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Isaac Rosa: “Asumo la considerable irrelevancia política y social del discurso literario”

Isaac Rosa: “Asumo la considerable irrelevancia política y social del discurso literario”

Fotos: Iván Giménez – Seix Barral.

Recibo cada nueva novela de Isaac Rosa con el interés que sólo despierta ya un autor de largo recorrido cuando su novela anterior te dejó con ganas de más. Feliz final (2018) es una de las mejores y más tristes novelas españolas del siglo XXI, y su autor —valga la gratuidad—, uno de los mejores de su generación. Muy político y muy técnico al mismo tiempo, constructor de situaciones sociales narrativamente explosivas, en Lugar seguro (premio Biblioteca Breve) anticipa un futuro nada disparatado donde la gente se verá inclinada a invertir sus ahorros en búnkeres; porque hay guerra, hay pandemia, hay miedo, hay dolor, o puede haberlos. Porque todo indica que algo muy feo pasará mañana: el gran apagón, el gran desabastecimiento, zombies quizá.

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—Lo primero que me llama la atención del libro es su premisa argumental: un vendedor de búnkeres de bajo coste a ciudadanos normales y corrientes, al pueblo llano. La novela llega justo en mitad de la guerra de Ucrania, y lógicamente llevarás incluso años escribiéndola. Es fascinante, por eso, su actualidad. Su poder premonitorio. Vivimos en el miedo a la guerra y venimos del miedo al virus y triunfan series (Colapso, El apagón, Estación 11…) donde se va la luz y todo se hunde…

—Estos días mucha gente me llama “visionario” por haber escrito una novela de búnkeres que aparece, en efecto, justo cuando se habla alegremente de “Tercera Guerra Mundial”, “alarma nuclear”, etc, y los programas informativos más amarillos de la tele hacen, sí, reportajes sobre empresas de construcción de búnkeres. Suelo responder, medio en broma medio en serio, que si fuese un visionario no habría escrito esta novela, sino montado un negocio como el del protagonista. No, obviamente la novela es anterior a todo esto, aunque si no hubiera guerra, seguramente estaríamos hablando de cualquier otro suceso de última hora que le diese actualidad al búnker, porque las últimas dos décadas son una sucesión de crisis y accidentes de todo tipo. Solo hace unos meses circulaba una información poco clara sobre un posible “gran apagón” en Europa, y en algunas ferreterías se agotaron los camping gas y las linternas. Ese es el estado de ánimo colectivo, no es Ucrania.

—¿De dónde viene entonces Lugar seguro?

"Me preguntaba cómo iba a cambiar nuestra relación con el hogar, e incluso el propio mercado inmobiliario, cómo buscaríamos casas no ya cómodas, habitables o deseables, sino también casas donde un día pudiésemos quedarnos encerrados"

—Mi reflexión viene de antes, de largo, de la manera en que el arranque del siglo XXI exacerba una sensación de incertidumbre, de vulnerabilidad, que tiene raíces en el final del siglo XX, cuando el neoliberalismo triunfante empieza a desmontar una serie de elementos estructurales que —sin por supuesto idealizar el pasado— nos daban seguridad, no solo seguridad material, económica, también seguridad vital, existencial. Yo venía ya trabajando con todo eso, y en la mayor parte de mis textos asoma el miedo en alguna de sus formas, sea el miedo laboral, el miedo securitario o amoroso. Pero al búnker llego durante la pandemia, sobre todo en el confinamiento. En aquel momento, encerrados en nuestras casas, convertido en radioactivo el exterior (hay que recordar que en aquellos días limpiábamos las suelas de los zapatos y no nos atrevíamos ni a tocar el pomo del portal, por desconocimiento sobre el virus), de pronto nuestra casa se convertía en un “lugar seguro”. Me preguntaba cómo iba a cambiar nuestra relación con el hogar, e incluso el propio mercado inmobiliario, cómo buscaríamos casas no ya cómodas, habitables o deseables, sino también casas donde un día pudiésemos quedarnos encerrados, y que fuesen nuestro “lugar seguro”. El siguiente paso en esa lógica, sin mucho fantasear, era el búnker. Y sí, el búnker es el mejor ejemplo, el ejemplo final, del “sálvese quien pueda”, lema de nuestro tiempo.

© Ivan Giménez – Seix Barral.

—Me ha interesado también la voz narradora elegida: la del tipo que vende los búnkeres. Es una voz, por resumir, similar a la de Cinco horas con Mario: habla contra sí misma. Diríamos que en lugar de exponer tus ideas, expones las de los enemigos de tus ideas (emprendedor españolista cínico desalmado descreído no ecologista odia-hippies). ¿Cómo llegaste a esta elección? ¿No sirve esta voz, a su vez, para decir en la novela cosas que sí piensas tú mismo en contra de tu propio bando?

"Segismundo me permite señalar los problemas, límites y contradicciones de todo intento transformador, más de lo que reconocería cualquier botijero"

—Yo quería un narrador a la contra, sí, que hiciese dudar al lector y obligase a leer así, a la contra. Un narrador que muestra en negativo, desprecia o caricaturiza todo aquello que algunos lectores, yo mismo, pueden no ver tan negativo o incluso apreciar y defender. Pero no quería un “hombre de paja”, una falacia con piernas, un títere que manejar para que brillase por contraste todo aquello que él rechazaba. Buscaba un personaje más complejo, que nos provoque rechazo no solo porque estemos en desacuerdo con él, sino especialmente porque podamos estar de acuerdo con él. Claro que hay críticas que hace Segismundo y que yo mismo puedo hacer, pero siempre advierto contra uno de nuestros principales déficits de comprensión lectora: la automática confusión entre narrador y autor. No, yo no soy Segismundo, aunque yo mismo pueda pensar y decir segismundeces. En cuando a lo que llamas “mi bando”, yo quería presentar algunas propuestas y experiencias que ya existen, intentos por transformar las cosas y evitar el “sálvese quien pueda”, pero no quería un panfleto, ni idealizar nada o ser ingenuo. Segismundo me permite señalar los problemas, límites y contradicciones de todo intento transformador, más de lo que reconocería cualquier “botijero”.

—En Lugar seguro trazas una genealogía de emprendedores ibéricos llamados Segismundo García, abuelo, padre e hijo. Éste último hace de las suyas, empresarialmente, con apenas 15 años (no recuerdo la edad exacta, perdona). ¿Dirías que hay un capitalismo español muy preciso, particular? ¿Quizá emparentado con la picaresca, el cuñadismo…?

—El pícaro español es una especie adaptativa, lleva varios siglos sobreviviendo en cualquier ambiente. Si toca ladrillo ahí está el “emprendedor” hispano, si energías renovables y ayudas europeas ahí asomará el primero. Imagino que los Segismundos están hoy donde se encuentra el verdadero dinero, que no es la actividad productiva sino las finanzas, cuanto más etéreas mejor. No conozco todo ese mundo de criptomonedas, pero no sería ninguna sorpresa que ya estuviesen ahí los Segismundos pegando pelotazos rápidos.

© Ivan Giménez – Seix Barral.

—Dentro de tus ya numerosas novelas, creo que ésta es de las más directas, más políticas a flor de superficie, con largos pasajes de opinión y contra-opinión, donde aparecen temas como los barrios y asociaciones y el trabajo en común y el activismo… No sé si partías del deseo de decir ciertas cosas o salió así el libro.

"Me propuse hacer un ejercicio práctico de imaginación política: asomarme desde la novela a ese posible futuro, e intentar que no fuese distópico, que en él se abriese una posibilidad de esperanza, por escasa que fuese"

—Antes hablé de la experiencia del confinamiento y el hogar como “lugar seguro”, pero hubo más: también en esos días me surgió la pregunta sobre el futuro, en un momento en que el futuro no era ya negro, como venía siendo desde años atrás, sino que directamente había desaparecido. No había futuro. Aunque ahora recordemos solo lo anecdótico de aquellos días, yo sí recuerdo cómo en las primeras semanas de confinamiento nos habíamos quedado sin futuro, no sabíamos cuánto duraría aquello, si semanas o años, ni si alguna vez recuperaríamos nuestra vida anterior (fue tomando forma aquella idea siniestra de “nueva normalidad”). En esa situación empecé a pensar en el futuro, qué vendría después. Yo traía desde hacía unos cuantos años un interés sobre la “imaginación política” y y su relación con la ficción, y me propuse hacer un ejercicio práctico de imaginación política: asomarme desde la novela a ese posible futuro, e intentar que no fuese distópico, que en él se abriese una posibilidad de esperanza, por escasa que fuese (y los ecomunales o “botijeros” de la novela son todavía poca cosa, pero podrían ser el principio de algo mayor). Me puse una condición: no quería fantasear sobre revoluciones ni alternativas novedosas, sino construir ese posible futuro a partir de lo ya existente, las propuestas y experiencias que ya están aquí, que ya sabemos hacer y que no requieren de un sobresfuerzo imaginativo ni utópico. Eso sí: mostrando sus limitaciones y problemas, no idealizando nada. Lo que pasa es que la crítica de Segismundo puede ser dudosa en muchos momentos: ¿nos está contando la realidad de ese activismo, o nos está vendiendo un búnker también a nosotros, los lectores? Él habla además desde el resentimiento, también contra los “botijeros”: no solo amenazan su negocio, sino que las dos mujeres de su vida (su ex y la cuidadora de su padre) simpatizan con ese activismo.

—Ya que estamos, se me ocurre preguntar a un autor muy marcado (si me permites) políticamente cómo percibe a sus lectores. Tirando a voleo: ¿escribes para los lectores mismos de El Diario.es? ¿Te molestaría ver en manos pulseradas con la bandera española una novela tuya? ¿Crees que tus libros más inclinados, como éste, tienen un público no universal? ¿Te preocuparía? Obviamente —por no esconderme— estoy dando a entender que a mí sí: a mi me molestaría pensar que un libro mío no lo va a leer A o B porque políticamente no sea de su cuerda.

—Me gustaría creer que no escribo para “los míos”, los afines y ya convencidos, pero es cierto que vivimos tiempos de polarización y todos acabamos leyendo para confirmar los propios prejuicios. Me comentó un periodista que esta novela podría gustar por igual a un lector de derecha que de izquierda; no me quedó claro a qué se refería, pero el acuerdo o desacuerdo con la novela, la comodidad o incomodidad con la misma, pasa por hasta dónde decida el lector que va a comprar la mercancía de Segismundo; hasta dónde confía en la mirada del narrador-protagonista, o empieza a leerlo a la contra. Según esa variable, habrá quien piense que he escrito una novela misantrópica, desesperanza, distópica; y quien por el contrario crea que me ha salido una novela botijera, incluso demasiado botijera.

© Ivan Giménez – Seix Barral.

—Citaba a Delibes más arriba, y me acabo de dar cuenta que vas camino de ser el Delibes de Seix Barral, digo porque toda tu obra desde hace 20 años está en este sello. Al hilo de esta anécdota, me gustaría preguntarte sobre cosas del oficio. ¿Dirías que haces “vida literaria”, que tienes en tu agenda social diaria sobre todo a gente de las letras o la cultura? Al preguntarte esto, te diré: una cosa que me encanta de tus novelas, aparte de las novelas mismas, es la dedicatoria final: mientras en las novelas de la mayoría de nuestros colegas se dedican dos páginas y media a amontonar nombres de prestigio, como dándose aires indirectos, que si Vargas Llosa, que si Chirbes, como si expusieran una red de capital social descarado, en tus agradecimientos (recuerdo por ejemplo los de Feliz final), uno no conoce a nadie, son como nombres comunes, y eso me parece muy bonito, porque es como si la dedicatoria, o esa página de agradecimientos, fuera de verdad, sincera.

—No hago mucha “vida literaria”, aunque algunos de mis mejores amigos son escritores. Las páginas de agradecimientos, que coincido contigo en que suelen ser ejercicios de vanidad, yo las dedico a agradecer, ni más ni menos: pensadores sobre cuyos hombros yo escribo mis páginas, y también gente que me ha ayudado de alguna manera (en el caso que comentas de Feliz final, todos los mencionados habían compartido conmigo sus vidas amorosas vía cuestionario).

—¿Alguna reflexión de escritor de casi 50 años sobre esto de escribir? ¿Empezaste con una idea, tu primera novela, digo, y ahora esa idea caducó? ¿Se mantiene vivo algo del comienzo, ilusión, deseo de intervención social, ambición literaria pura…?

"De joven escribes con ligereza, temerario, no te planteas ciertas cosas que años después pueden llegar a bloquearte. Te vuelves mucho más consciente de cada palabra que escribes"

—En cuanto a mi evolución, mi posible maduración, no sé si te pasa pero la sensación que tengo es la de que la nuestra es una actividad en la que, a diferencia tal vez de otras actividades artísticas, uno no tiene la sensación de crecer, madurar, aprender, saber más, que cuando empezó. Por el contrario, con los años y los libros aumentan las dudas, supongo que porque aumenta la exigencia con uno mismo, pero sobre todo es mayor la conciencia de lo escrito, de la propia escritura, y de la misma manera en que ya no podemos leer novelas ajenas como las lee alguien que no escribe, así también con nuestros propios textos. De joven escribes con ligereza, temerario, no te planteas ciertas cosas que años después pueden llegar a bloquearte. Te vuelves mucho más consciente de cada palabra que escribes. Yo a veces, escribiendo una novela, echo de menos al joven escritor descuidado que un día fui. De vez en cuando recuperas esa sensación, bajas la guardia y de pronto la escritura fluye y levantas el pie del pedal y te dejas ir, hasta que regresa el escritor en que te has convertido y manda parar. Respecto a mis planteamientos sobre literatura política con que empecé hace más de veinte años, mantengo la idea de la escritura como una forma de intervención, sí, pero evidentemente soy menos ingenuo y asumo la considerable irrelevancia política y social del discurso literario.

© Ivan Giménez – Seix Barral.

—Me gusta también mucho la implacable tonalidad neutra/gris/áspera de tus títulos. Así de pronto Lugar seguro es como simple, pero va tomando fuerza una vez lo asumes, y una vez ves sobre todo que viene de Feliz final, La mano invisible o La habitación oscura. ¿Tienes como un molde mental para títulos, un querer titular con un estilo concreto? Seguramente esto es una chorrada de pregunta, pero ahí te la dejo.

"Más que una novela distópica, o un futuro distópico, yo hablaría de un narrador distópico, a través de cuyos ojos vemos una realidad que su relato distopiza y que tal vez no lo sea tanto"

—No es chorrada, el título no es precisamente un asunto menor en una novela. Es la primera línea de la misma, y hay grandes títulos memorables que parecen merecer por sí mismos la lectura. Yo suelo buscar títulos sencillos pero con fuerza metafórica y cierta polisemia. La “mano invisible” era la de Adam Smith, la mano del trabajador manual invisibilizado, y la mano que manejaba los hilos de la trama. O Feliz final, que jugaba con el clásico happy end, y a la vez invertía los términos para adelantar el juego de inversión cronológica de la novela. Aquí “lugar seguro” es el búnker y es el sitio donde el padre escondió el dinero, es también la serie distópica de moda y el lugar buscado ansiosamente por todos. Suelo tener el título desde el principio, salvo en el caso de La mano invisible, que no era el título inicial, y tardé en encontrarlo, ya con la novela acabada.

—Finalmente, la novela se presenta como una distopía a la vuelta de la esquina, plenamente reconocible, desde los botijeros y ecomunales hasta esa Semana Caliente. ¿Qué valor literario y/o interventor le darías al género de la distopía? ¿No supera en ese sentido hoy en día la realidad a la distopía literaria con todos los cambios tecnológicos que se producen en una década?

—¿Lugar seguro es una distopía? Yo te diría que he escrito esta novela desde cierta “fatiga distópica”, saturado de productos culturales distópicos. Más que una novela distópica, o un futuro distópico, yo hablaría de un narrador distópico, a través de cuyos ojos vemos una realidad que su relato “distopiza” y que tal vez no lo sea tanto. Dicho esto, no me propongo hacer una enmienda a la totalidad del género. Valoro aquellas distopías que retratan nuestro tiempo proyectado en el futuro. Y sobre todo aquellas que mantienen una indagación formal por encima de su intención política. Me desintereso enseguida de las distopías (y de las novelas en general) planas, sin mínima voluntad de estilo, que parecen una (mala) traducción del inglés, y que piden a gritos una adaptación cinematográfica; me desintereso de ellas por muy audaces que puedan ser un sus planteamientos. En cuanto a su relación con la realidad, como anticipación del futuro suelen ser bastante torpes las distopías, solo hay que revisar algunas distopías ya vencidas en fecha.

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Autor: Isaac Rosa. Título: Lugar seguro. Editorial: Seix Barral. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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Ricarrob
Ricarrob
2 años hace

Siempre la tentación de generalizar las cuestiones exclusivamente personales. El discurso literario no es irrelevante políticamente, hay muchas pruebas de ello. Solamente es irrelevante el discurso de quien escribe irrelevancias. Y las mayores irrelevancias es de aquel que no duda, del que cree estar en posesión de la verdad absoluta.