Es un amor incondicional"

—Creo que todas lo son. Sufrir te hace más fuerte. Madame Butterfly renuncia a su vida porque quiere ver a su hijo con un futuro mejor. Es un amor incondicional. Los seres humanos hablamos del amor y nos encanta ser amados. Pero es tan difícil tomar decisiones de ese tipo… Sin embargo, todos llegamos a descubrir nuestra fuerza, y todos podemos llegar a hacerlo. Yo misma no pensé que fuera tan fuerte. En los debates más recientes he escuchado decir que en la literatura las mujeres han sido consideradas personajes débiles. Pero puedo decirte que eso no ocurre en la ópera. En la ópera las mujeres son el centro y las reinas de cada drama.

—¿Cómo vive usted la música después del Covid?

—Es una pregunta que remueve muchas cosas. En 2020 pasó lo que pasó y sin esperarlo nos vimos en esa tragedia. Después de siete meses empecé a cantar de nuevo. Fue tan interesante porque cada momento en el escenario y cada sonido me resultó precioso. Esa sensación surgió de una constatación: lo que dábamos por sentado desapareció. Y pudo haberlo hecho para siempre. Desde ese momento, lo juro, estoy disfrutando cada respiración en el escenario, cada ruido, cada sonido, porque es parte de la vida. Entendí que ese es el deber de un artista. No lucirse o ser una diva. El deber de un artista es traer toda la vida, todo el sonido de la vida, el sonido del silencio, el sonido de la muerte, el sonido de la enfermedad, el sonido de la alegría, el sonido de la vida, y dárselo al público.

—¿Dónde volvió a cantar con público tras el confinamiento? ¿Lo recuerda?

"La música es el lenguaje de nuestras almas. Nos necesitamos mutuamente y es la música la que permite que eso ocurra"

—En Atenas. Durante todo el confinamiento seguí estudiando con la esperanza de que los teatros de ópera abrieran de nuevo. Para mí era difícil cantar en línea porque se pierde el público. Es todo muy frío. Necesitas ese contacto, su energía, sus silencios. Pensaba: «Oh, Dios mío, Dios, sin el público, no va a ser lo mismo». Así que después de siete meses, cuando fui a Grecia para mi primera Madame Butterfly, estaba cantando como una niña en lágrimas, porque al menos tenía otra oportunidad. Tal vez hayamos aprendido de ese dolor, porque lo que realmente significó la pandemia es que no podemos existir el uno sin el otro. Y la música nos conecta. Porque la música es el lenguaje de nuestras almas. Nos necesitamos mutuamente, y es la música la que permite que eso ocurra.

—Salió de la Albania comunista con 18 años. Hizo enormes sacrificios para lograr su carrera en Italia. Sin embargo, elige siempre la alegría.

—El pasado es una parte de las personas que somos hoy. Pasar por dificultades te hace más fuerte. Con el tiempo entiendes el valor de la vida y las pequeñas cosas. Lo que significa un abrazo, un gesto, la libertad de estar aquí… Me fui de Albania con un sueño y aún lo tengo. Trabajé por él. Las nuevas generaciones tienden a conformarse y darse por vencidos, cuando en realidad se trata de un compromiso. Tienes que comprometerte con lo que deseas, porque incluso el sueño más grande y más hermoso requiere trabajar duro. Las dificultades con las que comencé en Albania me templaron y me convirtieron en la persona que soy hoy.

—¿Por eso cuando usted canta llega tan cerca al alma del público?

—Siento en mi sangre y mi cuerpo la necesidad de transmitir la emoción. Voy a cumplir 50 años y quiero aprovechar cada día, porque no sé si volveré a subir al escenario. Así que me dijo llevar. Es mi alma cantando. Es algo que no te puedo explicar.  Es una parte de mí muriendo cada noche. Cuanto más cantas, cuanto más vives, cuanto más te equivocas, más sientes. Puedes tener una interpretación perfecta, pero si no tiene emoción no dice nada.

—En Albania, de niña, sólo se sentía libre cuando cantaba.

"Tengo que sufrir en el escenario. Una parte de mí se muere cada noche en el escenario"

—Interpreto a grandes mujeres y grandes personajes cada noche. Eso implica llegar a lo más profundo del ser humano. Eso acaba calando en tu esencia. Soñaba con ser cantante porque era mi libertad. Y me siento libre todavía cuando estoy en el escenario. Tengo 31 años de carrera profesional. Me siento tan afortunada… Como no sé si mañana voy a volver mañana a un escenario, cada noche doy lo mejor de mí.

¿En qué ha cambiado Ermonela Jaho desde entonces?

—Hasta ahora sigo siendo la niña que soñaba en Albania. Y todavía puedo cantar. Todavía puedo mover al público, porque cada vez es diferente. Nunca una interpretación será dos veces la misma. Trabajo mi voz y estudio, pero cuando subo al escenario no tengo expectativas. No espero nada, porque tengo que morir en el escenario. Tengo que sufrir en el escenario. Una parte de mí se muere cada noche en el escenario. Nos conectamos entre nosotros. Y cuando aprendemos unos de otros a través de todo el dolor es cuando tiene sentido lo que hacemos.

—¿Primero la música y después la palabra? ¿Qué relación hay entre la literatura y la música?

"Soy de la vieja escuela de Shakespeare. Los libros y el teatro ayudan a expandir la imaginación"

—Siempre me ha gustado el teatro. Soy de la vieja escuela de Shakespeare. Los libros y el teatro ayudan a expandir la imaginación. Contienen la vida completa de los personajes y tienes tanta información allí… En la ópera te quedas sólo con fragmentos, porque la música va un poco más lenta. Necesitas dos o tres segundos para decir la palabra «amore». En esos mismos dos o tres segundos en un libro tienes una frase o varias. Eso me ayuda. Te hace entender mejor el personaje que estás interpretando. El ballet también, por el lenguaje corporal. Todas estas formas de arte te completan. Por eso la ópera, es fascinante porque puedes mezclarlo todo.

—¿Por qué no podemos vivir sin música?

—Porque nacimos con el sonido, el sonido de la nana de nuestras madres o el sonido de la naturaleza. Ahí está la música. La armonía. Y creo que es una lección para la humanidad, diría yo, porque para tener esta armonía, incluso cuando hacemos música juntos, nos escuchamos unos a otros. Nos respetamos. Tengo que escuchar a la orquesta y la orquesta tiene que escucharme a mí para tener este tipo de armonía. En la humanidad hemos olvidado ese principio. Intentamos imponernos y luchar unos contra otros. Todo se está convirtiendo en comida rápida, cultura rápida, cultura de comida rápida… Todavía creo en esos valores. Es por eso que cada vez que estoy en el escenario quiero aprovechar y quiero vivir eso como si fuera la última vez en mi vida.

—¿A qué atribuye el arrobo que siente el público español por usted?

—Siempre me gustó la música española. Es cálida y cercana. Empecé en Italia, pero quería cantar en España porque quería ver si yo era capaz de comunicarme con el alma española. El público español es fantástico, pero te pide que seas honesto. No les gusta que seas falso en el escenario. Y para mí es como, ya sabes, es como una prueba. Y desde la primera vez que actué aquí tuvimos este tipo de amor. Cada vez que vengo aquí doy el máximo. Lo que estoy haciendo es verdad, es real. Además, en España me siento en casa.

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