Inicio > Libros > No ficción > Intelectuales: el saco de boxeo preferido de los españoles

Intelectuales: el saco de boxeo preferido de los españoles

Intelectuales: el saco de boxeo preferido de los españoles

Taurus publica este interesante estudio de David Jiménez que me ha recordado a un pequeño volumen de Julián Marías: Breve tratado de la ilusión, de 1984, porque también se dedica a recorrer la trayectoria de un solo vocablo en los contextos cambiantes de la cultura hispánica, descubriendo significados inesperados. En lugar de una síntesis racial o antropológica (otra más) con sus digestiones pétreas y volúmenes ampulosos, la propuesta del autor es mucho más modesta y, por lo tanto, mucho más portátil, inteligente y exitosa: ir siguiendo, durante los 130 años de espectro cronológico que propone, las distintas discusiones públicas en torno a una sola palabra: “intelectual”, con todos los prefijos y epítetos que se le han ido colgando a lo largo de las décadas.

Es cierto que no podemos discutir que la Edad de Oro de la intelectualidad española se haya de situar entre 1914 y 1936. Aún ahora, pese a lo que se ha avanzado (cierto, sobre todo a partir de los trabajos de Inman Fox y Mainer, que cuando yo estudiaba, en torno al 2000, eran de lo mejor que uno podía consultar), seguimos explorando un período verdaderamente explosivo y dorado, imposible de cuantificar. Aún seguimos intentando orientarnos entre tantos gigantes de la prosa de ideas. Para el análisis de esas zonas, que son las que más me interesan, se podría completar la perspectiva de La palabra ambigua con el libro de Cecilio Alonso Travesías de la Modernidad (Renacimiento, 2015), que tendría que haber recibido más espaldarazos y visibilidad. Somos muchos los manieristas que seguimos haciéndonos preguntas sobre ese período.

"Pienso que dejar de considerar a los comunistas como diablos sedientos de sangre, y tratar de incorporar los aspectos más positivos del marxismo al acervo público era una operación valiente que Aranguren supo comandar bien desde el catolicismo posibilista"

Sin embargo, para las partes finales no estoy de acuerdo en algún aspecto examinado por el libro. No tiendo a creer (vamos, disiento) que la segunda Edad de Oro de la intelectualidad española se produzca desde mediados de los años 50 del siglo XX, abarcando los 60 y los 70. He de indicar que David Jiménez Torres se limita a consignar que es un lugar común historiográfico señalar esa etapa como un renacer milagroso de la labor intelectual española, con Aranguren, Laín y el Ridruejo renovado a la cabeza. Sencillamente, la generación posterior, con Andrés Trapiello, Eugenio Trías, Rafael Argullol, Manuel Vázquez Montalbán y Francisco Umbral me parece mucho más brillante, mucho más animada, variada y densa.

Cuando Jorge Semprún desembarca en Madrid y los posibilistas inician el “diálogo” con los exiliados y los disconformes, se produce una restauración o una reconexión, y esto es fundamental. Pero de aquí a una segunda Edad de Oro hay un trecho enorme…

Nunca he conseguido sentir aprecio por la prosa plúmbea de Laín Entralgo. De veras lo siento. Y aunque soy un firme defensor de Aranguren, a quien dedico sesiones en los ciclos de pensamiento hispánico que organizo en la librería Nollegiu de Barcelona, Aranguren escribió libros malísimos, que a veces pueden producir cierta vergüenza. Por ejemplo, La juventud europea (Seix Barral, 1968), que es una cosa… en fin… en catalán diríamos carrinclona… En cambio, me parecen excelentes Ética y política o El marxismo como moral, reeditados una y otra vez con toda justicia, porque pienso que contienen ideas valientes que nos valdrían muy bien hoy. Su volumen sobre la filosofía de Eugenio d’Ors me sigue pareciendo fundamental (y estamos hablando de un libro de 1945). Por ejemplo, la idea de las democracias sólo pueden ser democracias en marcha, en cambio perpetuo, lo que viene a significar que cualquiera que se presente con un sistema cerrado y lo presente como definitivo y estático estará incurriendo en una concepción estatista, populista o tecnocrática, ciertamente sospechosa.

"Figuras como Marta Rebón, Daniel Innerarity, José María Lasalle, Jordi Amat, Joan-Carles Mèlich, Marta Peirano o Marina Garcés eran impensables hace unos decenios"

También pienso que dejar de considerar a los comunistas como diablos sedientos de sangre, y tratar de incorporar los aspectos más positivos del marxismo al acervo público era una operación valiente que supo comandar bien desde el catolicismo posibilista. La mejor prueba son los libros de Adela Cortina, la mejor discípula de Aranguren, cuyos análisis de las raíces éticas de la democracia echo de menos en La palabra ambigua.

Evitar la canonización de María Zambrano también me parece positivo, aunque yo la adore. La ausencia de Eugenio d’Ors tampoco acabo de entenderla, pero en fin: el propósito fundamental del autor era simplemente imposible y ha logrado encarnar esa quimera con una habilidad indudable.

Aún diré más: yo pienso que la segunda Edad de Oro de la intelectualidad la estamos viviendo ahora. Figuras como Marta Rebón, Daniel Innerarity, José María Lasalle, Jordi Amat, Joan-Carles Mèlich, Marta Peirano o Marina Garcés eran impensables hace unos decenios. Nuestro ensayo se ha modernizado sobremanera, está a la altura de las potencias mentales occidentales desde los años 90, y es más ágil y prometedor que nunca. David Jiménez (es de agradecer) ha conseguido evitar las posturas apocalípticas y las diatribas crispadas (excepto con el caso Alfonso Sastre, pero es que se trataba del caso más flagrante de desorientación conceptual básica). Y lo ha logrado porque ha evitado la metafísica, y se ha centrado en las fuentes.

Los más veteranos también están en forma, como José Carlos Mainer, Emilio Lledó o José Luis Villacañas. Me parece que el colofón podía haber sido este: cierto esplendor del pensamiento políticocultural actual.

"La verdad supongo que será bastante aristotélica: ni los intelectuales han sido ni son narcisistas espasmódicos, ni revolucionarios taimados y obsesionados con la caída del sistema. La realidad es más prosaica"

David Jiménez ha dejado alto el listón: su estudio termina con un resumen muy útil de los doce puntos más destacados del contenido. Resumen que nos ayuda a comprender qué connotaciones ha ido tomando un concepto especialmente polisémico desde su entrada en liza, más o menos desde 1880. Cómo el conservadurismo más fanático vertebró una voluminosa corriente antiintelecual vinculada a los ultranacionalismos y los partidarios de las dictaduras de Primo de Rivera y Franco; cómo los comunistas y anarquistas más hiperventilados también dejaron caer perlas contra la inteligencia, abogando por la fe del carbonero revolucionaria (uno de los puntos más débiles del PCE fue su deficiente brillantez teórica); o cómo Unamuno y Ortega se convirtieron en los arquetipos del intelectual español, especialmente odiados por los sectores más clericales. El autor es especialmente hábil detectando discursos contradictorios, o definiciones excluyentes que buscaban distribuir la patente de “intelectual” sólo entre los adeptos de la propia secta. A veces se acusa a los intelectuales de no mojarse con el pueblo, de no enfangarse en la política de a pie, y se les considera monstruos de vanidad y protagonistas de toda clase de corrosiones morales, y otras veces y simultáneamente, son acusados de todo lo contrario: de elitistas, aislacionistas, irresponsables o insensibles.

La verdad supongo que será bastante aristotélica: ni los intelectuales han sido ni son narcisistas espasmódicos, ni revolucionarios taimados y obsesionados con la caída del sistema. La realidad es más prosaica, y David Jiménez sabe sacar jugo de ese justo medio reflexivo.

"Posiblemente la sociedad ya esté madura para superar viejos binarismos y dejar de pensar que un intelectual, especialmente si forma parte del partido rival, es un santo o un demonio"

Otras ventajas y cualidades de su libro son muchas: el autor es siempre suficientemente ecuánime (no era fácil en un país tan cainita), y su ensayo consigue mantener un tono vivaz y animado hasta el final. Lo ha conseguido porque no se ha embarcado en latosas tangentes antropológicas, cansinas polémicas sobre el ser y el problema español que sí consigna pero que no desarrolla: todo buen investigador sabe que acotar un tema es fundamental para llevarse el gato al agua. Jiménez se lo lleva, no se desvía y consigue proporcionar un análisis riguroso y sintético, para un período especialmente largo y turbulento. No es poca cosa, ya que entran aquí colosos como Azorín, Ortega, Azaña, Julián Marías, naturalmente Maeztu, de quien es especialista, y tantos otros intelectuales entre los que se mueve como pez en el agua.

Una última reflexión: la sólida trayectoria del mismo David Jiménez Torres, nacido en 1986, autor de El mal dormir (2022) y Nuestro hombre en Londres. Ramiro de Maeztu y las relaciones angloespañolas (2020), entre otros, ya es prueba suficiente de lo que intentábamos demostrar un poco más arriba: los jóvenes pisan fuerte, estudian duro, visitan universidades de vanguardia, intervienen en prensa y salen mucho en los medios. Parece que los mayores son más generosos que hace 30 años, y el turrieburnismo y las prebendas políticas han existido siempre (caso Azorín, caso Pla), no deberían asustarnos tanto, porque al fin y al cabo el intelectual también ha de comer y es humano y totalmente falible. Posiblemente la sociedad ya esté madura para superar viejos binarismos y dejar de pensar que un intelectual, especialmente si forma parte del partido rival, es un santo o un demonio.

—————————————

Autor: David Jiménez Torres. Título: La palabra ambiguaEditorial: Taurus. Venta: Todos tus librosAmazonCasa del Libro y Fnac.

5/5 (8 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

3 Comentarios
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

Parece un buen libro que hay que leer. Creo que sí, que tenemos hoy, ayer y antes de ayer un elenco dignísimo de intelectuales. El problema son los medios y, quizás, la gente. Hoy, socialmente, cualquiera de los intelectuales mencionados no tienen la relevancia que sería necesaria. Muchos, ni siquiera son conocidos por el gran público, por la sociedad. Mucha culpa la tienen, los medios que se dedican a instalar como intelectuales, craso error, a gentes como Victor Manuel, Sabina, Miguel Ríos, o a políticos como el ínclito Zapatero que hasta Zenda se encarga de promocionar como tal, o a Sánchez con su biblioteca perfecta (además eso, perfecta, como todo él, perfecto).

También el personal tiene la culpa. Acoge cualquier frasecita de estos sujetos, aunque la hayan fusilado de cualquier poeta modificándola o no, como si fuera dicha por el mismísimo Ser Supremo. Caras babeantes se pueden observar ante estos vómitos intelectualoides. ¿Cuál es la causa? La respuesta está en el viento… pero un viento un tanto flatulento.

Excelente reseña.

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace

Dice la jota de José Oto: «Treinta partes de franqueza, veinte de desinterés y cincuenta de nobleza, eso es un aragonés». Y yo digo: «Treinta partes de fe, veinte de esperanza y cincuenta de caridad, eso es un sabio». Los demás son intelectuales.

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace

¿Aranguren incorporó los aspectos más positivos del marxismo al acervo público? Eso es lo que hizo José Antonio Primo de Rivera treinta años antes. Lean sus textos y discursos, más que nada por no conocer a las cosas de oídas, pero con cuidado, porque pueden acabar en el juzgado por la Ley de Memoria Democrática.