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La biblioteca de Raquel Martos

La biblioteca de Raquel Martos

Hace unas semanas estuve en casa de Raquel, en el centro de Madrid.

La primera vez que retraté a Raquel fue en una fiesta de aniversario de Zenda. Creí que no le había hecho “justicia” con aquel retrato que hicimos, porque en su mirada se notaba tensión, algo que los fotógrafos tenemos que saber trabajar para que no aparezca en el retrato, a no ser que sea buscado. En mi caso no lo fue, y siempre que veía esa foto pensaba que no había captado la personalidad y esencia de Raquel, una mujer muy divertida y carismática. Años después me contactó para que le hiciese unas fotos para su próxima web y quedamos pendientes de hacer este reportaje para Zenda.

Por fin pudimos hacerlo: retraté a la mujer divertida, cariñosa, amable, inteligente y gran amante de los animales que es Raquel.

Desde el primer momento Betty (su perrita adoptada, cruce de teckel) se apoderó de la casa, y me dejó bien claro con su insistencia y cariño que ella tenía que formar parte del reportaje. Tanto para mí como para Raquel fue algo muy bonito poder jugar con ella buscando esa imagen que cuente la relación que tienen ambas.

Siempre disfruto mucho haciendo retratos a las personas acompañadas de sus mascotas, porque creo que las humaniza, y me permiten entrar por esa puerta que es la condición humana, donde la impostura no forma parte de la foto.

Para saber más sobre Raquel:

Raquel Martos es periodista, guionista y escritora. Presentadora de El condensador de fluzo, programa de divulgación histórica de La2 (RTVE), desde 2014 colabora en el programa Julia en la onda, de Julia Otero (Onda Cero). Antes pasó por la Cadena SER, en La ventana, de Carles Francino. Su carrera radiofónica comienza en Protagonistas, de Luis del Olmo (Onda Cero), cadena en la que también trabajó con Carlos Alsina y Juan Antonio Cebrián y dirigió y presentó varios programas.

Es una de las creadoras del formato radiofónico No somos nadie, de M-80 (Ondas 2006) y de su salto a televisión, El hormiguero (Cuatro y Antena 3), del que fue colaboradora y guionista durante seis temporadas. Ha publicado tres novelas: Los sabores perdidos (Ediciones B), Los besos no se gastan y No pasa nada, y si pasa se le saluda (Espasa). Desde 2014 firma una columna de opinión semanal en Infolibre y es autora y voz narrativa del pódcast Ladrones con arte, de Podimo.

Nos recomienda este libros a los lectores de Zenda:

He elegido este libro porque con “él” empezó todo. Cuando era niña, Luis del Olmo era el protagonista de la banda sonora de la casa. Mi madre comentaba con familiaridad y fe ciega “ha dicho Luis” y mi padre se refería a “Luisito”, pelín contrariado, cuando le chirriaba algo que había dicho el líder de las ondas, ese al que mi madre admiraba con devoción.

La voz de aquel solista que contaba la vida al ritmo del “trum, trum” de la rmix, el “pom, pom” del mortero y el “chirr, chirr” de la rueda en la que entrenaba mi hámster, sonó una tarde de domingo en el contestador del teléfono fijo del salón: “Hola, Raquel, soy Luis de Olmo, te recuerdo que mañana te espero en la radio, bienvenida a Protagonistas. Guardé esa cinta de casete diminuta como la primera piedra de una vivienda que ahora me tocaba construir.

Del Olmo marcó el inicio de un camino profesional en la radio que ya nunca abandoné, aunque otros medios, como la televisión, se fueron sumando a mi trayectoria. Y si para Luis la radio fue su único amor —siempre después de Merche—, para mí han existido y existen otros modos diferentes de comunicarme, de contar y de contarme, y escribir novela es el más poderoso para esto último.

Pero ninguno de ellos ha borrado la presencia en mi recorrido vital de aquel cofre lleno de sonidos y latidos cotidianos. A veces, cuando me acerco al micrófono, me asalta un sentimiento curioso, la sorpresa —casi treinta años después— de seguir “haciendo radio”. ¡Quién me iba a decir a mí que un día lograría pasar al otro lado, al interior de aquel artefacto casero, un ventanal abierto al mundo para quienes, como mi madre, ama de casa de la España setentera, no podían asomarse a él de otro modo!

Decía mi querido y admirado Tomás Martín Blanco, genio de la radio y de la vida y mi maestro en ambas tareas: “Si quieres comunicar de verdad, háblale a alguien a quien quieras y respetes, alguien con quien te gustaría conversar. ¿Te gustaría charlar con Serrat? Pues háblale a Serrat”. Y lo practiqué, desde que me temblaban las piernas cuando veía la luz roja, hasta que logré interiorizarlo. Y así ha sido siempre en cada aventura radiofónica, ahora sucede cada lunes en Julia en la onda, yo le hablo a mi Serrat…

Ojalá hubiera aprendido tan rápido a comunicar en televisión, pero en mis primeros pasos no me enseñó nadie que me quisiera, me respetara y tuviera confianza en mí. Hasta que en 2013 llegó a mi vida Michael Robinson, enorme comunicador, y nos hicimos amigos. Una tarde, desde la terraza de la Cadena SER en la que éramos pareja de radio, Robin me dijo, con ese delicioso acento de guiri: “Mira todas esas ventanas, Raquel. Cuando hacíamos El día después en Canal Plus yo veía todas esas lucecitas y pensaba que dentro de esas casas estaban las personas para las que hacíamos el programa. A ellas tenía que dirigirme, con cariño y con respeto”. Y me lo grabé a fuego.

Ahora, cada vez que miro a la cámara, visualizo a una persona en el sofá de su casa y es alguien a quien quiero y respeto, alguien con quien me apetece charlar. Y es a esa persona a quien trato de contarle con pasión todo lo que me apasiona. La comunicación es eso, olvidarte de ti para pensar en quien te escucha. Si no te propones traspasar un muro que siempre contiene trazas de ego e inseguridad, es casi imposible que logres llegar al corazón y al cerebro del otro.

Sucede de igual modo con los libros, con las letras que otros escriben y hacemos nuestras, con las letras que escribimos, sabiendo que su único dueño será el lector. Dice Irene Vallejo en esa deliciosa obra, Manifiesto por la lectura: “Somos seres entretejidos de relatos, bordados con hilos de voces, de historia, de filosofía y de ciencia, de leyes y leyendas”. Y eso somos, nada más. Nada menos.

He sacado este libro de mi librería como un símbolo a compartir, porque esta relación estrecha entre la comunicación y la vida, no es solo mía, no es solo de Luis del Olmo, es la historia de todos nosotros, la de nuestra especie. Una historia que, a ratos, parece aproximarse a su fin, pero nunca sucede. La comunicación entre seres humanos sigue viva y la radio sigue encendida.

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