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Gárgoris y Habidis en la Cuesta de Moyano

Gárgoris y Habidis en la Cuesta de Moyano

El pasado Domingo de Resurrección murió Alfonso Riudavets. Y, aunque previsto, no deja de ser por ello una gran tristeza para sus clientes habituales y amigos de la cuesta de Moyano, de la que era decano. Pero no era sólo eso, era el mismo espíritu y alma de la cuesta, su personaje más significativo y singular. Un librero irrepetible con su guardapolvo azul, su gorrilla, su bigote. La caseta 15 ha quedado huérfana, aunque afortunadamente no desierta, gracias a Julián. Y todos los habituales de esa caseta hemos quedado también algo huérfanos. La cuesta de Moyano ya no volverá a ser la misma. Al menos para mí.

Conocí a Riudavets a mediados de los años 60 del pasado siglo, a lo largo de mis diarias subidas y bajadas por la cuesta con destino a la vieja Escuela de Ingenieros de Caminos. En aquellos años uno no se fijaba mucho en los libreros, salvo en el momento de pagar el libro. Pero en mi retina se ha quedado la imagen de tres libreros muy singulares.

"Todos sus libros tenían marcados los precios en la última página de un modo muy singular que todavía reconozco en mi biblioteca"

Uno de ellos era Lucas (espero no confundirme de nombre, el apellido nunca lo supe) de la caseta 13, cercana a la de Riudavets. Especializado en libros políticamente prohibidos. Si se quería encontrar algo de Ruedo Ibérico, había que pasar por allí. Con gafas de cristales muy gruesos que ocultaban casi por completo el color de sus ojos. Cerrado de trato, poco sociable, solía llevar una sempiterna colilla en la boca. En estos momentos se me cruza la imagen de Lucas con la de su vecino Pedro. Han pasado demasiados años.

En la caseta 25, junto a Berchi (al que conocí más tarde), moraba Trelles, viejito pequeño y frágil, que llegó a sobrepasar los 90 años de edad y fue durante mucho tiempo decano de la cuesta. Sobrino del conocido librero Graíño, con la caseta repleta de folletos antiguos que yo repasaba con curiosidad por sus bajos precios. Con muchas cosas de Filipinas procedentes del fondo de su tío. Todos sus libros tenían marcados los precios en la última página de un modo muy singular que todavía reconozco en mi biblioteca.

Y el tercero era Riudavets. Inconfundible. En su caseta número 15. Algo hosco, grueso y con mucho genio. Entonces ya llevaba su característico guardapolvo azul. Dispuesto a discutir con cualquiera por algo que no le pareciera bien, como que le sacaran una foto, asunto que nunca consintió y en el que se mantuvo intratable hasta los últimos días de su vida. Tampoco aceptaba que no se le tratase de Vd. Bajo ese exterior rudo, un hombre honesto serio y decente, un señor del libro.

"Hubo una temporada en la que yo tuve la curiosidad de apuntar las bibliotecas que iban pasando por aquella caseta"

Era el librero que más libros compraba y vendía de la cuesta. Con gran diferencia. Ha debido de vender millones de ellos. Se pasó la vida comprando y vendiendo bibliotecas. Hubo una temporada en la que yo tuve la curiosidad de apuntar las bibliotecas que iban pasando por aquella caseta. Cuando llevaba unas 20 apuntadas, me cansé y lo dejé. Ahora siento no haber seguido con la lista.

Por aquella época yo buscaba ávidamente el contenido del libro. No me interesaba la antigüedad ni la edición. Pero una vez, en marzo de 1972, en esa desordenada caseta de Riudavets, apareció tirado en el tablero un libro que me pareció curioso. Un folio en pergamino: Gil González Dávila, Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas…, Madrid 1647. Incompleto. Me hizo gracia. Pagué las cien pesetas que me pidió y me lo llevé orgulloso a casa. Sin darme cuenta, con ese libro, y en la caseta de Alfonso Riudavets, había empezado mi colección de libros antiguos. Todavía conservo el ejemplar.

A partir de esas fechas mi interés por el libro antiguo aumentó y descubrí que Riudavets tenía un Palau detrás de la puerta derecha de su caseta. Recuerdo perfectamente sus cubiertas de tela azul. Hasta que yo, años más tarde,  compré a Herminia Allanegui —gran señora del libro y buena amiga— el ejemplar de mi biblioteca, aquel Palau “azul” se convirtió en mi ejemplar de consulta de las ediciones antiguas que iba encontrando.

De las muchas bibliotecas que pasaron por las manos de Riudavets, recuerdo, y seguro que la recuerdan los bibliófilos de mi época, la de don Manuel del Palacio (el 0,50 poeta que llamó Clarín) y la de Eduardo Barriobero. La primera, repleta de ediciones dedicadas de todos los literatos del siglo XIX contemporáneos y amigos de don Manuel. La segunda, con sus inverosímiles encuadernaciones artesanales en tela estampada, que estropeaban curiosas y raras ediciones de la Generación del 27, muchas adornadas con ese peculiar ex libris esotérico de Barriobero.

"Alrededor de él se arremolinaban una docena de libreros profesionales que no permitían a los clientes habituales que nos acercásemos"

El sistema de venta de ambas bibliotecas fue el mismo. Alfonso sacaba por las mañanas muy temprano las cajas de libros, para abrirlas e ir poniendo precios. Alrededor de él se arremolinaban una docena de libreros profesionales que no permitían a los clientes habituales que nos acercásemos. No había manera de llegar a los ejemplares. Recuerdo un día que Alfonso me vio en segunda o tercera fila intentando inútilmente aproximarme, y él, que me conocía ya (entre otras cosas su antigua casa de la calle de Santa Engracia estaba muy cercana a la de mis padres, y habíamos sido casi vecinos) me dijo, mientras apartaba bruscamente a algunos libreros: “Señor Mañas, pase por aquí. Estas tres cajas son para usted. Ábralas y llévese lo que le guste”. Las abrí ante el estupor de los presentes, que no estaban acostumbrados a lo que acababan de ver. Compré las tres cajas. Todavía conservo aquellos libros, entre ellos la primera edición de Fortunata y Jacinta.

Y fueron transcurriendo los años, y miles de libros pasaron de sus manos a las mías, mientras nos hacíamos mayores. La relación seguía siendo muy cordial y siempre la misma. Yo llegaba a la caseta. Él estaba sentado delante de ella en su silla. Se levantaba para saludarme y yo le daba la mano. “Buenos días, Alfonso. ¿Cómo está usted?”. “Muy bien. Muchas gracias”. Y charlábamos un rato de nuestro Real Madrid o de otras cosas. De vez en cuando surgían anécdotas de libros, como cuando yo le contaba aquella historia del ejemplar especial de Diario de una bandera firmado por Franco que le compré a Berchi y el disgusto que éste se llevó al darse cuenta de ello, o el comienzo de la vida de Riudavets como librero independiente cuando compró y vendió una Enciclopedia Espasa que su entonces patrono, el librero Sanz, no quiso. Él se echó para adelante e hizo la operación solo y con buen resultado.

"Yo era, creo, de los pocos afortunados habitantes de la página izquierda, a los que nos daba crédito"

Nuestras compras sucedían siempre del mismo modo:  Yo miraba los libros de la caseta, y seleccionaba unas cuantas cosas. “Me llevo esto, Alfonso”. (Siempre le traté de Alfonso y de usted). “¿De qué se trata?” (Siempre decía la misma frase). Contaba los libros y ponía precio: “Son 120 euros”. (Allí no se regateaba nunca).  “Sólo llevo 50 euros. Le dejo a deber 70 euros”. Abría su libro viejo de contabilidad. Apuntaba los 50 euros en la página de la derecha, llena de números, donde anotaba todas las ventas del día, y los 70 euros los apuntaba rodeados de un círculo en la página de la izquierda que solía estar vacía. Alfonso sólo vendía al contado, en la página de la derecha. Yo era, creo, de los pocos afortunados habitantes de la página izquierda, a los que nos daba crédito. En mi siguiente visita, lo primero que hacía era pagarle la deuda. El tachaba la cantidad adeudada, y pasaba los 70 euros a la página derecha. Y así visita tras visita y año tras año. Y si en vez de 70 euros, eran mil euros, hacía lo mismo. El discurso del método. Todo un caballero.

Y se nos ha ido. Era de 1933, del mismo año que don Luis Bardón, otro caballero y amigo. Dos caras de la misma moneda: el amor al libro. Don Luis con sus maravillosas encuadernaciones que tanto apreciaba: Palomino, Brugalla, Marius Michel, Zaehnsdorf…… Y Alfonso con su extraordinaria colección de miles de objetos de todo lo relacionado con el mundo del libro, colección que acabó por vender a lo largo de estos últimos años, de la que unos cientos de ejemplares han buscado tranquilo cobijo en los estantes de mi biblioteca.

Él siempre me guardaba cualquier publicación o noticia que encontraba relacionada con el apellido Mañas, incluyendo, por supuesto, todo lo publicado por o sobre mi hijo José Ángel. Y yo le correspondía con libros o dibujos de algún Riudavets y con catálogos que recibía de librerías extranjeras.

Y se nos han ido los dos. Don Luis y Alfonso tendrán mucho que charlar del mundo del libro al que han dejado huérfano. Y es posible que también meta baza en la conversación, si se encuentran con él por algún sitio, Fernando Sánchez Dragó, tan parlanchín y diferente de ambos, pero tan profundamente amante de los libros como ellos. Gárgoris y Habidis han pasado y llorado por la cuesta de Claudio Moyano.

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Pedro
Pedro
1 año hace

Aquel sr que al punto de la mañana disponía abierto para el frio y cuesta de Moyano
divertido en su cascarrabias fortaleza incolume
adelantado en las horas disponían libros y panfletos en un puesto central a media cuesta de Moyano
su vestir ordenado de quien parecía su compañera
un fondo de caseta oscuro confín de una fonda
mazmorra de libros ,lector siempre en su banqueta
adiestrado de maneras educado ofrecía los libros en mano
sabíamos donde vivía Santa Engracia Delicias
vestir correcto gafas acicadas de aumentos profundidad
que daba su edad corpulencia ímpetu
en mover y poner en orden la cuesta de Moyano

Pedro
Pedro
1 año hace

te hacia ver que estabas pensando ,
¡no se venden libros y armaba el corralito
bullicio ya todos sentados en sus puesto
su puesto un albedrio una fuente inagotable
El libro ,tendidos ,en el suelo
sobre las mesas apilados
torcidos en cuesta al puesto
interrumpiendo publico el paso
y la noticia ,no hay quien pase
una soberbia atronadora
de quien tiene la ultima novedad perdida
gracia y encanto entrar y salir
energía para el libro
extraordinarios comentarios
humor gracia severa.
Salidas para comentarios chuscos
los conocemos todos ,,,seguro que no tiene este ,, .

En los últimos años ya delgado alto
acompañaba y sustituía un joven
que sentado hacia las delicias del publico

Pedro
Pedro
1 año hace

vendía bibliotecas enteras nuevas al publico
con diccionarios Sopena enciclopédicos ,algo de literatura al gusto, noveles ,Gironella etc toros ,religiosos ,etc Noveles españoles agraciados

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace

Uno de los artículos más agradables y valiosos que he leído por aquí. Es encantador el detalle de la letra del ilustre señor Riudavets. Aunque es la letra de un hombre con pulso de anciano, conserva toda su distinción y personalidad.

Pedro
Pedro
1 año hace

El maestro ceniza
Librero de cielo y estoca
Gato de Madrid badana vestido
El arbotante madera en cuesta
La lista aldabas bibliotecas
Humorada en figura el paseo
Cuesta de atinos lectores
Libros colgados de losas
De hojas pajaritas q. vestía
Don de gallardía altura la cuesta
Verde el bosque de hojas
Mojadas hojas papel de aguijón
Lomos altos de librería
Bajaba a tus zapatos al tiempo
Ver luz de un día hojas libros
De historias por hoja y libro
Se fue quien los vendía
Aprendices de taburete ha dejado
Aprendiendo a entrar y salir
Esperar y la zaga repleta
La vista del halcón en sus niñas
Paseantes los libreros
Esperan la interrupción de la cuesta
Benevolencia los libros

MariaJo Copplind
MariaJo Copplind
1 año hace

Muy interesante artículo el del Ing. Mañas, me parece que privilegia el intercambio entre conocidos. Muestra además cómo se relacionan y como crece y se hace grande la amistad. Si, esas coincidencias en el aprecio a los libros, escritos, cuentos, novelas…en fin…a la lectura…nos hace valorar personas por el hecho de compartir unas palabras y más cosas.

Evelio Mobtes
Evelio Mobtes
1 año hace

Magnífica evocación de la cuesta de Moyano y de algunos de sus más recordados libreros: el recién fallecido Alfonso Riudavets, Lucas (con su eterno chicote de cigarro puro), Berchi… A todos los conocí, los traté y fui su modesto cliente desde los 60. Solía recorrer la Cuesta con mi maestro, el gran historiador Antonio Morales Moya, que vivía en Alfonso XIII, 66. Enhorabuena por este excelente artículo. Si me permite, sólo le veo una pequeña ligereza: «gorrilla» suele tener un cierto matiz despectivo (aunque no sea éste el caso, desde luego) ; para mí, Alfonso Riudavets se tocaba, sencillamente, con gorra. Descanse en paz el decano de los libreros de la Cuesta de Moyano.

Pedro
Pedro
1 año hace

La generación 27 tubo que volverse primorosa barriobero y con letras trabajadas ante el azul de Ruben que encauzo la prosa poética enervada y cautiva de la palabra .Diferenciar a Rafael de Galdós .
Y los cautivos de aquellas tierras volvieron primor el trabajo ,buen hacer ejemplo
para con el libro .
Recuerdo aquellas mañanas que despues del trabajo si esperaba un rato en la cuesta de Moyano alaria mi mejor alegría ejemplo de buen trabajo Sr Riudavets
incluso llegamos apostar que un dia el estaría a las siete y si ahí estaba yo no he vendido un libro tengo claro .Claro que hoy el chico tambien pica a las 7 .

Pedro
Pedro
1 año hace

Recuerdo a Don Julián Marías en sus conferencias y la referencia a las generaciones que podía ser abstracto pero el Sr Rui Alfonso me recordaba que sus mas de 70 años en la cuesta disponía un acontecimiento la sensibilidad por un libro vendido por un observador de su mostrador y la cuesta todos disponíamos aquellos momentos sensibles de un puesto de libros ,hojas y bibliotecas compradas y vendidas hijos de aquellos momentos estelares los libros de nuestras bibliotecas y aquellos ratos de almacén y primor del al trabajo .
Era difícil pensar en la anatomía que Ortega ostentaba de Baroja por su ausencia y estaba Rafael que vendía libros y Alfonso .Momentos anatómicos
de una especie que admitirá a medias el 27 si Fortunata ¡

Juan Antonio Díaz
Juan Antonio Díaz
1 año hace

Muy buena crónica “Moyana”. Por cierto, el apellido de Lucas era Madrid. Caseta número 13.