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Ganador y finalistas del concurso de relatos #historiasdemadres

Ganador y finalistas del concurso de relatos #historiasdemadres

El ganador del concurso de relatos #historiasdemadres, organizado por Zenda y patrocinado por Iberdrola, es Álex Reyes, autor del relato ‘El hundimiento’, premiado con 1.000 euros. Las dos finalistas del certamen, en el que han participado un total de 476 historias, son Patricia Collazo González —autora de ‘Más grande que una casa’— y María Ángeles Navarro Peiró —autora de ‘El sonajero de plata’—, que recibirán por su parte 500 euros cada una. El jurado ha valorado la calidad literaria y la originalidad de los textos presentados.

El jurado ha estado formado por Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y la agente literaria Palmira Márquez.

A continuación reproducimos los tres relatos premiados. En este enlace puedes consultar las bases del premio. Gracias a todos por participar.

***

GANADOR

Hundimiento

Álex Reyes

«Tienes que elegir el momento para despedirte, y tienes que elegirlo bien». La única vez que escuché a mi madre decir esto fue el día que encontraron el coche de mi hermana Nat volcado en una carretera, a una hora en la que su cuerpo y los trozos de hojalata ya eran la misma cosa. Eran las doce y veinte del día siguiente cuando mi padre atravesó la puerta y corrió al teléfono para llamar al departamento de necrológicas. Dio el nombre de mi hermana, subió a la habitación y levantó a mi madre del suelo, que llevaba la mañana entera y parte del mediodía tirada como un trapo sucio.

A los días de la muerte de Nat, mi madre recorrió el pasillo repitiendo el nombre de mi hermana como si intentara conjurarla. Desde la planta baja decía anda, Nat, apúrate que ya es tarde, y luego se respondía a sí misma, como si la voz de mi hermana se abriera entre la tierra y le llegara hasta el pasillo. Mi madre repitió esto durante una larga temporada en la que su actitud se convirtió en una forma de afrontar el presente. Luego de aquello, mi padre se mudó a otra habitación.

—¿Qué haces, Martha? —le preguntó él una de esas mañanas.

En su habitación, sentada al ras de la cama, mamá doblaba la ropa de Nat. Adquirió esa costumbre durante los primeros días. Luego de doblar, dejaba un cambio en la cómoda. Tocaba la puerta del cuarto de ella y decía: «Ya está listo el cambio. Ve a mi habitación». Si uno le preguntaba por qué lo hacía, mamá respondía que Nat se lo había pedido.

Otro de esos días, mientras mi padre y yo podábamos el jardín, mamá bajó y le explicó angustiada que Nat necesitaba zapatos nuevos.

—Tiene suficientes —dijo él.

—Necesita otros —reprochó ella—, no los que ya tiene.

—No necesita más.

A los segundos después mamá se le fue encima y le dio dos patadas en el vientre. Mi padre, que le había pasado todas las anteriores, enderezó el cuerpo con lentitud y luego la llevó adentro tirándola del brazo.

—¿Adónde la llevas? —le grité yo, mientras los veía andar escalera arriba.

—A que termine esto.

Papá abrió el cuarto de la habitación de Nat, que seguía vacío y lleno de polvo, sin nada que nos recordara más a ella. Mamá no dijo nada, solo se llevó las manos a la boca y se echó a llorar toda la tarde.

—¿Tenías que arruinarle la vida de este modo? —le pregunté molesta, pero en la boca de mi padre había ahora un silencio sellado.

*

A partir del invierno, la situación cambió en buena medida. Mamá comenzó a salir por las noches de su habitación. Arrastraba los zapatos y pasaba las uñas por la pared, hasta que uno de los dos la llevaba a la cama y dormía con ella. Había otras ocasiones, en cambio, en que se tiraba en el pasillo hasta el amanecer. Cuando la luz del alba le caía a los pies, pasaba las manos y hacía ademanes como si se estuviese quemando.

Durante el desayuno, mi padre dijo:

—¿La escuchaste anoche?

Yo asentí con la cabeza. Mi madre había pasado la mitad de la noche golpeando la pared y la otra mitad llorando en la ventana.

—Si no la obligamos a que se enderece, nos joderá hasta sus últimos días.

—Esa mujer es mi madre.

—Yo no he dicho lo contrario.

—Entiende que ella me ha dado un lugar.

—Y te lo está robando ahora.

Mi padre se paró de la mesa y dio unos pasos de camino a la puerta. Antes de irse, se giró hacia mí.

—Solo entiéndelo —dijo él— ya no hay nada vivo dentro de ella.

Al día siguiente, mi padre avisó que se iba de la casa. Al mediodía su habitación estaba vacía y el lugar de la cochera también.

Por la tarde, mientras recorría el pasillo de camino a la cocina, la sombra de mi madre se estiró al final de las escaleras. Se movía lenta y desequilibrada, como si acabase de salir de una larga anestesia. Mi madre, que no había hablado en mucho tiempo, entrelazó los dedos y luego dijo:

—¿Se llevó el coche?

—Sí.

—Voy a necesitar el tuyo.

—¿Qué has hecho de ti? —le pregunté.

—Nada —dijo ella. Mi madre no dejaba de ver el suelo. Tampoco de mover los dedos entrelazados—. Demasiado pasado, solo eso.

El sol acariciaba la tarde. Mi madre quería ir a la pendiente donde Nat se había volcado. A cualquiera le habría parecido un desvarío porque conmigo sucedió igual. Pero era lo que ella quería. Lo que ella necesitaba entonces.

Del otro lado de la valla que rodeaba la pendiente, la luz del sol era más clara. La cruz de mi hermana brillaba en la soledad del valle. Como si la meciera el ruido, la maleza se meneaba al son del traqueteo de los coches. Mi madre pasó los primeros minutos así, contemplando en la distancia el atardecer, hasta que se apoyó con las manos para cruzar la primera pierna.

—¿Vienes? —me dijo.

Negué con la cabeza.

—Anda, acá te espero.

Nunca sabré con exactitud lo que la vida hizo de ella.

Tampoco lo que hizo de sí misma.

Mi madre salió hasta entrada la noche con las rodillas empolvadas y el cabello estrujado. Volvimos a una hora en la que era difícil ver otra cosa que no fuesen las destellantes señaléticas. Mi madre tomó el asiento trasero y abrió la ventana. El viento le daba en la cara y le agitaba el cabello. La vi sonreír por el espejo. Ella supo que la estaba viendo.

—¿Has elegido bien? —le pregunté yo.

Mi madre asintió con la cabeza.

—La voz del silencio debe ser hermosa.

Mi madre enderezó el cuerpo y apretó los labios. Luego dijo arrastrando las palabras:

—Seguro que lo es.

FINALISTAS

Más grande que una casa

Patricia Collazo González

A mi mamá le brotó una mentira en el ojo derecho. Fue el día en que nos vino a buscar al cole y dijo que papá se había tenido que ir de viaje. Al principio no se le notaba casi. Como si se le hubiera corrido el rímel por haber llorado. Pero mamá solo se maquilla para las bodas. Y llorar, casi nunca.

La mentira fue creciendo y ahora le ocupa toda la mejilla. No se le ven patas, ni cortas, ni largas. Pero cada vez que mamá dice que papá nos manda un beso y cuelga sin pasarnos con él, le brilla un poco más.

Ella la acaricia a veces, mientras estamos mirando la tele. Pero si le preguntamos qué tiene ahí, se hace la tonta y dice que nada. Eso hace que le llegue al hombro.

A la que no puede engañar es a la abuela Berta, que de mentiras sabe mucho. Y cuando cree que no la escuchamos, le dice que cómo no se le cae la cara, y es que las mentiras pesan un montón.

Hoy al despertarnos hemos encontrado un hombre en calzoncillos en el baño. Mamá nos ha dicho que es su primo del pueblo. Ahora la mentira ya le cuelga como una larga cabellera, se enreda en los muebles y se asoma por las ventanas.

***

El sonajero de plata

María Ángeles Navarro Peiró

Mi padre era un arameo errante. Esa frase bíblica, hijo mío, siempre me ha conmovido. Pienso que podría ser el comienzo de una historia, aunque hoy en día ya nadie sabe lo que es un «arameo», y, además «errante», ¿que yerra, que vaga?

He dado a luz, ayudada por una voluntaria, en un contenedor, convertido en vivienda, de un campo turco de refugiados. Aguardamos demasiado antes de decidirnos a salir de Alepo. No queríamos dejar la tienda, que ya no es tienda, la casa, que ya no es casa, la calle, que ya no es calle, el barrio, que ya no es barrio. Solo quedan escombros. Otros judíos se fueron antes, pero nosotros contábamos con muchos amigos musulmanes. Pensamos que la violencia pasaría, que volveríamos a nuestra vida. Sin embargo, esos amigos también tuvieron que huir ante el fanatismo de otros. A tu padre y a mí, preñada, nos llevaron con ellos, como si fuéramos uno más.

Desde que cruzamos la frontera, solo tenemos un objetivo: llegar a Sefarad. No sé cómo podremos lograrlo, hay que atravesar toda Europa. Pero emularemos a nuestros antepasados, los que, después de la Expulsión, consiguieron llegar desde Sefarad hasta Siria y establecerse en Alepo hace más de quinientos años. Hemos sabido que ahora podemos obtener la ciudadanía del país que nos echó; sin rencores. Estos son otros tiempos y otras gentes.

Os miro a tu padre y a ti sobre el jergón. Muy juntos, tu cabeza apoyada sobre su pecho. Ese hombre que, cuando apenas había dejado de ser un niño, trabajaba en la tienda de su padre, a la que yo acudía. Yo también tenía muy pocos años, pero, cuando mi madre me enviaba a comprar pan o huevos, cualquier cosa, yo siempre olvidaba algo para tener que volver. Al marcharme, mientras atravesaba la cortina de cuentas de vidrio azul de la entrada, de espaldas a él, balanceaba las caderas hasta lograr que su alma se quedara enredada en los vuelos de mi falda. Tuvimos que huir con lo puesto, pero, sabiéndome encinta, no abandoné la reliquia familiar, el sonajero de plata que tus antepasados trajeron desde Sefarad. Lo he colocado sobre la almohada, no quise dejarlo a merced de las bombas.

No sé cuál será nuestro destino; desconozco el mío y con mayor razón el tuyo. Me acerco al camastro, os doy un beso suave para respetar vuestro sueño. Cojo el sonajero, esa pequeña esfera de plata, calada y adornada con letras hebreas, que gira sobre un eje unido a un semicírculo. Aprieto el mango de marfil y lo muevo, solo un poquito, no quiero que os despertéis. Las piedrecillas, o lo que sea que lleve dentro, parecen decirme: Mazal tob. Un hijo es siempre una bendición.

Lo vuelvo a colocar sobre la almohada como si de un amuleto se tratara. Te contaré muchas veces esta historia para que la conozcas y no la olvides. Somos judíos sefardíes y también judíos de Alepo, descendientes de los que habitaron la tierra de Aram al comienzo de los tiempos.

Sí, hijo mío, tu madre es una aramea errante.

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Hamlet
Hamlet
10 meses hace

Algunos tienen derecho de pernada en Zenda. Mientras algunos autores se ningunean, resulta curioso lo recurrente de otros nombres (entre 500 relatos presentados, ojo).

Algo huele a podrido en Dinamarca.

Mariela
Mariela
10 meses hace

Para mí el mejor de los 3 es el tercero, el del sonajero. Habla la madre, se ajusta a la consigna, traspasa una tradición. El segundo me gusta más que el primero por el magnífico juego literario de darle entidad física a la mentira. El primero no es malo, pero no me parece mejor que los otros. Es todo muy subjetivo en esta vida. Felicitaciones a las finalistas.

Última edición 10 meses hace por Mariela
Francisco Brun
10 meses hace

Felicitaciones a los ganadores!!!. Y deseo hace un comentario para aquellos muchos como yo, que no hemos sido finalistas. Pensar que un concurso literario es manipulado, nos degrada, y nos convierte en malos perdedores, o malos participantes. Si en este ámbito de literatura y sana competencia, imaginamos que existen malos modos, mejor no participar. En particular me parece una práctica maravillosa para tener la oportunidad de escribir y tener algo para decir, que sea mejor a la realidad mundana de las mafias y los políticos corruptos. Yo confío aún en aquellos que viven y trabajan en las letras y su transparencia.

Raquel
Raquel
10 meses hace
Responder a  Francisco Brun

Gracias por tus palabras….. Tienes razón

Juan Jose
Juan Jose
10 meses hace
Responder a  Francisco Brun

Uffff. Una cosa son las letras, y otra confiar en las personas que viven de las letras. García Márquez lo explicaba muy bien. Entre ellos son peores que dos compañeros de escudería de Fórmula 1, A mí, de la gente de letras, solo me interesa lo que escribe. Pero tiene que haber cada uno que…

Ana de Hita
9 meses hace

Me han gustado los tres; eficaces, contundentes y muy bien narrados.
El tema era la mar de sugerente y poder ser seleccionado, pues, evidentemente, bastante arduo y complejo.
Para mí lo más importante es que me he sentido magníficamente concibiendo y escribiendo mi texto.çY por supuesto, gozando con los triunfadores….
Bravo!!!!