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Goya a los 49 años (III)

Goya a los 49 años (III)

Me divierte pensar que estoy empezando a escribir el tercer capítulo de “Goya a los 49 años”, y en mi relato el artista todavía no ha cumplido esa edad, cuando es probable que este sea el último capítulo; o tal vez no, ¿quién sabe? Desde la primera entrega me dejo llevar por mis lecturas e ideas y paro de escribir cuando alcanzo las 2.000 palabras, sin saber cómo empezará el capítulo siguiente. Esta técnica compositiva caótica, que debo agradecer a la libertad de Zenda Libros, me lleva ahora mismo al día en que debió comenzar la narración: el 30 de marzo de 1795, fecha en la que Goya cumple los 49. El mito, o la realidad de sus amores con la duquesa de Alba, es un ejemplo de cómo la literatura de ficción se nutre de la Historia para crear relatos a partir de indicios que no concluyen nada, más allá de nuestro inagotable deseo de narrativa.

Pero volvamos a ese día, al 30 de marzo de 1795: el artista no ha olvidado su enfermedad de 1793, que le impidió pintar grandes óleos durante más de un año, hasta la primavera del año siguiente. Salvo por su sordera, ahora se encuentra en plenitud de facultades. La convalecencia ha exacerbado su sentido de la independencia artística; también su ambición y el deseo de ganar dinero, que se concreta en el objetivo que persigue con mayor ahínco, aunque no lo logrará hasta cuatro años más tarde: ser el primer pintor de cámara del rey.

"1795 es un año de transición, y no sucede en él nada importante, salvo la muerte de Bayeu y su relación con la duquesa de Alba"

El 4 de agosto de 1795 muere su cuñado, Francisco Bayeu, el hombre que le enseñó a pintar al estilo neoclásico; el hombre que lo introdujo en la basílica del Pilar de Zaragoza, en la Real Fábrica de Tapices, en la corte. La muerte de Bayeu es para Goya la muerte del padre: ahora el maestro es él y ya no debe parecerse a nadie salvo a sí mismo. Del modo más simbólico, ha heredado de su cuñado el puesto de director de pintura de la Real Academia de San Fernando, cargo que para él solo significa un mérito más en el currículum. 1795 es un año de transición, y no sucede en él nada importante, salvo la muerte de Bayeu y su relación con la duquesa de Alba.

Cuenta Camón Aznar que el pintor y la aristócrata debieron de conocerse veinte años antes, cuando aquel llegó a Madrid procedente de Zaragoza en 1775. Era protegido del ilustrado José María de Pignatelli, conde de Fuentes, quien se había casado en segundas nupcias con la madre de la duquesa. Goya y su mujer, Josefa Bayeu se mudaron a un pequeño apartamento: el 4º 2ª del número 66 de la carrera de San Jerónimo, próximo al palacio de Buenavista, donde habitaban los condes, junto a su hija de trece años, María del Pilar Teresa Cayetana de Silva. Goya tenía veintinueve y era apenas conocido. Parece natural que visitara a su protector zaragozano. Pero José María Pignatelli muere ese mismo año y es probable que este hecho alejara al pintor de su hijastra adolescente.

De la amistad entre ambos no se sabe nada a ciencia cierta hasta pasada una década, cuando los duques de Osuna se convierten en mecenas y principales clientes de Goya. Según afirma Camón Aznar, la rivalidad entre la duquesa de Osuna y la de Alba era tal que un tonadillero fue encarcelado por censurarlas en sus tonadillas. La de Osuna defendía que Joseph Haydn era el más grande de los compositores, mientras la de Alba contrató al compositor Galuz, a quien pagó quince ducados de oro por componer para ella seis cuartetas.

"Yo acababa de cumplir 13 años y me enamoré de Goya y de la duquesa de Alba"

Hacia 1785, gracias a la casa de Osuna, Goya ha multiplicado su fama. Políticos, generales y hombre de letras se disputan el honor de sus pinceles. Se ha convertido en el retratista de moda. También la duquesa de Alba, quizá por su rivalidad con la de Osuna, convierte al artista en su pintor oficial.

Esta etapa la relata la serie Goya, producida por Radio Televisión Española y emitida durante la primavera de 1985. Yo acababa de cumplir 13 años y me enamoré de Goya y de la duquesa de Alba. Recuerdo cómo aguardaba la emisión semanal de cada uno de los capítulos, que ahora he podido revisar en el archivo histórico de RTVE. El elenco de actores era magnífico: José Bódalo, Verónica Forqué, Carlos Larrañaga, Kiti Manver, Luis Escobar, Juanjo Puigcorbé…

Laura Morante interpretando a la duquesa de Alba en la serie Goya, de RTVE

Es curioso cómo tendemos a mitificar y a dar vida a cuanto nos apasiona en la adolescencia. Hace unas semanas pregunté a una amiga amante del arte si había visto la serie y apenas la recordaba; en cambió le apasionó otra, Mariana Pineda, emitida un año antes, de la cual guardaba vivo recuerdo. Yo, en cambio, apenas me acuerdo.

Zapeando por el Archivo de RTVE llegué a otra producción biográfica: Lorca, muerte de un poeta, y comencé a ver el primer capítulo, pero a pesar de mi admiración por Lorca o Machado, veía a sendos actores interpretándolos y me daba la impresión de que no eran ellos, sino dos figuras de cartón piedra, dos reproducciones falsas de ambos seres reales.

"Vista hoy, con sus filtros de niebla, la escena recuerda a las películas del destape"

A raíz de esta última anécdota, pude constatar esas pasiones adolescentes de las que hablaba: mientras Lorca y Machado me parecían simples intérpretes, Enric Majó y Laura Morante eran en verdad Goya y la duquesa de Alba, los personajes históricos se encarnaban en ellos: no eran actores, sino que eran ellos, y lo seguían siendo para mí ahora, en 2021, por mucho que la serie se hubiera pasado de moda y las imágenes parecieran anticuadas.

La escena en que Goya y la duquesa se conocen tiene lugar en el actual barrio madrileño de la Alameda de Osuna, próximo al aeropuerto de Barajas, por aquel entonces una finca campestre próxima al río Jarama. La duquesa de Osuna, interpretada por Marisa Paredes, da una fiesta. Mientras los hombres se marchan de cacería, las mujeres meriendan con mantelitos y cestas de mimbre junto al río. Goya ha perdido al grupo de cazadores y camina por la ribera cuando aparta con los dedos las ramitas de un árbol y contempla a la duquesa de Alba bañarse. Sus miradas se cruzan y ella trata de taparse los pechos con las manos. Unas horas más tarde, son presentados por Marisa Paredes e intercambian miradas pícaras.

Vista hoy, con sus filtros de niebla, la escena recuerda a las películas del destape. Uno se imagina al pintor aragonés como a Fernando Esteso o Andrés Pajares, que irrumpen por error en la habitación donde una señorita de buen ver se está cambiando de ropa. Por otra parte, sabemos que la escena es una ficción, porque sus protagonistas se habían conocido una década antes. El deseo de los guionistas de introducir una trama amorosa que sazonara el argumento llevó a la imprecisión histórica.

"La literatura sobre los amores de Goya y la duquesa siguió su curso. Yo mismo leí una novela hoy descatalogada: El coloso"

La serie Goya no es ni mucho menos la única ficción sobre el supuesto idilio. Hace unas semanas, por ejemplo, leía un texto de Agustín Sánchez Vidal en el que daba cuenta de un guión cinematográfico titulado La duquesa de Alba y Goya, escrito por Luis Buñuel en 1937. El realizador, que trataba de abrirse camino en Hollywood por aquel entonces, intentó venderlo a la Metro Goldwyn Mayer con la intención de que se convirtiera en una superproducción romántica, pero no logró convencer a los ejecutivos de la Metro y el proyecto fracasó. Buñuel se marchó a México y la película nunca se rodó.

La literatura sobre los amores de Goya y la duquesa siguió su curso. Yo mismo leí una novela hoy descatalogada, El coloso, editada por Mondadori en 1989, obra del autor de best sellers Stephen Marlowe. Ni siquiera he podido recuperar la sinopsis, pues se encuentra descatalogada. Lo curioso es que yo jamás he leído best sellers —más allá de algunas novelas de Stephen King—, y si hice una excepción en entonces con El coloso, poco después de ver la serie de RTVE, mis motivos parecen evidentes.

Hace varios años, Carmen Posadas publicó La hija de la duquesa (Espasa, 2016), novela cuyo tema central era la adopción por Cayetana de Silva de la niña negra María de la Luz, la cual fue pintada por Goya. Preguntada por el supuesto idilio entre el pintor y la aristócrata, Posadas declaraba a XL Semanal: «He manejado muchísima bibliografía al respecto, y los estudios más rigurosos dicen —y yo me lo creo, porque encaja muy bien con la personalidad de la duquesa— que él estaba platónicamente enamorado y enloquecido, y que ella lo trataba como a un perrito. Le decía: «¡Ay, Francho!, que estás muy antipático hoy, dame un besito» [Carmen Posadas se ríe]».

En el tomo segundo de su biografía Francisco de Goya, Camón Aznar se pregunta lo mismo: «¿De qué índole fueron las relaciones entre ambos? Este es uno de los puntos más discutidos de la biografía del artista, que ha inspirado libros tan documentados como La duquesa de Alba y Goya, de Joaquín Ezquerra del Bayo”.

"Nada más leer el párrafo anterior, busco en Wikipedia a Joaquín Ezquerra del Bayo. ¿Pudo su libro inspirar el guion cinematográfico de Luis Buñuel?"

Nada más leer el párrafo anterior, busco en Wikipedia a Joaquín Ezquerra del Bayo. ¿Pudo su libro inspirar el guion cinematográfico de Luis Buñuel? Lo primero que encuentro es el retrato de un personaje atildado con bigotito y perilla, nacido en Ferrol en 1793; geólogo, ingeniero, escritor; académico de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; afrancesado; viajero romántico… Pero este hombre solo publicó obras acerca de sus expediciones científicas a distintos lugares del mundo, nada sobre arte.

Al fin, descubro que hubo otro Joaquín Ezquerra del Bayo, nieto del primero y mucho menos conocido que su abuelo. Nació en Filipinas en 1863 y murió a comienzos de la posguerra, en 1942. Su biografía es paralela a la de José Camón Aznar: se licencia en farmacia por imposición paterna, pero pronto se dedica a su pasión, el arte, convirtiéndose en historiador y museógrafo, que publica numerosos libros, entre ellos un ensayo titulado “La duquesa de Alba y Goya”, de 1928. No solo pudo inspirar a Buñuel para escribir su guion en 1938, también pudieron utilizar su libro los guionistas de la serie de RTVE.

Cuando busco en Iberlibro la obra de Ezquerra del Bayo la encuentro en una librería de viejo de Santander, tirada de precio, en una reedición de Aguilar de 1959. ¿Me servirá para continuar escribiendo “Goya a los 49 años”?, me pregunto. Una semana más tarde, cuando recibo el libro en casa y lo abro, el lomo de cartón se resquebraja. Es muy probable que nadie lo haya abierto desde hace seis décadas. Las páginas no huelen a mar Cantábrico, ni a playa del Sardinero, sino a la humedad acre de algún desván santanderino.

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