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Europa ante la falta de una Política Exterior común, por Victoria Prego

Europa ante la falta de una Política Exterior común, por Victoria Prego

Europa, ¿otoño o primavera? es el nuevo libro de Zenda. Un ensayo en el cual diplomáticos, periodistas, profesores, estudiosos, científicos e historiadores han expresado sus puntos de vista acerca de Europa. 

A continuación reproducimos «Europa ante la falta de una Política Exterior Común», el texto escrito por Victoria Prego para esta obra.

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Europa es un jardín con las puertas abiertas para quien quiera entrar. Pero no tiene ni una Política Exterior común ni tampoco un Ejército capaz de defender un estilo de vida, que aunque diferente en sus formulaciones concretas, sí bebe de las mismas fuentes: el respeto a las libertades individuales y a los derechos humanos.

Para los españoles, Europa fue un sueño largamente acariciado que tardó muchos años en hacerse realidad. Hasta el 1 de enero de 1986 no pudimos formar parte de la Comunidad Económica Europea que era como se llamaba entonces. Esa entrada estuvo precedida de interminables negociaciones y fue y siguió siendo hasta el día de hoy una fuente de referencia para casi todos los asuntos que nos importan aquí. Lo último, la cuestión prejudicial presentada por el magistrado del Tribunal Supremo Pablo Llarena en la que el TJUE ha dado la razón a la justicia de España y se la ha quitado a la justicia de Bélgica.

Igualmente, y ante la presión de los catalanes independentistas, no hubo ningún país de la Unión Europea que reconociera ni remotamente esa república catalana que los secesionistas pretendían y con cuyo reconocimiento estuvieron jugando hasta que los hechos les devolvieron a la realidad. El procedimiento para elegir a los jueces españoles, preservando su independencia como en la mayor parte de los miembros de la UE —los hay, como Polonia y Hungría, que están en el punto de mira de la Unión— es otra prueba, la enésima, de que no sin razón los españoles estemos entre los más entusiastas defensores de la UE. Le debemos mucho, y se lo debemos desde antes de formar parte de este club que tiene algunas carencias que pueden dar al traste con su existencia.

La falta de unas Fuerzas Armadas bajo un mando único es una de ellas, quizá la mayor de las carencias que padece la Unión Europea para su supervivencia como proyecto de futuro. Esa y la inmigración desordenada para la que no hay freno posible que no sea tratar a los seres humanos venidos de otras partes del mundo como auténtica escoria humana, lo cual se compadece pésimamente con los principios fundacionales de la Unión.

Una guerra como la de Ucrania no sería posible mantenerla sin el sempiterno apoyo de los Estados Unidos, que ha acudido a todos los enfrentamientos armados que se han desarrollado en suelo europeo. Pero eso se debe a las eternas limitaciones, en realidad a la inexistencia de unas Fuerzas Armadas comunes, con un mando único que fuera rotando como rota la presidencia de la Unión, pero con unos períodos bastante más prolongados.

Los países de la Unión Europea pertenecen en su mayoría a la OTAN —ahora Finlandia y Suecia acaban de pedir su ingreso tras la ofensiva rusa contra Ucrania— pero esa es una organización defensiva que incluye a Canadá y a los Estados Unidos. Pero Austria, Chipre, Irlanda y Malta no son miembros del Tratado defensivo y, sin embargo, sí están dentro de la Unión Europea.

Es por lo tanto otra dimensión la que tendría una fuerza de actuación rápida dentro de la Unión Europea. Pero ha sido imposible poner de acuerdo a los 27 para ese punto crucial. Y sin él puede llegar el día en que la balcanización de Europa pueda arrasar con lo conseguido tras la Segunda Guerra Mundial. Los nacionalismos perviven en esta Europa, y nosotros, los españoles, tenemos buena prueba de ello. Que estos nacionalismos patrios tengan como objetivo el pertenecer a la Unión Europea no quita su trascendencia. Y más allá, perviven otros nacionalismos. Lo dijo muy bien François Mitterand: “¡El nacionalismo es la guerra! La guerra no es solo el pasado, puede ser también nuestro futuro, ¡y son ustedes, señoras y señores, quienes ahora son los guardianes de nuestra paz, de nuestra seguridad y de su porvenir!”. Era uno de sus últimos discursos como presidente.

La energía es uno de los problemas a los que se enfrenta una Unión Europea que creyó ingenuamente que con la caída del Muro de Berlín y la posterior disolución de la Unión Soviética no quedaba más que una potencia en el planeta: los Estados Unidos de América.

Con este planteamiento Europa fue progresivamente depositando sus necesidades energéticas en otras manos. La prueba es que Francia, que tiene más centrales nucleares que nadie en Europa, con 19 centrales y 56 reactores, tiene 32 de ellos en mal estado y las promesas de EDF, el gigante energético francés, de repararlos en el plazo de este año no resultan creíbles. Y eso es porque hemos puesto nuestras necesidades energéticas en las manos de Moscú. Por eso estamos padeciendo un invierno que, aunque es más cálido de lo habitual, nos ha obligado a poner las calefacciones de los edificios públicos a 19º y muchas personas en el continente no pueden pagar la calefacción. El ejemplo más claro de lo que digo es el de Angela Merkel. Cuando el desastre de Fukushima en 2011, producido por un terremoto que a su vez provocó un tsunami, Merkel decidió cerrar sus centrales nucleares; la solución, entregarse al gasóleo de la Unión Soviética. Y con ella, todos los países de la Unión hicieron lo propio. La economía más grande de Europa tendría a partir de entonces que recurrir al racionamiento del gas, obstaculizando la industria y perjudicando el ya frágil crecimiento económico.

Los dos oleoductos, el Nord Stream 1 y el Nord Stream 2 han supuesto una herramienta geopolítica de primer nivel para el Kremlin, que no habrían tenido la importancia que han tenido si Europa hubiera estado más atenta a la desconfianza que deberían haberle generado los sucesivos líderes de la extinta Unión Soviética a partir de la caída en desgracia de Mijaíl Gorbachov, un líder que se paseó por Europa y por el mundo entero con las bendiciones de todas las democracias, pero que en su país no contó nunca con el apoyo de los rusos.

El resultado es que Europa, la Europa comunitaria, ha dependido dramáticamente del gas ruso por un pecado de ingenuidad imperdonable. Y ahora que está casi todo perdido, la Comisión Europea ha venido a calificar de “energía verde” la energía nuclear.

La guerra de Ucrania ha mostrado el verdadero rostro de los dirigentes del Kremlin. Detrás del estrangulamiento energético a Ucrania estaba la intención de Rusia de iniciar la invasión de este país que Moscú reclama para sí. Y esto afecta a nuestro jardín. Porque después de eso podría venir Polonia, que ya es miembro de la UE, que está junto a Alemania y tiene la mitad de su frontera con Bielorrusia.

No es ninguna broma para la estabilidad de esta parte del continente esa guerra de Ucrania en la que, por fin y por la cuenta que le tiene, se ha implicado la Unión Europea. En ese sentido, la UE misma está amenazada. Pero carece de fuerza intimidatoria. Y ahí están los Estados Unidos, como siempre, echándole una mano a Europa, aunque en esta ocasión se trata de pararle los pies a Vladimir Putin para que no se enseñoree de Europa entera.

El otro punto importantísimo es el de la inmigración. Europa no tiene suficientes nacimientos para sostener la pujanza del “imperio” de sus principios. Necesita inmigrantes que suplan el alto nivel de bienestar que ha acabado con las familias numerosas. Pero ese es un problema, el de la migración, que ningún miembro de la Unión desea compartir con los demás. Así, España, Italia o Grecia, que recogen buena parte de la inmigración procedente de África, llevan clamando a los países del centro de Europa para que asuman su parte de responsabilidad en el problema. Pero ellos tienen otra inmigración procedente de la Europa central y de Turquía y no quieren asumir que este problema se irá incrementando a medida que las imágenes de una Europa del bienestar inunden las redes como ya lo están haciendo. Llegará un momento en que ese problema —o que esa solución si se administra adecuadamente— se plantee abiertamente como un asunto del que la Unión tendrá que hacerse cargo como comunidad de intereses. Y en eso tendría que tener un papel la Política Exterior común de la que carece. Quizá la guerra contra Ucrania haya activado las conciencias de los dirigentes en la buena dirección. De otro modo, la Unión Europea que hemos conocido y disfrutado implosionará acechada por los problemas sin resolver que pueden acabar devorándola. Por eso, entre “Europa, otoño o primavera”, que es el título de este libro colectivo, yo diría que Europa está disfrutando de un verano que a poco que las dificultades no se resuelvan entrará en un otoño que dará paso al invierno más helador, responsable de lo que ocurra en Europa de aquí a 50 años.

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VV.AA. Título: Europa, ¿otoño o primavera?

Editorial: Zenda. Descarga: AmazonFnac y Kobo.

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