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García Elizondo: «Me interesan los procesos de la conciencia alterada y cómo esos estados pueden tocar lo fantástico»

García Elizondo: «Me interesan los procesos de la conciencia alterada y cómo esos estados pueden tocar lo fantástico»

Foto: Jaime Navarro Soto

La primera novela del escritor mexicano Mateo García Elizondo, Una cita con la Lady (Anagrama), representa un punto de inflexión en la actual narrativa mexicana: su acercamiento a los géneros fantástico y de terror, su manejo del mundo del opio, la heroína y los estados de conciencia alterados, y su implícita asimilación de una tradición que, con Juan Rulfo, alcanzó las más elevadas cotas literarias al universalizar el mundo mexicano rural, sirven al autor para ofrecer una nueva mirada de ámbitos y atmósferas que habían sido abordados por escritores como William Burroughs o Malcom Lowry y que en esta obra de García Elizondo (Ciudad de México, 1987) se actualizan y redefinen de una manera original y sorprendente, valiéndose de una escritura directa y descarnada, por momentos hipnótica, mediante la que explora los límites de la naturaleza humana sin que le tiemble el pulso a la hora de rebasar las fronteras entre realidad y fantasía, alucinación y normalidad, internándose en la sordidez de un mundo donde la vida es apenas un recuerdo y la muerte el viaje más esperado.

García Elizondo conversa con Zenda para hacer un repaso de su trabajo y sus inquietudes literarias y esbozar las líneas maestras y las perspectivas que avizora en su horizonte narrativo tras este celebrado debut en la novela.

—Parece que Una cita con la Lady sigue muy de cerca el mundo de Juan Rulfo y que hay casi una superposición de escenas y hechos que aparecen en Pedro Páramo, transformados en tu novela por el viaje de un heroinómano en busca de la muerte.

"Rulfo lo había hecho espectacularmente y yo quería presentar este homenaje a la tumba del maestro"

—Sí, totalmente. Yo sabía cuando la estaba escribiendo que había esa influencia indiscutible, pues se trata de un pueblo fantasma en México, un pueblo perdido habitado por almas en pena. Rulfo lo había hecho espectacularmente y yo quería presentar este homenaje a la tumba del maestro. Soy un gran admirador de Rulfo; pero hay que aclarar que esta historia no se me ocurrió alrededor de Pedro Páramo, aunque escribiéndola me di cuenta de que tenía bastante de ese ambiente y en cierta manera eso me conectó con Rulfo en el sentido de estar escribiendo de memoria sobre pueblos remotos, fantasmas, sobre un mundo rural y sobre ciertos estados del alma. Rulfo sin duda está presente, tanto el universo de sus novelas como el uso del lenguaje, del español mexicano. Esas son las resonancias. Pero yo insisto en que además de que al escribirla estaba haciendo algo similar a Pedro Páramo, también estaba escribiendo una novela similar a las que escribieron los beatniks y a las que escribieron autores como Sadeq Hedayat o Joseph Roth.

—En cuanto al descenso al infierno del personaje central de Una cita con la Lady, también podemos decir que es clara la referencia al Burroughs de Yonqui y de El almuerzo desnudo, si bien tú llevas más lejos ese descenso. ¿Qué tan viva es su herencia en este libro?

—He sido un gran lector de Burroughs, a pesar de que su literatura es muy autobiográfica, sobre todo en Yonqui. Sin embargo, si estás vivo para contar tu historia de heroína, no era posible contar la historia de la Lady, así que a mí lo que me interesaba era acercarme a ese mundo desde la pura ficción. Y la heroína era una forma que me permitía explorar una serie de estados de conciencia, porque de lo que se trataba era de enfrentar al personaje a su propia muerte. Por otra parte, si bien en un principio estaba escribiendo una historia sobre drogas, también estaba escribiendo una historia de fantasmas, una historia de terror, una historia sobre la vida y la muerte en la que la heroína se vuelve un personaje fantástico que tiene un rol importante. Y al fin y al cabo trataba de explorar esas transiciones de estados de conciencia entre el sueño y la vigilia, entre la vida y la muerte, entre la luz y la oscuridad. No quería contar en sí la historia de un heroinómano, sino la historia de un personaje que transita hacia otro estado de conciencia. Y la heroína fue una herramienta útil. Al final, creo que lo que acabé haciendo fue una especie de “terror yonqui”.

—Leyendo solo Una cita con la Lady parece que tu obra quisiera enfocarse en el universo de las drogas, pero al leer el relato que la revista Granta acaba de publicar en su selección de los 25 mejores jóvenes narradores en español, titulado Cápsula, se da uno cuenta de que tu universo literario rebasa ese mundo de las drogas y quiere indagar en otros ámbitos, que quieres explorar zonas como la de la ciencia ficción y el terror, donde también los estados de conciencia alterados juegan un papel importante, porque Cápsula cuenta la historia de un reo cuya condena consiste en ser expulsado al espacio en un pequeño habitáculo en el que permanecerá flotando en absoluta soledad, y en este caso se trata de una situación extrema a partir de la cual el personaje reflexiona sobre el ser y la condición humana en esas condiciones.

"Hay muchas maneras de llegar a estados de conciencia extremos y la muerte es sin duda uno de ellos"

—Uno como escritor no quiere limitarse ni encasillarse, sino estar abierto a un amplio abanico de historias que poder contar. A mí me interesan mucho los procesos internos de la conciencia y sus estados extremos, y cómo en cierto punto esos estados pueden tocar lo fantástico. Por ejemplo, un autor que me gusta mucho es Philip K. Dick y su manera de crear historias de ciencia ficción a partir de premisas que son muy psicológicas y que no necesariamente tienen que ver con las drogas. Hay muchas maneras de llegar a estados de conciencia extremos y la muerte es sin duda uno de ellos; pero la vida en sí es un estado de conciencia extremo. Las drogas son un tema que me interesa en general, porque son una manera rápida de acceder a esos estados de conciencia, pero hay otras cosas extremas en la realidad que pueden llegar a ser fantásticas. Y eso es lo que me interesa: la ciencia ficción, el terror, esos mundos de la conciencia alterada. Cápsula viene precisamente de ahí.

Foto: Jaime Navarro Soto

—Volviendo a Una cita con la Lady, llaman la atención tanto su lenguaje descarnado como su ritmo vertiginoso, algo que no ocurre en Cápsula. ¿Cómo fue la escritura de ambas obras?

—Hubo un momento en el que me quedó muy claro el conflicto central que tenía que tratar en Una cita con la Lady y quién era el personaje, a dónde tenía que llegar. Fue como un vistazo de lo que iba a ser la historia, y a partir de ahí la escritura consistió en una especie de conversación con el personaje para ir escribiendo la historia. En ese sentido la narración fue muy impulsiva y orgánica, siempre tratando de conectar con la voz del personaje. En el caso de Cápsula era una historia que tenía tiempo queriendo escribir, una historia de cárcel en la que huir físicamente fuera totalmente imposible y en la que el personaje tuviera que encontrar otras formas de escape. En ese sentido, esta historia era como un paisaje en blanco donde quería encontrar esa situación extrema y desesperada en la que desarrollar al personaje. Fue un experimento, una exploración de hasta dónde se podía llevar esa historia, algo que no ocurrió en Una cita con la Lady, donde todo estaba mucho más definido.

—¿Cómo surgió la idea de escribir Una cita con la Lady?

"Yo quería escribir sobre un pueblo perdido y remoto, porque los pueblos perdidos y remotos son escenarios muy interesantes narrativamente"

—Recuerdo que la idea me cayó en un taxi saliendo del cine; pero es una idea que venía cocinando desde hacía tiempo. Yo quería escribir sobre un pueblo perdido y remoto, porque los pueblos perdidos y remotos son escenarios muy interesantes narrativamente, pero no sabía quién iba a llegar al pueblo ni qué iba a suceder ahí. Y por azares de la vida tuve contacto con gente que había estado cerca de las drogas más duras y conocí sus experiencias. Entonces comencé a pensar en cómo podía mezclar un pueblo y un drogadicto, y cuando tuve claro que la intención del drogadicto era morirse porque ya estaba más cerca de la muerte que de la vida, diseñé una especie de arco por el que el personaje debía transitar, y a partir de eso empecé a armar la historia.

—La literatura mexicana apenas ha tocado el tema de la heroína y el opio, tema central de Una cita con la Lady. En los años 60 ese asunto aparece reflejado vía Burroughs. Más tarde, en los años 70, la generación de la llamada literatura de la Onda (Parménides García Saldaña, José Agustín, Gustavo Sainz) se acerca a la psicodelia e introduce algunas drogas como la mariguana y los hongos en sus historias, y aparecen los libros de Carlos Castaneda, donde se habla mucho del peyote. También hay mucha literatura en la que el alcohol aparece. Luego hay algunas obras donde se habla de la cocaína y algunos otros psicotrópicos, pero a finales de los años 90, con el surgimiento de la literatura del narco, el mundo de las drogas se aborda tangencialmente. ¿Cómo percibes el acercamiento de la literatura mexicana al tema de las drogas?

—Es cierto que la mejor literatura sobre las drogas, la que me parece más interesante y original, es de aquella época en que la que se estaba contando algo nuevo y original a través de las drogas en los años 60 y 70 sobre todo. A mi modo de ver lo que sucede es que se van limitando las posibles historias sobre las drogas; es un poco de lo que se quejaban mis amigos cuando les decía que yo quería escribir una historia de heroína, y me planteaban que qué más iba a poder contar yo sobre la heroína: por un lado querer buscar un fix, por otro meterte un fix y finalmente no tener un fix y querértelo meter. Ese era el abanico de posibilidades de conflictos interesantes que había para la heroína hasta hace poco. Hay un escritor llamado Charles Duchaussois, cuya novela Flash cuenta una historia sobre un traficante de opio y heroína entre Afganistán y Europa; él fue adicto durante mucho tiempo y en este libro cuenta de forma muy explícita su experiencia cruzando drogas, drogándose y llegando a estar muy cerca de la muerte. Pero es una obra de los años 70. También de esa época hay un poeta italiano llamado Eros Alesi, un heroinómano que murió muy joven y que me presentaron durante el proceso de escritura de la Lady. Pero es cierto lo que dices, que en México no hay nuevas narrativas sobre las drogas y menos aún sobre la heroína en particular, una droga que puede ser muy aburrida, porque de hecho la heroína hace que se pierda toda la variedad y el interés por la vida. Quizá solo ahora con la legalización de la mariguana en México pueda renovarse el diálogo con el mundo de las drogas; pero sí, la literatura mexicana se quedó corta en relación a las drogas psicodélicas, drogas que son mucho más complejas e interesantes y que tienen potenciales narrativos que aún no hemos empezado a entender ni a explorar.

—Ahí está el LSD…

"No hay muy buenas novelas de drogas en México. Y menos de los años 90 a la fecha"

—Sí. O los hongos, que son como una cosa de ciencia ficción en sí, o de historia fantástica. Y eso ha sido muy poco explorado, porque en realidad no hay muy buenas novelas de drogas en México. Y menos de los años 90 a la fecha, porque las que tocan algo de ese mundo solo hablan de sus cuelgues y de que el personaje se estuvo metiendo ácido todos los fines de semana y está cansado y se está volviendo medio loco. No se meten realmente en el estado de la conciencia, porque esos estados son realmente difíciles de expresar. Entonces creo que no hemos sabido por dónde abordarlos.

—¿Qué percepción tienes de la literatura del narco?

—Hemos tenido una época donde se ha escrito mucha novela sobre el narco. En México hay mucha cultura y tradición western, y creo que nuestra obsesión con el narcotráfico y la manera en que hemos tratado el narco es una manera muy western, y ahí también se engloba la manera de tratar el mundo de las drogas. Nos hemos concentrado mucho en el contrabando y el tráfico de drogas porque ese es un tema muy interesante en sí y que da para muchas historias. Pero ha llegado un punto de cansancio en ese aspecto, sobre todo porque es una realidad con la que convivimos en México y cuando queremos escaparnos no es tanto lo que queremos leer. Creo que al respecto nos ha faltado cambiar de género, porque hemos estado muy en el western, en el thriller, y creo que podíamos explorar esos mundos con una lente de ciencia ficción, de terror o de algo más fantástico, y de entrada eso nos daría otras perspectivas. Por ejemplo, cómo sería un terror con LSD. Podría ser muy interesante. Yo lo único que hice fue tratar el mundo de la droga desde otro género, que es el del terror y las historias de fantasmas, y eso me dio algo muy distinto en cierta manera. Así que se podría intentar más.

—¿Además de los autores que ya has citado, qué otros referentes tienes en el ámbito de la literatura en lengua española?

—Hace no mucho descubrí a Juan José Saer y me gusta muchísimo. Me encanta su novela La pesquisa, creo que es un libro muy interesante. También me encanta Horacio Quiroga. Borges, desde luego. Entre los más contemporáneos me gustan mucho escritoras como Fernanda Melchor, que está haciendo algo muy interesante con el lenguaje y sobre todo con el español de México, y también trata nuestra realidad desde un punto de vista muy original; no voy a decir que Temporada de huracanes es terror, pero tiene algo de un mundo obscuro, cosas que me parecen interesantes. Soy gran fan de Mariana Enríquez, de que alguien como ella esté haciendo un terror que trasciende el género. En ese sentido, creo que las buenas historias van más allá de los géneros en los cuales se les puede encasillar.

—¿Cómo percibes el medio mexicano cultural, crees que está muy abandonado?

"Yo viví en Europa un tiempo y no sentía esa ebullición que hay en la juventud mexicana, que aunque no tenga un quinto trata de levantar las cosas"

—Se habla mucho de que México está pasando un mal momento económico y cultural. Pero a mí este año me dieron el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Y fue una agradable sorpresa, lo que me indica que todavía existen esos estímulos. Al mismo tiempo, esos estímulos son poquísimos para los escritores que hay y sin duda la pandemia ha sido muy difícil para las editoriales, sobre todo las independientes, que son las que están publicando cosas interesantes. Sin embargo, creo que la vida cultural depende también de la gente que la está haciendo, y en ese sentido somos muchos y estamos en un país que presenta muchas cosas interesantes, que tiene mucha ebullición. Yo viví en Europa un tiempo y no sentía esa ebullición que hay en la juventud mexicana, que aunque no tenga un quinto trata de levantar las cosas. Y hay novedad, situaciones interesantes, y en ese sentido a mí no me preocupa, no creo que haya que temer por la muerte cultural de México, sino al contrario. Sin duda hay obstáculos. Por ejemplo, no hay buenas revistas que publiquen cuento, faltan ese tipo de propuestas, pero creo que todo el mundo adolece de ese mal.

—¿Tienes ya en mente una nueva obra?

—Sí, estoy escribiendo una novela. Es una historia muy diferente a la Lady. Estoy en un proceso de crecimiento y aprendizaje, me estoy divirtiendo mucho y me está gustando. Aparte de eso sigo haciendo cosas de cine, que es lo que había hecho hasta ahora. A mí siempre lo que me ha gustado es contar historias, y he explorado muchos formatos y géneros. Por eso he hecho guiones de cine y también me ha interesado el cómic y he hecho un poco de periodismo, que es lo que estudié. Pero la narrativa es mi tirada final porque creo que la narrativa es donde el escritor tiene total control de la experiencia que está contando.

—Por último, ¿crees que podrías ser una especie de yonqui de la literatura?

—Creo que sí, que lo soy. Que mucho de lo que he hecho viene de ser un yonqui de la literatura y de siempre necesitar dosis más puras y más fuertes. A mí me pasa eso con la literatura: necesito libros y los voy buscando, y si no los encuentro los escribo.

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