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Félix G. Modroño: «Los padres se niegan a creer en la maldad de sus hijos»

Félix G. Modroño: «Los padres se niegan a creer en la maldad de sus hijos»

La portada de este libro funciona en plan spoiler. A la vista de todos, como si se tratara de un linchamiento público, aparece un cadáver colgado de la Grúa de Piedra en la bahía de Santander. El horror se multiplica al descubrir que es el cuerpo de una niña a la que le han amputado los pulgares y cosido los labios. El veterano inspector Alonso Ceballos y su equipo, en el que destaca la subinspectora palentina Silvia Martín, emprende la investigación, que la conduce a un colegio de pijos, a un narcotraficante colombiano y a la cara oscura de la red, un bosque mucho más peligroso que el de Caperucita Roja. Félix G. Modroño da un giro en su última novela, Sol de brujas (Destino, 2022) respecto a sus temas habituales, permaneciendo fiel a su impronta: la cuidada ambientación, la potencia de los personajes, el cuidado ensamblaje de la trama y la música de fondo.

Modroño llegó a la literatura de golpe. El que recibió en un ojo mientras jugaba al pádel cuando era una mezcla de estresado ejecutivo y bohemio frustrado dedicado a las finanzas. En su larga convalecencia tras una delicada operación, comenzó a urdir historias, y ya no ha parado. Como él mismo cuenta sin dramatismos, perdió la vista de un ojo pero ganó un oficio que le apasiona. Ocho novelas publicadas y otras tantas en la reserva. A sus 55 años, vivir la vida para él consiste «en tomarme una cerveza sin prisas al atardecer, disponer de tiempo para disfrutarlo y rodearme de personas que me infundan serenidad, lejos de cualquier relación tóxica».

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—¿Qué significa para los santanderinos la expresión «sol de brujas»?

"Me pareció un título perfecto para una historia que trata de las falsas apariencias"

—Los pescadores cántabros llaman «sol de brujas» al que aparece a primera hora de la mañana entre las nubes anunciando un día radiante, lo que no impide que llegues empapado a casa. Me pareció un título perfecto para una historia que trata de las falsas apariencias y que además se desarrolla en un clima lluvioso y nublado.

—Después de tus dos novelas ambientadas en Bilbao tus lectores estarían esperando una tercera para cerrar la trilogía. ¿Por qué te trasladas a Santander?

—Las novelas sobre Bilbao tienen para mí una gran carga emocional y necesito tiempo para madurarlas. Entre La ciudad de los ojos grises y La ciudad del alma dormida transcurrieron siete años, y abordar la tercera exige también un largo plazo. Cada historia tiene su momento.

—La Grúa de Piedra, el Centro Botín, el Cabo Mayor, el Panteón del Inglés… El relato esta plagado de referencias a enclaves santanderinos. ¿Cómo te trabajas este aspecto?

—Vivo hace tres años en Santander y conozco su idiosincrasia, sus matices y chascarrillos. La he pateado a fondo y eso me ha ayudado a plasmarla en la novela. La ambientación es muy importante para mí, más que como documentación para integrar al lector en la acción. Para recrear la Bilbao del pasado leí decenas de libros y hasta forré mi estudio de fotografías antiguas. Cuando llego por primera vez a una ciudad me gusta visitarla primero de noche, porque a esas horas es cuando mejor te la puedes imaginar en el pasado.

—¿Por qué elegiste el tema del acoso y la exposición de los menores a los peligros de las redes?

"Los padres de los acosadores deberían saber que tienen en casa pequeños monstruos"

—Me tocó muy de cerca el caso de una niña a la que quiero mucho y la impotencia que sentí me llevó a adentrarme en el mundo del cyberbullying. Creo que la existencia de los acosadores se debe a que no se desarrolla la empatía de los niños, y su falta puede generar malas personas. Los padres de los acosadores deberían saber que tienen en casa pequeños monstruos, pero todos se niegan a creer en la maldad de sus hijos. A pesar de su crudeza en algunos pasajes esta novela ha sido un divertimento, un juego que me ha permitido salir de mi registro habitual siendo fiel a mi estilo, que me pemite describir escenas duras sin caer en la sordidez. Creo que los escritores debemos evolucionar, no hacer siempre lo mismo, aunque muchos que conozco sí lo hacen.

—Al principio da la impresión de ser un relato en tercera persona, pero al avanzar la lectura descubres que hay otra voz, la de Isabel. Has dicho que te gusta ponerte en la piel de una mujer, como ya hiciste con otra Silvia en Secretos del Arenal. ¿Qué ventajas expresivas encuentras en ello?

—Isabel no existe. Es pura ficción. Y pido perdón por haber desconcertado al lector con esta voz narrativa que aparece de repente rompiendo la cuarta pared, como se llama en el teatro. Sí, me gusta adoptar el punto de vista femenino. Es un ejercicio literario interesante y creo que la literatura no debe limitarse por cuestiones de género.

—De hecho, hay muchas mujeres en esta historia y una elevada complicidad entre ellas. ¿No te parece que en general los escritores masculinos crean más personajes femeninos que a la inversa?

—Sí, es posible. Modas aparte, creo que se debe al hecho de que las mujeres son hoy día las que más leen. Además ofrecen más matices y riqueza literaria. En lo que a mí respecta me inspiran porque tengo muchas más amigas que amigos, y ellos se parecen mucho entre sí.

—Dices que proyectas lo que llamas tu «documentación emocional» a través de tus personajes. ¿Cuánto hay de ti en el inspector Alonso y cuánto en la subinspectora Silvia, e Isabel?

"La gente que no disfruta de la comida no es de fiar, ni aquellos a quienes no favorece la sonrisa"

—Me reparto entre los tres, pero sobre todo me reflejo en Silvia, aunque yo tengo otros gustos gastronómicos. Como dice Alonso, la gente que no disfruta de la comida no es de fiar, ni aquellos a quienes no favorece la sonrisa, como añade Silvia.

—Te has empleado a fondo en estudiar los métodos actuales de investigación policial, e incluso entonas una Canción triste de Hill Street para denunciar la dificultad de su trabajo. ¿Fue una experiencia interesante?

—Lo fue, y mucho más que eso. Los policías de Cantabria me abrieron las puertas, incluso dicen que van a darme una placa honorífica (risas). Me ayudaron mucho a componer mis personajes, porque tengo la obsesión de que todos sean creíbles y suelo basarme en personas reales.

—Ocho novelas publicadas y otras tantas en cartera. ¿Tu cabeza no para de urdir historias?

—Ocurre que las historias vienen a mí. Recorriendo librerías de lance, oyendo conversaciones, incluso en sueños. Hay tanto que contar… Tengo varias carpetas con documentación para futuras novelas, y saber que están ahí me reconforta.

—¿Tienes alguna manía o rito personal a la hora de darle a la tecla?

"Me sumerjo de lleno en la historia para que el lector se sienta como un personaje más atrapado dentro de ella"

—Me cuesta mucho empezar a escribir, me demoro en la documentación y demás preparativos, y de pronto un día me siento y ya no me levanto, excepto para comer o dormir. Soy disciplinado, aunque no tengo horarios, y me sumerjo de lleno en la historia para que el lector se sienta como un personaje más atrapado dentro de ella.

—¿Qué tal está de salud don Fernando de Zúñiga?

—Está como una rosa. Le tengo muchísimo cariño porque fue mi primer protagonista y se parece mucho a mí, aunque él es súper fiel a su esposa y yo tengo otra relación con el género femenino. He conseguido los derechos de las tres novelas que escribí sobre él y prometo que habrá más.

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Pepehillo
Pepehillo
1 año hace

Al perder la fe, la sociedad ha perdido el conocimiento del alma y, en una larga secuencia, la noción de lo que era elemental hace unos años. La maldad o la bondad depende del uso de razón. Un niño sin uso de razón ni es bueno ni malo, simplemente reproduce comportamientos. Únicamente cuando se tiene uso de razón es capaz de discernir y tener una conducta moral… Elegir, si se quiere. Pero no olvidemos que las semillas del trigo y la cizaña están en el alma de cada hombre desde su niñez y que todos, repito, todos, podemos ser el mejor o el peor de los hombres. Depende, única y exclusivamente, de nosotros. Las circunstancias, el medio, las compañías, el precio a pagar… Todo eso influye ¡ya lo creo!, pero tenemos siempre la última palabra sobre quién queremos ser.