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Jorge Martí: «Este libro me ha servido para perdonarme»

Jorge Martí: «Este libro me ha servido para perdonarme»

En la primera temporada de la serie This is Us, Jack Pearson —personaje interpretado por el actor Milo Ventimiglia— tiene un sueño: quiere montar su propia empresa. Justo en ese momento, su amigo Miguel —que acaba de lograr un ascenso en la compañía en la que trabajan juntos— le ofrece un puesto en su nuevo equipo. Jack tiene que decidir entre dar estabilidad a su familia —tiene trillizos— o luchar por alcanzar su meta. Al final, elige la primera opción: diluirse; él, y también sus ilusiones. Jorge Martí también ha tenido que tomar decisiones, muchas, algunas complicadas. El líder de La Habitación Roja ha sido un auténtico funambulista durante las últimas décadas. Tuvo que renunciar por una lesión a su propósito de ser futbolista —su padre jugó en el Valencia junto al mítico Puchades—, y aunque tuvo que lidiar con muchas dificultades consiguió sacar adelante su idea de convertirse en músico. Ha cogido mil vuelos entre Noruega y España para estar con su familia, ha sido unos días cantante en festivales (Sonorama, FIB, BBK Live…) y otros enfermero en Molde, ha conseguido premios y acumulado frustraciones —no poder tener a su mujer y a sus hijas junto a él en sus momentos importantes como artista—, pero siempre consiguió clavar el salto mortal, sacar la cabeza del agua cuando parecía que se iba a ahogar. La enfermedad le ha acompañado no solo en los hospitales de Noruega en los que ha trabajado, también en su casa: su mujer Ingrid —la persona a la que posiblemente hayan dedicado más canciones de amor en la historia de la música— sufre síndrome de fatiga crónica. Jorge se ha inmolado en su autobiografía; se ha vaciado; se ha quedado seco. Canción de amor definitiva (Plaza & Janés) es un libro necesario para todos los que quieran algún día ser justos con ellos mismos.

Hablamos a continuación con Jorge Martí de bilocación, Noruega, el FIB, sexo y Andrea Agassi.

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—En el subtítulo de su obra afirma: La vida, como un disco, tiene dos caras. Después de leer su obra da la sensación de que usted consigue la bilocación, estar en dos lugares al mismo tiempo. ¿Cuánto esfuerzo le ha supuesto esa búsqueda del equilibrio entre la música y su familia?

"El fin último de este libro no era unir una sucesión de anécdotas, yo quería contar una historia de vida"

—Mucho. No eres consciente de ello hasta que haces un libro (risas). Sobre todo, al final, cuando enfermé. En esa época me pasaron un montón de cosas. Tenía como 150 páginas para los tres últimos capítulos y tuve que recortar. Esa parte creo que transmite muy bien esa sensación de vértigo, de estrés, de idas y venidas. Paso de una escalada de acontecimientos a una catarsis cuando di con mis huesos en el hospital. Ahí surge un intento de cambio, pero sobre todo una aceptación. Hay una reflexión. Porque siempre me he sentido partido en dos, he tenido esa sensación de dualidad, de vivir entre dos mundos. De joven me pasó con el fútbol y luego con la música. También me ocurrió en mi infancia, en L’Eliana, donde nació esa sensación de desarraigo de la que me he dado cuenta al escribir el libro. Por eso me pareció acertado el subtítulo de la vida como un disco que tiene dos caras. También es un poco un reflejo de la vida actual. Tenemos una Cara A, bonita, en la que todo el mundo se autopromociona en las redes sociales; y luego hay una Cara B, que no se ve. Esto provoca que los jóvenes a veces tengan una imagen un poco distorsionada de lo que es la vida, llena de filtros como en Instagram. En realidad todo el mundo tiene sus problemas, sus miserias y sus contratiempos. Cosas de las que no hablamos, como la enfermedad y la muerte. Explorar los recovecos y sacar a la luz todo lo que uno tiene dentro tiene un efecto de sanación. El fin último de este libro no era unir una sucesión de anécdotas, yo quería contar una historia de vida.

—En su libro hay momentos duros. Uno de los peores está al final. Cuando sus suegros, enfermos de cáncer, le piden que les prepare una carpa en su jardín, en Noruega. Intenta dejarlo perfecto pero la lona se rompe. ¿Es en ese instante cuando se da cuenta que ya no puede llegar a todo? ¿Que es imposible seguir estirando la vida de esa forma que usted ha hecho durante décadas?

—Esa historia me marcó mucho. Justo después de intentar montar la carpa, me marché para coger un vuelo, y escribí la historia esa misma tarde en el avión. Era un momento complicado, todavía estábamos en la pandemia, me marchaba para el verano, ellos estaban enfermos y no sabía qué me iba a encontrar al volver. Ya entonces ese instante me pareció muy evocador, reflejaba muy bien la situación que vivíamos, mi intento de querer llegar a todo; me sirvió de metáfora para explicarlo, pero sin dar todos los detalles, como un relato.

—Como en un cuento de Carver.

—Sí. Eso. (Ríe). Me gusta mucho Raymond Carver.

Jorge Martí, cantante de la La Habitación Roja

—Del final del libro nos vamos al principio, que comienza con una serie de Whatsapp desesperados. La noche del 2 septiembre de 2020 usted tocó fondo, miró al precipicio. ¿Qué ocurrió?

"Nos habían dicho que teníamos que ceder nuestro patrimonio, las canciones, porque el dinero estaba en el directo. Y de repente, no puedes tocar y reflexionas sobre los contratos que has firmado"

—Han sido unos años complicados. De hecho, empecé a escribir el libro poco antes de que comenzara la pandemia, un momento de aislamiento, de ver que todo se desmorona, comprobar que en solo dos años he envejecido unos diez. Es algo que nos pasa a todos; no me siento único en ese aspecto para nada. Me resulta una sensación de final de fiesta, más ahora con el apéndice de la Guerra de Ucrania, de darse cuenta que ese concepto de que cada generación iba a vivir mejor que la anterior se desvanece. Tuve ese momento de los mensajes de WhatsApp en una noche de insomnio. Se lo mandé a mi editora, y a ella le impactó. Le gustó mucho y me propuso empezar el libro con eso, que es una especie de McGuffin. Con esa primera página avisas al lector: aquí van a pasar cosas. En esas líneas hay una carga emocional muy fuerte, una gran frustración, una decepción enorme. Cuando las escribí ocurrió una tormenta perfecta: la enfermedad —la de mi mujer y la de sus padres—, también la salud de mis padres empezaba a hacer aguas y a nivel profesional la decepción con la música. Comenzamos ese verano a hacer conciertos distópicos, con gente sentada y con mascarilla, pero estaba decepcionado por la precariedad de mi profesión. Nos habían vendido una historia que ya no servía, mucho esfuerzo para tan poca recompensa, ahora que eres adulto. Algo que se vio agravado con la pandemia, porque entonces no se podía ejercer. Nos habían dicho que teníamos que ceder nuestro patrimonio, las canciones, porque el dinero estaba en el directo. Y de repente, no puedes tocar y reflexionas sobre los contratos que has firmado. Es curioso que en ese momento se hizo viral una de nuestras canciones —Indestructibles— porque salió en una serie de Netflix, en Élite, y mucha gente nos decía que nos “estábamos forrando” y me daban ganas de publicar los números de lo que había representado para nosotros ese éxito. Todo esto último entronca con lo que comentábamos antes de la cara A y de la cara B, vivimos en un mundo impostado; y yo quería reaccionar contra eso. Cuando ves las costuras, todo palidece.

Y en el mundo de la música (continúa) te encuentras con gente que no dice toda la verdad, que te utiliza, te manipula… Y ha sido para mí una decepción: que una cosa tan pura como es plasmar tus sentimientos en canciones esté rodeado de elementos tan tóxicos. Por eso me jode que los músicos seamos tan naif. Yo siempre intento encarar las situaciones. Mi mujer me dice que los problemas no siempre se pueden solucionar; «Let it go» me dice ella. (Risas). Pero sin esa obstinación por enfrentar las situaciones ahora no estaríamos aquí haciendo esta entrevista. Por eso el libro también ha servido para perdonarme, para aceptarme. He sufrido, pero gracias a mi resiliencia, a mi capacidad para…

—…Insistir.

—Sí. Para insistir. Y también para fracasar, para fracasar cada vez mejor como decía Faulkner. Al final esa obstinación también tiene cosas buenas, aunque se acaba llevando relaciones por delante. (Piensa) Hay una parte romántica en ser sensible, pero en la práctica está mal visto. Vivimos en un mundo en el que hay que sentirse fuerte, no mostrar debilidades. Yo no puedo evitar que si algo me afecta se me note.

El equipo infantil de L’Eliana. Con el brazalete de capitán, su amigo Candi. A su izquierda, Jose. Detrás de Candi, Jorge.

—Hay amor, dolor, alegría, esperanza y tristeza en su libro, pero sobre todo descubrimos un sentimiento que sobrevuela por encima de toda la obra: la impotencia, la decepción de no saber cómo conseguir ayudar a la persona amada, a Ingrid. ¿Cómo han gestionado esta situación durante todo esos años?

"Yo me he intentado mantener positivo con la música. Transformando en belleza con las canciones todo eso que nos aflige"

—Como hemos podido. Tú vas a un psicólogo y te dan unas pautas, como hacer esto y esto otro, pero luego al llevar esas teorías a la práctica te das de bruces con la realidad, que es tozuda y te pone en tu sitio. Lo que hemos hecho ha sido intentar tomarnos las cosas como han venido e intentar adaptarnos. Intentamos ver lo bueno que tenemos, que es mucho: tener recursos económicos, vivir en un país del primer mundo, pero al final son cosas que te marcan, porque todos tenemos un ideal de vida que es no tener sufrimientos. Yo me he intentado mantener positivo con la música. Transformando en belleza con las canciones todo eso que nos aflige. Creo que el libro es una gran historia de amor: por mi mujer, por la música y por mi familia. Y también recoge esa sensación agridulce que tengo. Uno siempre quiere compartir las cosas buenas que le pasan con sus seres queridos. Y los éxitos de mi profesión no los he podido vivir con Ingrid. Y esa frustración creo que se destila en el texto.

—¿Ha sido la música una válvula de escape con esas 89 canciones que le ha dedicado? ¿Se ha planteado llegar a las 100 canciones dedicadas a su mujer?

—Fue muy bonito el artículo de Carlos Marcos en El país. Hicimos una entrevista y luego me llamó y me preguntó cuántas canciones le había escrito a Ingrid. Eché cuentas y me salían unas 89. Yo siempre tengo presente a mi mujer en todas las cosas que hago. Mi forma de tenerla conmigo es llevarla en las canciones. Lo hago por admiración, por amor y también porque no he estado a la altura de las circunstancias. Me gustaría haber sido un superhéroe que no se viene abajo, pero en muchas ocasiones soy un lastre para su enfermedad. Dentro de mí tengo una fuerza que me empuja a redimirme. Es algo muy cristiano (Ríe).

Canción de amor definitiva se podía haber llamado en algunos momentos Canción de sexo definitiva. Sorprende un sexo tan explicito en su texto con lo mojigatos que nos estamos volviendo. ¿Qué le dijeron sus editores cuando leyeron esas páginas de su libro?

"Estoy convencido de que si escribes una autobiografía y no tienes conflictos: ese libro es una mierda"

—No. Pero aquí hay algo gracioso. Yo no quería hacer algo autocomplaciente, ni ponerme una estatua a mí mismo. Quería hablar de las cosas que me incomodaban: mis frustraciones con el sexo, los encuentros iniciáticos, ciertas experiencias… A mí eso me daba pudor, y por eso dije: hay que escribir sobre ello. En mi familia no se hablaba de sexo y con la pandilla de amigos no se hacía de una forma constructiva. Toda esa educación fue muy precaria, y por ese motivo me parecía muy importante tener que hablar de una forma explícita de todo eso que viví yo. Escribí un par de capítulos así y se los mandé a mi editora, y le encantaron. En estos tiempos de autocensura creo que hay que ser valiente. Me ha creado conflictos personales. Pero estoy convencido de que si escribes una autobiografía y no tienes conflictos: ese libro es una mierda.

La habitación roja

—No sé si ha conseguido dar respuesta a la pregunta del protagonista de Alta fidelidad, de Nick Hornby, ¿está triste por que escucha música pop o escucha música pop porque está triste?

—(Risas) Yo creo que de alguna manera el escribir música triste me reconforta. Identificas en el dolor de otros el tuyo, y te sientes acompañado. Y eso es una forma de redención para superar tus temores. (Piensa) Sí. Yo creo que escucho música pop porque estoy triste.

—En el libro sale uno de los personajes más inclasificables del indie español, Pedro Vizcaino, de Grabaciones en el mar. Además de a LHR también llevaba a otros grupos como El regalo de Silvia. Estos últimos, después un concierto al que no asistió nadie, le dijeron a Vizcaíno: «Hemos tocado fondo», y les contestó: «No hemos tocado fondo, estamos escarbando». ¿Ustedes también tuvieron esa sensación de escarbar en algún momento?

—(Risas). Sí. Como digo unas cuantas veces en el libro: podría ser peor, podría llover. Yo tengo la capacidad de venirme abajo porque pienso que todo está muy mal, y también tengo la de rehacerme. En los peores momentos siempre encuentro una pizca de luz a la que aferrarme para salir adelante.

Pedro Vizcaíno se merece un libro para él solo. Podría haber escrito capítulos y capítulos sobre él.

—La Habitación Roja siempre ha cargado con el estereotipo de ser un grupo de canciones de amor, sin embargo ustedes firmaron la canción de rock con más carga política de las últimas décadas: Tened piedad del expresidente. ¿Saben si Aznar llegó a escucharla?

"Yo creo que hasta las canciones de amor son política, todo es política"

—(Risas). No creo, no creo. Sí que tenemos bastantes canciones políticas, sobre todo en la época de 2005 a 2012. La verdad es que yo he acabado un poco hastiado de la política y mis compañeros también. Eso nos ha hecho volver a hacer canciones sobre las relaciones humanas, sobre el amor. Sí que es cierto que hicimos temas políticos cuando no había muchos grupos pop que las hiciesen. (Reflexiona) Yo creo que hasta las canciones de amor son política, todo es política.

—Hubo un político con el que no tuvieron mucha suerte, el actual presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Se hizo una foto con usted que dijo que no iba a utilizar y la publicó en redes sociales.

—No quise ver esa publicación. En ese momento Pedro Sánchez todavía no era presidente; era candidato de su partido.

Como te decía antes todo es política. Yo soy muy fan de R.E.M., una banda con mucha carga política en sus letras y también en su actitud. Algo que yo he intentado adaptar a las nuestras. En la canción de Stand creo que dicen algo así como “piensa globalmente, actúa localmente” —que entonces era lema de Greenpeace—, y eso es algo que me he intentado aplicar: uno no puede cambiar el mundo, pero sí tu círculo, tu entorno. Es curioso que ahora no se me ocurre nada más revolucionario que hacer canciones de amor verdadero. Estamos en la época de los “haters”, del odio, del maltrato… Yo siento bastante alivio cuando veo nuestra discografía y no hay ninguna canción que no me atreva a cantar, tanto las políticas como las de amor. Creo que hemos sido muy fieles a nuestro mensaje.

De barbacoa en la cabaña de sus sueños.

—Usted ha conocido a mucha gente importante durante su trayectoria musical. Pero después de leer su libro, da la impresión de que su gran referente nunca pisó un escenario, que su héroe es su suegro.

—Sí. Es una cosa que descubres con los años. Te pasas la vida intentando ser alguien fuera de tus dominios. Y luego te das cuenta que lo importante es ser un referente y un apoyo para tu familia. Y esa figura yo la he visto en mi suegro, una persona de clase trabajadora, sereno y tranquilo, que el objetivo de su vida ha sido ayudar a los suyos. Siempre lo he admirado mucho, pero ahora todavía más si cabe por la entereza por la que enfrenta su enfermedad. Todo palidece ante la muerte y la decadencia de la edad, y pone en valor las pequeñas cosas cotidianas.

—El libro empieza con una cita de James Salter, ¿es uno de sus escritores favoritos? ¿Qué libros tienen un lugar destacado en su biblioteca?

"Creo que como músico, incluso sin pretenderlo, eres cronista de tu tiempo"

—Cuando estaba escribiendo mi libro me recomendó la novia de Pau —el guitarrista de La Habitación Roja— Años luz de James Salter, que nos leímos todos los miembros de la banda. Me gusta mucho porque creo que entronca con las relaciones amorosas, de larga duración y de cómo se desgastan. Luego, Tana, la pareja de Pau, me regaló un ensayo, El arte de la ficción, donde Salter hablaba de la ficción. Y estaba esa cita, de la que también he hecho una canción. Creo que como músico, incluso sin pretenderlo, eres cronista de tu tiempo. Por eso son tan importantes para mis canciones las películas y los libros.

Desde 1995 blandiendo el corazón en La Habitación Roja. Foto: Luis Martínez.

Y respecto a los escritores, fíjate en los cuentos de Carver; están tan bien contados que te abren puertas y ventanas, son muy inspiradores. A mí escribir el libro me parecía una tarea faraónica al principio, y al final hice 900 páginas que se quedaron en 400. Me influyeron bastante los libros de autoficción de Karl Ove Knausgård, que los empezó a leer mi mujer y me dijo “tienes que leerlo, este libro es muy tú”. También tuve presente el libro de Mark Oliver Everett, Cosas que los nietos deberían saber, porque él contaba su vida, sus desdichas, en paralelo a su carrera musical. Y otro que me recomendó mi editora, Cristina Lomba, es Open, la biografía del tenista Andrea Agassi, de J. R. Moehringer. Una obra que está escrita en presente, y ese tiempo verbal es el que yo utilicé también para mi texto. El cambio a presente te hace esperar lo inesperado, aunque sea una historia ya vivida y hasta conocida. De ese modo, las cosas están por suceder y el libro coge mucha fuerza. Y cuando estaba terminando el borrador me leí los dos libros de Rafa Lahuerta, que me gustaron mucho. Además, tuve la suerte de que se leyera la versión inicial y me resultó muy útil su opinión, sobre todo a la hora de recortar páginas. Otra figura destacada fue David Trueba, que me recomendó elipsis narrativas para evitar explicar tanto la parte de la música.

—Terminamos. ¿Hay más libros en perspectiva?

—De momento, con documental, disco y libro me doy por explicado. (Ríe) Pero creo que sí, que escribiré más cosas porque me ha resultado terapeútico.

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Pepehillo
Pepehillo
2 años hace

Me aburren soberanamente las entrevistas a urbanitas de mi generación. A los cuarenta y pico se dan cuenta de que viven en una burbuja desde la que han mirado por encima del hombro a un pasado que desconocen, y que explota con una pandemia y una guerra lejana ¡como si la muerte, la enfermedad y la guerra fueran de otro mundo! Son incapaces de ver más allá de sus heriditas vitales y de su mundo ultrasubjetivo. No sé qué pureza puede haber en expresar sentimientos a través de la música si también es una terapia y, además, buscas que alguien te escuche. ¿Pureza? Anda ya, misionero de ti mismo.