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La continuidad de las bolsas

Esta tarde, y ciertamente aburrido, he contado todas las bolsas que tengo en casa. Me refiero a esas que te dan en las tiendas. 79. Después he ido poniéndolas en el suelo, yuxtapuestas, hasta cubrir la cocina y un trozo de la sala. ¿Por qué guardo esas bolsas? ¿Qué es una bolsa?¿Cómo matar una bolsa? ¿Cuál es el valor de una bolsa? ¿Una bolsa es un mensaje o un mensajero? Aquí hay bolsas de al menos 3 continentes, creo que sólo faltan África y Oceanía. Nadie se pone de acuerdo en cuántos continentes tenemos; dependiendo de los modelos utilizados para su definición, pueden ser entre 4 y 7. Las cosas se definen, las cosas antes de ser definidas no existen. Ocurre también con las enfermedades, pero eso es otra cuestión.

Aquí y ahora cae el atardecer sobre mis bolsas. ¿No hay otro continente, dicen, en algún lugar del Atlántico Norte, constituido exclusivamente por bolsas? Ese continente flota, y eso lo diferencia del resto, se mueve tanto que podría confundirse con un ser vivo; un pez que migra, un ratón que excava su madriguera, un perro que se va a las montañas y no regresa, una paloma mensajera en pleno vuelo, ¿una bolsa es un mensaje o un mensajero?

"¿Por qué guardo esas bolsas? ¿Qué es una bolsa?¿Cómo matar una bolsa? ¿Cuál es el valor de una bolsa? ¿Una bolsa es un mensaje o un mensajero?"

Esta tarde, y ciertamente aburrido, he contado todas las bolsas que tengo en casa, me salen 79, lo he dicho, y las he extendido en el suelo intentando no dejar entre ellas hueco alguno, también lo he dicho. Cuando era pequeño, 8 años de edad, y en folios que pegaba con celo, dibujé un mapamundi que fue haciéndose grande hasta ocupar todo el salón de la casa. Tardé 1 mes, cada día, a la salida del colegio. Con notable ansiedad pero sin pausa, folio tras folio los continentes crecieron distorsionados en aquel mapa, adaptándose a la geometría de un salón en absoluto rectangular. Creo ya entonces haber dibujado ese continente de bolsas que hoy brilla en el Atlántico Norte. El espejo más grande jamás visto. Ahí, me miraba.

79 bolsas que guardas, y salvo para extenderlas en el suelo de tu casa, ni juntas ni por separado serán jamás usadas.

¿Qué es una bolsa? ¿Cuál es su valor? ¿Quién puede matarlas?

"Nuestro viaje entre los 0 y los 3 años es una bolsa, me digo ahora, nuestra gran bolsa vacía, imposible de llenar pero también imposible de matar."

Otras veces y en otros lugares lo he escrito, y sé que lo escribiré muchas más veces porque su significado no se me agota: entre los 0 y 3 años de edad no tenemos conciencia de nosotros mismos, carecemos de recuerdos, de modo que a esa edad no tenemos vida, estamos dentro de la vida de los otros, que nos cuentan cómo éramos. Nuestra memoria de esos años está para siempre volcada en la cabeza de los demás, separada de nuestro cuerpo como lo están las cosas que se nos han ido sin ser conscientes de ello: los ronquidos, el sudor nocturno, la gente que nos cruzamos y al instante se borra, o esos sueños que no recordamos.

Hace pocos meses supe de un poema de John Berger que trasfiguradamente viene a decir eso mismo. Copio el fragmento en cuestión:

Viví los primeros años de mi vida

entre hojas de una Biblia de bolsillo, abarrotadas

en una mochila de color caqui.

Viví mi segundo año de vida

con tres fotos de una mujer guardadas

en un diario del ejército.

En mi tercer año de vida,

a las 11 de la mañana del 11 de noviembre de 1918,

me convertí en todo lo que era concebible.

Nuestro viaje entre los 0 y los 3 años es una bolsa, me digo ahora, nuestra gran bolsa vacía, imposible de llenar pero también imposible de matar. Y he estado toda esta tarde aquí sentado, viendo el brillo del sol desplazarse sobre el mar de bolsas que sin ninguna intención, por mero aburrimiento, he construido. Y ahora el sol se pone en la isla de Mallorca, y por supuesto se pone en estas bolsas que cubren el suelo de mi casa, y son las 9 de la noche y voy a encender el televisor para ver qué dice el Telediario, a lo mejor tengo suerte y no dice nada acerca de bíblicos incendios en lugares que ni he pisado ni jamás pisaré, a lo mejor no dice nada de futbolistas que ni sigo ni seguiré, ni de campañas de la DGT en las que aparecen coches que se estrellan y no son el mío, ni de una invasión de turistas con la que jamás me cruzaré, ni de políticos cuyos nombres nunca recuerdo —sí sus ropas, marmóreas, horribles, intercambiables—, sí, a lo mejor dice algo acerca este continente de bolsas, tan vacío, tan de esta tarde de agosto, tan mío.

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