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Ingrid y Roberto. Un diálogo

Ingrid y Roberto. Un diálogo

(Un bar de Los Ángeles en 1949, interior, noche. Plano general de la mesa donde se sienta Roberto bajo la luz cenital de una pequeña lámpara. Viste traje gris, camisa blanca y corbata negra, el escaso pelo repeinado hacia atrás, olor intenso a colonia. Un camarero entra en escena por la derecha y deja sobre la mesa un negroni. Roberto da las gracias y mira al frente. Ingrid entra en escena por la izquierda. Viste una rebeca blanca escotada que resalta su bronceado y la melena corta, ondulada, del color de la piel. Lleva entre manos un pequeño bolso también blanco de lentejuelas).

Ingrid: Un dry Martini con un twist de limón, por favor.

(Cambio de plano general a plano-contraplano. Los rostros de Ingrid y Roberto aparecen iluminados sobre el fondo negro)

Ingrid: (sonriente) Al fin puedo decírselo cara a cara, señor Rossellini: me encantaría interpretar una de sus películas.

Roberto: Y yo al fin puedo responderle mirándola a los ojos, señora Bergman: me encantaría dirigirla.

Ingrid: En ese caso, ¿ha concebido ya algún proyecto?

Roberto: No he parado de imaginar desde que recibí su primera carta y, al fin, he dado con la idea.

Ingrid: (excitada, sonriente) ¡Soy toda oídos!

Roberto: Me la llevaré a usted a una isla desierta.

Ingrid: (fingiendo enfado) Señor Rossellini, sabe que soy una mujer casada con un hijo. No puedo ir con usted a una isla desierta.

Roberto: (sonriente) No tema, Ingrid. Vendrán con nosotros el resto de técnicos de la película, pero me alegra que haya creído que íbamos a ir solos.

Ingrid: (ríe) ¡Me pervierte usted, señor Rossellini! (le golpea con el bolso blanco de lentejuelas)

Roberto: ¿Por qué no nos tuteamos? Por favor, se lo ruego.

Ingrid: (tras posar los labios sobre la copa helada y beber un sorbo de Martini) Conforme, Roberto.

Roberto: Gracias, Ingrid. Como te decía, acudiremos con los técnicos. El resto de actores, salvo tú, serán los habitantes de la isla. No conozco a nadie allí, tendremos que hacer los castings in situ, a la par que rodamos.

Ingrid: ¡Qué maravilla, me encanta! Todo tan vivo, tan real, tan inmediato, tan distinto de Hollywood… Me recuerda al resto de tus películas. Roma, ciudad abierta y Paisà las he visto más de cuatro veces. Me encanta tu valentía. A veces da la impresión de que todo suceda ante nuestros ojos como por casualidad, como la vida misma. El realismo de las imágenes es sobrecogedor. Ahora, cuando me hablas de los habitantes de la isla, comprendo por qué nadie en tus películas parece actor y nadie habla como tal. Hay oscuridad y sombras, algunas veces no se oye bien, otras veces resulta imposible incluso ver. Pero así es la vida. No siempre se ve y se oye, y, no obstante, se sabe que acontece algo que está casi más allá de lo comprensible…

Roberto: Me encantan tus palabras, Ingrid, me siento comprendido. Gracias por existir…

Ingrid: ¿Tienes ya el guión para la isla?

Roberto: Tengo un esbozo. Solo sé que el verdadero tema de la película será la belleza de la mujer. La mujer en plenitud, embarazada. La mujer como una diosa frente al vacío… Con el vacío me refiero al desierto de la isla, a los edificios abandonados; a los habitantes que visten de negro y la escrutan sobre fondo blanco; a la falda de un volcán como un dios gigante, que desea poseer a la diosa mujer… Te filmaré en todas las poses posibles: tu pecho en contrapicado; tu pelo en picado, agitado por el viento infinito; tendida en la cama bajo la luz de las estrellas; sentada sobre una roca con el Mediterráneo al fondo; corriendo descalza con una maleta entre brumas volcánicas. En realidad, todavía no sé cuál será el argumento de La isla, me lo inventaré al final. Pero, disculpa, quizá te aburra mi charla.

Ingrid: ¡No, Roberto, al contrario!, te ruego que no pares de hablar…

(El plano-contraplano de Ingrid y Roberto se abre de nuevo a plano general de la mesa. La voz de los protagonistas se va perdiendo, cede ante la música mientras una ligera panorámica hacia la izquierda nos muestra a un trío de jazz que ha comenzado a actuar. Dos negros tocan la trompeta y el saxo, y un blanco pulsa las teclas del piano. Seguimos viendo de lejos las caras de ella y de él, que siguen dialogando como si el tiempo hubiera quedado abolido).

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