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«La guerra de Inge», las víctimas alemanas de la guerra

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«La guerra de Inge», las víctimas alemanas de la guerra

La periodista Svenja O’Donnell rescata en su libro La guerra de Inge la peripecia de su familia, que durante la II Guerra Mundial vivía en Prusia Oriental, y da a conocer la poco difundida historia de los alemanes que huyeron del nazismo y de la ocupación rusa.

La guerra de Inge (Crítica) parte de la investigación que realiza la autora sobre su abuela, una mujer distante que nunca habló sobre su pasado, y todo lo que su familia sabía era que había crecido en una ciudad que ya no existía, Königsberg en Prusia Oriental, hoy renombrada Kaliningrado.

Mientras trabajaba como corresponsal en Moscú, O’Donnell visitó Kaliningrado y sólo sabía que allí había nacido su madre y que su familia había vivido en la ciudad durante generaciones y su abuela Inge había huido del avance ruso en 1945 y nunca había regresado.

Fue entonces cuando llamó a su abuela para celebrar la ocasión y ella se echó a llorar. «Nunca habíamos tenido una relación cercana ni había mostrado una emoción tan fuerte. Me di cuenta de que había una historia allí, una que había sido enterrada y que necesitaba ser contada», explica la autora en una entrevista con Efe.

La historia de Prusia Oriental es la de un territorio olvidado de la Alemania nazi: «Cuando el mundo tuvo que afrontar en toda su magnitud los millones de crímenes del nazismo, la destrucción de un continente entero, había poco espacio para la simpatía por las víctimas alemanas de la guerra».

Es ahí, remarca O’Donnell, donde «los civiles de Prusia Oriental soportaron la vergüenza colectiva de una nación responsable de males inimaginables»; y en el nuevo mundo no había espacio para vivir en un pasado que había sido borrado del mapa.

Las principales víctimas de la caída de Prusia Oriental, subraya la periodista, fueron mujeres y niños, «voces que a menudo se pierden en la narrativa histórica».

Cuando su abuela empezó a contarle sobre «la ciudad perdida de su infancia» y le habló de «su amor perdido», O’Donnell tuvo la confirmación de que «Inge guardaba un secreto, que había muchas capas en su historia» y, al mismo tiempo, creció su interés por saber «qué había convertido a aquella mujer que fue a estudiar a Berlín, que bailaba en los bares de jazz ilegales en una mujer cautelosa y reservada».

El régimen nazi, señala la autora, consideraba a los civiles como parte de la maquinaria del Tercer Reich, «con más valor como colectivo que como individuos» y su ideología concedía tan poco valor a la vida humana que «no es sorprendente que Hitler tuviera tan poca consideración por el sacrificio de toda esa región».

Para O’Donnell, «Inge, como muchos y en particular mujeres, se refugió en la ingenuidad, la apatía y la ceguera como estrategia de supervivencia».

«Ellos lo sabían, pero no querían ver», le dijo Inge una vez a su nieta.

Cuando estalló la guerra, Inge tenía 15 años y pensaba en lo mismo que cualquier chica joven: «chicos, música y romper el control paternal», pero la guerra la obligó a ser adulta de manera abrupta.

Svenja O’Donnell, autor del libro «La guerra de Inge»

Las mujeres vivieron durante años a la sombra de la guerra, que percibían como algo lejano y en Prusia Oriental, fue posible, durante años, que los alemanes que no habían sido objeto de persecución ignoraran la realidad y cuando la guerra llegó a su puerta, ya era demasiado tarde.

«Era más fácil pensar en Hitler como un problema pasajero que aceptar que el mundo que pensaban que conocían podía derrumbarse y desaparecer en tan poco tiempo», añade.

Durante los diez años que duró la investigación de la periodista, lo que más le impactó fue el destino de las mujeres y los niños de Prusia Oriental, que «tuvieron que pagar por los pecados de sus padres en los campos de refugiados daneses».

Precisa, sin embargo, que «Dinamarca fue, en muchos sentidos, el país que moralmente mostró mayor decencia y valentía durante la guerra, rescató a la mayor parte de su población judía; pero el trato a los niños de Prusia Oriental, en particular, un hecho del que se habla poco en Dinamarca, reveló que cada historia tiene sus áreas grises».

O’Donnell expresa su agradecimiento a la académica danesa Kristen Lylloff, que compartió su investigación sobre este período oscuro de la historia danesa.

La autora, especialista en Tolstoi, recuerda que a menudo la historia se expresa en términos de «héroes o villanos» y «olvida a la gente de en medio», pero considera que «la mayoría recurre al silencio, aunque estén disconformes, como acto de supervivencia, y el valor y la resistencia o la maldad son la excepción a la regla en la Alemania nazi, en la Francia de Vichy o en la España de Franco«.

Ante la oleada de éxito de la extrema derecha en la geopolítica actual, O’Donnell dice: «Aunque preocupante, lo que más me asusta, como periodista política, es la rapidez con la que en los últimos años la retórica populista se ha convertido en parte del discurso político dominante».

Y añade que mientras investigaba para La guerra de Inge, tuvo que escuchar los discursos de Goebbels, el jefe de propaganda de la Alemania nazi y «algunas de sus frases fueron utilizadas por los que han impulsado el Brexit, Trump o el Partido Conservador del Reino Unido bajo Boris Johnson».

En su retórica de división, afloran las llamadas «guerras culturales, de miedo al forastero y a los migrantes», estrategias que atraen votos e impulsan una narrativa política, pero que también «desatan fuerzas que, una vez despertadas, son muy difíciles de controlar».

Tras este trabajo personal, O’Donnell está trabajando en otro ensayo sobre la historia de un grupo de resistencia gay poco conocido que operó en la II Guerra Mundial en Berlín.

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