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Galdós no se acaba nunca

Cuatro extensos capítulos, que transcurren entre 1954 y 1956, una “Nota de la autora” y una relación pormenorizada, y muy necesaria, de sus personajes componen esta obra de Almudena Grandes que, ya de entrada, da una inequívoca sensación de solidez, de un todo muy bien armado, de una rigorosa y paciente labor de montaje, ajena por completo a la más mínima improvisación. Una sensación de obra compacta, bien medida y mejor meditada, en donde nada se deja al azar, ni la estructura, ni los personajes, ni ese ambiente espeso y grumoso de la España de los cincuenta cuando se consolida la doctrina franquista y medran los adeptos al régimen, incluidos algunos de sus talentos, como los doctores Vallejo Nájera y López Ibor, quienes terminarían enriqueciéndose al no permitir que nadie se interpusiera en su camino dentro del campo de la Psiquiatría.

"En la España de la casi inmediata posguerra, la de los años cincuenta, en los manicomios se usaban las más aberrantes técnicas de curación de estos enfermos"

La presencia en estas páginas del doctor Velázquez, hijo de un represaliado del franquismo, que ha estudiado fuera de nuestras fronteras, en un país moderno y libre como es Suiza, da mucho juego en la novela. Sólo haría falta recordar ese recurso, ya empleado con éxito en el siglo XVIII por José Cadalso en sus Cartas marruecas, en donde un extranjero, con otros ojos, con otra mirada, con mayor distanciamiento, es el encargado de decir las verdades de nuestro país; esa realidad que no son capaces de percibir, por ignorancia o por el peso de la censura, los propios españoles. En la España de la casi inmediata posguerra, la de los años cincuenta, en los manicomios se usaban las más aberrantes técnicas de curación de estos enfermos. Pero, aun así, no era esto lo peor de todo. Lo más denigrante era la idea generalizada, en la sociedad y también entre los propios médicos, de la enfermedad mental. Tiene que ser una monja, la hermana Belén, la que, previas disculpas al Altísimo, declare al doctor Velázquez que no puede concebir que las enfermedades mentales “sean un elemento imprescindible de Su plan para la Humanidad”.

Estamos, no conviene olvidarlo, en una época difícil, en un tiempo de silencio. Y Martín Santos y su novela de 1962 así titulada no andan muy lejos. De hecho, es la propia Almudena Grandes quien deja apuntada al final de su obra la deuda contraída con aquel otro relato con don Pedro, el Muecas, Cartucho y compañía. Las alusiones a los ratones blancos, el acoso que sufre continuamente el doctor Velázquez por parte de otros colegas y de la misma administración, su decepción por el escaso interés de un país en querer progresar en el campo de la investigación médica, el peso que tiene un aborto en el devenir de los hechos e, incluso, algunos monólogos, escritos con increíble precisión en esta obra de 2020, hermanan ambos libros, el de Martín Santos, que, como se sabe, sufrió los rigores de la censura de entonces, y este otro de Almudena Grandes, quien tiene la deferencia y el tacto de no olvidar a aquellos autores y aquellos libros que hicieron posible la existencia de la novela actual.

"La autora, además, para darle mayor verosimilitud a la obra, recrea con una asombrosa perfección, con la aportación de curiosos detalles producto de sus investigaciones"

María Castejón, la pequeña heroína de este relato, la inquieta y soñadora María, que parece un ser al que todos los lectores hemos conocido en alguna ocasión, es uno de los personajes mejor trazados de la literatura española de los últimos años. En su discurso, sencillo y directo, parecen confluir el resto de las historias. María y sus aventis, que, en esta ocasión, no tienen aire de patraña ni de trola. Ese modo tan cálido y dulce que tiene de contar historias, como aquellos inolvidables personajes de Marsé –el Ñito, Java, Sarnita– en Si te dicen que caí.

Por su parte, doña Aurora, la paranoica, autodidacta e inteligente Aurora Rodríguez Carballeira, de cuya vida y milagros tantas veces hemos oído hablar incluso a través del cine, ocupa un espacio muy significativo en estas páginas. El personaje real, el histórico, al que prestó atención el propio Castilla del Pino en sus memorias, no supone obstáculo alguno para que Almudena Grandes despliegue toda su imaginación y logre transmitir a los lectores toda una variada y contradictoria amalgama de sentimientos hacia ese ser que parece haber reunido en su misma persona a ángeles y demonios. Un personaje que hubiera  hecho las delicias del mismísimo García Márquez. Pero tampoco conviene olvidar a toda esa amplia galería de personajes, cada uno con su leyenda a cuestas (“Por doquiera  que el hombre vaya lleva consigo su novela”, que diría Galdós), que nos resultan ciertamente cercanos y entrañables: Rita Velázquez, Eduardo Méndez, Pepe Sin Apellidos, la familia que el doctor Velázquez deja en Suiza, etc.

"María Castejón, pese a su origen humilde y su escasez de tiempo por sus muchas ocupaciones, deja patente su deseo de leer, de ilustrarse, de entender mejor aún la vida a través de los libros"

La autora, además, para darle mayor verosimilitud a la obra, recrea con una asombrosa perfección, con la aportación de curiosos detalles producto de sus investigaciones, el ambiente del manicomio de mujeres de Cienpozuelos; un mundo cerrado, “raro como ninguno”, un microcosmos que, de algún modo, representa ese otro manicomio en el que se ha convertido la España franquista, en donde, como se deja aquí escrito, “entre la ley y el delito existía una estrecha senda, transitable con dinero”.

Resulta obvio que con ese título genérico —Episodios de una Guerra Interminable—, con obras de grato recuerdo como Las tres bodas de Manolita (2014) y Los pacientes del doctor García (2017), en el que se enmarca esta nueva entrega, Galdós es algo más que una simple referencia. Don Benito está presente, y bien presente, en estas páginas. Si nos remitimos, en primer lugar, a la cita del excelente poema de Luis Cernuda, extraída de Desolación de la quimera, que, junto a la dedicatoria, va al frente de la obra, ahí, en esos emotivos versos de su “Díptico español”, aparece el nombre de Galdós. El poeta del 27, frente a la España “obscena y deprimente”, reivindica esa otra España “que Galdós en sus libros ha creado”. Pero por si ello no fuera poco, hay algunos detalles más que son dignos de tener en cuenta y que para cualquier lector atento, de modo alguno podrían pasar inadvertidos. María Castejón, pese a su origen humilde y su escasez de tiempo por sus muchas ocupaciones, deja patente su deseo de leer, de ilustrarse, de entender mejor aún la vida a través de los libros. Parece como si conociera al dedillo aquella frase de Galdós en la que se asegura que “la falta de educación es para el pobre una desventura mayor que la  pobreza”.

"Almudena Grandes, galdosiana hasta la médula, trata con guante de seda a sus personajes y siente un especial afecto por los más desvalidos"

Se muestra deslumbrada ante la visión de una biblioteca y expresa su deseo de acercarse a esos seres misteriosos y mudos que, sin embargo, hablan por los codos. Entre ellos, El hombre que perdió su sombra, del botánico y escritor alemán Von Chamisso, Los miserables, de Victor Hugo, y las Obras completas de nuestro Galdós, con especial atención a Tormento y, sobre todo, a Fortunata y Jacinta, novela que, según confiesa la propia María Castejón, le parece “maravillosa” y llega a leer hasta dos veces seguidas: “Los bueno de Galdós —declara con entusiasmo María, personaje de buen corazón y extremada ternura, como muchos de los seres que nos ha legado don Benito— era que no se acaba nunca”.

Y un último detalle. El otro gran personaje de La madre de Frankenstein, el doctor Germán Velázquez, después de muchas vueltas, terminará por encontrar alojamiento en una casa situada en la calle Hilarión Eslava, cerca de Gaztambide, donde habita su madre. Justo ahí, el un hotelito situado en el número 7 de la calle Hilarión Eslava, en el distrito madrileño de Chamberí, el 4 de enero de 1920, fallecía el escritor canario afincado en Madrid. Las casualidades no existen. Y Almudena Grandes, galdosiana hasta la médula, que trata con guante de seda a sus personajes y siente un especial afecto por los más desvalidos, no necesita realizar el más mínimo esfuerzo para  que resplandezca el recuerdo, el espíritu de Galdós, entreverado en estas emocionantes páginas de las que el viejo maestro, nuestro mago de la novela, se hubiera sentido orgulloso.

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Autora: Almudena Grandes. Título: La madre de Frankenstein. Editorial: Tusquets. Venta: Amazon y Fnac

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