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Jugando con los regalos de Navidad.

Un año más, la Navidad… Fecha que a servidor, como fan declarado del Grinch, le repatea los higadillos profusamente. No por el mensaje de la Navidad en sí, sino por el consumismo que conlleva. Comilonas indigestas, emborracharse por obligación, jurar paz y amor con esa persona que, seamos sinceros, te caería muy bien… si la empujases desde el balcón de un ático… Y luego, los regalos, claro…

Costumbre que, pásmense ustedes, de cristiana tiene bien poco, y de pagana como que mucho más. Es una tradición que hemos heredado de los antiguos romanos. Al finalizar el año (es decir, con el solsticio de invierno, como buena sociedad agraria y preindustrial que eran) celebraban la fiesta de la Saturnalia. Las tareas agrícolas se interrumpían hasta la siembra, y para premiar a los esclavos por su buen hacer ¡se les daba vacaciones! Un día entero para que hicieran lo que les diera la gana. Era un día festivo para todas las clases sociales, que se lo pasaban en la calle gritándose unos a otros “¡Io Saturnalia!”, “(viva las Saturnales)”. Entre los familiares y amigos se intercambiaban, miren qué casualidad… regalos. Juguetes para los niños, presentes más o menos caros para los adultos, según los recursos de cada cual.

La Iglesia cristiana se adjudicó lo de los regalos en Navidad gracias a un obispo (posteriormente santo, Nicolás de Myrna (más conocido como de Bari, porque sus restos fueron llevados allí a posteriori). Este obispo de origen turco vivió en el siglo IV, participó en el primer Concilio de Nicea (ese en el que se discutió sobre si la mujer era un ser humano o simplemente un animal sin alma, debate en el que no se puso la iglesia católica de acuerdo hasta el concilio de Trento, en 1563)…

Pero bueno, volvamos al tema: el obispo Nicolás es venerado como santo a partir del siglo VI. Era muy generoso con los más necesitados, y cuentan que uno de los milagros que obró fue el de hacer aparecer milagrosamente monedas de oro dentro de las medias de lana que unas jóvenes habían puesto a secar. La situación familiar estaba muy mal y las muchachas habían decidido prostituirse para poder dar de comer a sus padres… Y por eso se dejan calcetines tejidos para que Santa Claus deje en ellos sus regalos. Al menos, en Alemania, Francia o Inglaterra. Los latinos somos de tocar la marrana y cogemos los regalos de la tradición de los Reyes Magos adorando al Niño Jesús en Belén. Pero bueno, tanto monta…

La cuestión es que tenemos un montón de regalos en estas fechas y reuniones con familia, en las que a veces no sabes qué decir, por si se mete la pata y la cosa acaba en discusión. Que no es plan, que ya se sabe, la Navidad… Como ludópata que soy, saben la solución que les voy a dar en estos casos, claro.

Juguemos:

El juego de los regalos sorpresa

Cada participante compra un regalo de similar valor, lo envuelve y lo deja en la mesa. Se otorga un número al azar a cada uno y, como en una rifa, se van sacando los números. El primero elige un regalo y lo abre. El siguiente elige otro regalo y ANTES DE ABRIRLO puede optar por proponer cambiárselo a otro jugador. Si este está de acuerdo el intercambio se hace sin problemas. Si no, se establece una lucha a “piedra, papel o tijera” por él. Y así cada uno de los participantes. Este juego, frente al típico “amigo invisible” te permite no romperte demasiado los cuernos pensando en qué comprarle a la persona de turno, ni si le gustará o no. Ideal para asociales como un servidor, o en esas cenas de empresa en las que no conoces (realmente) a casi nadie fuera del trabajo

Caza del tesoro

Si alguno es de los que piensan que las cosas que uno se gana se les tiene mayor aprecio…. ¿Qué tal organizar una “caza del tesoro” para los peques de la casa? El tesoro pueden ser unos chuches, y las pistas se encuentran escondidas en toda la casa.

Por ejemplo: la primera pista la tiene “el que todos los de la casa pisan, pero no está en la casa» (el felpudo de entrada).

Allí hay una nota pegada debajo que pone: «Veo todos los guisos y todas las cabezas, pero pocos se molestan en subir a verme» (pegada al techo de la cocina).

Esa nota dice: «La pista final la guarda quien nunca habla pero sí hace ruido» (en el collar del perro).

Y así… Cuidado con que esos locos bajitos no se entusiasmen y les dejen la casa cual manada de elefantes pasando por exposición de cristalería de Murano, eso sí.

Juegos de sociedad

Los típicos de adivinar con mímica, dibujar, acertijos, esas cosas… Cualquier cosa menos hablar de política, o de fútbol, o de las viejas rencillas que toda familia tiene y que nunca, nunca jamás, se perdonan… que en ese caso, la liamos, y bien parda…

No me jueguen a juegos de beber, que pese a su gran tradición en nuestro país será peor… Sí, vale, algún día ya hablaré de ellos. Pero HOY no.

Y pasen unas felices, divertidas y sobre todo poco peleadas fiestas…

 

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