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Sobre Knausgaard, ¿y la nostalgia?

«Los literatos buenos dicen que la nostalgia no vende, los literatos malos se forran con la nostalgia». Piensa  algo así mientras cierra un libro que aún no ha leído. No sabe si eso es del todo cierto. Lo que sí es cierto es que el noruego Karl Ove Knausgaard se ha forrado con el ayer, con los recuerdos. Evita ponerse en su cabeza y pensar si el escritor con rostro de pasarlo mal, de ser malote o de beber a diario, se mostró o no nostálgico mientras tecleaba 3.600 páginas sobre su vida, que creyó —y acertó— podía interesar.

Hoy mi personaje, como ven, se sube al frío para contarles que seguramente ha leído algo de este noruego. Vamos a verlo. Yo me he permitido escribir «se sube al frío» porque desde niño he creído que el norte está arriba en los mapas y pensaba que para llegar a lo que está arriba hay que subir. Sigue mi personaje, a ver si hoy es capaz de sorprenderme.

Knausgaard, como él lo llama ya en su intimidad o cuando habla de él con los amigos, como si fuera uno más, un contertulio que escucha y luego el muy listo va y lo plasma en 3.600 páginas, decidió escribir la novela de su vida en seis volúmenes. Él no sabe ni por qué seis ni si esa era la pretensión inicial del noruego cuando se sintió derrotado por falta de imaginación para escribir otra novela de ficción tras haber destacado con su primera obra publicada.

"En La Repubblica, el diario italiano, también lo compararon con Proust. ¡Pobre Proust! Si supiera que lo comparan con un noruego... ¡Con lo que son los franceses!"

La vida. Su vida. Era mejor escribir sobre lo que se conoce. Lo irreal de la vida para terminar construyéndola en serio, de verdad, un «este soy yo», un «no le den más vueltas, soy así, como lo escribo, como lo cuento». Él (mi personaje, el personaje de quien esto escribe, no se distraigan) vio el primer libro en la mesa de unos grandes almacenes: La muerte del padre. Ni le prestó atención. No se paró ni a mirar la faja azul que lo envolvía, esa faja que pone el editor de turno (estamos hablando de Anagrama, una de sus editoriales favoritas) para tratar de llamar la atención sobre el público, sobre el supuesto comprador. Lo mira ahora y lee en la banda azul: «La más ambiciosa empresa novelística de la literatura escandinava». Quizá al editor le pareció poco decir «literatura noruega». ¿A quién le interesa Noruega salvo a los monárquicos recalcitrantes, a los amantes de los deportes de invierno o a los aficionados al balonmano femenino? ¿O salvo ahora por el ajedrez? ¿O salvo por la casa de muñecas de Ibsen o el hambre de Hamsun? ¿O incluso salvo por el salmón ahumado y los fiordos? ¿O salvo por el descubridor del Polo Sur? ¿O salvo porque es uno los países con mayor calidad de vida del mundo? Pues a nadie. Así que mejor «literatura escandinava».

Disculpen a mi personaje, se ha perdido en Noruega. Sigue ahora con Knausgaard, que es lo que verdaderamente le interesa.

En la franja azul del libro, el diario noruego Aftenposten, el segundo en tirada allí, dijo: «Una confesión dolorosamente sincera, un triunfo sin igual, una lectura adictiva, un suicidio literario, una ambiciosa pieza de hiperrealismo, un libro de una originalidad asombrosa». Hasta él se queda agotado al releer tanta alabanza. Además, en Dinamarca se le comparó con Marcel Proust, Robert Musil y Thomas Mann. Él (mi personaje) cree que no es para tanto, que necesitará morirse antes de acercarse a estos tres grandes de la palabra y la nostalgia. Ya se sabe en este país, y me temo que en todos, o te mueres o nunca alcanzas la supuesta grandeza alcanzada en vida. La muerte le hace a uno mejor. ¿Y para esto sirve la muerte? ¡Por favor! ¡Qué ordinariez!

En La Repubblica, el diario italiano, también lo compararon con Proust. ¡Pobre Proust! Si supiera que lo comparan con un noruego… ¡Con lo que son los franceses! Después de leer todas esas opiniones cayó en sus manos una página sobre él, sobre su historia. Había vendido medio millón de ejemplares en un país con cinco millones de habitantes. Es decir, uno de cada diez noruegos había leído o comprado los libros de Knausgaard. En España serían casi cinco millones de ejemplares. No hay ningún escritor español que venda tanto en nuestro país, al menos en un periodo pequeño de tiempo, uno o dos años. No sabe bien el impulso que lo llevó a la librería a comprar el primer volumen. De momento, se han editado cinco de los seis previstos (además del citado, se han publicado: Un hombre enamorado, La isla de la infancia, Bailando en la oscuridad y, hace  tres meses, Tiene que llover). Es obvio que no lo adquirió por el título genérico de la obra: Mi lucha. ¿Es una provocación? ¿Titula su obra como uno de los  peores sanguinarios de la historia tituló la suya? Fue un acierto del editor no poner esas dos palabras en la portada del primer y segundo libro. ¿Lo hizo a propósito o fue un error veraz y a su vez resolutivo?

Ahora hablo yo y le pregunto a mi personaje. Bien, ¿qué tiene la literatura de Knausgaard? Mi personaje se me queda mirando y parece querer decirme: «¡Qué listo, pues léetelo!». Le dejo a él que me siga explicando.

"El ser humano es mucho más amplio aún que todo lo que cuenta Knausgaard en 3.600 páginas. Pero todas esas páginas, al menos los cuatro volúmenes que él se ha leído, pintan un mundo inmenso de sensaciones"

Él no duda de la honestidad del escritor noruego, de que ha querido mostrarse y mostrar a los que pueblan su vida tal y como son. Ni duda de que entró en más de una ocasión, sino siempre, en estado de cierto éxtasis que se posee cuando se escribe. Llámese inspiración a lo dicho. Cuando uno empieza a ser como es sobre el papel o la pantalla del ordenador comienza a ser un verdadero escritor. A eso ayuda que se escriba bien o maravillosamente bien, como le parece que escribe Knausgaard. Si durante la lectura uno es capaz de verse allí (¡pero qué tiene que ver uno con un noruego y qué tiene que ver su vida con alguien de aquí!), la obra, la novela en este caso, ha dado el paso de transcender, de invadir la soledad propia para convertirla en universal. Ya se sabe: hacer de lo particular algo universal. ¿Quizá es el o uno de los “quid” de la literatura? Leyendo a Knausgaard se puede ver al padre, se puede ver a la mujer, a los hijos y comprobar las grandes mezquindades del ser humano cuando vive, cuando es. También se puede percibir que el hombre (en este caso permítanme el genérico universal, queridas mías) es capaz de amar, incluso de ser amado, que la palabra sentimiento no rechina siempre convirtiéndose en sentimentalismo del barato. El ser humano es mucho más amplio aún que todo lo que cuenta Knausgaard en 3.600 páginas. Pero todas esas páginas, al menos los cuatro volúmenes que él se ha leído, pintan un mundo inmenso de sensaciones y crean en el lector la necesidad de seguir leyendo a la manera de libros de aventuras que te impiden levantarte del sofá aunque en este caso son las pequeñas y grandes aventuras de la vida de un solo hombre que en realidad proyecta, probablemente sin habérselo propuesto, en miles o en millones. No somos verderamente tan distintos unos de otros. Ni los más listos ni los más tontos ni los más mediocres.

Por eso a él (sigue hablando mi personaje) le resulta chocante que a gente de los suyos, como Andrés Ibáñez, escritor brillante e incluso elogiado con el Premio de la Crítica, que escribió un libro tan bueno como La música del mundo, le parezca que la literatura de Knausgaard es una baratura. No lo es. Ni es Marcel Proust. Ni es Robert Musil. Ni es Thomas Mann. A él sí le parece que alcanza una grandeza como para sentarse a la mesa de estos tres exquisitos comensales y al menos saber utilizar los cubiertos, no hacer ruido y escuchar.

Bueno, ahora soy yo de nuevo, más o menos me quedo conforme. Mi personaje me vuelve a quitar la palabra. ¡Ultimamente no me deja ni hablar! A ver…

Él sabe que podría escribir muchas más páginas sobre Knausgaard, también que ha guardado el quinto tomo editado en España —el sexto lo deben estar traduciendo las magníficas Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo— como un tesoro para leerlo con toda la intensidad que merece. Pero quizá no sea suficiente y vuelva a Knausgaard en otra ocasión. Él está seguro de que todas las horas dedicadas a tanta lectura no son tiempo perdido.

Pero entonces, me pregunto yo ahora: ¿Karl Ove Knausgaard es un buen literato? ¿Es un nostálgico? ¿Tanta realidad mata la literatura? ¿Lo que quería era vender? ¿Vender qué? ¿Su alma al diablo? ¿Romper con todas sus amistades? ¿Divorciarse? ¿Matar al padre? Qué lío. Tendré que atar más en corto a mi personaje. ¡Buenos días!

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