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Es más fácil ser Dios que novelista

Es más fácil ser Dios que novelista

Leí una vez que es más fácil ser Dios que novelista. Intrigada, me adentré en el artículo que argumentaba que Dios puede hacer que ocurran los sucesos más improbables y no ha de preocuparse por ser creído o no: simplemente acontece. Vaya por delante que donde escribo Dios puedo escribir el Universo, el Relojero Cósmico o la creencia de cada cual. Una vez aclarado este punto, prosigo: un novelista, en cambio, ha de esforzarse en hacer de su historia inventada una historia plausible, o romperá el sagrado pacto de suspensión de la incredulidad con el lector, y su novela acabará en la pila junto a otras obras no terminadas.

A la cabeza me vino entonces una anécdota que me contó mi abuela cuando era niña: en el pueblo vecino una mujer había parido a sus cinco hijos el 24 de junio, día de San Juan.

—Se quedaba embarazada todos los años para fiestas de Villaverde —me comentaba—, el 14 de septiembre. En Navidades ya se le empezaba a notar la barriga y el día de San Juan se ponía de parto, un año tras otro.

"Decía Aristóteles en su Poética que una mentira creíble era preferible en narrativa a una verdad increíble"

Yo por entonces no sabía mucho de estadística, pero calculaba que las posibilidades de que aquello sucediera eran muy reducidas. De una contra varios millones. Pero la creía, el pueblo era pequeño y mi abuela no tenía por qué fabular. Años más tarde, curioseando en un libro Guinness encontré que una familia estadounidense ostentaba el récord de siete hijos nacidos el mismo día de diferentes años. Ya estaba Dios de nuevo saltándose todas las leyes de la estadística y nadie dudaba de su verosimilitud. Sucedía y punto. Bien por su sentido del humor.

Cuando comencé a escribir novelas me di cuenta enseguida de que efectivamente lo tenía más difícil que Dios, porque no podía incluir cumpleaños multitudinarios de hermanos soplando siete tartas diferentes, a riesgo de que el lector me cerrase el libro. Decía Aristóteles en su Poética que una mentira creíble era preferible en narrativa a una verdad increíble.

Lo mismo pensé recientemente cuando leí que se había encontrado el cuerpo de un hombre dentro de la estatua de un dinosaurio. No hay ficción que te soporte esa escena ni lector que no levante una ceja. Pero sucedió, para desgracia del finado. Si uno se lanza a buscar “noticias insólitas” encontrará miles de situaciones que un novelista no puede incluir en su ficción, pero en esta realidad tan racional en la que vivimos sucedieron y punto.

Y eso me lleva a una reflexión mucho más amable. Hablando de mi abuela, su historia no es tan inusual como para suscitar incredulidad, pero es digna de ser contada.

"De aquellos seis lutos que debieron ser duros para mi familia quedaron terrores enquistados, tan increíbles que siempre me he resistido a incluirlos en mis ficciones"

Fue la pequeña de ocho hermanos, solo conoció al mayor. Los seis que nacieron en medio fueron muriendo todos en sus primeros años, de tal modo que la única foto familiar que existe de mis bisabuelos, mi abuela y mi tío abuelo muestra a una niña de unos cuatro años y a un mozo veinteañero, su único hermano superviviente. De aquellos seis lutos, que debieron de ser duros para mi familia, quedaron terrores enquistados, tan increíbles que siempre me he resistido a incluirlos en mis ficciones: mi abuela se ponía muy nerviosa cuando, de pequeños, nos adentrábamos por los caminos en busca de moras.

—¡No comáis muchas, que os podéis morir! —nos gritaba, apesadumbrada—. Mi hermana murió de un empacho de moras.

Sus nietos nos creíamos a regañadientes lo del empacho de moras, pero debo confesar que a escondidas guardaba moras en los bolsillos ennegrecidos por su jugo y se me antojaba una muerte muy dulce para la niña golosa que yo era. Cuando crecí me planteé mil veces si era posible morir de un empacho de moras. Aún no sé la respuesta, y si hay algún médico en la sala de Zenda, me haría un gran favor resolviendo esta duda ancestral.

O no, o tal vez prefiera quedarme eternamente en ese lugar que se llama infancia donde las abuelas pueden ser Dios y hacernos creer lo más inverosímil.

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