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H. G. Wells parte en busca del Viajero en el Tiempo

H. G. Wells parte en busca del Viajero en el Tiempo

Con independencia del hecho luctuoso, que duele y abruma a los más allegados; al margen también de ese, ya manido, repique de las campanas, que atañe a la humanidad entera, disminuida con la muerte de cualquier persona, cuando le llega la hora a un escritor de la talla de Herbert George Wells es un momento estelar de toda la especie, porque ascender al panteón de la literatura lleva implícito que la obra del finado pase a integrar el acervo literario de la humanidad entera.

Sí señor, si dentro de los millones de años que sean, cuando los payasos nos hayan vendido el circo, las eras geológicas se sucedan y del paso de nuestra especie por la Tierra no quede ni rastro; si, siendo así, algún ser inteligente, acaso venido de otra galaxia a colonizar la Creación de la que fuimos reyes, diera con una edición de El alimento de los dioses (1904) —como los paleontólogos dan ahora en un desierto con la mandíbula de un dinosaurio del que no había noticia—, salvado el texto por otro prodigio del cataclismo último y, por un tercer portento, ese ser de otro confín del universo fuera capaz de entender lo narrado en la novela, toda la humanidad sería participe de la grandeza de H. G. Wells en dichas páginas. Así pues, celebremos, con el extraño júbilo de las efemérides, que el primer maestro de la science fiction en la lengua de Shakespeare —la primera maestra fue la gran Mary Shelley— partiese otro 13 de agosto, el de 1946, con dirección a ese ámbito, incierto e impreciso, del que solo sabemos que nunca se regresa.

"Una de las claves de la obra de Wells es que nace de la convicción de que la especie humana —al igual que el resto de las especies— es el resultado de un proceso evolutivo"

Como nunca volvió de su último transporte —dejándonos con la incógnita de si logró encontrar un futuro mejor— el protagonista de La máquina del tiempo (1895), otra de las genialidades de H. G. Si al autor, en pago a su talento, en ese último trance —que dicen nos aguarda a todos para mostrarnos en una vertiginosa elipsis los momentos estelares de nuestra existencia— le fue dada una prolepsis en la que vislumbrar lo venidero, por un hallazgo semejante a ese maniquí del escaparate, que permite al Viajero en el Tiempo observar los cambios en la moda a lo largo de las décadas, o lo que es lo mismo, verificar cómo el curso de los días lo transforma todo. De ser así, el gran H. G. también vería el placer con que le descubrieron los lectores españoles —al menos uno que al menda le toca muy de cerca— en esas ediciones en papel biblia de Plaza & Janés de los años 60 de la colección Clásicos del Siglo XX…

Una de las claves de la obra de Wells es que nace de la convicción de que la especie humana —al igual que el resto de las especies— es el resultado de un proceso evolutivo. Y el origen de esa clave hay que buscarlo en sus días de estudiante de biología en la Universidad de Londres (1888). En sus aulas, el futuro escritor fue el más aplicado discípulo del biólogo Thomas H. Huxley, quien —además de abuelo del gran Aldous Huxley— fue el mayor propagador de las ideas de Charles Darwin que tuviera la docencia inglesa en las postrimerías del siglo XIX.

Nacido en Kent el 11 de septiembre de 1866, la de Herbert George Wells fue una familia modesta. Ya autor aclamado, su extracción social habría de inspirar algunas de sus más célebres antiutopías, a la vez que le llevaba a ingresar en clubes como el de los Fabianos, nacidos para la difusión del socialismo en Inglaterra. Eso sí, cuando el socialismo no era ese sinónimo de corrupción y tiranía que actualmente es en todo el planeta. Redimido por la educación —Wells fue un gran amante de la cultura, verdadera emancipación del ser humano, que no la siempre execrable política— una beca le sacó del taller textil, donde era aprendiz, para llevarle a la Normal School of Science de Londres. No obstante, pese a su avidez de sabiduría, no superó su examen final.

"Siendo la época de la publicación de La máquina del tiempo aquella en la que la lucha de clases libraba sus más enfebrecidas batallas, huelga decir el éxito obtenido por Wells"

Maestro él mismo en una pequeña escuela de provincias, en 1893 abandona la enseñanza para dedicarse por entero a la literatura. La máquina del tiempo fue la primera de sus grandes novelas. Su protagonista, merced al prodigio aludido en el título, tiene la oportunidad de viajar en el futuro hasta el final de la humanidad y del planeta. Antes de asistir a la auténtica consunción de los siglos, será testigo de cómo la evolución ha obrado en contra de nuestra especie, dividiendo a los hombres en dos clases: los eloi, tan bellos como inútiles, y los morlocks, tan rudos como trabajadores. Siendo la época de la publicación de La máquina del tiempo aquella en la que la lucha de clases libraba sus más enfebrecidas batallas, huelga decir el éxito obtenido por Wells en su primera novela.

Su siguiente ficción, La isla del doctor Moreau (1896) vuelve a dar prueba del interés de Wells por los problemas de la evolución. Pieza fundamental de ese inquietante subgénero que es el de los científicos dementes por intentar enmendar la obra del Hacedor, el que aquí se nos presenta ha realizado los más terribles experimentos con animales, a los que ha querido dar forma humana, llegando a conseguir únicamente unos híbridos a mitad de camino entre el hombre y la bestia. El aplauso que el maestro despertó en su primera entrega no tarda en verse revalidado.

Otro científico loco, cuya ambición también será su perdición, es el protagonista de El hombre invisible (1897). Las mejores páginas de nuestro autor prosiguen en La guerra de los mundos (1898), donde narra una invasión alienígena ante la que se verá impotente la humanidad. Finalmente, serán nuestros gérmenes quienes nos salvarán de los marcianos.

El Wells que sienta las bases de la ciencia ficción, el gran Wells cuya sola cita nos emociona, sigue adelante en títulos como Cuando el durmiente despierte (1899), Los primeros hombres en la Luna (1901) y El alimento de los dioses.

"El interés de nuestro autor por esta clase de ficciones va dejando paso a una nueva inquietud por la realidad"

A partir de entonces, el interés de nuestro autor por esta clase de ficciones va dejando paso a una nueva inquietud por la realidad. No en vano, en 1903 ha pasado a formar parte de los Fabianos, asociación en la que coincide con George Bernard Shaw y otros grandes intelectuales de la época.

El resto de su larga vida —hasta su muerte un día como el de hoy en Londres— lo dedicó a una copiosa producción de novelas que podríamos llamar de tesis, tesis de marcado carácter social. No falta entre ellas algún título de ciencia ficción en el que se atisba el esplendor de sus primeras páginas. Tal es el caso de The Holy Terror (1939), antiutopía ambientada en un tiempo de carismáticos dictadores.

Pero la prosa de H. G. Wells ya no tiene el esplendor de antaño. De hecho, en su bibliografía del siglo XX pesan más las novelas biográficas —Kipps (1905)— o seudofilosóficas —Mundos nuevos en lugar de los viejos (1908)—. Ya cuarentón, parece ser que a H. G. Wells le interesaron mucho más las damas —lectoras o no— que la anticipación. Así, John Clute, en su Enciclopedia de la ciencia ficción (1996) apunta: “Su piel olía a miel. Amó a sus esposas, pero se acostaba con cualquier mujer que (embriagada por el olor a miel) le hiciera un sitio en su cama”.

Así se escribe la Historia.

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Nicolás Henríquez
Nicolás Henríquez
3 meses hace

Buenísimo el libro, pero que complicada forma de promocionarlo.