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Jesús Maeso de la Torre: “Lo nuestro no fue matar indios, sino civilizar y convivir”

Jesús Maeso de la Torre: “Lo nuestro no fue matar indios, sino civilizar y convivir”

Jesús Maeso en Zenda. Foto: Daniel Heredia

Cuarenta y ocho años lleva viviendo en Cádiz este ubetense del 49, de la misma quinta que Joaquín Sabina y Salvador Compán. Y nacidos los tres en la misma calle, a pocos metros de distancia. Sus catorce novelas —la primera apareció en el año 2000— se han publicado en las principales editoriales españolas del género: Edhasa, Grijalbo y Ediciones B, su actual casa, en la que acaba de publicar Comanche, una visión clarividente de la presencia española en la historia de América del Norte. Sus lectores de siempre nos sentimos felices con la noticia.

"Sin el concurso de España, la independencia de las colonias inglesas hubiera sido imposible"

Este fabulador de tramas prodigiosas posee un inmenso amor al conocimiento, la sincera voluntad de entregarse a los demás y un sentido elevado de la amistad. Con este hombre bueno en el sentido machadiano del término se habla como en un confesionario laico donde se va para acallar el ruido de fuera. La entrevista se realizó el viernes 7 de septiembre en una terraza de la plaza de Candelaria de la capital gaditana, un espacio anterior a la era del automóvil, por lo que está diseñado a escala humana. Donde poder caminar, hablar y disfrutar con este tótem de la moderna novela histórica española.

—¿Por qué revivir ahora la historia de la presencia española en Norteamérica? ¿Es tan desconocida como se señala en la cubierta del libro?

—Desconocida y olvidada, y es que existe una mezcla explosiva entre ignorancia de nuestro pasado y la inoculación de una perenne leyenda negra de nuestra historia, que ingleses y franceses han decidido minimizar hasta hacerla desaparecer, si bien nuestra historia es la más ejemplar y rica, sobre todo en América del Norte, donde desde los siglos XVI y XVII fundamos ciudades, presidios, ranchos, descubrimos minas y rutas de comercio y nos hicimos dueños de inmensos territorios de los Estados Unidos meridionales, centrales y del oeste. Y eso debe conocerse. Además, sin el concurso de España, la independencia de las colonias inglesas hubiera sido imposible.

—¿Por qué?

—Los Estados Unidos no hubieran conseguido la independencia de las primeras trece colonias sin la contribución de España. El general Bernardo de Gálvez, enviado por Carlos III, venció a los ingleses en Pensacola y el almirante Córdoba a la flota inglesa, a la que arrebató un millón de coronas. Bernardo de Gálvez es considerado uno de los padres de la patria, y su labor fue minimizada por los franceses, cuya contribución, estatua de la Libertad incluida, fue meramente testimonial. Pero ya se sabe, la Leyenda Negra nunca prescribe.

—¿De dónde surge la idea para Comanche?

—Visitando los Museos Vaticanos admiré un tocado de búfalo con cuernos pintados de jade, la rodela, el carcaj y la lanza de un gran jefe comanche, Cuerno Verde, que según la información había sido vencido por el coronel Juan Bautista de Anza, vasco de Hernani, y que se lo había enviado como regalo al rey Carlos III, y este a su vez al papa Pío VI. Era un tema sorprendente que daba pie a conocer más y escribir una novela sobre el tema. Eso me llevó a conocer a los intrépidos dragones de cuera o del rey.

—¿Quiénes eran esos soldados españoles?

—Una impresionante fuerza ecuestre formada por caballeros españoles, criollos y algunos europeos súbditos del rey de España que lucharon durante dos siglos contra los indios —especialmente los comanches o “desnudos”— que asolaban la vasta frontera de Nueva España. Su uniforme era azul, botas altas, fusil, pistolas al cinto, adarga, escudo con el emblema del Reino y un chaleco de varias capas de cuero, refractario a las flechas indias. Defendían más de cuarenta presidios, desde Tejas y Luisiana, hasta Arkansas, Nuevo Méjico y California, y eran el terror de las partidas salvajes. Unos verdaderos héroes de nuestra historia, olvidados inmerecidamente en el polvo de la historia.

—El olvido, como casi siempre que hablamos de la historia de España.

—Así es, querido amigo. Por eso, entre otras razones, escribo novelas. Para no olvidar nuestro pasado. Y porque el pasado, como te contesté una vez en otra entrevista, proporciona claves para resolver el futuro.

—En Comanche se narra un episodio muy peculiar entre españoles, comanches, yumas, navajos, aleutas y apaches, antes de la aparición de los pioneros y el Séptimo de Caballería.

"Si alguien cometió un verdadero genocidio en América del Norte fueron los americanos"

—Los dragones de cuera defendían un territorio cincuenta veces mayor a España, y antes que el Séptimo de Caballería hollara las tierras del oeste americano y los pistoleros de gesto adusto cabalgaran por la Comanchería, estos indómitos jinetes ya lo habían hecho un siglo antes y dominado y civilizado a las belicosas tribus indias de la frontera. Un hecho insólito y fascinante que hasta los mismos norteamericanos ignoran.

—Por cierto, ¿hubo genocidio de las tribus?

—Si alguien cometió un verdadero genocidio en América del Norte fueron los americanos. Recordemos la famosa frase del general Sherman: “El mejor indio es el indio muerto”. Hoy, en nuestros días, las únicas razas que perviven en esos territorios son las que tuvieron contacto con los españoles: hopi, lipán, comanches, etcétera, a través de “la paz del mercado”, que se han quintuplicado. El resto, las que vivían en el este, han desaparecido. Las leyes españolas los protegían. ¿Pueden decir lo mismo los norteamericanos?

—Pero tampoco seríamos angelitos.

—El Virreinato de Nueva España, con capital en Méjico, era un verdadero Estado muy organizado que fundó ciudades en la frontera —máximo signo de civilización y convivencia— como San Antonio, Albuquerque, Laredo, Santa Fe, Monterrey, Los Ángeles o San Francisco, aunque también presidios, ranchos, iglesias, mercados y escuelas para procurar una convivencia entre indios, criollos y españoles. Eso era impensable para los ingleses y los norteamericanos.

—California, si fuese un país independiente, sería la quinta economía a nivel mundial, por delante del Reino Unido. El sueño californiano está de moda.

"Lo nuestro no fue matar indios, sino civilizar y convivir, eso sí, bajo las reglas de los españoles del momento"

—Las costas de California fueron muy importantes para la Corona y para el comercio hispano, toda vez que era puerto de llegada del Galeón de Manila, el más importante factor del comercio entre los tres continentes. La Baja California ya pertenecía al Imperio, pero no así la Alta, que fue incorporada en este siglo. Fue precisamente el gobernador de Nuevo Méjico, Juan Bautista de Anza, el que organizó una famosa expedición desde Sonora o California del Norte, pues la del sur ya estaba colonizada anteriormente, y con su proyecto de colonizar unió el Virreinato con las costas norteñas de los Estados Unidos, ya que los rusos, desde Alaska, intentaban posicionarse en los puertos californianos. California siempre tuvo importancia. Ahora también.

—Y fundamos, entre otras, la ciudad de San Francisco…

—Anza, y así lo corrobora su estatua en esa ciudad, llegó a la bahía de la Yerbabuena, como la conocían los cartógrafos españoles, y en un montículo fundó la aldea, presidio y ermita de San Francisco, convertida hoy en una de las más populosas ciudades del mundo. Lo nuestro no fue matar indios, sino civilizar y convivir, eso sí, bajo las reglas de los españoles del momento.

—La masonería aparece también en Comanche.

—Muchos de los oficiales de las Capitanías de América leían las publicaciones que llegaban de Europa, en especial las de los enciclopedistas franceses. En Chile y Méjico había embriones de lo que podían llamarse “logias de la razón”. En Santiago existía “la Academia Antártica”, que mantenía correspondencia con muchos oficiales criollos americanos aperturistas. Mi personaje era uno de ellos, y al visitar Madrid, “ingresa en la Matritense”, centro masónico por excelencia, fundado por el duque de Wharton.

—¿Qué nacen antes, las historias o sus personajes?

"En escenarios de pasado me encuentro muy a gusto, y ya mis lectores me conocen por este género"

—Primero las historias, luego los personajes. En esta novela aparecen grandes jefes indios, virreyes reales, gobernadores reales, capitanes de historia, frailes cuyas memoria está plasmada en el Congreso estadounidense, pero también personajes ficticios, estereotipos de la época, como mi protagonista, el capitán de dragones Martín de Arellano, que mantiene una larga relación sentimental con la apache Wasakíe y la princesa aleuta de Alaska, Aolani, y donde se narran minuciosamente las costumbres y vida de los indios comanches y de los soldados de Su Majestad en tan inmensos territorios.

—En sus novelas hay mucha información, fabulación y fantasía. ¿Cómo las prepara? ¿Cómo las escribe?

—Normalmente dedico seis meses a la información. Leo, visito bibliotecas, viajo y redacto un millar de fichas. Luego trazo la trama en mi cabeza, como si fuera un andamio, y después comienzo la arquitectura literaria, donde historia, ficción, fabulación, misterio y diálogos van de la mano.

—¿No le tienta escribir sobre sucesos contemporáneos, no tan remotos en el tiempo?

—Lo he dicho siempre. Mis novelas son más imaginativas que históricas propiamente dichas. Sería muy fácil, pues no requiere tanta investigación, y de hecho he escrito muchos relatos de temática actual. Pero en escenarios del pasado me encuentro muy a gusto, y ya mis lectores me conocen por este género.

— No parece tener sacralizado el oficio de escribir. ¿Qué le llevó a ello?

—Siempre admiré a los que escribían y tuve el pudor de no escribir novela hasta cumplidos los cuarenta años. Antes hacía poesía, principio de todas las literaturas. Después me he dedicado en cuerpo y alma a la novela y me ayuda a sobrevivir en este mundo gris e insatisfactorio.

—A los periodistas les gusta mucho etiquetar. Écheles una mano. ¿Cómo se clasificaría usted como escritor?

—Un novelista que ama las historias y la literatura y que ha disfrutado tanto leyendo desde que tengo uso de razón, que pretendo que mis congéneres sean tan felices como yo leyendo mis libros.

—¿En qué trabaja ahora?

—He regresado a la Roma Imperial, tras Las lágrimas de Julio César y El auriga de Hispania. Algunos protagonistas son la familia Séneca, la Corduba hispana, Palestina, Tiberio César, San Pablo, el Maestro de Nazaret o Alejandría. Un buen cóctel para una época crucial del género humano.

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