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González-Ruano, el inmoral que llevó la poesía al periodismo

González-Ruano, el inmoral que llevó la poesía al periodismo

El asturiano Marino Gómez-Santos (1930-2020) fue el último de una estirpe de periodistas literatos, periodistas de tertulia y café, escritores que utilizaban el periodismo como herramienta para llegar a la literatura. El biógrafo de los grandes del siglo XX cultural español —de Clarín a Baroja, de Marañón a Ortega— tenía una deuda que saldar antes de morir. Y la liquidó el pasado septiembre cuando llegaba a las librerías su retrato en blanco y negro de César González-Ruano (Renacimiento). Ruano (1903-1965) había sido su mentor, su valedor, su colega, su compañero, su amigo y su maestro. Haber sido tanto en su vida hizo mayor y más dolorosa la traición del admirado gurú. Marino le debía mucho a César, pero, sobre todo, un ajuste de cuentas —al final, muy leve; le pudo el cariño— y llegó a publicarlo por los pelos solo tres meses antes de su muerte, el pasado 9 de diciembre.

González-Ruano es de esas personalidades odiosas, egoístas, crueles, a las que se acaba indultando por su genialidad, su excentricidad y su aparente fragilidad. Hoy diríamos que era una persona tóxica. Marino, deslumbrado, tardó en caer del guindo, pero al final lo caló certeramente.

«Solía alternar actos elevados con acciones infames (…) Era como si un espíritu maligno entrara en su cuerpo. De la moral hizo una esterilla para limpiarse los pies», concluye el discípulo en su personal biografía del admirado maestro.

"Ojalá el mundo se pudiera dividir tan fácilmente entre buenos y malos"

Gómez-Santos afronta todos los asuntos con delicadeza. No omite el trabajo sucio de Ruano para los nazis, pero tampoco desciende al detalle que podría resultar escabroso. No omite cómo trataba a su propia hija con las deferencias de un obseso sexual. No omite el abandono de mujer e hija en unas circunstancias penosas. No omite que el periodista fue capaz hasta de vender salvoconductos nazis a los judíos, a los que luego denunciaba. No omite nada, pero, como hombre bien educado que fue, no se ensaña.

El marqués y la esvástica

Una vez más nos encontramos con que para ser un buen periodista —o escritor, o pintor, o albañil— no resulta imprescindible ser una buena persona. Se contradice así la tan malentendida como sobada máxima de Kapuściński, cuando ni siquiera él mismo fue tan buena persona, como muchos de sus adoradores piensan. Ojalá el mundo se pudiera dividir tan fácilmente entre buenos y malos.

"Pocas descripciones del mitificado periodista del franquismo vamos a encontrar como las que su fiel Marino le dedica en su libro"

Para sumergirnos en la maldad de Ruano ya tenemos el documentado libro de Rosa Sala Rose y Plàcid García-Planas Marcet El marqués y la esvástica: César González-Ruano y los judíos en el París ocupado (Anagrama, 2014), investigación que sirvió para arrebatarle todos los honores a Ruano, incluido el premio periodístico que llevaba su nombre.

Pero quedémonos con lo bueno de Ruano. No todo va a ser malo y, por supuesto, su obra en ningún caso puede ser considerada despreciable. Gómez-Santos recuerda con cariño cómo el maestro le aleccionaba: «Este es el camino: publicar todos los días, del mismo modo que se asea uno cada mañana. Publicar, publicar, publicar, donde sea. Abrir los ojos a la observación de la vida, leer mucho y que la escritura sea la amante perpetua».

Ojos con escáner

Pocas descripciones del mitificado periodista del franquismo vamos a encontrar como las que su fiel Marino le dedica en su libro: «Sus ojos actuaban como un escáner, con filtros azorinianos de “emociones tornasoladas” o “primores de lo vulgar” y una venilla poética que discurría  por su prosa dando gracia, júbilo y desplante a los artículos por él llamados con talante castizo “giliporcelanas”. Nunca se vanaglorió de su arte impar para el artículo, con excepción de las necrologías, de las que dijo: “¡Hay que ver lo bien que se me dan los muertos!”»

"Entonces hice un gran esfuerzo profesional. Interviuvaba a todo el mundo, escribía artículos y reportajes. ¡Y qué poco, en realidad, me interesaba todo aquello!"

Pero el engolado Ruano también era consciente de sus limitaciones. Hoy resulta inexplicable que un periódico enviara a Alemania en los convulsos años 30 a un columnista al que la guerra no le interesaba lo más mínimo, que no tenía ni idea de alemán ni de política. «Me dijo —recuerda Marino— que el tema grande le venía grande». Y el biógrafo trae a colación el relato del propio escritor, que reconoce su indiferencia por los avatares de un mundo en llamas. «Durante la ocupación alemana de Bélgica y Holanda —se puede leer en sus memorias— me tocó presenciar verdaderas masacres humanas. Todo eso me dejaba insensible. En cambio, me era relativamente fácil hacer una buena crónica sobre un reloj de Ámsterdam que seguía marchando, colgado de la pared de un edificio en ruinas».

A los interesados en la forma de trabajar de los periodistas en la época de Ruano les gustará esta minuciosa descripción de su actividad laboral, en referencia su trabajo en el Heraldo de Madrid, periódico inequívocamente republicano, por cierto. «No te das idea —le cuenta a Gómez-Santos— cómo trabajé. No hubo en Madrid suceso, viajero ilustre, aniversario, muerto importante ni tema informativo sobre el que no cayese yo. Salía por las mañanas de casa como un bombero, dispuesto a apagar todos los fuegos de Madrid. Llegué a publicar casi diariamente y cobraba las colaboraciones a cuatro duros. Entonces hice un gran esfuerzo profesional. Interviuvaba a todo el mundo, escribía artículos y reportajes. ¡Y qué poco, en realidad, me interesaba todo aquello! Pero el momento de mi esfuerzo era precisamente aquel, y tenía que aprovecharlo para situarme, ganar un nombre que ya aplicaría después a cosas más de mi gusto, porque vivía a cuerpo limpio de mi pluma».

"Interesa mucho saber si un señor se come las uñas o no se las come. Lo que no interesa es preguntar cuántas uñas tiene"

Esas cosas más de su gusto de las que habla serían sus obras meramente literarias, poesía y novelas. Fue buen escritor, pero, al final, donde su maestría deslumbra es en el género de la entrevista, como queda de relieve en antologías difíciles hoy de encontrar como Caras, caretas y carotas o Las palabras quedan, volumen en el que recogía sus Conversaciones, una especie de «retratos literarios dialogados».

Entrevistó a Nini Castellano, la prometida del dictador Primo de Rivera; al general Sanjurjo tras el golpe contra la República; y al mismísimo José Antonio, que le deslumbró cuando ambos tenían solo 26 años.

La entrevista al servicio de la vanidad

«La interviú es solo la expresión de la necesidad al servicio de la vanidad», proclamó Ruano en una de sus rimbombantes máximas. Y fue aún más rotundo cuando, con su habitual cinismo, aseguró que «de la entrevista se puede decir que la observación es más importante que la palabra. Interesa mucho saber si un señor se come las uñas o no se las come. Lo que no interesa es preguntar cuántas uñas tiene»

Explica Gómez-Santos que Ruano definía la entrevista como una realidad de vida, de pensamiento, de biografía y aún de autobiografía. «Su encanto —le explicaba al discípulo— es también no solo lo que pueda tener de veraz, de documental y de observación crítica, sino lo que es sinuoso y apócrifo, el libre examen natural del gesto, el acta que se levanta un poco en notario insurgente, en confianza de memoria y sin la estúpida servidumbre taquigráfica».

"Hay que averiguar lo que piensa. Obligarle a hacer confesiones que luego siente haber hecho. Importa un comino el estacazo y la rectificación"

Llegó a entrevistar a Jean Cocteau en el Hotel Ritz de Madrid: «Un juego de esgrima», en palabras de Marino Gómez-Santos, que reproduce un fragmento de la entrevista que debiera figurar en las antologías del periodismo: «Un traje azul pegado al cuerpo inverosímilmente delgado. Las mangas remangadas, como si fuera a lavar sus culpas. Sacan la lengua los puños de la camisa inmaculada. Pelo gris, alborotado por el aire de la propia velocidad de las idas (…). Jean tiene algo de guillotinado, con permiso de María Antonieta, que ha seducido a su verdugo (…). He aquí a un Wilde a punto de ser Oscar del cine. Un Rimbaud que oscurece sus propias iluminaciones. Tiene 60 años, pero lleva a abril en sus ojos, y ha puesto en alcanfor su corazón. No hay miedo a la polilla, nada de mitos. Por la puerta giratoria parece un ángel irónico: “¡Cuidado con no pillarse las alas, Jean!”».

Vivir en escritor las 24 horas

Las clases magistrales de Ruano sobre la entrevista le sirvieron a Gómez-Santos para convertirse en un virtuoso de la biografía, ya que el perfil y la entrevista se acaban confundiendo en el género del retrato. «Para la interviú —asegura Ruano— se necesitan dos condiciones fundamentales: instinto de adivinación y mucha frescura. No basta con escribir lo que dice el “interviuvado”. Hay que averiguar lo que piensa. Obligarle a hacer confesiones que luego siente haber hecho. Importa un comino el estacazo y la rectificación. Los directores de periódico recomiendan prudencia, pero al fin pasa lo que a las mujeres con los enamorados: se quedan con los imprudentes».

"El articulista escribe constreñido por el reloj y el calendario. El artículo tiene que nacer y morir todos los días y hacer permanente lo efímero"

Ruano solía celebrar tertulias en su propia casa —«vivía en escritor las veinticuatro horas»— con invitados notables. Esos encuentros los trasladaba a su sección Tertulia del diario Pueblo. Como «definidor profundo de las cosas», según su discípulo, utilizaba un género mixto entre la entrevista y el perfil. Resulta difícil encontrar retratos mejores de Paco Rabal, Agustín de Foxá o Dolores Medio. Sirvan de ejemplo estas cuatro pinceladas en las que inmortaliza a Torrente Ballester: «Lleva unas gafas oscuras, tiene este hombre de gran vista, este crítico de ojo clínico, algo de falso ciego, de pianista de barco, mezclado con cierto dandismo gallego que no se sabe exactamente en qué consiste, pero existe. El gallego tiene muy marcada una división fundamental: señores y los otros».

Marino Gómez-Santos fue un discípulo aventajado. Aprendió tanto de Ruano que nadie podría describir mejor su trabajo: «Un periodismo humanista. Literario, que sin haber dado una sola noticia, ha trazado, como un gran mural, el panorama de la España del siglo XX (…). El articulista escribe constreñido por el reloj y el calendario. El artículo tiene que nacer y morir todos los días y hacer permanente lo efímero. Ruano llevó la poesía al periodismo». Ni el propio Ruano lo hubiera expresado mejor.

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