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Hagamos títeres de cachiporra, de Rodorín: La risa de la plaza pública

Hagamos títeres de cachiporra, de Rodorín: La risa de la plaza pública

Hagamos títeres de cachiporra es un ejemplar libro didáctico, un tratado sabio y divertido sobre el arte de los muñecos de mano y la risa del grotesco tradicional.

Es un tratado porque se articula en capítulos que cubren la totalidad del acto creativo (conocimiento de la tradición, presentación de los personajes, fabricación de los títeres, reflexiones sobre el oficio de titiritero, explicación y ejemplo de algunas rutinas escénicas, consejos sobre la representación…). Es sabio y divertido porque así lo es la voz del maestro que despliega los diferentes aspectos del tratado, el artista titiritero José Antonio López Parreño, “Rodorín”, a quien acompañan los dibujos de Elena Odriozola y las fotografías de Perdinande Sancho, componiendo un todo modélico. Pero por encima de su acabado elegante (en su sentido más alto: equilibrado, de impecable factura de pensamiento y ejecución, de sencillez noble), es un libro verdaderamente didáctico porque conoce y transmite el espíritu de su objeto: el sentido estético del teatro de títeres tradicional.

"De ahí que sea particularmente interesante la pesquisa histórica que Rodorín hace del género, remontando los antecedentes de Don Cristóbal al Pulcinella napolitano de la Comedia del Arte"

Basta con leer la presentación que Rodorín hace del héroe de estas funciones populares (Don Cristóbal o Cristobita) en boca de alguno de sus compañeros de retablo para entender el grado de consecución de ello: “Bien he oído yo sus indecentes groserías predicadas en la plaza pública”, declara el Policía. “Ha venido a cambiar el orden de las cosas”, asevera el Diablo. En efecto, Rodorín transmite perfectamente las claves de este personaje y del espíritu que vive en estas obras: grosería, irreverencia en la plaza pública. Y añade en otro momento de la obra, esta vez con su propia voz, sin la lengüeta con la que hace hablar a sus personajes: “Don Cristóbal no golpea con la cachiporra como un hecho violento, sino musical. Y tiene la virtud de no provocar aplausos, sino risas”.

La definición es perfecta: risa y violencia (ritualizada, simbolizada, “musical”) configuran los ingredientes básicos del grotesco, esa forma ancestral de la risa con la que el ser humano afronta la supervivencia, el desacato del orden serio del mundo, y que vibra de un modo natural en el estado de conciencia de los niños.

De ahí que sea particularmente interesante la pesquisa histórica que Rodorín hace del género, remontando los antecedentes de Don Cristóbal al Pulcinella napolitano de la Comedia del Arte (con quien comparte estética, actitud ante la vida, modos de actuación) y hermanándolo con el Mr. Punch inglés, el Guiñol francés, el Petrushka ruso o el Don Roberto luso.

"Partiendo de este espíritu vivo de Rodorín, de este amor y loa a la risa tradicional, se nos cuenta en sucesivos capítulos del tratado su biografía"

Esta gran hermandad es muestra del carácter universal del personaje, que en realidad se retrotrae mas allá de la Comedia del Arte del XVI, que permite viajar a los tablados del medievo y a formas teatrales en la plaza pública antigua, si no a los orígenes mismos de nuestra especie. Un “espíritu libre, burlón, violento y descarado” agita la cachiporra de Don Cristobita para regocijo de espectadores adultos y niños, es la forma de la risa más antigua y más honda de la humanidad. Pero aún resta un testimonio más, que reza así: “Acostumbra a decir: ‘¡La Muerte está muerta! ¡La Muerte está muerta!’, riéndose tan descaradamente como le permite esa risa suya que le han dejado puesta por los siglos de los siglos”.

Es la risa que triunfa sobre la misma muerte (aspecto fundamental de esta forma de estética —recuérdense los mitos de descenso a los infiernos, la risa resurrectora de Deméter en el submundo), la risa misma de la vida. Partiendo de este espíritu vivo de Rodorín, de este amor y loa a la risa tradicional, se nos cuentan en sucesivos capítulos del tratado su biografía como bululú titititero, su arte e ingenio en la confección de muñecos (un verdadero manual para la imaginación de los niños y adultos lectores), se ofrece una reivindicación de los maestros y compañeros del género (Julio Michel, Salvatore Gatto, Rod Burnett), así como un ejercicio ameno de cultura, anecdotario y etimológico (títere viene del habla de los muñecos (‘ti ti’), del pitido emitido por la lengüeta del titiritero; rodorín es el “diente desdentado del cascabel”, según enseñó Ramón Gómez de la Serna) y un ejemplo de praxis teatral (movimiento de los títeres, ensayo de rutinas, escritura del texto, construcción del escenario…).

Como conclusión y muestra del aprovechamiento completo de este libro poco más se puede añadir que lo que ya aparece contenido en sus propias solapas, comienzo y fin de un mundo entero:

Estaba Cristobita / dando un paseo / y vio a Teresa / con mucho deseo.
Tan, tan, tan, tan… / -¿Quién es? / -Soy Cristobita, / que te vengo a ver.
-Ahora no puedo / -¿Por qué? / ¡Porque un cocodrilo / me quiere comer!

Estaba Cristobita / subido en la luna / y vio al Cocodrilo / allá en la laguna.
Tan, tan, tan… / -¿Quién es? / -Soy Cristobita / que te vengo a querer.
-Ahora no puedo / -¿Por qué? / ¡Porque el Diablo me quiere coger!

Estaba Cristobita / mirando al cielo / y vio al Diablo / caer al suelo.
Tan, tan, tan, tan… / -¿Quién es? / -Soy Cristobita, / que te vengo a decir.
-Ahora no puedo / -¿Por qué? / ¡Porque la Muerte me quiere morir!

Estaba Cristobita / en el camposanto / y vio a la Muerte / con gran espanto.
-¡Oh, Muerte, / tú, tan rigurosa, / te doy con la porra / y a otra cosa.

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Autor: Rodorín. Título: Hagamos títeres de cachiporra. Ilustraciones: Elena Odriozola. Fotografías: Perdinande Sancho. Editorial: Ediciones Modernas el Embudo. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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