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La imposible autocrítica del peronismo

La imposible autocrítica del peronismo

El ensayista argentino alude puntualmente a Lenin y a su clásico panfleto político: “Allí no nos dice qué hay que hacer cuando tomemos el poder, sino lo que debemos hacer con nosotros mismos para que nos resulte posible hacerlo”, advierte Alejandro Horowicz, autor a su vez del legendario libro Los cuatro peronismos y un erudito de la historia y la politología que ha simpatizado siempre con la izquierda y con el autodenominado “movimiento nacional y popular”. La articulación del inicio de una autocrítica candente y dolorosa se la puede encontrar en YouTube: “Lenin nos explica que la estrategia no es de cinco tipos inteligentes, sino una invención popular que cinco tipos inteligentes leen correctamente y sintetizan —recuerda—. Y no hacer una amalgama de cualquier cosa, la lista única, que es exactamente lo contrario de cualquier síntesis: un simple amuchamiento. Acá de lo que se trata —añade— es de entender cómo estamos donde estamos y cómo vamos a dejar de estar ahí. Y lo primero es admitir nuestra perplejidad: hemos hecho una determinada cantidad de intentos, los hemos hecho de una determinada manera y a lo largo de muchos años…y el resultado es Milei. No miremos la paja en el ojo ajeno sino la viga en el propio”. Este valioso autoexamen se escucha muy poco en la dirigencia justicialista de superficie e incluso dentro del cardumen “progresista” que lo acompañó durante más de veinte años; los caciques de Fuerza Patria deberían prestar más atención a sus intelectuales inorgánicos. Al sociólogo y antropólogo Pablo Semán, por caso, que viene rastreando las napas profundas de la sociedad: “Milei no tiene con quien perder”, desliza a quien quiera oírlo. O a Martín Rodríguez, director de la revista Panamá, que le dijo hace poco al director de Seúl: “El kirchnerismo y la disciplina política han engendrado personas a granel dispuestas a pensar por debajo de sus capacidades…El peronismo teme plantear disidencias; cada vez queda más claro que el proyecto es una cosa cerrada y que quien pide unidad pide la reproducción de un sistema de decisiones preexistente”. Estas meditaciones públicas se entrecruzan no solo con el mutismo de la cúpula pejotista sino con la unidad a regañadientes alcanzada en estas horas por los mismos de siempre e incluso con la respuesta vacua que Axel Kicillof improvisó en esta misma semana cuando intentó responder cuáles eran exactamente las propuestas de su escudería. La respuesta fue manipulada por un tuitero y convertida en fake news por el Presidente y su vocero, pero esa operación oficial nefasta no disculpa el hecho de que los argumentos del gobernador resultan consignas viejas y esconden un único y paupérrimo propósito: frenar a Milei. O rezar secretamente para que se desmorone. Es evidente que el libertario —aupado taimadamente por el propio peronismo para destruir la alternancia republicana— encontró y supo interpelar a un electorado harto de la inflación y de la falta de futuro, una progresiva decadencia económica, una desprotección frente a la inseguridad, un Estado presente que se volvió ausente y mafioso, un grupo de privilegiados con discurso y carnet, y un inverosímil peronismo woke y tribal que se había vuelto arbitrariamente cancelador e identitario, que ponía a los varones en el banquillo de los acusados y que, embarazado de minorías, había perdido el sentido de la mayoría que siempre lo había caracterizado. Hoy los médiums que exige Horowicz no aparecen —la lideresa aspiraba a ser mártir, pero apenas es una vecina con tobillera—, y persiste la superstición de que nuevamente la torpeza ajena los salvará de sus propios errores. Que la breva caerá sola y que los peronistas —como en 2019— solo deben esperar abajo con las fauces abiertas. Si el proyecto consiste en aguardar que el enemigo trastabille quiere decir que no hay proyecto, y eso es lo que claramente se experimentó durante el gobierno de los dos Fernández. Un peronismo experimental podría abjurar de la cultura movimientista y, en consecuencia, de la estigmatización del cipayo o antipatria para todo aquel que no coincida con las vetustas “veinte verdades”: con ello el país se garantizaría una base de políticas públicas consensuadas que estarían por fuera del péndulo electoral; podría también aceptar una razonable economía mixta y no un mero estatismo bobo, aunque con un superávit fiscal innegociable y una lucha antinflacionaria como objetivo de mínima. ¿Podría parecerse entonces más al cordobesismo justicialista o al desarrollismo original, y menos al feudalismo pobrista, venal y turbio del conurbano? ¿Es posible un peronismo moderno o se trata todavía de una utopía? ¿Podría encarnar alguno de los actuales capataces del justicialismo bonaerense o nacional todas estas novedades, y lo más difícil: les creería una sociedad escaldada por tantos años de fracaso, desvío y desvarío?

"Un peronismo sin renovación y un libertarismo sin nafta se buscarán como fieras en el centro del Coliseo romano"

La hegemonía, dentro del movimiento de Perón, la tuvo durante años un orgulloso populismo de izquierda. ¿Alguien romperá desde adentro ese statu quo del pensamiento para generar una renovación virtuosa de otro signo? Interrogantes que nadie parece formularse en las vísperas de una serie de comicios de coyuntura, donde el abstencionismo será protagonista y donde, según muestran los sondeos, lo que pierde el oficialismo probablemente no lo recupere la principal oposición. Hay desencantados para todos los gustos, y un nuevo segmento desordenado y rumiante: es que el kirchnerismo y el mileísmo son aceitadas máquinas de odio; luego están los odiadores de esos dos artefactos. Crecen, en ambos campos, el miedo a la dispersión y la búsqueda desesperada del voto útil, pero eso sucede porque la polarización original está desflecada y porque aumenta la franja de los “adherentes críticos” y de los indiferentes a todo.

No llegan los libertarios como habían soñado. El despertar del dólar y otros ruidos de la macro, la caída del consumo y el estancamiento de la economía, los evidentes parches de un programa que no ha terminado de estabilizar, la ingobernabilidad parlamentaria, el desgaste de la credibilidad del discurso anticasta y la saturación del insulto como lengua presidencial dificultan una campaña que hace tres meses los acólitos del León imaginaban como un picnic. Un peronismo sin renovación y un libertarismo sin nafta se buscarán como fieras en el centro del Coliseo romano, mientras el público observa desde lejos, y con fatiga de combate.

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*Artículo publicado por el diario La Nación de Buenos Aires

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Claudio
Claudio
3 meses hace

Estimado Jorge, buenas tardes. Es muy difícil, en un país como el nuestro, en el que se han encargado de generar sub normales del pensamiento, fijar una tercera posición. Es impensable, escapar de la polarización cada vez mas berreta y violenta. Mi hijo de 17 años se desinteresa de la política y sus cultores de cabotaje. Yo, a su edad, me emocionaba escuchando el preámbulo del Dr Alfonsín. Participaba en cuanta causa hiciera propia…. estamos perdidos.

Como siempre, es un placer leerlo. Desde la tierra de los álamos inclinados al este lo saludo.

Abrazo.

ROBERTO BELMONTE
ROBERTO BELMONTE
3 meses hace

ES EL POPULISMO, ESTÚPIDO
La experiencia de charlar con viejos amigos con los cuales alguna vez hemos coincidido en la mirada desde “la izquierda” de todos los problemas que aquejaban al País, puede resultar desconcertante cuando comprobamos que ese amigo todavía sigue pensando como en los ´70.
Aquellos que ya entonces se decían antiperonistas porque para el marxismo leninismo era “facho”, hoy, absolutamente desencajados del eje filosófico, comienzan a mirar con buenos ojos a cierto peronismo made in siglo XXI, y sobre todo, al kirchnerismo puro y duro, al que consideran de izquierda.
La referencia que Jorge Fernández Díaz hace a Alejandro Horowicz y su ensayo Los cuatro peronismos, aclarando que este ha simpatizado siempre con la izquierda y con el autodenominado “movimiento nacional y popular”, encierra –como ocurre con mi erudito amigo-, un oxímoron de inconfesado sentimiento amoroso por el populismo, sin perjuicio sea este de izquierda o derecha.
Es que las izquierdas antiguas se han quedado sin el discurso brillante que les manoteó el “populismo moderno”. ¿Sino qué otra cosa ocurrió, cuando la palanca de las reivindicaciones obreras y de las clases sumergidas, pasó a manos de los populistas millonarios del Siglo XXI?
A la izquierda moderna les provoca un sarpullido epidérmico reconocer que necesitan acercarse a “algo” que parezca “revolucionario”, aunque provenga de la vieja derecha peronista. No advierten que las derechas sí se han reciclado, elaborando un discurso potabilizador “para todos y todas”. Pero, la izquierda no hay caso; no despega, no atina a elaborar un discurso propio. Así que, no le queda otra –por lo menos en Argentina- que sumarse a las viejas derechas del peronismo. Cuesta comprender que, al final del camino, habrán negado por enésima vez, que lo suyo ya no es ni de izquierda ni de derecha, es puro populismo.