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Los héroes de Aurelio Arteta

Los héroes de Aurelio Arteta

La editorial Pre-Textos publica Los héroes de la derrota, cuarto y último Cuaderno de la vejez del filósofo Aurelio Arteta. Un título inspirado en Stevenson. Y como los anteriores volúmenes, es la continuada y magnífica paráfrasis reflexiva de una serie de textos madre («dietario disfrazado» lo llama Arteta). Tomaron cuerpo temático a base de conciencia racional sobre la finitud, esa esencial condición humana: fragilidad constitutiva, capacidad de hacer y consentir el mal, progresivo deterioro e irremediable mortalidad.

Asentado en la experiencia moral, Arteta piensa y debate sin desmayo, con un minucioso y persistente pulimento del discurso. Los cuadernos son, en efecto, estricta reescritura: explicaciones interpretativas que amplifican la inteligibilidad de los problemas tematizados. Casi veinte años conduciendo con lucidez el propio envejecimiento y alumbrando esta tetralogía sobre vejez y muerte: A pesar de los pesares (Ariel, 2015), A fin de cuentas (Taurus, 2018), Y sólo será el silencio (Pre-Textos, 2020) y Los héroes de la derrota (Pre-Textos, 2023). Con inconfundible tono, expone una reflexión moral a base de comentarios; heroico uso de razón mediante para hacerse cargo de la carga mayor de(l) ser humano. Valga mención del superior «Epílogo con Séneca» del Cuaderno 3.

"En definitiva, procurar una existencia de virtud a pesar de la segura derrota. Dar razón moral de vivir mejor muriendo menos, para no consumirnos en la iracunda impotencia y sí consumarnos con desesperación serena"

Los héroes de la derrota, aun siendo el último cuaderno —colofón de una obra de pensamiento— valdría como introito si no se leyeron los demás volúmenes. Critica los estereotipos y silencios que evitan pensar la vejez y la muerte. Sin aspiración de sistema, no anda huérfano de equilibrio temático ni de principios rectores. Integra reflexiones y ofrece incentivos morales para meditar, en oportuna ocasión, lo determinante de la vida en serio. En fin, como en toda su filosofía, apuntala un entusiasmo cívico-moral por la compasión y el anhelo de la mejor justicia. Cimientos de vida humana, personal y social.

Arteta piensa y escribe con individuado estilo de gran moralista. Lo hace sin sesgo peyorativo del término: «Un buen moralista —dice en un libro sobre tópicos— es la persona a la que no le abandona la conciencia de constituir ante todo un ser moral. Es decir, que sabe que no debe limitarse a sobrevivir como los bichos, sino a vivir como un ser consciente y libre. Y eso significa que le incumbe la constante reflexión para distinguir y elegir con argumentos, no con creencias, lo bueno frente a lo malo y hasta lo mejor más allá de lo bueno». Moralista con una máxima de largo alcance: «ejercer de humano», salvaguardando la común humanidad. Comporta, pues, provecho racional de la última etapa. En definitiva, procurar una existencia de virtud a pesar de la segura derrota. Dar razón moral de vivir mejor muriendo menos, para no consumirnos en la iracunda impotencia y sí consumarnos con «desesperación serena».

"Los héroes a quienes me refiero son, en definitiva, esa minoría que prefiere su propia derrota al autoengaño de su salvación eterna o de la eterna condena"

Arteta, reforzado moralista a fuer de filósofo de la virtud: «Por encima de satisfacer un mínimo moral —advierte—, la ética de la virtud nos solicita el esfuerzo de llegar a ser cierta clase de persona: no solo una “buena persona”, sino una persona mejor todavía». Así es que piensa la compasión como virtud política frente al mal consentido; la admiración como virtud de mirar la excelencia del otro para mejor dar lo mejor de sí mismo; dibuja una topografía moral de la normalizada mediocridad; y remueve inercias excusadas con el tópico de que «no tengo madera de héroe». En fin, su ideal de la virtud (de lo mejor) rescata a la ética democrática del buenismo mayoritario que la tiene secuestrada.

Trazado el marco, la pregunta: ¿Quiénes son «los héroes de la derrota»? Si la muerte es tal, ¿por qué considerarlos héroes? «Estoy calificando de héroes —clarifica— a los que han esperado a pesar de descreer en la victoria final tras este interminable combate y de probar más bien su persistente fracaso, siquiera porque no consienten engañar a su conciencia. Contra la extendida sinrazón tan sólo los que sostienen su afán de fidelidad a uno mismo, o sea, el sentido de nuestro deber como humanos. Los héroes a quienes me refiero son, en definitiva, esa minoría que prefiere su propia derrota al autoengaño de su salvación eterna o de la eterna condena. Sólo así nuestros valores colectivos más consagrados gozarán de consistencia y no ya de una fachada que lo simule». Drástico en su máxima, severo en la calificación y reprobatoria conciencia de la experiencia: «El afán humano de inmortalidad, para muchos, carece de reparo en avenirse con el afán de poder, riqueza u honores; es decir, con otras tantas figuras tras las que se oculta el temor a la muerte. Hoy, y desde siempre, aquel deseo insaciable se traduce en el afán de vincularse a causas, ideales o instituciones que vienen a representar todavía otros tantos sucedáneos de nuestra persistente carencia». ¡Cómo, sin razón heroica, habría ganancia en la pérdida!

"Los héroes de la derrota no es un tratado académico para filósofos abstraídos ni para gentes duras de corazón. Es para pensar leyendo una magnífica obra de pensamiento, esmerada en la comprensión y la exposición razonada de sus tesis"

Pero asirse a la razón heroica acarrea dudas de aquilatación. ¿El cáliz de la humanidad, en situaciones severas, podría apurarse ejerciendo de humano? Mujer sexagenaria cuidando todo el día a su padre, octogenario y su violador durante años, ¿cómo hará lo mejor ejerciendo ahí de ser humano? ¿Compasión sin congratulación por la dicha que siente él al ser cuidado, pero sin gratitud ni arrepentimiento? ¿Qué pensará ella del morir, la vejez y la muerte? ¿De la suya o de la del otro? ¿Cuadrando lo heroico al imperativo de Senancour, que Unamuno revisó en forma positiva?: «El hombre es perecedero. Puede ser, mas perezcamos resistiendo, y si es la nada lo que nos está reservado, no hagamos que sea esto justicia». ¿Justicia y amor de supererogación?

Leemos en el Mishima o la visión del vacío (Yourcenar): «Hay dos clases de seres humanos: aquellos que apartan la muerte de su pensamiento para vivir mejor y más libremente, y aquellos otros que, por el contrario, se sienten vivir con más fuerza y más inteligencia cuando la acechan en cada una de las señales que ella les hace a través de las sensaciones de su cuerpo y de los azares del mundo exterior. Esas dos clases de mentes no se amalgaman nunca. Lo que los unos llaman una manía morbosa, es para los otros una heroica disciplina. Es el lector quien debe juzgar». Conforme, pero para mejor juzgar ¿precisamos ejercitar cierta virtud herética (¡heroica!) cuando leemos y pensamos?

Los héroes de la derrota no es un tratado académico para filósofos abstraídos ni para gentes duras de corazón. Es para pensar leyendo una magnífica obra de pensamiento, esmerada en la comprensión y la exposición razonada de sus tesis. Podría el lector circundarla con otras obras y juzgarla, verbigracia: El Aleph (Borges) y La tarea del héroe (Savater); El Héroe (Gracián) y El héroe del luto (Cerezo); Temor y temblor (Kierkegaard), Origen del Trauerspiel y Pasajes (Benjamin); Vida de Quijote y Sancho y Del sentimiento trágico de la vida (Unamuno). Pues, si lo desea, lea y juzgue el lector si «los héroes de la derrota» de Aurelio Arteta son antihéroes de una poética de la derrota; héroes de la virtud del luto; héroes trágicos o caballeros de la fe, héroes socráticos o modernos; o si son un Sancho «heroico desesperado, héroe de la desesperación íntima y resignada, racionalista que duda de su razón» o quizá un Don Quijote «vitalista cuya fe se basa en incertidumbre».

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Autor: Aurelio Arteta. Título: Los héroes de la derrota. Editorial: Pre-Textos.

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