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Federico Trillo: «Lo políticamente correcto se impone de manera dogmática»

Federico Trillo: «Lo políticamente correcto se impone de manera dogmática»

Shakespeare sigue con nosotros; nunca se fue. Sus obras siguen impregnando nuestros nuevos referentes culturales. La serie sobre la que más se ha escrito en los últimos tiempos, Succession, es una despiadada actualización de El rey Lear, en la que tienen cabida la tragedia más clásica y el cínico universo woke. También adivinamos su legado en otro de los grandes éxitos de HBO, como Juego de tronos, una ficción que de todos los sitios robó y que también cogió prestado de los dramas del bardo inglés. Ahora le toca el turno a un español, a un exministro que fue presidente del Congreso de los Diputados y embajador en la Pérfida Albión, un político carismático —popular por una expresión de origen jurídico transformada en mundana, «¡manda huevos!», y por vitorear al ejército equivocado en Irak: «¡Viva Honduras!»— que terminó su andadura en falso, purgado por un trágico suceso. Federico Trillo —que ya había publicado años antes el ensayo El poder político en los dramas de Shakespeare (Espasa-Calpe, 1999)— regresa con una novela intensa y emocionante en la que plasma sus conocimientos sobre el autor de Macbeth. El censor de Shakespeare (Espasa, 2022) arranca en Valladolid con el jesuita William Sankey, censor de la Inquisición y amigo íntimo de William Shakespeare, enfrentado a un dilema moral: traicionar a su alma gemela o salvar de la quema la edición infolio de treinta y seis de sus dramas. Todo esto sucede en un contexto histórico de lucha de religiones —católicos y anglicanos— y de imperios —el español y el inglés—.

Hablamos con Federico Trillo de su pasión por el autor de Stratford-upon-Avon, la censura, Hamnet, el Brexit y los dramas shakespearianos del Partido Popular.

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—¿De dónde surge su pasión por Shakespeare?

"Shakespeare es una vieja pasión, que como todas las grandes pasiones se genera en la adolescencia"

—Es una vieja pasión, que como todas las grandes pasiones se genera en la adolescencia. Yo tuve un profesor de inglés en el instituto de Cáceres que era nativo. Este maestro trajo consigo dos cosas importantes para que el curso fuese inolvidable: su sabiduría para ganarnos todas las partidas al ping-pong y las obras completas de William Shakespeare, que me dejó en una edición en inglés y de las que, como puedes comprender, yo no entendía nada, prácticamente nada, pero ya me enamoré de ellas. Con este profesor me volví a encontrar cincuenta años después, cuando él era presidente de la Asociación de Hispanistas del Reino Unido y de Irlanda. Era un tipo estupendo que escribió varios libros —el último que publicó fue sobre la princesa de Éboli— y también unos estudios magníficos sobre la expulsión de los moriscos. Se llamaba Trevor J. Dadson, un historiador excelente.

—Una de las tramas del último libro de Jeffrey Archer nos cuenta una terrible lucha por el poder en una importante dinastía familiar. Cuando le entrevistamos para Zenda salió a relucir la serie de HBO Succession. En ambas ficciones detrás de todo aparece William Shakespeare. ¿Por qué sus historias siguen siendo tan actuales? ¿Por qué sus obras siguen inspirando libros, series y películas?

—Jeffrey Archer es uno de los grandes. Yo creo que Shakespeare —en inglés— es, sin duda, el que mejor capta las pasiones permanentes del corazón del ser humano. En el caso de Shakespeare capta las dos grandes pasiones de las relaciones de los seres humanos: el amor y el poder. En El rey Lear muestra las relaciones en este caso entre padre e hijas, que son eternas, porque al final, cuando te vas haciendo mayor, también te encuentras solo, como el rey Lear, ya solo te acompañan algunos: el bufón, el loco… Y la que más te quiere sale perjudicada… Todo eso lo traduce él en las relaciones amorosas y en las relaciones familiares. Y luego también lo hace con las relaciones trágicas del poder en Macbeth, en Ricardo II, en fin, en todas. Shakespeare es permanente del mismo modo que lo son los dramaturgos griegos. Todos los grandes autores que son permanentes lo son porque tocan las pasiones humanas.

—Uno de los grandes temas de su libro es la censura. ¿Qué piensa de la cultura de la cancelación?

"El que discrepa de eso tiene que ser condenado por delincuente y tiene que ser sancionado por discrepante. Es un horror"

—Creo que, efectivamente, estamos en una reviviscencia de lo que tú llamas cultura de la cancelación a través de varios de varios institutos, de varios conceptos. El primero, y el más brutal, es lo políticamente correcto. Ese concepto se impone, pero además de manera dogmática. Ocurre que, como en toda dogmática, hay paradigmas en los que además al que se escapa de ellos se le considera ya no un discrepante sino un disidente. Y por eso se utiliza el aparato del poder del Estado para castigarlo monetariamente con multas o incluso penalmente. Está ocurriendo en España. Lamento decirlo así —porque va a ser un lío— con el exceso en la política de género. Y el que discrepa de eso tiene que ser condenado por delincuente y tiene que ser sancionado por discrepante. Es un horror. En la época de la Inquisición —de la que yo trato en el libro— se ve con claridad que esa intolerancia… (Piensa) A ver, perdóname, déjame que dé un paso atrás: tras el nacimiento del mundo moderno, de la edad moderna, es justamente esa etapa, la etapa del final del Renacimiento, el comienzo de la edad moderna, cuando, como ha visto muy bien Harold Bloom, en Shakespeare nace el ser humano, el ser humano moderno. Entonces ahí está la lucha —en el caso de Inglaterra— entre la vieja y la nueva fe, que no es que encarne la una la tolerancia y la otra la intolerancia. Ambas tienen, como pasa siempre en toda obra humana, factores de ambos lados. Y por ejemplo, pues se muestra en la novela cuál era la tremenda intolerancia de los anglicanos con los católicos y las ejecuciones brutales de los jesuitas, y también los excesos de la Inquisición, mucho más conocidos porque los ingleses eran mucho mejores propagandistas. De todas formas, en mi libro queda claro que hay que distinguir entre la Inquisición romana y la Inquisición española. Pero eso es ya para el que lea la novela.

—El trasfondo de la novela es el enconado enfrentamiento entre dos imperios, el británico y el español. Viéndolo en la distancia, ¿cuál fue el vencedor?

—Yo creo que la novela está en la bisagra, en el dintel de la puerta, entre dos siglos y entre dos épocas. La novela está justo en la última bisagra de esa puerta, en la que cierra el Imperio español y en la que abre el imperio británico. Y lo hacen a través del mar, que es algo que Felipe II no supo ver con tanta claridad. Isabel I sí que lo hizo, como aislada isleña que era. El dominio de los nuevos mundos era a través del mar, y los ingleses se imponen ahí. Con la piratería y el corso, pero se imponen. Terminan imponiéndose en el siglo XVII.

—Hay un personaje de la novela que tuvo un papel importante en las relaciones entre los dos países, el conde de Gondomar.

"El conde de Gondomar fue un ejemplo para los embajadores españoles no solo en Inglaterra, sino en todo el mundo"

—Tan importante que fue nombrado tres veces embajador en la corte de San Jaime —como suele decirse clásicamente—. En la tercera no llegó a tomar posesión. Gondomar llegó a hacerse amigo personal del rey Jacobo Estuardo. Y consigue cosas insólitas, pero insólitas, algunas de las cuales están reflejadas en mi novela. Una que no me importa desvelar —por si hay alguno que se va a ir de fin de semana a Londres—es  que tanto lo quería el rey Jacobo I que le dejó una de las maravillas que todavía quedan en la City, la Iglesia de San Etheldreda. Es una joya gótica. Después de la II Guerra Mundial fue reconstruida por alemanes, italianos y españoles. Y es allí donde vivió la última parte de su estancia el conde de Gondomar, un ejemplo para los embajadores españoles no solo en Inglaterra, sino en todo el mundo.

—Usted también fue embajador en Londres. ¿Qué recuerdos tiene de esa época?

—Los recuerdos que tengo de la etapa de Londres los voy a reflejar en otro libro. Ahora que está tan de moda por el jubileo de platino de la reina Isabel sería bueno repasar mi experiencia en este país. Lo tengo ya esbozado y se llamaría El otoño en Belgravia. Mi estancia allí es la parte final de mi actividad profesional y política, cómo fui nombrado por el gobierno y cesado por el Partido Popular. Fueron los años del referéndum de Escocia, muy aleccionador para este país, y también del referéndum del Brexit, que también fue muy aleccionador. Ya te puedes imaginar mis inolvidables excursiones a las librerías de viejo en busca de todo lo que no había conseguido durante muchísimos años sobre Shakespeare y su obra.

—El aislacionismo británico tiene sus antecedentes en Enrique VIII, cuya sombra aparece en la novela. ¿Cómo reaccionó ante el Brexit?

"El Brexit está afectando negativamente porque está construido sobre bases falsas"

—Has dicho bien lo de Enrique VIII y sobre todo la referencia a la idiosincrasia británica. La insularidad —a la que me refería antes con Isabel— hace que les moleste todo lo que venga de fuera. Son muy celosos guardianes de su independencia. El Brexit está afectando negativamente porque está construido sobre bases falsas. Yo, que tuve una relación excelente con Boris Johnson, no puedo decir nada malo de él porque me parece un tipo muy simpático, pero mintió mucho en la campaña como líder del «No» a Europa. Iban a ganar no sé cuántos millones que dejaban de pagar a Europa, y luego eso no ha sido cierto. Ni eso de que iban a ser una potencia comercial global. Pero tampoco es cierto que se hayan arruinado tanto como decían los europeos. Hubo excesos por ambas partes. Pero yo no creo que el Brexit haya sido un acierto. Porque una Europa —por decirlo de una manera resumida— sin Oxford y sin Cambridge se queda coja. Y, ¡ojo!, que Europa se queda también sin la defensa británica; cuidado, que es la tercera o cuarta potencia nuclear del mundo.

—Leyenda negra. ¿Por qué la asumimos como nuestra?

—Se alimenta mucho desde el Reino Unido. Yo creo que es un estudio que está por hacerse. La reina Isabel I fue la primera que vio la necesidad de utilizar la imprenta para lavar sus culpas y manchar a los ajenos. De hecho, la primera edición formal del libro de Antonio Pérez —Relaciones— es la inglesa, financiada por el conde de Essex. Es claramente propaganda de la leyenda negra. ¿Por qué se asimiló en España? Porque tenemos una especie de complejo nacional y pretendemos hacer nuestro lo que nos ofende y lo que no es cierto, y pedir perdón por lo que tenemos derecho. Es una contradicción de nuestro carácter.

—Otro de los grandes temas es la religión. ¿Se ha contado correctamente la transición del catolicismo al anglicismo? ¿Se han ahorrado sangre en la explicación?

"La Reforma en Europa costó mucha sangre y mucha guerra; mucho horror"

—Sí, ha costado mucha sangre, mucha sangre. La Reforma en Europa costó mucha sangre y mucha guerra; mucho horror. En la relación hispano-británica fue el elemento desencadenante de la guerra, que duró desde 1586-1587 hasta 1605. Y de alguna posterior como la Guerra de los 30 años. La división religiosa, la fractura religiosa, ha costado demasiada sangre, demasiados muertos. Yo creo que muchas veces, en la mayoría de los casos, en todos, fue una coartada. Porque lo que había de fondo era una lucha de poder.

—Si hablamos de la vigencia de Shakespeare, uno de los libros más celebrados de este comienzo de década ha sido Hamnet. ¿Lo ha leído?

—Es un libro precioso. Me ha parecido excelente. Cala perfectamente la profundidad del alma de Shakespeare: la muerte de Hamnet, cómo le daña…. Está maravillosamente escrito por la originalidad del planteamiento. La novela es magnífica.

—¿Cuál es la obra imprescindible de Shakespeare?

Macbeth (duda) y Hamlet. No puedo prescindir de ninguna de las dos (risas).

—¿Cuál debe leer alguien que se sumerge en Shakespeare por primera vez?

—Es una pregunta muy difícil para mí (piensa). Romeo y Julieta. O ver la película de Franco Zeffirelli de Romeo y Julieta. O Shakespeare in Love. Hay introducciones fílmicas a Shakespeare maravillosas. Yo recomendaría más a una persona que no lo haya leído nunca que entre en su obra por el amor que por el poder; el poder es algo más brutal incluso.

—Su favorita.

Macbeth. Esa es la favorita por excelencia.

—La que no pudo terminar.

—El Cardenio. Entre otras cosas, porque no sé a qué versión atenerme.

—Su personaje más querido.

"Falstaff tiene una ternura y un sentido del humor absolutamente envidiables"

—Polonio me gusta mucho en Hamlet, por ese conjunto de consejos que le da a Laertes cuando se va. Es algo maravilloso; para ponerlo en un marco en el despacho de cualquier político. Y luego obviamente el personaje cómico por excelencia, Falstaff, que tiene una ternura y un sentido del humor absolutamente envidiables.

—El más odiado.

—(Duda) Ricardo III.

—¿Cómo ve la política actual?

—Pues a mí me entristece decir que con muy bajo nivel, después de hacer un repaso cultural del mundo europeo. En alguna ocasión lo he dicho estos días, se puede buscar el titular: «Sánchez no es de Shakespeare, es más de picaresca española». No me parece que estemos a la altura de los tiempos. Estamos perdiendo no ya un tren, sino muchísimos trenes, desde el desarrollo de lo tecnológico a la inversión industrial, que nunca se ha hecho, al empleo juvenil cualificado y estable. Y no digamos en el plano internacional y europeo, en donde no se le ponen al teléfono. Me da muchísima pena, la verdad.

—Lo de Casado y Ayuso ha sido un gran drama shakespeariano…

"Me dio pena también Casado, porque se vio envuelto en conspiraciones que no sé si él mismo había buscado"

—Más que grande, sentimental (risas). Lo han arreglado pronto. Es verdad que eran amigos. Es verdad que esa amistad los lleva a enfrentarse por el poder y eso ya es un drama, una tragedia en sí misma. Y también lo es que se emplean medios ilícitos para intentar ganar esa batalla contra Ayuso. Pero se despeja todo pronto. Afortunadamente. Porque en el fondo a mí me da pena. Son ambos conocidos, amigos. Y me dio pena también Casado, porque se vio envuelto en conspiraciones que no sé si él mismo había buscado, con franqueza.

—¿Se arrepiente de algo de su pasado político?

—¡Uf! ¿Quién no se arrepiente? Yo soy conocido como católico practicante, y los católicos, según me decía mi amigo Alfonso Guerra —imita la voz del político del PSOE—, «lo tenéis muy fácil, porque os vais a confesar enseguida«. Yo le respondía que lo hacemos porque es gratis (ríe). Los católicos intentamos analizar nuestras culpas, y desde luego yo he cometido muchos errores. A diario cometo muchos errores. Y en mi etapa política hay decisiones que he tenido que asumir por disciplina. Me han culpado de cosas con las que no he tenido nada que ver y he tenido que asumir. Pero siempre, en cualquier caso, eran errores personales o errores objetivos que dependían de mí.

—Terminamos. Ha hablado de unas memorias de su etapa de embajador en Reino Unido. ¿Va a volver a escribir de Shakespeare? ¿Cuáles son sus próximos proyectos de escritura?

—Sí, tengo que terminar esas memorias que tengo empezadas. Porque creo que hay cosas muy interesantes y divertidas, y porque se la debo a quien me dio la confianza de representar a España en Londres, en una etapa tan decisiva. Debo dar explicaciones y contar cosas; muchas muy desconocidas y muy interesantes. Y luego también tengo que completar mis memorias como político. La refundación que ahora se echa tanto en falta de un solo partido desde la frontera del PSOE hacia la derecha. Volver a la ficción es más complicado, por el parto de los personajes, que es un tema complejo, muy complejo.

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samuel hurtado salazar

Me gustaría abundar más en esa especie de complejo nacional de los españoles.
Soy un español avecindado en Caracas. Tengo toda una investigación etnopsicoanalítica sobre Venezuela, y estoy interesado en esa ‘tara’ española

Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

En mi opinión, no existe tal tara. Somos personas normales como cualquiera otras alrededor del mundo. Si que creo que la autoinculpación viene introyectada por la educación en unas determinadas generaciones últimas de este país. Pero es una introyección efectuada por un sistema educativo buenista para el que cualquier español es culpable de todo: de nuestro pasado histórico, de la inmigración, del hambre en el mundo, de las desigualdades… un sistema
educativo en el que la civilización occidental (y la cultura y sociedad españolas) es la causante de todos los males del mundo. Este buenismo lleva implícito el pedir perdón por todo: por la conquista de América, por el colonialismo, por la industrialización contaminante, por el deshielo polar, por comer carne, por la huella ecológica, por la violación de las gallinas por los gallos, por los juguetes denominados sexistas, etc. Por lo tanto no creo que sea tara de una cultura o de un país sino un mecanismo de introyección educativa. Claro que, visto desde fuera, observar a unos fulanos permanentemente culpándose de todo, fustigándose cual penitentes medievales, hace pensar que son unos tarados.

Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

Bueno, vamos por partes. Preguntarle al sr, Trillo, en primer lugar, por qué en la portada de su libro va caminando un personaje que se parece a un político, ya retirado, de su partido. ¿Es el personaje de la eterna pregunta, ser o no ser y nunca hacer nada? Quizás ha sido un asunto subliminal.
¡Manda huevos!
Respecto al Sánchez de la picaresca, tiene usted toda la razón. Y ahora mismo le han dado con el cántaro en la cabeza por querer beberse el vino. No se puede agujerearlo todo de forma chapucera. Pícaro y chapuzas.
¡Manda huevos!
Pero preguntarle también, sr. Trillo, si en su partido no hay o ha habido también unos cuantos rinconetes y cortadillos: el ya mencionado Casado, Bárcenas, la Esfinge, la movimiento de melena, Egea, etc.
¡Manda huevos!
Siga escribiendo sr. Trillo, y como sugerencia podría ser un buen ensayo una comparativa ente políticos españoles actuales y personajes de la picaresca sin omitir a los de su partido. ¿A quién asignaría usted el personaje del bachiller Trapaza?
¡Manda huevos!